1-6-16
Público
Antonio
Antón
Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid. Autor de ‘Movimiento popular y cambio político. Nuevos discursos’ (UOC)
Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid. Autor de ‘Movimiento popular y cambio político. Nuevos discursos’ (UOC)
La dirección socialista ha diseñado
una estrategia errónea para su campaña electoral del 26-J que consiste en
bloquear un gobierno de progreso, un acuerdo entre las fuerzas progresistas
para impulsar el necesario cambio sustantivo de las políticas socioeconómicas,
en favor de las capas populares, y la democratización y regeneración
institucional y política. Su apuesta sigue siendo el pacto con Ciudadanos, con
una política económica y europea subordinada al gran consenso
liberal-conservador y otra política territorial e institucional continuista y
dependiente de las derechas. Todo ello con algunos retoques, particularmente
retóricos y solo con el recambio de élites gubernamentales.
Pero esa estrategia, aplicada a tope
en estos meses, le ha conducido al fracaso. No obstante, la dirección del
Partido Socialista se reafirma en su estrategia equivocada. Para ella su
fracaso no derivaría de su orientación política que necesita una reflexión
autocrítica y un giro progresista y democrático. El problema sería la tozuda
realidad de Podemos y sus aliados a la que hay que cambiar… como sea. La
cuestión es que esa tesis y ese proyecto socialista, continuista y sectario,
parte de unos presupuestos falsos y les lleva a utilizar unos mecanismos cada
vez más irreales y prepotentes.
El cerco hacia Unidos Podemos se
resquebraja
Ese agresivo ataque contra Unidos
Podemos y confluencias se complementa con otros discursos descalificatorios que
pretenden quitarles más de un millón de votos del total de seis recibidos. Las
tergiversaciones del aparato socialista para desacreditar la dinámica del
cambio y ensanchar sus posibilidades electorales son: la radicalización
(izquierdista, populista y/o independentista, según convenga); la indefinición
política (o los ambiguos u obscuros intereses que defiende, en versión
venezolana ya que no existe el peligro del comunismo internacional y la
asociación con la extrema derecha europea es demasiado burda); la división
interna (o su fragilidad, centralismo e inexperiencia); y como colofón de todos
ellos, el denostado liderazgo de Pablo Iglesias que reuniría todos los males:
radical, demagogo y autoritario. Desde el punto de vista democrático, debemos
estar preparados ya que parece que hay un gran consenso tripartito (PP, C’s y
PSOE) para frenar a Podemos y sus aliados sin juego limpio ni debate sosegado y
con argumentos.
La descalificación de radical,
izquierdista… pretende alejar a Podemos y sus aliados de las mayorías sociales
progresistas. No tiene fundamentos, más allá de algunos pequeños errores de
excesos retóricos. Lo principal de su estrategia ha sido lo contrario; han
ganado en realismo, concreción y madurez (no estrictamente en moderación). La
alternativa institucional principal, el gobierno de progreso, cambio y de
coalición con el PSOE (a la valenciana) era justa y fácilmente justificable
ante la mayoría ciudadana. Se adecua a los equilibrios existentes y se modifica
el objetivo precedente (irreal) de ganar y gobernar solos y frente a la
‘casta’, admitiendo el carácter ambivalente y de posible socio del Partido
Socialista.
Ahora bien, desde el Comité Federal
socialista del 28 de diciembre y más desde su pacto con Ciudadanos, la renuncia
del PSOE a un gobierno de progreso estaba clara. Así, la determinación de
Podemos (y aliados) de no apoyar un plan continuista era coherente con el
proyecto de cambio y el compromiso con su electorado y no síntoma de
radicalización. Tampoco fructificó la brecha inducida con Compromís e IU a los
que mediáticamente se les tildaba entonces de dialogantes y moderados.
