Clic, Clic
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Nadie
es perfecto, ni siquiera Mariano
Público
4-3-16
David
Torres
No
ha habido muchas oportunidades de entrevistar al presidente en funciones
durante los últimos cuatro años, al menos en entrevistas basadas en hechos
reales. La entrevista de ficción sí la ha practicado en diversos formatos,
incluido el de pantalla plana sin entrevistador, y casi siempre con excelentes
resultados. Por eso, permitir que un político cacofónico, con una lengua
propensa al desliz y un rostro volátil y sensible cual sismógrafo, se coloque
durante una hora delante de un periodista tan incómodo como Jordi Évole es una
auténtica prueba no tanto de valor como de desesperación suicida. Nixon se
ahorcó él solo ante David Frost, pero al menos lo hizo por más de medio millón
de dólares. La recompensa para Mariano no ha sido tan sustanciosa: intentar mantener
la imagen de una gestión que se cae a cachos. Estados Unidos tuvo su Nixon
contra Frost en cuatro asaltos; nosotros tenemos que conformarnos con una hora
del Mariano contra Évole. Por algo somos un país de serie B. Con B de Bárcenas.
Los asesores que lo hayan empujado a esta voladura
controlada pueden estar satisfechos: la imagen de Mariano no ha salido más
perjudicada de lo que ya lo estaba. También es verdad que era difícil
perjudicarlo más. Los detractores de Mariano confirmaron lo que ya sabían y sus
seguidores también habrán corroborado lo que ya ignoraban. En un auténtico
alarde de autodestrucción a sangre fría, el presidente permitió que los hechos
-la Gürtel, la Púnica, Matas, Rato, el SMS a Bárcenas- lo fuesen vapuleando de
arriba abajo. Cuando habló de presunción de inocencia, Évole le plantó las
declaraciones de numerosos miembros del PP tachando a Bárcenas de criminal y
delincuente. Fue el dontancredismo llevado a sus últimas consecuencias, con una
víctima propiciatoria cruzada de brazos y zarandeada por los aires cornada tras
cornada.
Sin embargo, Mariano demostró que es un don Tancredo
del método, encajando una bofetada tras otra sin más desperfectos que su
habitual mímica a lo Stan Laurel, escudándose en una estadística general donde
la gran mayoría de los ciudadanos son buenos, la gran mayoría de los políticos
son honrados y hay únicamente unos pocos corruptos (el peor de todos,
Bárcenas). Él no va a renunciar a ese optimismo esencial del médico que le
anuncia a un paciente un cáncer de colon: “Pero no se preocupe, oiga, sólo
tiene enfermo el colon. Por lo demás usted está muy sano”. Incluso se permitió
darle a Évole unas clases de periodismo, para que no se fijara tanto en los
pequeños detalles de robos, desahucios y miseria, y alabara las cosas buenas
del país, como hacen tantos periodistas cortesanos. Le faltó decir que gracias
a él sigue saliendo el sol por las mañanas.
Mariano no se movió ni un milímetro de su posición
porque -como en aquella historia china del perfecto verdugo que contaba
Cortázar- sabe que su cabeza ya está cortada y que basta un estornudo para que
ruede por el suelo. Por no arriesgar, no arriesgó siquiera una posible victoria
del Madrid en el Nou Camp, que podía haber sido la única verdad que ha dicho desde
aquel revelador lapsus freudiano de “lo que nosotros hemos hecho ha sido
engañar a la gente”. Como explicó él mismo varias veces, “nadie es perfecto”.
Mariano no es que sea mucho de nombrar películas, novelas, poemas o cultura en
general, pero, sin saberlo, citó a Billy Wilder. A lo mejor no sabía que era
una frase de comedia, pero si continúa otra legislatura al frente del país, va
a conseguir que la tragedia suceda a la farsa.
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