03 Sep 2017
Público
Javier López Astilleros
Historiador
Historiador
Mia Khalifa es una conocida intérprete de cine porno procedente del Líbano, como
muchos aficionados a este género saben, y se encargan de difundir con especial
pasión por las redes sociales.
El nombre de esta mujer, por la que suspiran millones de espectrales
amantes, es de los más buscados en internet, según el oráculo de Delfos que
es Google.
Como era de suponer, el ISIS no ha tardado en amenazarla de muerte. Y eso a
pesar de que la libanesa dijera que no es musulmana. Debe de ser por su
condición de árabe. Desconocía que el ISIS defendiera también la causa árabe
del pudor.
Para llamar la atención todo lo posible, la joven Khalifa se ha
puesto un hiyab mientras practica sus menesteres sexuales, ese pañuelo
objeto de todo tipo de conjeturas, por el que muchas y muchos demuestran su
apego a la fe, su identificación cultural, o ambas cosas a la vez. Se dan,
lógicamente, muchos colores intermedios o mezclados, hasta hacerse una masa
difícil de describir con precisión del porqué del hiyab.
La “actriz” señala que se trata de una sátira, aunque no sabemos de qué, si
de las huríes del imaginario salafista, o de sí misma, una chica que
parece triunfar por su condición de árabe, y que rompe todos los tabúes ante el
público liberal.
Lejos de lo que muchos consideran, y según el oráculo de los algoritmos,
son las sociedades compuestas por musulmanes desde donde se busca más porno en
la red. Pakistán, Egipto, Irán, Marruecos, Arabia Saudí y Turquía son
los reyes del panteón de esta práctica tan universal, aunque en este caso
chocan con preceptos claramente relacionados con el Islam, como es notorio.
Es evidente que la pornografía va de la mano de gran número de
manifestaciones estéticas del mundo contemporáneo. El grueso de la industria
está en EEUU y Alemania, dos superpotencias económicas del mundo. Y mueve más
dinero que la madre del cordero audiovisual, es decir, Hollywood.
Pero no todo es liberalismo en el mundo globalizado. En enero del 2011,
Indonesia detuvo al cantante pop Nazril Irham, tras protagonizar un
vídeo porno. De inmediato, inversores extranjeros criticaron la decisión, y
supeditaron sus futuros negocios a una “mayor apertura”.
Una advertencia un tanto turbadora, como si los negocios fueran de la mano
de la pornografía. Me pregunto si serían capaces de amenazar a China de esa
manera, o sí ya lo han hecho pero no es pública la advertencia.
Es pocas palabras, el ISIS económico amenazaba a un gobierno
corrupto que detenía a un cantante por su afición al sexo publicado.
La realidad es que la utilización de la pornografía es un arma de guerra.
Los abusos sexuales también. Ya lo vimos en Redacted, de Brian de Palma,
a propósito de la invasión de Irak, y las violaciones de niñas de algunos aguerridos
marines.
Sucede donde ha puesto la zarpa el régimen económico de la usurpación de
los recursos ajenos. Y lo hace con especial alegría sin que la ciudadanía globalizada
sea debidamente informada sobre este modo de explotación y humillación.
Cuenta Arturo Barea que la antigua ciudad de Xauen pasó de santa a
un prostíbulo de españoles y anglosajones. Los franceses arrancaban el hiyab
de las argelinas, con el objetivo de castigarlas en público. Son muchos los
ejemplos en la historia destinados a despojar del hiyab a las mujeres
musulmanas.
Sin embargo, el caso de Mia Khalifa es inverso. Es una chica libanesa
educada en los EEUU desde que era una niña. Era una mujer sin hiyab, sin
ninguna característica interna o externa para identificarse como una musulmana.
Se trata de una mujer, que lejos de quitarse el hiyab, con el supuesto
fin de liberarse de la opresión, se lo pone en sus tejemanejes sexuales. Y
consigue un premio de gran utilidad que manifiesta la hipocresía global:
el fenómeno de la identificación, lo que no es irónico, sino un sarcasmo, al
que contribuyen no pocos internautas procedentes de países donde hay gran
número de musulmanes, cuando teclean en su ordenador “porno con hiyab”-un
auténtico y despiadado oxímoron- afirmando un deseo que sí se da, que funciona,
y que da enormes cantidades de dinero y genera todo tipo de frustraciones.
El bucle entre Mia Khalifa y el ISIS está perfectamente cerrado. Ambos hacen
dinero con la explotación sexual. Una, de un modo consciente. Los otros
también. Y de qué manera. Cuando una aprieta, los otros reaccionan, y así
consecutivamente, hasta que se decida fijar la atención en otras cosas. No se
trata únicamente de hacer caja, sino de interpretar y representar en el gran
espejo del mundo todas las despiadadas contradicciones.
En definitiva, les dejo con Mia Khalifa.
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