Muere Carlos Slepoy, abogado de las víctimas del
franquismo
'Público' suspende el
homenaje que tenía previsto al jurista, fallecido a los 67 años hace escasas
horas por un fallo multiorgánico, el próximo jueves 20 de abril con el estreno del
galardón Derechos Humanos de este periódico
MARÍA SERRANO
“España ha
permitido el olvido, la desmemoria y, lo que es más grave, la legitimación de
los dirigentes franquistas”. Carlos Slepoy Prada nunca dudó, durante su
ejercicio como abogado en España desde 1979, de que en la España del 36 se
había cometido un verdadero genocidio. "Una limpieza sistemática",
recordaba en una reciente entrevista el abogado argentino, defensor de los
Derechos Humanos e impulsor de la querella argentina para la investigación de
los crímenes del franquismo.
Slepoy tenía la mirada
limpia. No albergaba ninguna duda de que había existido el asesinato, la tortura,
el terror más absoluto por parte de un grupo de paramilitares, como ocurrió en
su Buenos Aires natal casi cuarenta años más tarde. No era capaz de ocultar su
sensibilidad ante tantas víctimas, vencidas por la extraña memoria que había
tenido con ellos su propio país. No quiso ser espectador de aquella injusticia
y se convirtió en abogado activo de miles de víctimas del régimen de Franco,
impulsando la querella en el año 2010. Con la apertura de este proceso, ponía
en evidencia la impunidad de la Justicia española con los crímenes de su pasado
más reciente. Carlos también había aprendido a vivir con el odio de otra
dictadura que le había tocado muy de cerca.
Los
"chanchos" de la U9 de La Plata
Carlos Slepoy viviría en
Argentina las palizas de la represión en el año 1977. Dos semanas antes de que
estallara el golpe de Estado de Jorge Videla, el joven Carlos fue
encarcelado en varias prisiones y centros de tortura. Entre ellas, la Unidad
Carcelaria número 9 de la Plata.
Una placa reza hoy junto a la
prisión bonaerense en recuerdo de aquellos presos. "La dictadura militar
asesinó e hizo desaparecer a luchadores y familiares que soñaron un país más
justo y que comprometieron su vida en la defensa de los derechos humanos".
Este jurista argentino luchó por la reparación de sus compañeros, de los
desaparecidos y asesinados y de los que aún siguen vivos. Participó como
testigo en el juicio de sus propios carceleros, donde contaría las vivencias en
las celdas de castigo conocidas en la U9 de la Plata como "chanchos".
Los presos políticos tenían calabozos de tres metros de anchura, ingerían
guisos hirviendo sobre sus platos. Slepoy, al igual que sus compañeros, tenía
que arrojar al suelo de cemento este alimento para no desfallecer de hambre.
Los carceleros retiraban los platos en pocos minutos. Llegaban a beber agua de
las letrinas para tomar algo de líquido con lo que subsistir.
Su duelo carcelario
terminaría a finales del 77, cuando fue trasladado por una orden hasta España,
donde fijaría su residencia. El miedo de aquellos días nunca lo borró de su
memoria. "Me llevaron a La Plata esposado y en tren. La gente pasaba al
lado mío y ni siquiera miraba", recordaba el abogado.
Slepoy sabía que en Argentina
sí se juzgaba a los verdugos. Con más de mil seiscientos represores procesados
en su país, Carlos siempre recordaría que en España la Justicia miraba para
otro lado. No entendía la impunidad de los jueces. Así lo
trasladaba a los lectores de Público en una reciente columna
escrita el pasado 18 de julio, en el ochenta aniversario de la Guerra Civil.
“¿Serán capaces los jueces españoles de cumplir con los elementales principios
que adoptó la comunidad internacional hace ya setenta años? Expresamos nuestro
convencimiento de que muchos sí lo harán y abrirán el camino a la
reconciliación de las víctimas, no con los criminales, sino con la
administración de justicia de este país".
La causa contra el franquismo
y la querella
En el año 2007, actúo como
abogado de la acusación popular en los juicios que instruyó el juez Baltasar
Garzón contra el dictador Videla y otros miembros de la dictadura
argentina. Su batalla daría frutos. La Justicia española condenó al exmilitar
argentino Adolfo Scilingo a 1.084 años de prisión. También participaría
en las causas contra el exteniente argentino Ricardo Cavallo, el exdictador
chileno Augusto Pinochet y el ex dictador de Guatemala Ríos Montt.
