Jesús
Cintora: "Ver a Rajoy con chavalines o tomando unas cañas en la pantalla
le viene bien"
ELPLURAL.COM adelanta
‘Telemariano’, uno de los capítulos de ‘Conspiraciones’
Sáb, 22 Abr 2017
Jesús Cintora
ELPLURAL.COM ofrece en exclusiva a sus lectores ‘Telemariano’, uno de los
capítulos de ‘Conspiraciones’, (editorial Espasa), libro que salió a
la venta el pasado 11 de abril y que ya puede adquirirse en las principales librerías.
Se trata de una obra en la que el periodista desvela los mensajes lanzados entre unos
y otros partidos, las conversaciones en la sombra, o los pactos y
las alianzas acordados para hacerse con el Gobierno de España.
Mariano Rajoy gana buena parte de las elecciones generales con la política
de medios informativos del Partido Popular. Los candidatos de la izquierda
pican al seguirla. Rajoy logrará estar presente en las grandes televisiones,
pero con entrevistas cómodas: de niños, de ciudadanos, paseos por la ciudad...
Al presidente en funciones le conviene mucho más eso que enfrentarse a
periodistas que le pregunten y le repregunten sobre asuntos delicados como la
corrupción. Se entiende que Mariano apueste por estos formatos televisivos. Lo
que se comprende menos es que el resto de los candidatos le siga.
Ver a Rajoy con chavalines o tomando unas cañas en la pantalla le viene
bien. Le hace más cercano, más amable. Ver a Pablo Iglesias tocando los
timbales, la guitarra o jugando a los dados no está mal, pero puede producir
rechazo en un sector fiel de su electorado, que quizá le ve fuera de lugar.
Pero, sobre todo, cuando se apuesta por estos formatos «amables», que tan bien
le vienen al candidato del PP, se renuncia a otros de mayor profundidad sobre
temas espinosos que podrían convenir más a sus adversarios.
Dicho de otra forma, a Mariano un niño no le va a repreguntar sobre los
escándalos de corrupción. Ni se da pie a que lo haga un ciudadano en un plató.
Aquellos tiempos en los que un periodista preguntaba y repreguntaba, con
respeto, pero con interés por poner al candidato delante de sus
contradicciones, parecen ya propios de otra época. Se ajustan perfectamente a
los deseos de Rajoy, que desprecia las preguntas de la prensa y considera que
plantearle asuntos que no le agradan es hablar mal de España.
El año de las dos elecciones generales también pasa a la historia por
imponer en nuestro país el encuentro en televisión con el candidato y su lado
más amable. No es algo que no se haya visto en países tan importantes como, por
ejemplo, Estados Unidos, pero allí los presidentes también admiten entrevistas
profundas... Salvo excepciones como la de Trump, claro.
Que Iglesias aparezca en una entrevista con el humorista Joaquín Reyes, en
un seguimiento de dos días con Susanna Griso, rodeado de niños que preguntan
junto Ana Rosa Quintana, con Pablo Motos y las hormigas... es normal en estos
meses en los que el líder de Podemos apuesta decididamente por la presencia televisiva
como forma de captar indecisos o nuevos votantes.
Así que vemos a un niño comentar con Rajoy que por qué tanta gente se mete
con él, o a una niña declararse como su «mayor fan». Él les explica la
corrupción, porque «hemos tenido casos, nadie es perfecto, pero la inmensa
mayoría de los políticos y de las personas son honradas, la mayor parte de la
gente es buena». Vemos a Pablo Iglesias jugando a los dados eróticos con
Susanna Griso y descubriendo que tiene la opción de «besar» y «chupar». También
le toca una nana con la guitarra a María Teresa Campos y los timbales con Pablo
Motos...
Otra clave mediática son los debates electorales. Rajoy ya ha reconocido,
hasta con declaraciones públicas, que no le apetecen, que no le resultan
cómodos y que suponen un esfuerzo. En charlas más informales incluso argumenta
que le parecen solo un espectáculo. En los comicios del 20D, el presidente
aceptó un cara a cara con Sánchez. Para los del 26J, opta por un único debate a
cuatro. A Rajoy no le gustó que el candidato del PSOE le echara en cara los
asuntos de corrupción. Jamás le perdonará. En la segunda campaña electoral, el
Partido Socialista no lo hace público, pero intenta que ese debate a dos se repita.
Rajoy lo rechaza.
