El día en
el que Utrera Molina puso a tiro 4.601 perdices para que Franco las aniquilara
La matanza tuvo lugar en 1959 en
Ciudad Real, pero las fotografías permanecieron secuestradas hasta 1983
L. RODRÍGUEZ
ElPlural
Dom, 7 Mayo
2017
Lo contó Andrés Trapiello y ELPLURAL.COM: una mañana de octubre de
1959, el gobernador civil de Ciudad Real, una especie de virrey en el
franquismo, José Utrera Molina, suegro de Alberto Ruiz Gallardón, recientemente
fallecido a la edad de 91 años, llamó al fotógrafo local, Eduardo Matos
Cuesta, informándole que en una hora y media pasaría a recogerlo una
pareja de la Guardia Civil y le llevaría a un determinado lugar para que
inmortalizara con su cámara Laica la cacería protagonizada por el dictador Francisco
Franco. Cuando Matos, tuerto de un ojo, llegó a la finca de la Encomienda de
Mudela, propiedad por aquel entonces del Ministerio de Colonización, vio la
mayor matanza de perdices jamás antes fotografiada. En el suelo de la hacienda,
los mozos y secretarios de las 20 escopetas participantes de esta cruel y
desmedida carnicería de sangre y plomo, incluida la del general genocida,
habían colocado en pareja de a dos y en interminables filas, formando un enorme
rectángulo, a las aves abatidas. El espectáculo, como muestra la fotografía
era, sencillamente, dantesco.
Utrera el fiel servidor falangista
El suegro de Gallardón, que había sido premiado cuatro años antes con el
Gobierno Civil de Ciudad Real, se implicó activamente para satisfacer las
desaforadas ansias de Franco en batir el récord de ojeo de perdices. Utrera
Molina puso en bandeja de plata al dictador 4.601, o 4.608 (el número varía,
según testimonios), perdices rojas, a las que previamente les fue recortada las
alas timoneras para que no emprendieran vuelos altos y largos, y así el
sanguinario cazador desde su puesto fijo fuera abatiendo una a una, mientras
que la España del racionamiento, el hambre y la miseria campaba a sus anchas. A
Francisco Franco le tuvo que gustar, y mucho, la organización de la cacería,
porque poco después el fiel servidor falangista de Utrera ocupó el mismo
cargo en Burgos y en Sevilla, para finalmente ser nombrado ministro de la
Vivienda con Carrero Blanco y ministro secretario general del Movimiento con
Arias Navarro, poco antes del fallecimiento del dictador (1974).
"Si se mata lo ponemos con las perdices"
El panorama que se encontró el fotógrafo tuerto, ciudadrealeño de adopción,
exigía la utilización de una atalaya desde donde inmortalizar la gesta de
sangre del genocida y de sus adláteres. La escopeta nacional se lo había puesto
muy difícil, así que Eduardo Matos pidió una escalera de tijera para poder
subirse a ella y con perspectiva tomar la instantánea aérea que permitiera
fotografiar a Franco, y al resto de las escopetas, rodeado de las 4.601
perdices rojas abatidas en la Encomienda de Mudela por estos mal llamados
cazadores, cuando el calificativo que definía a la perfección esa matanza de
aves se ajusta más al de depredador. Cuando Matos estaba en lo alto de la escalera,
el dictador bromeó con la concurrencia, siempre dispuesta a halagarle,
comentado: “Como se caiga el fotógrafo y se mate, lo tendremos que poner entre
las perdices”. Una carcajada bufonesca acompañó al chiste de mal gusto de una
persona con las manos manchadas de sangre, tanto que en esos años había firmado
la ejecución del comunista Julián Grimau, a pesar de la presión internacional a
la que Franco consideraba perteneciente a una “conspiración
masónico-izquierdista”.
Obsesionado con la caza
Y es que el dictador estaba obsesionado con la caza, tanto es así que el
teniente general Francisco Franco Salgado Araujo, jefe de su Casa
Militar, aseguraba que “la parte más débil del general resultó ser su
desmedida afición a la caza. Se le adulaba por esto y se le facilitaba
satisfacer su afición”. Aun es más, Franco no dudaba en abandonar El Pardo
hasta 17 días al mes para dedicarse a tirar a la perdiz, su verdadera afición.
En este sentido, su médico personal, Vicente Gil, aseguró en su día que el
dictador llegaba a disparar hasta 6.000 cartuchos en una cacería. “Eso es
terrible para un hombre de su edad. El día menos pensado le revienta la aorta.
¿Qué puede hacerse para frenar esta desmedida pasión por las cacerías?”, se
preguntaba Gil.
Historia de una fotografía
Por razones de plena vergüenza torera, suponemos, las fotos tomadas el 18
de octubre de 1959 por Eduardo Matos en la Encomienda de Mudela no se
publicaron y desde aquel entonces las placas de cristal de gelatino-bromuro
permanecieron en los archivos del Ministerio de Información (luego de
Interior), antes de la Gobernación, hasta que, en 1986 y por mediación de
Tierno Galván, entonces alcalde de Madrid, se le restituyeron a Matos, publicó
en su momento el periodista Jaime Peñafiel, aunque otras versiones apuntan a
que el fotógrafo se hizo con los negativos en 1983, para años después ver
publicadas las fotos en un libro, ya agotado, que la Diputación de Ciudad Real
había dedicado al fotógrafo. Sin embargo, Peñafiel “vendió” en 2010 en El Mundo
una gran exclusiva inexistente, cuando en realidad las fotos ya se habían dado
a conocer 12 años antes en el citado libro.
De izquierda a derecha: José Utrera Molina, Aurelio Segovia Mora-Figueroa,
José Ramón Mora Figueroa, José María Sánchiz Sancho, Carmen Franco, Marqués de
las Almenas, Sra. Aznar, Cristóbal Martínez Bordiú, Carmen Polo, Franco, Mateo
Sánchez, Conde de Caralt, Fernando Terry, Sra. Cánovas, Cirilo Cánovas, Conde
de Teba, Fernando Fuertes de Villavicencio y Vicente Gil, médico de Franco.
Rodeados de 4.601 perdidas abatidas.
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