Ya en el año 2010 pone en
marcha el proceso clave para la recuperación de la memoria en España, la
apertura de la querella argentina. La iniciativa sería anunciada tras conocer
que el juez Baltasar Garzón se sentaría en el banquillo por investigar los crímenes
del franquismo. "El objetivo es evitar que esos crímenes queden
impunes", explicaba entonces Slepoy. Carlos haría entonces un llamamiento
a los familiares de los 113.000 desaparecidos para que denunciaran los crímenes
en la querella.
El proceso se iniciaba con
dos querellas el 14 de abril de 2010, y en enero de 2013 habían aumentado hasta
150. La lista no paraba de sumar nombres de víctimas que se acogían al doloroso
y esperanzador proceso en todo el país.
Las primeras resoluciones de la jueza argentina María
Servini de Cubría ordenaban la captura de cuatro exmiembros de
seguridad del franquismo acusados de torturas. Contra los acusados -Jesús
Muñecas Aguilar (ex guardia civil ), Celso Galván Abascal (exescolta de
Francisco Franco y de la Casa Real), José Ignacio Giralte González (exmiembro
de la Brigada Político Social) y José Antonio González Pacheco, alias Billy El
Niño (exinspector)- pesaba una orden de captura
internacional para que fueran extraditados a Argentina.
La lista seguía sumando
culpables. En 2015, 17 altos cargos del franquismo y de la Transición,
entre ellos Martín Villa y Utrera Molina (el suegro del exministro
Gallardón), afrontaban órdenes de captura por crímenes de lesa humanidad y
genocidio.
El pasotismo de la
Justicia española
Sin embargo, la Justicia en
España ponía resistencia a la extradición basándose en los principios de
prescripción. No se declinaría a juzgar a los responsables. Slepoy volvía a
contemplar como se vivía en España "un bochornoso espectáculo de impunidad
con la causa del franquismo".
Sin hacer caso a las
peticiones de la Justicia argentina, Slepoy lucharía hasta sus últimos días
para hacer efectivo el proceso en la búsqueda de la verdad y el convencimiento
de que esta importante querella conseguiría tramitar condenas efectivas. Sin
embargo, el abogado recordaría que "esa realidad por ahora estaba un poco
lejana".
La querella continúa sumando
testimonios de familiares de desaparecidos, asesinados o torturados por el
régimen de Franco y su anterior guerra. La causa de Slepoy sigue su curso con
una trayectoria marcada, que podría lograr el fin de este complejo proceso.
A la memoria de Carlos y los
suyos.
Público
17-4-17
Alejandro TorrúsRedactor de Memoria Histórica de ‘Público’
Hace ya cinco años que me obligaste a sentarme frente a ti. A relajarme. A dejar de hacer preguntas y a reflexionar sobre una. “¿Crees que todo esto que hacemos es para reparar la historia y estar bien con nuestra memoria?”. Me lo preguntaste así. A bocajarro. Tímido y cortado, no sabía qué responder. Los periodistas siempre tenemos miedo a quedar como los inútiles que somos delante de nuestras fuentes. Balbuceé algo que no recuerdo muy bien y entonces vino la explicación.
Soy incapaz de entrecomillar aquellas palabras (nunca llegaría a la altura de lo que dijiste) pero viniste a transmitirme la idea de que esto no era Memoria Histórica o, al menos, no sólo era eso. Me hablaste de que la lucha por la Justicia de las víctimas del franquismo es presente y futuro, nunca pasado. Por nuestro presente y por el futuro de las nuevas generaciones. De que se haga Justicia con nuestros mayores depende que nosotros podamos vivir en un país mejor, que garantice mejor nuestros derechos y que nos asegure que nunca más volverá a pasar lo que pasó. Y que nunca más quedará impune. Además, añadiste a la ecuación el componente internacional. “Si hoy violan los derechos de los argentinos, mañana podrán ser los tuyos. La justicia universal no es más que aplicar la solidaridad entre los pueblos”. De esa frase sí que me acuerdo. Cómo olvidarla.
Hoy te has ido. Pero con nosotros queda todo lo que nos has enseñado. Nos queda tu ilusión, tus ganas de luchar y tu convencimiento de que la lucha por los Derechos Humanos siempre se gana. Recuerdo uno de tus excelentes discursos sobre la pronta victoria de las víctimas del franquismo. Levantaste al público, que te aplaudía con fervor. Te pregunté que por qué decías que todo iría bien si casi nunca sucede con las víctimas más humilladas de este país. Me dijiste entonces que la lucha por los Derechos Humanos siempre se gana, pero que las batallas son largas y hay que mantener a las tropas con ilusión y con ganas de luchar.
