Público
30 mayo 2.017
Cristina Fallarás
Periodista
Periodista
Nunca me han insultado tanto como cuando me meto con la Virgen. Así que no
voy a enrollarme, que luego se me lían. Voy concisa:
La iglesia católica (o sea lo que somos los/as españoles/as, incluso los
rabiosamente ateos) maneja dos modelos básicos de mujer: Eva y la Virgen María.
Los dos modelos están construidos contra la mujer.
Eva somos todas. Y la Virgen, ninguna.
Eva es el paradigma del pecado y la tentación, la lubricidad y el daño al
macho. Por culpa de Eva (que, insisto, somos todas), el macho cayó en el
pecado. Él no quería, pero la muy puta le dio una manzana y ahí se fue todo al
demonio. Eva es culpable. Todas las mujeres, según esa construcción, nacemos ya
con el estigma de la culpa (de ahí que no tengamos cabida en las instituciones
católicas, entre otras cosas). Y la culpa se castiga, se pena y se hace pagar.
Frente a Eva, la Virgen.
La Virgen es lo opuesto al sexo, al pecado, a la manzana y a la puta, que
tienta. O sea, la Virgen es la que no copula, no como tú, marrana. Eso sí, en
el colmo de lo rizado de su tirabuzón, pese a no copular, queda preñada. La
Virgen es el modelo puro, la aspiración, aquello que no eres (porque eres la
otra, so pecadora), pero deberías anhelar. Es lo contrario a la sangre, fuente
de toda impureza. No necesita sangre ni sexo para ser madre, a ver si otras
aprenden.
Nosotras, con nuestra sangre. Ella, con su paloma.
Así que, del mismo modo que mereces castigo por lo de la manzana, o sea por
ser Eva, lo recibirás también por no ser la Virgen, como deberías. Por ambas razones,
la mujer es la culpa andante. O sea, merecedora de toda condena, posterior
castigo y denigración.
Puede usted ver o no ver relación entre todo esto y la violencia contra las
mujeres. Allá su capacidad de conexión.
Ahora, señores de uno y otro lado, Kichis y Fernández Díaz de turno,
pónganle una medalla a Santa María de Loquelesplazca.
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