Quién robó el cadáver de Chaplin y dónde está ahora
El artista protagonizó un sainete
que podría haber sido escrito por él mismo, pero fue real
ElPaís
La familia
de Chaplin durante el pequeño funeral privado que organizaron en 1977. Su
viuda, Oona, está a la izquierda, con gafas negras y las manos agarradas. Fue
en el cementerio Corsier-sur-Vevey, en Suiza. Dos meses después fue robado el
cuerpo. GETTY
Podría ser una escena de una
película de terror de serie B, pero ocurrió en la madrugada del 1 de marzo de
1978, hace 40 años, en el cementerio de Corsier-sur-Vevey (Suiza). Tras horas
de búsqueda en la oscuridad bajo la lluvia (que caía en horizontal por las
fuertes rachas de viento), los dos hombres dieron con su objetivo: una lápida
blanca que destacaba entre las más de 400 anónimas con la siguiente
inscripción, “Charles Chaplin 1889-1977”.
A continuación, los dos hombres
pasaron un par de horas cavando la tierra aún fresca (Chaplin había sido
enterrado el 27 de diciembre de 1977, dos días después de su muerte), cargaron
el ataúd en su furgoneta y huyeron sin ni siquiera molestarse en rellenar el
hueco: los profanadores dejaron la montaña de tierra al lado del agujero para
que la policía lo descubriese a la mañana siguiente. Esta invasión de los
ladrones de cuerpos se acabaría convirtiendo en un thrillerprimero
y en una comedia de enredo después.
Durante diez
semanas, la policía suiza y la Interpol apenas encontraron pistas más allá de
un par de llamadas anónimas en las cuales varios bromistas aseguraban tener en
su poder el ataúd
Durante diez semanas, la policía
suiza y la Interpol apenas encontraron pistas más allá de un par de llamadas
anónimas en las cuales varios bromistas aseguraban tener en su poder el ataúd.
Algunas de esas llamadas impostoras iban más allá y amenazaban las vidas de los
hijos de Charles Chaplin. Uno de sus vástagos (tuvo nada menos que once),
Eugene, recuerda que
nadie reía en aquella casa porque unos meses antes un político italiano Aldo
Moro había sido secuestrado y asesinado. “El ambiente era horrible, todo el
mundo estaba muy nervioso; los terroristas que mataron a Moro también habían
asesinado a su chófer de modo que nuestro conductor sudaba como un loco. Fue un
suceso horrendo, especialmente en un país como Suiza, donde las cosas siempre
son muy tranquilas”.
La nación más neutral de Europa vio
su apacible existencia sacudida por un crimen tan macabro que, durante esas
diez semanas sin noticias, el mundo quiso encontrarle un sentido perverso,
místico o político al suceso. Porque eso de las fake news no
es un invento del siglo XXI.
Se habló de que el robo había sido
perpetrado por antisemitas, contrarios a que Chaplin (quien, según ciertos
rumores de la época, era judío) yaciese en un cementerio anglicano. Otros
aseguraban que los autores eran nazis, enfurecidos por la parodia de Adolf Hitler que Chaplin inmortalizó en El gran dictador y
que se hizo casi tan famosa como el propio dictador alemán. También circuló la
teoría de que unos admiradores del artista habían exhumado el cadáver para
darle sepultura en Inglaterra, su país de origen.
Pero la realidad, por una vez, no
superó a la ficción y la resolución del crimen acabó siendo mucho más vulgar,
mundana y delirante que cualquier fascinante teoría de la conspiración. Los
tipos que perpetraron el robo del ataúd resultaron ser dos ladrones de poca
monta, tan inexpertos y desesperados que primero pidieron un rescate y luego se
pusieron a regatear el precio.
Los ladrones sonaban nerviosos y
ponían voces cada vez que llamaban a la residencia Chaplin (un castillo en la
región de Laussane, cerca del cementerio) y le proponían al mayordomo, un señor
impertérrito llamado Giuliano Canese, un precio distinto a cambio del ataúd.
Primero pidieron 600.000 francos
suizos (poco más de medio millón de euros). La viuda de Charles Chaplin, Oona
(con la que tuvo ocho hijos, era la hija del dramaturgo americano Eugene
O'Neill), se negó a ceder y declaró que su marido “habría encontrado toda esta
situación ridícula”. Entonces los secuestradores probaron con un cambio de
moneda, no fuera a ser quizá que el problema fuese la divisa, y pidieron
600.000 dólares americanos (485.000 euros).