Y aquí seguimos, Carlos. En la lucha. Tú nos enseñaste que aquellos que cierran hoy las puertas de la justicia universal en España, que aquellos que niegan la justicia para las víctimas de la dictadura, que protegen al torturador Billy el Niño, que nos impiden buscar a los bebés robados… no son más que cómplices de un genocidio. Que podrán acumular todos los cargos, insignias, poder y medallas, pero que nunca tendrán nuestro respeto.
Dice el famoso tango, ese que tanto nos gustaba, que el siglo XX fue y será una porquería. Y vaya si lo fue. Que los que hoy se llaman señores bien pueden ser ladrones. Y eso que cuando se compuso Cambalache la inmensa mayoría de tragedias del siglo XX todavía no habían tenido lugar. El siglo XX aún tendría que ver aún, entre otras barbaridades, la Guerra de España y la feroz represión franquista que se extendió durante 40 años, el asalto al Palacio de la Moneda, la dictadura militar argentina y sus viajes de la muerte y tantas y tantas invasiones.
Por eso tú fuiste tan importante, Carlos. Porque si en el siglo XX, como dice la canción, nos hemos revolcado en el lodo de los cochinos… tú, Carlos, tú nos ayudaste a limpiarnos, a ponernos ropa limpia y a salir ahí fuera a pelear por nuestra dignidad y por la de los nuestros. Y tu batalla fue infatigable. Ni una maldita silla de ruedas pudo frenarte. Afrontaste con una sonrisa cada uno de los reveses de la vida y para colmo tenías una broma que gastar a cada uno de los que te rodeábamos. “Che, Alejandro, ¿que nos hizo el Elche hoy? ¿Ganamos la Liga o nos están robando?”, me decías a menudo.
Hoy solo se me ocurre despedirme de ti lanzándote el mensaje que tantas veces me mandaste tú a mí. Que la lucha sigue. Que nunca termina. Y así será, Carli. Tienes todo mi compromiso de que no vamos a parar ni un segundo. Que vamos a seguir denunciando injusticias, tejiendo redes, construyendo solidaridad y siguiendo tu ejemplo. La lucha sigue, Carlos, y vamos a ganar.
Gracias por tanto. Gracias de todo corazón.
Carli Slepoy, ejemplo de humanidad y lucha… Hasta siempre
Jorge Fonseca
Profesor en la Universidad Complutense de Madrid
Profesor en la Universidad Complutense de Madrid
Ha fallecido Carlos Slepoy. Resulta muy difícil y duro escribir sobre una
persona muy querida cuando se está partido por el dolor de su pérdida. Si esa
persona es además alguien que ha hecho honor a la humanidad el dolor es más
fuerte. Esa es la situación en la que escribo (escribimos, debería decir, todas
las personas que le lloramos) estas líneas sobre nuestro amadísimo Carli, Carlos
Slepoy, el grandísimo ser humano, el grandísimo defensor de derechos humanos.
Carli es uno de los abogados que junto al juez Baltasar Garzón impulsó la
Justicia Universal. Inició las causas contra los genocidas de la dictadura
cívico-militar argentina dirigida por Videla, que dieron lugar a
que se detuvieran en España a varios torturadores argentinos que fueron
parte del aparato represivo que implantó el terrorismo de Estado causante de la
muerte de decenas de miles de personas, de las cuales más de 30.000 están
“desaparecidas”, es decir asesinadas y arrojadas al mar o a fosas
comunes. Carli es también unos de los principales impulsores de la
querella argentina contra los crímenes del franquismo, iniciada el
14 de abril de 2010 –la coincidencia con el día de la República no es
casualidad-, también uno de los abogados que promovió el juicio contra el
régimen terrorista de Pinochet, juicio que provocó que el genocida dictador
Pinochet estuviera detenido dieciséis meses en Londres. También promovió el juicio
contra el genocida guatemalteco Ríos Montt.
La historia de Carli es una historia de amor a la vida y a la humanidad.
Desde que se graduara de abogado en Argentina, ejerció como laboralista y creó
una red de defensores de activistas sindicales y políticos junto a otros once
colegas. Cinco de ellos fueron posteriormente asesinados “desaparecidos”.
