Un año sin Rita Barberá:
cuando Rajoy dejó caer a la 'alcaldesa de España'
Se cumple el primer aniversario de
la muerte de Rita Barberá, que falleció en un céntrico hotel de Madrid
ElPlural
Jue, 23 Nov
2017
Hoy hace un
año que Rita Barberá, la conocida como 'alcaldesa de
España' falleció en un céntrico hotel de Madrid. Un año, 365 días, de los cuales
durante 300 el que fuera el partido de sus amores, el Partido Popular, no ha
tenido un solo recuerdo para ella más allá del que le dedicó María Dolores
de Cospedal en el Congreso Regional del PP en Valencia. Un congreso donde la
ministra de defensa se deshizo en elogios desde el atril mientras los líderes populares valencianos cortaban toda aquella cabeza,
políticamente hablando, que oliera a Barberá. Pero si hubo algo que le dolió
realmente fue el trato de Mariano Rajoy.
Ella que lo
había sido todo en el PP, tenía el carnet número 3 del partido, vio como
Mariano Rajoy, su amigo, al que ella había encumbrado a los altares de la
política la dejaba caer sin contemplanciones. Fue superior a sus fuerzas.
Llamativa a este respecto fue la frase del cuñado de barberá, José maría
Corbín, tras su fallecimiento: "Ha muerto de pena, y, en esa pena,
la fundamental aportación la han tenido los suyos".
Unos meses
antes de su fallecimiento, su 'amigo' Rajoy le pidió que se fuera, que dejara su escaño, que saliera
por la puerta de atrás. El motivo, que estaba imputada en el caso 'Taula'. Aquello fue demasiado para ella que había saltado en
Las Fallas con Mariano en el balcón del Ayuntamiento de Valencia, ella que le
hizo de catapulta política veía como la dejaban en un rincón como a los
juguetes que un día diviertieron al niño pero que ahora molestan. No lo
soportaba. El día más triste para Barberá fue cuando, y seamos sinceros,
obligada por Rajoy y los primeros espadas del PP, tuvo que darse de baja del partido.
Nadie quería
ser visto con ella. En el Senado hubo hasta quien se levantó de la mesa
cuando ella se sentaba a comer. Paso de ser 'la jefa' a ser una apestada
entre los suyos. Algunos de los que le debían la carrera política dejaron de
saludarla. Los que después atacaron a la prensa no pensaron, ni mucho menos, en
la presunción de inocencia y ella lo veía y lo vivía día a día.
La alcaldesa
de España pasaba de selo todo a ser 'una no adscrita' en el Senado. Ahí es
nada, de liderar la tercera ciudad de España y de un retiro dorado en el
Senado, a tener que sentarse con los senadores de Bildu. A ello hay que sumar
la presión mediática, inolvidables son sus dos últimas ruedas de prensa cuando
la espada de Damocles de la corrupción se acercaba cada vez más a su cuello. Se
defendió. Genio y figura. Hasta el último día mostró una sonrisa.
Aunque esa
sonrisa se fue apagando poco a poco. Ver a 'sus niños', a los vicesecretarios,
a los Casado, Maroto, Levi y compañía decir lindezas del calado: "Sería
mejor para todos que se fuera, sobre todo para ella porque podría acometer
su defensa de una forma más libre" (Casado), o "no es ejemplar
mantenerse en el escaño exclusivamente para disfrutar de una posición de
aforamiento" (Maroto) la fue hundiendo poco a poco. Y Mariano no estaba.
Mariano no respondía. La había abandonado.
Y llegó el
día en tuvo que ir al Tribunal Supremo a declarar como imputada por un delito de blanqueo
de capitales. Salió del coche forzando una sonrisa y caminó los escasos metros que
separaban el taxi de la puerta del tribunal aguantando como podía. Algo no iba
bien. Dentro de la sala no aguantó y se desmayó. El magistrado Cándido
Conde-Pumpido asustado le preguntó que si quería volver otro día.
"No", dijo ella. Fiel a su estilo, su firmeza era legendaria. Y
declaró. Cada vez encontrándose peor logró aguantar y llegar al hotel. A partir de ahí, menos de 24 horas hasta su partida
definitiva.
Eso sí, tras
su fallecimiento, todos los que la habían dejado tirada, Rajoy el primero, se deshicieron en halagos y buenas palabras hacia ella durante casi dos semanas. Unas
palabras que Barberá esperó en sus últimos días pero que jamás le llegaron. Tan
solo su familia y los que fueron sus concejales la defendieron hasta el final
y, porqué no decirlo, las tres personas que demostraron ser de verdad sus
amigos: Cospedal, el exministro de exteriores José Manuel García-Margallo y el
senador valenciano Pedro Agramunt
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