La respuesta seguía siendo no. ¿Y
qué tal 500.000 dólares? Nada. La matriarca de los Chaplin siguió dándoles
largas hasta que bajaron su precio a 100.000 dólares (80.000 euros) y entonces
aceptó, pero solo para tenderles una trampa y que la policía les detuviera:
nunca había tenido la menor intención de darles ni un dólar. Las autoridades
acordaron el traspaso de un maletín con 100.000 dólares, tal y como ellos
habían exigido, entregado personalmente por el mayordomo de la familia. Un
policía suizo se hizo pasar por el mayordomo y condujo el Rolls Royce hacia el
lugar de la entrega con tan mala suerte que el cartero del pueblo, al ver a un
hombre desconocido conduciendo el automóvil de los Chaplin, se puso a seguirle.
La policía detuvo por error al cartero y la misión fue abortada.
Pero los ladrones no se rendían y
concretaron, con asombrosa precisión, que llamarían una vez más a la residencia
Chaplin para renegociar el rescate el 17 de mayo a las 9:30 de la mañana. La
policía desplegó una operación de vigilancia sobre más de 200 cabinas
telefónicas de Laussane y así pudo detener a Roman Wardos, un polaco de 24
años, y posteriormente a su cómplice Gantscho Ganev, un búlgaro de 38.
Estos dos mecánicos confesaron que,
apurados por su precaria situación económica, le habían estado dando vueltas a
la idea de cometer un crimen que solucionase sus problemas sin usar la
violencia. Y cuando un día estaban leyendo el periódico, se encontraron con la
noticia de que alguien había robado un cadáver en Italia y había pedido un
rescate a cambio de devolverlo. Y de ahí cogieron la idea: robarían el cadáver
de Chaplin. Donde cualquier otra persona vería un suceso escalofriante, Wardos
y Ganev vieron una oportunidad de forrarse.
Wardos, el cerebro (es una forma de
llamarlo) de la operación, fue condenado a cuatro años y medio de trabajos
forzados y Ganev, el músculo, a 18 meses. Ambos enviaron una nota de disculpa a
Oona Chaplin, quien les perdonó sin darle más vueltas al asunto. Y cuando la
mujer de uno de ellos (“del más majo”, según recuerda Eugene
Chaplin) también escribió una carta disculpándose, la viuda respondió: “Mira,
que ya os he perdonado”.
Las estrellas de Hollywood, los
genios del arte y los iconos culturales (y Charles Chaplin era las tres cosas a
la vez) nunca dejan de generar historias sobre su vida, ni siquiera después de
su muerte. Sin embargo, Chaplin es el único que, literalmente, protagonizó un
espectáculo después de muerto. Un sainete que podía perfectamente haber sido
escrito por él mismo: el peligro absurdo, la comedia que nace de la amargura,
la pobreza que lleva a sus víctimas a cometer disparates miserables y, por
encima de todo, la reescritura de los valores culturales: esa frase tan tópica
de “descanse en paz” se transformó, en este caso, en una comedia esperpéntica.
La parodia de Adolf Hitler que
Chaplin inmortalizó en 'El gran dictador' se hizo casi tan famosa como el
propio dictador alemán.
Tanto, que hace cuatro años el
francés Xavier Beauvois dirigió El precio de la fama, una comedia
que relataba el suceso con las herramientas que habría utilizado el propio
Chaplin: humor físico durante la profanación, protagonistas vagabundos con
tendencia a meterse en líos y descacharrantes malentendidos cuando los
secuestradores se dieron cuenta de que docenas de anónimos estaban llamando a
la familia Chaplin para pedir rescates. Como le ocurría siempre al mítico álter
ego de Charlot, “el vagabundo”, los desgraciados no valían ni para el crimen.
Eugene Chaplin aparecía en
la película interpretando al dueño de un circo: “Hicimos esta comedia para que
el mundo conociera lo loca que fue aquella historia”.
Pero no se levanten de sus asientos
todavía, porque aún queda la resolución final: ¿dónde demonios estaba el
cadáver? Los ladrones solo recordaban que lo habían enterrado “en un campo de
maíz”. La lluvia había hecho que las plantas crecieran profusamente y, tras
varios días de búsqueda, la policía lo encontró en un labrantío de trigo a un
kilómetro de la mansión de los Chaplin.
Un paisaje tan hermoso que la propia
viuda exclamó que, en cierto modo, era una pena sacarlo de ahí. Sin embargo, lo
sacaron. En vez de dejarle toda la eternidad dando "amarillo a la
genista" como cantaba Serrat en Mediterráneo, optaron
por sepultarle en su lápida original y cubrirlo con hormigón, cual féretro
maldito, en vez de con tierra.
El
agricultor, por su parte, se mostró furioso por el sacrilegio perpetrado en sus
terrenos, pero después acabaría instalando una placa conmemorativa: “Aquí
descansó Charles Chaplin. Brevemente”.
ClicClic
https://vimeo.com/118212922
No hay comentarios:
Publicar un comentario