Yolanda
Domínguez Artista visual. Experta en comunicación y género
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Somos la marea violeta
04/03/2018
ElHuffPost
Hoy me siento
orgullosa de convertirme en marea violeta. De no ser sólo una gota, ni tres, ni
mil, sino de ser un mar. Una marea de olas que arrastra, remueve, levanta,
cuestiona y grita poderosa. Una marea que empuja al mundo, a todos y a todas, a
ser mejores personas. No se trata de una, se trata de todas. No se trata de
ahora, se trata del pasado, del presente y de lo que vendrá después. De la
fuerza que continúa lo que ya iniciaron otras. De la corriente que hoy sigue
viva colándose en las grietas de la desigualdad para encontrar un orden mejor.
Una marea que derriba los muros que aún nos separan. Una marea que sana, que
cura, que alivia. Un manantial de sororidad.
Si yo estoy
escribiendo estas líneas y publicándolas en un diario es porque esa marea
violeta imparable, incansable, que se inició hace ya más de 100 años, me trajo
hasta aquí. Cada 8 de marzo recordamos que una parte de esa gran marea, 128
trabajadoras de una fábrica textil, fueron quemadas vivas por el dueño de la
empresa mientras reclamaban los derechos laborales de las mujeres. Esos que hoy
nos permiten disfrutar de un salario, optar a un puesto de trabajo y tener una
baja remunerada. Cuentan que de las chimeneas de aquella fábrica salía un humo
violeta, por eso hoy es el color del feminismo. Yo tengo derechos gracias a
todas las mujeres que también se unieron para luchar antes de mí. La marea es
un movimiento de consciencia colectiva y hoy nos toca coger el testigo para
continuar con su energía.
El próximo 8 de
marzo todas las mujeres estamos llamadas a formar parte de esa marea violeta
que no cesa. Juntar toda la energía que depositamos cada día en los demás y
hacerla nuestra para que no se disuelva, para que no se olvide. Los trabajos
domésticos son marea. Los cuidados familiares son marea. Las labores afectivas
y emocionales son también marea. Sin esa fuerza de trabajo, femenina,
infravalorada, sin remunerar, no se sostendría nada. No se movería nada. No
funcionaría nada. Pero la marea violeta no se detiene, sólo cambia de lugar.
Dejamos un vacío en nuestras sillas para señalar que nuestro trabajo merece ser
valorado como el de nuestros compañeros. Abandonamos nuestros puestos porque
merecemos las mismas oportunidades que ellos. Callamos para gritar que hay que
terminar con los abusos sexuales. Desviamos la mirada para evidenciar que hacen
falta más mujeres en puestos directivos y de poder. Equiparar premios, jurados
y comités.
Les animo a que
nos unamos todas en esta ocasión. Probar a ver el mundo bajo otros prismas y no
restar, sino sumarse a. Levantar la mirada para llegar más allá. Quizás yo
estoy bien, pero mi compañera no lo esté. Ser marea también por tus vecinas,
por tus hijas, o por aquellas mujeres a las que nunca estrecharás la mano o con
las que jamás tendrás ninguna relación. No sé si alguna vez han hecho huelga o
han acudido a una manifestación. La fuerza que una adquiere acompañada de las
suyas se multiplica, se desborda, se magnifica. Eres capaz de cosas que nunca
harías sola. Para poder cambiar el mundo hace falta un movimiento, y un
movimiento sólo se crea con muchas personas.
Separadas sólo
somos gotas a merced del viento, juntas somos ola tras ola, marea capaz de
transformar el paisaje entero.
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