El sociólogo Frederic Martel dice que la
homosexualidad "es una mayoría silenciosa" en el Vaticano
EFEBogotá29 abr. 2019
La
homosexualidad es una "mayoría silenciosa" en la Iglesia católica,
dijo el periodista y sociólogo francés Frederic Martel en una entrevista con
Efe en Bogotá, en donde presentó "Sodoma: poder y escándalo en el
Vaticano", un polémico libro producto de una investigación de más de
cuatro años.
"En definitiva la homosexualidad es
una mayoría silenciosa en el Vaticano y en los episcopados de América
Latina", aseguró el autor que remarcó que está presente "en México,
Chile, Cuba y Colombia, y que Brasil tampoco escapa a esa realidad.
Martel, escritor de otros libros como
"Global gay", considera en su nueva obra que la Iglesia es "una
estructura masivamente homosexualizada" y que su afirmación se sustenta en
las averiguaciones que hizo por años.
En esa dirección recuerda que "el
texto es resultado de una investigación de más de cuatro años para la que viajé
por varios países, más de 30, y para la que entrevisté a cardenales, obispos,
sacerdotes, seminaristas y que recorre cinco pontificados".
En esencia, añadió, en el libro se
concluye que dentro del catolicismo romano la "corrupción y la
hipocresía" son una realidad conocida por muchos pero de la que no se
habla.
"Los
sacerdotes y cardenales más homosexuales son a los que más les interesa
defender el celibato. La posición contra el preservativo o impedir la
sexualidad antes del matrimonio se explica también por la cuestión homosexual", remarcó.
Para Martel, el problema de la Iglesia
no es que los sacerdotes y otras personalidades sean homosexuales, y lo que
critica es "la doble moral".
A renglón seguido explicó que su
principal interés en este libro de más de 600 páginas no es arremeter ni
destruir la Iglesia, tampoco juzgar a un papa en especial.
"En un concepto más amplio lo que
busqué fue hacer un buen libro basado en hechos", en el que muestra "cómo el sexo toma un rol importante en esta
organización de poder (el Vaticano) a pesar de que pensemos que debido a los
votos de castidad no hay sexo", comentó.
En "Sodoma", Martel dedica el
capítulo 13, titulado "La cruzada contra los gais", al fallecido
cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, quien fue varios años el presidente
del Pontificio Consejo para la Familia y del que dice fue homosexual.
López Trujillo presidió ese dicasterio
entre 1990 y 2008, cuando falleció en Roma, lugar en donde el purpurado estuvo
sepultado nueve años y luego sus restos fueron llevados a Medellín, en donde
reposan, según lo dispuesto por la autoridad eclesial.
Según el sociólogo, tiene confirmación
de al menos cuatro fuentes de que López Trujillo "usó los servicios de
prostitutos que ciertos sacerdotes le llevaban a Medellín y a Roma".
De López Trujillo también aseguró que
fue uno de los que más combatió en Colombia y en otros países la llamada
Teología de la Liberación, una doctrina católica que se consolidó en la
Conferencia de Medellín de 1968 y que tuvo una fuerte presencia en todo el
continente en las décadas siguientes.
En su momento, el cardenal colombiano
Rubén Salazar dijo que "todo era una calumnia", al referirse a lo
escrito por Martel sobre López Trujillo.
"Lo importante de todo esto es que
si queremos cambiar lo que se debe es reconocer la realidad y corregir",
concluyó Martel, quien todavía no se explica las razones por las cuales no se
había escrito un libro como este si "la
homosexualidad en el Vaticano" es una realidad.
Ovidio Castro Medina
SODOMA
12
LOS
GUARDIAS SUIZOS
Nathanael se encontró con dos problemas en el Vaticano: las
chicas y los homosexuales. La escasez de las primeras y la omnipresencia de los
segundos.
Conocí a
este guardia suizo por casualidad en el Vaticano. Yo estaba un poco perdido en
el laberinto de escaleras y me indicó el camino. No era huraño, y entablamos
conversación.
Al
principio pensé que Nathanael formaba parte del personal contratado en el interior
del Vaticano para hacer reparaciones. El mono de trabajo que llevaba ese día le
hacía pasar por un obrero italiano. Por eso me llevé una sorpresa cuando días
más tarde le vi con el uniforme de gala rojo, amarillo y azul. ¡Era un guardia
suizo! ¡Un guardia suizo con una caja de herramientas!
Me puse en
contacto con Nathanael más adelante, durante otra estancia en Roma, y entonces
me topé con su negativa, educada pero firme, a volver a vernos. Después me
enteré de que era una de las reglas impuestas a los guardias suizos. Por
motivos que callaré, a pesar de todo aceptó mi propuesta y acostumbramos a
encontrarnos en el café Makasar, en el Borgo, un lugar que está a varios
minutos a pie del cuartel de la guardia suiza, pero cuya discreción, lejos de los
lugares frecuentados por los monsignori y los turistas, nos convenía a
ambos.
Alto, de
cara alargada, seductor, Nathanael era sin duda muy sociable. Desde nuestro
primer encuentro me dijo su nombre (aquí lo he cambiado) y me dio su número de
teléfono. Su apellido lo supe después, por un descuido, cuando metí sus datos
en mi smartphone y su número de móvil se «acopló» automáticamente con su
ficha Google+. Pero Nathanael no está en Instagram ni en Facebook, y tampoco
aparece ninguna foto suya en Google Imágenes, de acuerdo con otra regla
estricta, pues el Vaticano impone una discreción extrema a los guardias suizos.
