El “putibarco” del príncipe saudí en Ibiza
Público
Strambotic
Iñaki Berazaluce
8-4-16
No son
putas, son princesas.
Cuando se le
pregunta al personal qué haría si le tocara la Lotería, la respuesta habitual
(en público, al menos) es “hacer un viaje y tapar algunos agujeros”. Cuando el
premio Gordo no te toca sino que te viene regalado -en forma de oro negro bajo
el subsuelo del terreno de tu abuelos, pastores de dromedarios- haces ambas
cosas (viajar y tapar agujeros) pero a lo grande. Por poner un ejemplo, te
plantas cada año en Ibiza con el yate más grande del mundo y un segundo
barco, un poco más modesto (pero capaz de hacer sombra a un Transmediterránea) cargado
de un surtido de las putas más selectas de Brasil, Rusia y Francia. Bueno, escorts,
ustedes me entienden.
Esto es lo que viene haciendo un
verano sí y otro también Abdul Aziz bin Fahd Al Saud, a la sazón, hijo
predilecto del fallecido rey Fahd de Arabia Saudí, un individuo que
nunca jugó en la división de los multimillonarios porque nació directamente en
la Golden League, la de los asquerosamente ricos. Como no podía ser otra cosa,
Abdul es un vividor que cada mes de julio riega con el maná de petrodólares
las Pitiusas -Ibiza y Formentera-, un archipiélago donde el non olet
(el dinero no
huele, sólo compra cosas, que decían los romanos) es principio rector
Según cuenta
el periodista de ‘El Diario de
Ibiza’ Joan Lluis Ferrer en su libro-reportaje ‘Ibiza, la
isla de los ricos’, el jeque es un tipo campechano -una
cualidad al parecer muy apreciada entre la realeza- que lo mismo deja 30.000
euros de propina a los croupiers del Casino de Ibiza que se toma un
helado con Mónica, la propietaria de Los Valencianos en el puerto de Vila,
a escasos metros de donde aparca su yate, un mamotreto de 147 metros que
pasamos a describir:
“El Prince
Abdulaziz es el típico buque de jeque árabe: 147 metros de
eslora, con un helipuerto en su proa, sistema antimisiles, una tripulación de
66 personas y otros tantos pasajeros (…) Quienes han entrado en su interior
refieren todo tipo de lujos en grado superlativo: grifería de oro, suelos de
maderas nobles… Cada vez que el buque ha de repostar combustible llena su
depósito con 400.000 litros, lo que supones un gasto de 600.000 euros…”, relata
el periodista.
En fin, no queremos aburrirles con
esta exhibición impúdica de ostentación. Vamos al grano: a las putas. En el
yate principal viaja el jeque Abdul Aziz y su cuadrilla (masculina, como
es preceptivo entre los seguidores del Profeta), pero la flotilla suele estar
integrada por otros dos macroyates, el Turama
y el Al Diriyah.
Prosigue
Joan Lluis Ferrer, “en uno viaja el séquito del príncipe y en otro, la
compañía femenina, que es renovada cada semana mediante vuelos llegados
directamente desde Londres y París. Son mujeres de una belleza despampanante y
físico escultural, que se pasan semanas enteras a cuerpo de rey, sin otra cosa que
entregarse al ocio, ir a restaurantes y tomar el sol en la playa y, de vez en
cuando, atender los requerimientos de los jeques que las han contratado”.
Vacaciones en el mar. Dan ganas de apuntarse, ¿eh?
Quienes se han cruzado con el barco
de las meretrices en Ibiza relatan escenas propias de una fantasía erótica
viril, nada casualmente parecidas al prometido paraíso de los musulmanes: un
harén de vírgenes y suculentos manjares, aunque lo de vírgenes en este caso
se puede pasar por alto.
Quique Mantecón,
aventurero madrileño afincado en Ibiza, se topó con la comitiva de meretrices
en una playa de Ses Illetes, en Formentera: “Eran unas 30, divididas un
poco artificialmente en grupos de cinco, todas con bikinis y toallas blancos.
Muchas eran eslavas, pero también había alguna española. Los jeques estaban a
unos 20 metros de distancia, como vigilando el ganado. No estoy seguro de que
fueran putas, tal vez algunas eran go-gos, aunque sospecho que la diferencia entre
uno y otro desempeño depende del tamaño del fajo”.
De todos modos, me aclara me Ferrer,
“muchas veces estas chicas son sólo decorativas, es más de lo mismo: una manera
de exhibirse y demostrar su poderío. Lo mismo que la flota de 70 Mercedes
negros de gama alta que viajan en las bodegas del barco y que cada día
pasan por el túnel de lavado sin haber pillado una mota de polvo”.
Pero no todo
van a ser truchas y piscinas en el veraneo a todo trapo del jeque saudí. Otra
anécdota que me contaron en el archipiélago puede servir para sopesar la
insoportable levedad del ser (un príncipe saudí, en este caso): Abdul Aziz
quería pasar un día en la playa. Es bien sabido que una playa paradisíaca puede
llegar a ser terriblemente aburrida, así que sus secretarios desembarcaron
(del yate Turama, 117 metros, 70 pasajeros) con el mandato de “crear ambiente”.
Para ello contrataron por un día a un grupo de “bosquimanos” (nombre con el se
conoce a los viajeros o temporeros que habitan en los bosques de sabinas de
Formentera, a falta de casa y cama) para que “hicieran malabares y cosas
hippies”. Con la parte folklórica ya resuelta, los productores de la jornada
playera montaron un chiringuito para que el jeque pudiera tomarse un
quéseyo y decoraron la barra con las jamonas de la semana (descargadas
directamente del buque Al Diriyah, el de las putas, 79 metros, 16 pasajeros).
Abdul Aziz pasó su día de playa, volvió a la nave nodriza, se pagó a los
hippies y se recogió el chiringuito. La playa volvió a ser el soporífero arenal
formenteril que era antes de la Real visita.
‘Ibiza, la
isla de los ricos’, disponible ya en su Amazon más
cercano.
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