Mi
altocargo y yo
Yo
tampoco maté a Carrero Blanco
'Pues si eso es un año de prisión, yo tenía que
estar en cadena perpetua. Yo creía que era bueno alegrarse de que a los putos
nazis les hicieran pupa'
ElPlural
Cristina
Espinoza
Dom, 2 Abr 2017
(Veinte de diciembre de 1973: vuelo procedente de Düsseldorf -los alemanes
ponen nombres raritos, como los granaínos alpujarreños: Jorairátar, Mecina
Alfahar, ahí te las compongas- aterriza en Barajas. Frío y llovizna
persistente. Dos mil policías grises por metro cuadrado en la terminal.
ETA ha asesinado a Carrero Blanco haciendo que su coche vuele literalmente por
los aires de Madrid. Para muchos historiadores, incluso franquistas, es el
principio del fin de la dictadura).
Digamos que es jueves y mi altocargo y yo seguimos ebrios de nosotros
mismos; digamos que Susana va a lo suyo y que la oposición, pijos y
perroflautas en pinza, clama con estertor contra su romería en las primarias. A
esta gente no hay quién la entienda, coño, me digo, ¿quieren que se vaya o
que se quede? Huanma tendría que decir, rememorando a Aznar: váyase, señora
Díaz, váyase a ver si de una puñetera vez gana mi partido las elecciones. Y
seguro que nos reiríamos mucho y le celebraríamos la ocurrencia y hasta le
perdonaríamos esa cursilería apastelada en el orar que haría suicidarse a Juan
Ramón.
A mi altocargo se le hacen muy cuesta arriba, empinados (con perdón) los
delitos de opinión. Tiene manchado el expediente vital y si le pidieran el
certificado de penales aparecería que fue procesado tres veces y condenado una
de ellas en firme por el Supremo, ¿acojona, eh?, por escribir de
manera verdaderamente verdadera (Blas de Otero) que un fascista había sacado
una pistola en un mitin. Y no era en la noche de los tiempos. Ya teníamos
de ministro a Boyer, por ejemplo.
A mi altocargo le ha parecido extremamente ridículo, señor fiscal,
extremadamente estúpido, señor fiscal, su inquina por el procesamiento y
rematadamente injusta, señor juez, la condena a esa joven murciana llamada
Cassandra, esos padres, por favor, esos nombres, por favor. Creemos en
efecto, (nos encanta escribir en mayestático) que su ingenio tuitero no alcanza
para merecer un año de prisión, de la misma manera que los insultos de Jiménez
Losantos no merecen mayor reprobación penal que cambiar el dial de su radiotele
de escupitajos.
Pues si eso es un año de prisión, yo tenía que estar en cadena perpetua,
dice mi altocargo en modo provocando. Yo creía que era bueno alegrarse de que
a los putos nazis les hicieran pupa. Y mira que cuando un indio yanqui de
la película Malditos bastardos le arranca la cabellera a un soldado de Hitler
no doy saltos en la butaca, más bien se me revuelve el estómago. Yo, señor
fiscal, señor juez, señorías todas, debo confesar y confieso que me alegré
mucho de la muerte de Franco. Creo que besé a una desconocida en la puerta
de un cine y que un policía gris me pegó una hostia por pisarle la colilla de
su cigarro queriendo.
El 23 de diciembre del año 73 del siglo pasado, apenas barbilampiño y
enamorado hasta la trancas de (una foto) de Marilyn Monroe, aterricé con mi
padre en Barajas y hacía frío y había una llovizna gris y sin redes sociales ni
nada nos enteramos al minuto uno de que un bombazo de ETA había acabado con el
delfín del dictador, el garante militar de la continuidad de la dictadura, de
la represión criminal de régimen que siguió ejecutando presos políticos hasta
la última hora. Y la verdad, señor fiscal, la verdad, señor juez, la verdad
señorías, por no andarnos con sinestesias, yo me alegré. Es más, creo que me
alegré bastante. Y no me sale del alma reprimir ahora aquella lejana pero
nítida alegría precursora de la transición que nos hizo respirar la libertad.
Porque creía –y creo- que por una vez ganábamos los buenos de la película.
Sea o no sea tal cosa un delito de opinión. Sea o no sea que salga el pasado de
su tumba para volver a procesarme.
Cristina Espinoza es periodista casi a su pesar y licenciada en Ciencias de
la Información
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