11 libros contra la religión para leer esta Semana Santa
Entre torrija y
torrija, un libro. No todo van a ser procesiones.
13/04/2017
ElHuffingtonPost
La Semana Santa no
son vacaciones, sino un tiempo para el recogimiento, la contrición y la
oración. Eso es lo que dice la Iglesia. Pero si eres de los que prefiere aprovechar esta semanita
libre para desconectar del trabajo y disfrutar de una cerveza al calor de la
primavera, también puedes meter en la maleta uno de estos once
libros contra la religión.
¿Qué
mejor momento para leer sobre el espejismo de Dios, las raíces biológicas de
nuestras creencias o las falacias del creacionismo que en los días que nos
brinda la liturgia católica? Ni siquiera hace falta que seas ateo, basta con
que tengas ganas de leer y un poco de miedo a la multiplicación de "fervor
popular" que invade el país durante estas fechas.
No está claro si
este ensayo fue realmente escrito por el ilustrado franco-alemán, pero es que
no es fácil trazar su autoría: se publicó de manera clandestina en 1772. Fuera
quien fuere quien lo escribió, El buen sentido no hace prisioneros:
"Dios no existe más que en la imaginación de los hombres, y se le conoce
sólo por los desastres, disputas y locuras que ha causado sobre la
tierra". Fue tildado de "folleto odioso", y no sólo por los más
beatos: carga también contra otros ilustrados como Rousseau, Voltaire y
Diderot, que tenían posturas algo más ambivalentes sobre la divinidad. No es de
extrañar que Michel Onfray, otro ateo ilustre, incluyese
a Holbach en su catálogo de "ultras" de la Ilustración.
A
Dios se le conoce sólo por los desastres, disputas y locuras que ha causado
sobre la tierra. El
buen sentido
El físico Manuel
Toharia es uno de los grandes divulgadores de nuestro país y en su
último libro escribe de manera somera pero rigurosa la historia de todo lo que
nos rodea. ¿Qué tiene eso de antirreligioso? Pues todo o nada, depende de a
quién se le pregunte. El caso es que uno de los hilos conductores inevitables
de su obra es la constante lucha de la ciencia por avanzar frente al prejuicio
religioso y las prohibiciones eclesiásticas, como la refinadísima hoguera.
Estuvo en la cárcel
por pacifista durante la Primera Guerra Mundial, se le impidió dar clase por
expresar en público sus ideas sobre la vida sexual de los estudiantes, afirmó
que un mundo gobernado por fascistas no era un lugar donde mereciese la pena vivir...
e hizo avanzar la filosofía analítica y las matemáticas con su constante
reflexión sobre los axiomas, esas proposiciones teóricas "evidentes"
que se aceptaban sin demostración previa. Russell
no se sentía cómodo con ellos y tampoco con Dios, ese axioma. Así
que en Por qué no soy cristiano, hizo una encendida defensa del no
creyente, una reflexión sobre el miedo como base de la fe y una afilada crítica
a la idea cristiana del sexo.
La idea del no
creyente puede resultarle cómoda a algunos de los que reflexionan sobre Dios y
la religión, pero no es el caso de Gonzalo Puente Ojea. El escritor y
diplomático, que fue creyente antes de convertirse en ateo y escribir esta obra
fundamental en la tradición antirreligiosa en español, apuesta por un ateísmo
militante y criticaba duramente el silencio público de la increencia, pues deja
campo libre a la "fe recibida" y a la "transmisión del legado
mítico". Elogio del ateísmo lleva por subtítulo Los espejos
de una ilusión, que el autor describió como las decenas de herramientas de
alienación utilizadas por las religiones. Es particularmente brillante su
descripción del Corpus eclesiástico, su jerarquía y organización, como
una "malla" de "dominio universal acompañada de su propio código
jurídico". Y, por supuesto, con sus castigos propios.
Probablemente no han
leído a Puente Ojea, pero los impulsores del llamado Nuevo Ateísmo no hicieron
otra cosa, nada más empezar el siglo XXI, que incidir en la línea de un ateísmo
batallador que había propuesto el ensayista español nacido en Cuba. Una de las
principales figuras de ese ateísmo militante de nuevo cuño es el filósofo
Daniel C. Dennett, que le dio una patada a la mística con su libro Romper
el hechizo. En él sostiene que la religión es otra más de las ideas
abstractas que diferencian al homo sapiens, y que olvidar ese aspecto
ha terminado por convertirla en una cárcel. Por eso, propone devolverla a su
sitio como fenómeno biológico, para conocer su verdadera naturaleza.
