La bilis
de Corcuera o Corcuese
Público
23/05/2017
José Luis Corcuera, ex ministro del Interior de Felipe González, ha
anunciado tras el triunfo de Pedro Sánchez en las primarias del PSOE que deja
el partido, pero la noticia en realidad no fuera tanto que se iba sino que
estaba. A Corcuera se le ha visto muy cabreado, aunque esto sí que no es
noticia porque ha sido su estado natural en los últimos quince años. Ese tiempo
le ha permitido descubrir su verdadera vocación como tertuliano y estrella de
la tele de los obispos, donde la bilis de la vieja guardia del PSOE contra los
teóricamente suyos está muy cotizada.
Corcuera se ha ido echando pestes contra Sánchez, las mismas que arrojaba
contra Zapatero, del que decía que era un populista autoritario y demagogo. Su
encono venía de antiguo. El exministro se presentó un día en la sede de Ferraz
y exigió a gritos ver al entonces secretario de Organización, José Blanco.
Corcuera estaba muy madrileño, o dicho de otra forma, un poco cocido, y eso que
no llevaba la bota de vino con el que montó un cirio del quince en el Bernabéu
en un Madrid-Athletic. El partido había decidido dejar de pagar las facturas de
los abogados de la antigua cúpula de Interior, entre ellas los de Rafael Vera y
del propio Corcuera, en el caso de los fondos reservados que se desviaban
al pago de sobresueldos a altos cargos. Corcuera fue absuelto de malversación
pese a las “sospechas” y su letrado, Leopoldo Torres, no cobró pero fue
compensado con otros asuntos. Fue cuando empezó su particular guerra sucia.
La historia no ha tratado bien a Corcuera, en parte por el empeño personal
del afectado. Sindicalista de la UGT y entonces delfín de Nicolás Redondo, el
sindicato le consideró un traidor por su posición favorable a las tesis de
Felipe González en la reforma de las pensiones. Dimitió y se integró rápidamente
en la Ejecutiva del PSOE hasta su nombramiento como ministro del Interior,
donde dejó para la posteridad una ley de Seguridad Ciudadana contra la que se
manifestaba hasta el PP. Vista con perspectiva, la de Corcuera y su patada en
la puerta era, en comparación con la ley mordaza de Rajoy, la declaración
universal de los derechos humanos.
El electricista de Altos Hornos que llegó a ser ministro cultivó con esmero
un papel de ogro que, por otra parte, le salía de dentro con la misma
naturalidad con la que un perro ejecuta sus micciones en los árboles. Más que
pretérito imperfecto del subjuntivo, Corcuera o Corcuese siempre ha sido un
subordinado de un felipismo por el que siempre ha manifestado profunda
adoración, incluso cuando no entendía alguna de sus decisiones como la de hacer
diputado a Baltasar Garzón, al que pudo odiar libremente desde su renuncia al
escaño un año después.
La manera de odiar de este gran jugador de mus es descomunal. Ha odiado a
Garzón, a Belloch, a Margarita Robles y, en general, a todos aquellos que se
negaron a cerrar las filas y los ojos a los crímenes del GAL y a los desmanes
de Interior, entre ellos a los periodistas que los denunciaban. Ha odiado a
Zapatero y a su ‘happy pandy’ y ahora hace lo propio con ese “incompetente” de
Pedro Sánchez que quiere pactar con Pablo Iglesias, al que alguna vez le ha
pedido que se quite los mocos para hablar de su dios Felipe. Con las bestias
negras de Corcuera se podría montar un zoológico muy concurrido.
Ese mismo odio es el que alimenta a gran parte de la llamada vieja guardia
del PSOE, que de ir de plató en plató dando carnaza con sus exabruptos a las
televisiones de ultraderecha, pero no sólo a ellas, ha hecho su medio de vida.
Los desafectos deben todo a ese partido al que tanto denuestan. Dan bien en
pantalla como indignados o permanentemente cabreados. Corcuera es que lo borda,
oiga.
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