Fauna Ibérica
Rodrigo
Rato o cómo ser un corrupto funcional
Público
CtXt
21 de
Septiembre de 2016
Rodrigo Rato muestra últimamente
unos ojos lamentosos, un poco caninos, exactamente como los de un perro de caza
avejentado al que acaban de llamar a gritos y que duda entre acudir y salir
corriendo. Pero no hay que dejarse engañar. Dijo Asimov que sólo una mentira
que no esté avergonzada de sí misma puede tener éxito, y al chamán de la
economía pepera se le vio perplejidad cuando le echaron la mano a la nuca, pero
ni un gramo de vergüenza. A partir de ahí, eso sí, empezó a ponerse gris.
Rato ejemplifica que, en política,
el engaño activo, la hipocresía militante, resulta más solvente que la verdad.
Y más rentable. La riqueza se puede confundir con la gentileza y la gentileza,
con la honradez. Además, él se repujó, a base de atril y copas de agua de hotel
bueno, una imagen de liderazgo y modernidad. A pesar de tener un aspecto no
demasiado limpio (el pelo de grama abandonada y la nariz flemática), poseía ese
olor de ducha reciente que el dinero inventa y acerca a las narices de la gente
común.
Al chamán de la economía
pepera se le vio perplejidad cuando le echaron la mano a la nuca, pero ni un
gramo de vergüenza
No se peina con ansiedad y
brillantina como los millonarios pujantes, más o menos nuevos, lo suyo se
corresponde más con la serenidad del que acostumbra a heredar. Aun así,
mirándole la cara uno se imagina que los calcetines le están ahorcando la
rodilla. Igualmente, lo ajustado de los cuellos de sus camisas cautivó,
incluso, a algunos adoradores del garrote vil. Por algún motivo, quizás por un
instinto de ocultación, muchos altos cargos del PP tienden a embutirse como
longanizas.
El resultado de tanta compresión es
una papada como la de los siamangs, que son esos monos que tienen un testículo
enorme debajo de la garganta que se infla y se desinfla; quizás, pensándolo por
ese lado, el vice apretaba tanto la camisa para hacerse ahí una caja de
resonancia, porque la verdad es que le quedaba una voz fantástica de político
de la Corte, perfecta para recitar el BOE a media luz, pausándose en las comas,
gustándose. Es una voz que aburre a los niños y, en cambio, hace asentir
a los viejos que no entienden apenas las palabras de la radio, pero que, aun
así, la escuchan a todas horas.
Paseaba hasta hace poco los ojos
curvos y chispeantes de quien recibe elogios y, por supuesto, cree que los
merece. Ha existido siempre un extraño mohín en su ojo derecho, una tentación
de guiño o de burla que le ha ido achicando la cuenca. Lo entornaba, arrugando
levemente el párpado, cuando quería acolchar sus palabras, por ejemplo: “Gente
que hace trampa seguro que la hay”. A ese molleo simpaticón de su mirada, que
creaba adeptos y debía triunfar en el chocheo íntimo, se añadía su barbilla
ablandada y un labio inferior al que sólo le interesaba plagar de tecnicismos
la futura pobreza de los españoles.
Reservaba para su exposición
mediática una sonrisa tajante, comprimida y efímera; una sonrisa habitualmente
cerrada que si le daba por mostrar dientes, traslucía una ansiedad, una
querencia de algo que le agita el cuerpo, o sea, un estar al límite de su
capacidad de contención. Por otro lado, su vocación de poder queda fuera de
toda duda, sabe mirar autoritariamente por encima de las gafas, domina el arte
de llevar la montura resbalada a mitad de nariz para que así, al levantar la
vista, se configure una mueca de advertencia.
Lo preocupante de Rato es
la falta de vinculación temperamental con la idea del corrupto. No reúne la exaltación ni la
canallería de Alfonso Rus. Se mueve con desgarbo y calma, le falta el
enseñoramiento de Vito Corleone, no se le intuyen manchas de tomate en la
camiseta interior como a Tony Soprano ni nos abofetea con el autoritarismo
sexual de Silvio Berlusconi. Él demuestra que delito se ejecuta también con la
banalidad de la costumbre. Hacen falta generaciones de chanchullos y de
camareras colocándote, cada día, la servilleta sobre las piernas para robar con
una actitud meramente operativa. Como dijo el director del FMI ante las
sospechas contra sus empresas familiares: “Así se hacen negocios en España”.
Es periodista, creador del blog
Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta,
entre otros.
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