De las Cruzadas al
11-S, de los sanguinarios tiranos de la época clásica a las presentes matanzas
de religión, pasando por la Inquisición y la Ilustración, Dawkins
hace un completo repaso de todas las desgracias que la religión, ese espejismo,
le ha causado a su víctima y "creador": los seres humanos. Su premisa
es básica y conocida, pero la perfila con un espléndido estilo: Dios no sólo no
existe, sino que es una noción nociva que hay que descartar cuanto antes.
Biólogo, zoólogo y etólogo además de divulgador, el autor británico ceba de
argumentos con este libro la famosa frase de Pirsig: "Cuando una persona
sufre un delirio, lo llamamos locura. Cuando muchas personas sufren un delirio,
lo llamamos religión".
Más ateísmo
militante, bajo un estandarte transparente: la ciencia debe destruir la religión. Como
Dawkins, el neurocientífico y filósofo Harris
recorre el mundo en lo geográfico y en lo temporal para desmenuzar todas y cada
una de las desgracias causadas por la fe. Ataca todas las religiones
organizadas como enemigas de las inquietudes humanas que más progreso han
producido, indaga en su tendencia a la violencia y reflexiona sobre su
intención de anclar a los seres humanos al pasado. El fin de la fe contiene
reflexiones muy severas sobre el cristianismo, el judaísmo y, especialmente, el
islam. Quizás por eso provocó una enorme polémica y permaneció durante casi un
año en lo más alto de las listas de libros más vendidos.
Si algún aspirante a
polemista quiere aprender de verdad de qué va eso, debe leer a Hitchens. El
escritor y periodista británico se metió en todos los charcos que pudo antes de
que un cáncer le matara con 62 años. Le dio tiempo a dejar escrito uno de los
alegatos antirreligión más potentes de nuestro siglo, en el que al más puro
estilo Orwell, cada línea es una idea o un dato importante sobre la religión
como destrucción y como negocio. Como los autores anteriores, el cuarto jinete del Nuevo Ateísmo presenta
una panoplia de religiones, lugares y catástrofes para extraer el corolario de
que la fe tiende al totalitarismo y por lo tanto destruye la libertad
individual.
Tras el repaso a la
nueva tradición atea anglosajona, toca regresar a los territorios de la
increencia en castellano. Aunque no es exactamente así, porque Savater perfiló
este libro en un banco de Londres, a la sombra de una escultura de Bertrand
Russell. Si la fe es tan transversal como una plaga, también han de serlo
quienes aspiran a quitarle el protagonismo que le queda, ¿no? En La vida
eterna, Savater no abandona su claridad pedagógica
para navegar por la manera en la que las religiones se han apropiado de los
temas de la reflexión filosófica y hasta qué punto puede desligarse la fe de
una de las más potentes aspiraciones humanas: la de la inmortalidad.
Incluir a la
religión en el lugar que le corresponde junto a otras alucinaciones y
supersticiones es ya lo bastante atrevido como para tener en cuenta este libro.
Pero es que además, Shermer despliega en él una inusual
habilidad expositiva para desentrañar las maneras en las que nuestro
equipamiento genético lleva incorporados mecanismos para generar creencias y de
qué manera podemos hacer que, en lugar de que nos sirvan para creer algo falso
y dejar de creer en algo verdadero, nos sean útiles para no creer en algo falso
y creer en algo verdadero.
No es exactamente un
libro antirreligión, aunque en sus páginas haya múltiples referencias, directas
o no, a la nefasta influencia de la fe en la educación y la moral. Pero al
escribir sobre el libro de Shermer se me ha quedado colgada una cita de Stephen
Jay Gould que cuadra perfectamente con este manual de Francisco Ferrer Guardia para crear una
educación humanista, racional, justa y liberadora: "El descrédito de una
fe sólo se hace en interés de un modelo de explicación alternativo y no como un
mero ejercicio de nihilismo. Ese modelo alternativo es el propio racionalismo,
que, vinculado a la honradez moral, se convierte en la herramienta para el bien
más potente que nuestro planeta haya conocido".
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