Jorge Moragas, el jefe de campaña y de Gabinete de Rajoy, habla con el
responsable del PSOE, Óscar López, y quedan en analizar las opciones dándose un
tiempo de reflexión. En La Moncloa tardan en decidirse, pero, tras casi un mes
de espera, acuerdan que habrá un debate con todos los candidatos. El PP esgrime
que el duelo que se había impuesto desde el primer cara a cara de Felipe
González y José María Aznar en 1993 ya no tiene sentido. Ahora los populares
quieren defender «la pluralidad». Parece lógico y hasta más democrático debatir
con todos los principales candidatos, aunque el motivo no es ese. El equipo
electoral del PP considera que debatir a solas con Pedro Sánchez solo refuerza
el perfil del candidato del PSOE. Hacerlo entre cuatro diluye protagonismos,
reparte tiempos y Mariano espera que sus adversarios se enzarcen entre sí.
El debate cara a cara que enfrentó a Mariano Rajoy y Pedro Sánchez el 14 de
diciembre, con 9,7 millones de espectadores y un 48,6 %, fue el último del
bipartidismo. Pasará a la historia como el debate en el que a Rajoy le llamaron
a la cara «indecente» y él respondió diciéndole a Sánchez «ruiz, ruin». En la
segunda campaña, el PSOE no logra repetir la experiencia, Podemos está
dispuesto a ir a todos los debates, Ciudadanos también quiere explotar la vena
televisiva de Rivera y el PP lo fía todo a que se vea por primera vez a Rajoy
con los nuevos candidatos.
El debate se presenta como histórico. En contra de lo esperado, los
principales ataques al líder del PP los protagoniza el candidato de Ciudadanos.
Una prueba de que lo que ocurre en un debate a veces no tiene nada que ver con
lo que luego pasa tras las elecciones. Uno puede ganar esa contienda
televisiva, pero luego quedar el cuarto en las urnas. O hacerle duras
acusaciones al contrincante, pero luego pactar con él. Así puede ser la
televisión.
Efectivamente, Albert Rivera asegura ante Mariano Rajoy que no apoyaría un
Gobierno con él como presidente por los casos de corrupción. También le
reprocha, periódico en mano, que enviaba mensajes a Bárcenas cuando estaba
imputado «diciéndole que fuera fuerte». «La nueva política de España merece un
nuevo Gobierno», sentencia Rivera. Puede que esa dureza con Rajoy ante el
electorado de derechas y haber negociado con el PSOE castigue electoralmente a
Ciudadanos más adelante.
Aunque aquel debate a cuatro tiene un punto determinante en la campaña
electoral que apenas se destaca. Hay millones de españoles viéndolo y Pablo
Iglesias renuncia a explicarles por qué no hubo acuerdo con el PSOE para
gobernar. Pedro Sánchez le acusa insistentemente de haber evitado, junto a
Rajoy, un Gobierno del cambio, e Iglesias, sorprendentemente, no responde. Es
el debate en el que Podemos confunde no enfrentarse descaradamente con los
socialistas con no dar explicaciones a la audiencia sobre lo ocurrido para que
no gobernara la izquierda. Es un fallo garrafal.
Pablo Iglesias le dice a Sánchez: «Usted se equivoca de adversario [...],
no soy yo, es Rajoy», o «estoy seguro de que los votantes nos quieren ver
entendernos». No es casualidad. Hay una estrategia hablada con su jefe de
campaña, Íñigo Errejón, por la que acuerdan no responder a lo que consideran
una campaña del PSOE para confrontar con ellos. Podemos equivoca confrontación
con explicación. Máxime cuando hay millones de espectadores delante. No puedes
darles la callada por respuesta.
Mariano Rajoy sale vivito y coleando del debate. Como mucho, se ha perdido
algún partido de la Eurocopa. Se estrena en la contienda a cuatro diciéndoles a
los demás que habían ido «a hacer prácticas» y que «no estudian los temas». Y
eso que, hace unos meses, el presidente en funciones reconocía que rechazaba
estos formatos, porque «hay que prepararlos».
Rajoy afirma que la corrupción en España es «alguna noticia en algún medio
de comunicación», que «se persigue y se castiga», pero pasa de puntillas por el
blindaje a Rita Barberá, a su tesorero o al presidente de Murcia, vinculado a
la Púnica, pero con quien acaba de arrancar oficialmente la campaña en un mitin.
Niega que haya subido impuestos, tras la mayor subida de la democracia, o que
haya habido rescate, a pesar del multimillonario «préstamo en buenas
condiciones» para la banca. La estrategia de medios del PP le sale redonda, con
el beneplácito de los formatos televisivos y con la astucia de Mariano, que ha
vuelto a demostrar que una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace. Él
puede permitirse negar sus principales puntos negros ante toda España sin que
ni siquiera le tiemble el pulso. Si acaso, le aparece ese tic que hace que
mueva un poco más un párpado.
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