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martes, 11 de abril de 2017

Yo tampoco maté a Carrero Blanco ...

Mi altocargo y yo
Yo tampoco maté a Carrero Blanco
'Pues si eso es un año de prisión, yo tenía que estar en cadena perpetua. Yo creía que era bueno alegrarse de que a los putos nazis les hicieran pupa'
ElPlural
Cristina Espinoza
Dom, 2 Abr 2017 


(Veinte de diciembre de 1973: vuelo procedente de Düsseldorf -los alemanes ponen nombres raritos, como los granaínos alpujarreños: Jorairátar, Mecina Alfahar, ahí te las compongas-  aterriza en Barajas. Frío y llovizna persistente. Dos mil  policías grises por metro cuadrado en la terminal. ETA ha asesinado a Carrero Blanco haciendo que su coche vuele literalmente por los aires de Madrid. Para muchos historiadores, incluso franquistas, es el principio del fin de la dictadura).

Digamos que es jueves y mi altocargo y yo seguimos ebrios de nosotros mismos; digamos que Susana va a lo suyo y que la oposición, pijos y perroflautas en pinza, clama con estertor contra su romería en las primarias. A esta gente no hay quién la entienda, coño, me digo, ¿quieren que se vaya o que se quede? Huanma tendría que decir, rememorando a Aznar: váyase, señora Díaz, váyase a ver si de una puñetera vez gana mi partido las elecciones. Y seguro que nos reiríamos mucho y le celebraríamos la ocurrencia y hasta le perdonaríamos esa cursilería apastelada en el orar que haría suicidarse a Juan Ramón.

A mi altocargo se le hacen muy cuesta arriba, empinados (con perdón) los delitos de opinión. Tiene manchado el expediente vital y si le pidieran el certificado de penales aparecería que fue procesado tres veces y condenado una de ellas en firme por el Supremo, ¿acojona, eh?,  por escribir de manera verdaderamente verdadera (Blas de Otero) que un fascista había sacado una pistola en un mitin. Y no era en la noche de los tiempos. Ya teníamos de ministro a Boyer, por ejemplo.
A mi altocargo le ha parecido extremamente ridículo, señor fiscal, extremadamente estúpido, señor fiscal, su inquina por el procesamiento y rematadamente injusta, señor juez, la condena a esa joven murciana llamada Cassandra, esos padres, por favor, esos nombres, por favor. Creemos en efecto, (nos encanta escribir en mayestático) que su ingenio tuitero no alcanza para merecer un año de prisión, de la misma manera que los insultos de Jiménez Losantos no merecen mayor reprobación penal que cambiar el dial de su radiotele de escupitajos.
Pues si eso es un año de prisión, yo tenía que estar en cadena perpetua, dice mi altocargo en modo provocando. Yo creía que era bueno alegrarse de que a los putos nazis les hicieran pupa. Y mira que cuando un indio yanqui de la película Malditos bastardos le arranca la cabellera a un soldado de Hitler no doy saltos en la butaca, más bien se me revuelve el estómago. Yo, señor fiscal, señor juez, señorías todas, debo confesar y confieso que me alegré mucho de la muerte de Franco. Creo que besé a una desconocida en la puerta de un cine y que un policía gris me pegó una hostia por pisarle la colilla de su cigarro queriendo.

Yo, mi altocargo sostiene, señor fiscal, señor juez, señorías todas, me alegré mucho de la muerte de Franco y me alegraré siempre de que todos los putos dictadores palmen, incluidos los comunistas, sea de un bombazo, sea de flebitis. Y si con eso estoy cometiendo un delito pues aquí tienen mi año de prisión. A mí, señor fiscal, señor juez, me entra una mala hostia que te cagas  cada vez que emite el canal Historia (casi todos los días, por cierto) el atentado fallido contra Hitler. Juro que me hubiera alegrado mucho su asesinato. No es una alegría enferma: ese atentado habría evitado el exterminio de millones de personas inocentes.

El 23 de diciembre del año 73 del siglo pasado, apenas barbilampiño y enamorado hasta la trancas de (una foto) de Marilyn Monroe, aterricé con mi padre en Barajas y hacía frío y había una llovizna gris y sin redes sociales ni nada nos enteramos al minuto uno de que un bombazo de ETA había acabado con el delfín del dictador, el garante militar de la continuidad de la dictadura, de la represión criminal de régimen que siguió ejecutando presos políticos hasta la última hora. Y la verdad, señor fiscal, la verdad, señor juez, la verdad señorías, por no andarnos con sinestesias, yo me alegré. Es más, creo que me alegré bastante. Y no me sale del alma reprimir ahora aquella lejana pero nítida alegría precursora de la transición que nos hizo respirar la libertad. Porque creía –y creo- que por una vez ganábamos los buenos de la película. Sea o no sea tal cosa un delito de opinión. Sea o no sea que salga el pasado de su tumba para volver a procesarme.
 Cristina Espinoza es periodista casi a su pesar y licenciada en Ciencias de la Información 


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