Carli, militante político revolucionario, de la izquierda que entiende
que en el capitalismo son imposibles la justicia y la democracia
verdadera, pero que luchar por ellas es luchar contra el capitalismo y por una
sociedad humanizada, fue detenido en marzo de 1976 unos días antes del golpe de
Videla, cuando el gobierno de Isabel Perón y su brazo derecho López Rega había
desplegado los terribles escuadrones de la muerte. Fue llevado a la ESMA
(Escuela de Mecánica de la Armada), que ya empezaba a funcionar como centro
clandestino de torturas de secuestrados, y que después del golpe cívico-militar
se convertiría en el mayor centro de tortura y exterminio del régimen
terrorista, donde fue sometido a tortura incluyendo un simulacro de
fusilamiento. Posteriormente su detención fue “legalizada” y enviado
oficialmente a un penal estatal, donde igual que el resto de detenidos
políticos sufrió otras diversas formas de maltrato. Su compañera Andrea- madre
de sus hijos- y una de sus hermanas también fueron secuestradas y liberadas al
cabo de unos días. La presión familiar y de organismos defensores de detenidos
políticos consiguió que la dictadura lo deportara a España a fines de 1977.
Desde entonces Carli fiel a su ética siguió defendiendo trabajadores y con el
resto de exiliados argentinos denunciando los crímenes de la dictadura y
trabajando por el retorno a la democracia en Argentina. En ello estaba cuando a
principios de 1982 un guardia civil español borracho y fuera de
servicio, le dejó inválido de la cintura para abajo con un tiro por la
espalda, cuando Carli intervino para pedirle que dejara de intimidar con su
arma a unos adolescentes en una plaza de Madrid. Desde entonces los problemas
de salud derivados de esa situación fueron frecuentes, pero Carli siempre los
llevó con fortaleza y sin perder su eterna sonrisa que no olvidaremos jamás. En
los últimos años, las secuelas de aquel atentado se agravaron hasta llevarlo a
la muerte. Muerte que le llega después de un largo periodo de recaídas en su
salud, quebrada hace treinta y cinco años por aquel impune disparo a traición.
A pesar de su dura vida cotidiana debida a las secuelas físicas de aquélla
criminal agresión, Carli no descansó hasta el último momento en su trabajo por
los derechos humanos universales, no dejó de luchar ni de sonreír. Por ese
trabajo, recibió numerosos reconocimientos. Precisamente para este jueves 20
estaba prevista la entrega del Premio Internacional de Derechos Humanos
concedido por el Diario Público, en el que todos los que le amamos
esperamos estar. Sin embargo Carli, ante cada reconocimiento, con sincera
humildad, decía que el mérito era de los movimientos sociales y organismos de
derechos humanos, especialmente de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo,
símbolo universal de la de denuncia de las violaciones y de la lucha por la
verdad, la memoria y la justicia. Estos días Estela Carloto, referente de
Abuelas de Plaza de Mayo, decía a la familia de Carli que éste era el más
maravilloso ser humano. Nos adherimos todos los que le conocemos.
Carli dedicó su vida a defender derechos y a dar amor, por eso somos
inmensa legión las/los amigas y amigos, familiares, que hoy nos sentimos
huérfanos, junto a sus amados Natalia, Paula y Óscar, y lloramos su muerte.
Pero no olvidaremos que Carli no dejó nunca de luchar. No dejaremos de reclamar
memoria, verdad y justicia. No dejaremos de creer que una humanidad socializada
es posible y necesaria. Recordaremos a Carli con su sonrisa eterna, su voz y su
guitarra. Buen guitarrista y mejor cantante, con voz de tenor con marcado
acento porteño –cordobés yo, le decía en broma que “le operaríamos” ese acento,
pues a los no porteños les suena como altanero, muy lejos de la personalidad de
él-. Ni olvidaremos las guitarreadas con asado que reunía a argentinos,
latinoamericanos y españoles que sin renunciar a nuestros orígenes y patrias
creemos que la única patria grande es la Humanidad. Nos resonará para siempre
su voz cantando entre todos Hasta Siempre, canción que nos une a todos los que
no queremos dejar de sentir “en lo más hondo cualquier injusticia cometida
contra cualquiera en cualquier parte del mundo” como escribió el Che en la
despedida a sus hijos. Los hijos de Carli, y todos los que le queremos, no nos
olvidaremos de ello y asociaremos siempre con Carli aquéllos versos del
revolucionario Julius Fucik que como recuerdan sus hermanas Silvia
y Norma, Carli leía en su adolescencia junto a ellas: “Amaba la vida y
por su belleza marché al campo de batalla. Humanidad os he amado. Que la
tristeza jamás sea unida a mi nombre. Llorad un momento, si creéis que las
lágrimas borrarán el triste torbellino de la pena, pero no os lamentéis. He
vivido para la alegría…. Agravio e injusticia sería colocar sobre mi tumba una
tristeza”. Te lloramos Carli, pero con pena que es semilla de vida y alegría
por haber compartido vida y luchas con vos querido amigo, querido hermano,
querido padre, querido abuelo, querido suegro, querido tío, querido compañero.
Porque estas sencillas palabras las escribe todo un inmenso amor colectivo.
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