Las
propuestas programáticas de Podemos, particularmente las más distantes con el
PSOE, las políticas socioeconómicas y sobre la cuestión catalana, derivan del
continuismo inmovilista de ellos y su dependencia de C’s. Sin embargo, las
primeras alternativas son ‘socialdemócratas’ y las pueden comprender y apoyar
más del 60% de la ciudadanía, aunque necesitan de una posición firme y con
temple ante la Unión Europea. Y las segundas, de carácter básicamente
democrático y de reconocimiento de la plurinacionalidad, tienen un altísimo
apoyo en las nacionalidades históricas y, según distintas encuestas de opinión,
son aceptadas en el resto de España sin pérdida electoral para Podemos.
Las
fortalezas de Unidos Podemos
Está claro el perfil de Unidos
Podemos y confluencias como defensores de las capas populares, de los sectores
desfavorecidos, de los de abajo… frente a las oligarquías. Su defensa de los
derechos sociales y laborales, así como de las libertades civiles y políticas
es innegable. En todo ello gana a las tres fuerzas (PP, C’s y PSOE) defensoras
del poder establecido y el consenso europeo y comprometidas con las políticas
de austeridad y una gestión autoritaria frente a las demandas populares y
democráticas.
Igualmente, su planteamiento global
cabe dentro de los parámetros (como dice Pablo Iglesias) de una nueva
socialdemocracia. Es secundaria la etiqueta, la cuestión es rechazar las que
son tergiversadoras o marginadoras. Lo principal es construir un proyecto
identificador, con un discurso y una práctica de carácter
democrático-igualitario, defensor de la mayoría social. Luego llegará el
símbolo y la nominación. Y ese perfil progresivo lo ha ido adquiriendo Podemos
y sus aliados, tiene una bases sólidas en la experiencia popular, y lo ha ido
perdiendo el Partido Socialista.
La estrategia de la dirección
socialista les puede llevar al fracaso de sus propios objetivos, su papel
institucional preponderante. También a un debilitamiento representativo más o
menos lento y profundo, con un alejamiento respecto del PP y un adelantamiento
de Unidos Podemos (y confluencias), junto con una evidente crisis interna y de
liderazgo. No obstante, la consecuencia negativa principal es que esa operación
neutraliza la dinámica del cambio, de un gobierno de progreso en torno a unas
políticas fundamentales de justicia social y mayor democracia. Por tanto,
afecta a la mayoría de la sociedad que, probablemente, le exigirá
responsabilidades. El reto inmediato para las fuerzas del cambio es impedir un
gobierno continuista de las derechas y garantizar un Gobierno de progreso y de
cambio. Ése es el desempate principal, abrir un ciclo político-institucional
que favorezca los avances progresivos y democráticos en favor de la mayoría
ciudadana.
En resumen, el PSOE, de entrada, no
está por la labor del cambio real y lleva una estrategia equivocada. Las
fuerzas del cambio todavía son insuficientes y dependen de la colaboración
socialista. La prioridad son los intereses de la gente, dejar atrás esta etapa
autoritaria y de austeridad. Hay que insistir en los argumentos para llegar a
un acuerdo razonable y compartido y desarrollar una campaña con la mano tendida
y sin crispación.
Pero el deseado giro en la actitud
socialista va a depender, fundamentalmente, de los hechos: comprobar la
amplitud y firmeza de las demandas populares de cambio a través de la
ampliación del apoyo electoral a Unidos Podemos y confluencias. Desde otra
perspectiva: evaluar la demostración cívica de los costes para el Partido
Socialista, en el caso de persistir en su estrategia equivocada, con el
continuado debilitamiento de su representatividad. Es el elemento que puede
condicionar su cambio de actitud para iniciar una nueva etapa de acuerdo
gubernamental de progreso.
El PSOE, en
su ambivalencia, tiene un aparato dependiente y colaborador con los poderosos y
su obcecación puede provocar el bloqueo del cambio. Será necesario enfrentarse
a esa situación con un plan B, para evitar la frustración social y seguir
haciendo camino al andar. De momento, el plan A es ganar las elecciones
generales al PP, dejar en minoría a las derechas y reforzar las fuerzas del
cambio.
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