—Ni selfis,
ni perfiles en las redes sociales —me confirma Nathanael.
De modo que
las chicas y los homosexuales son los dos problemas principales del guardia
suizo en la santa sede. Desde que se incorporó al servicio ha logrado acostarse
«con diez chicas», me dice, pero lleva mal la obligación de celibato. Las
reglas, además, son muy estrictas.
—Hay que
volver al cuartel antes de medianoche y no se puede dormir fuera. Nos prohíben
vivir en pareja, el matrimonio solo está autorizado para los oficiales
superiores y está terminantemente prohibido llevar chicas al cuartel. Nos
disuaden de hablar con ellas en la ciudad y a veces se fomenta la delación.
Estas
obsesiones pudibundas de los viejos cascarrabias del Vaticano enojan a
Nathanael, quien considera que los asuntos esenciales relacionados con las
misiones específicas de la guardia no se tienen en cuenta. Como la seguridad
del papa que, a su entender, deja mucho que desear. Le cuento que muchas veces
he entrado en el Vaticano por la puerta llamada Arco delle Campane —mágico
donde los haya, bajo el reloj, a la izquierda de San Pedro— sin tener que
identificarme y sin que me registren la mochila, porque un cardenal o un simple
sacerdote que vive dentro ha salido a buscarme. También le revelé otro secreto:
que yo disponía de una llave que me permitía entrar en el Vaticano sin control
alguno, al atardecer, cuando me alojaba en su interior. El guardia suizo está
consternado al oírlo.
Durante las
cerca de diez citas secretas en el café Makasar, Nathanael me revela lo que
realmente le tiene frito: el flirteo continuo y a veces agresivo de algunos
cardenales.
—Como a
alguno se le ocurra tocarme, le parto la cara y dimito —declara con rotundidad.
Nathanael
no es gay, ni siquiera gay-friendly, y me confiesa que está harto
de que los cardenales y obispos le tiren los tejos (me da nombres). Está
traumatizado por lo que ha descubierto en el Vaticano en términos de doble
vida, de ligoteo y hasta de acoso.
—Estoy
asqueado por lo que he visto. No me lo puedo creer. ¡Y pensar que he jurado
«sacrificar mi vida», si hace falta, por el papa!
Pero ¿acaso el gusano no estaba en la
fruta desde el principio? Fue Julio II quien fundó la guardia suiza en 1506, y
la bisexualidad de este papa está bien documentada. En cuanto al uniforme del
ejército más pequeño del mundo, una casaca renacimiento rainbow flag(«bandera arcoíris») y un casco de alabardero con dos
picos adornado con plumas de garza, se dice que lo ideó Miguel Ángel.
Un teniente
coronel de carabinieri me confirma en Roma que los guardias suizos deben
guardar un estricto secreto profesional:
—Hay una omertà
increíble. Les enseñan a mentir por el papa, por razón de Estado. Los casos de
acoso o abusos sexuales son frecuentes, pero se ocultan y siempre le echan la
culpa al guardia suizo. Les dan a entender que si hablan no volverán a
encontrar un empleo. En cambio, si se portan bien, les ayudan a encontrar un
trabajo cuando vuelven a la vida civil en Suiza. Su futuro depende de sus
silencios.
A lo largo
de mi investigación entrevisté a 11 guardias suizos. Además de Nathanel, con
quien me reuní regularmente en Roma, a casi todos los demás los conocí durante
la peregrinación militar a Lourdes o, en Suiza, durante más de una treintena de
viajes a Zúrich, Basilea, Saint Gall, Lucerna, Ginebra y Lausana, donde me puse
en contacto con antiguos guardias suizos. Han sido fuentes fiables y de primera
mano para este libro, pues me han informado sobre las costumbres de la curia y
la doble vida de muchos cardenales que, como la cosa más natural, flirtearon
con ellos.
Conocí a
Alexis en la cervecería Versailles. Todos los años, con motivo de una gran
peregrinación, miles de policías, gendarmes y miembros de fuerzas armadas de
todo el mundo, todos ellos católicos practicantes, se juntan en Lourdes, ciudad
francesa de los Pirineos. También acude tradicionalmente un grupo de guardias
suizos, entre los que se encontraba Alexis el año que fui para allá. (Su nombre
está cambiado.)
—Por fin
han llegado los guardias suizos —exclama en voz alta Thierry, el dueño del
Versailles, contentísimo con la llegada de esos soldados de colorines que
atraen a los clientes y llenan la caja.
La
peregrinación militar a Lourdes es un festival caqui y multicolor en el que
están representadas decenas de países. Se ven sombreros de plumas
fluorescentes, sables afilados y brillantes, pompones, hombres con kilt y toda
clase de fanfarrias. Se reza con fervor y se bebe fraternalmente, sobre todo en
el Pont Vieux. Allí veo a cientos de militares católicos borrachos cantando,
bailando y ligando. Hay pocas mujeres y los homosexuales están en el armario.
¡Es un verdadero botellón para bautizados!
En esa
inmensa cogorza los guardias suizos siguen siendo la atracción principal, como
me había anunciado el teniente coronel de los carabinieri que me
facilitó las gestiones para participar en la peregrinación a Lourdes.
—Ya verá
—me dijo el policía—, cuando están lejos de Roma los guardias suizos se
desmadran un poco. La presión no es tan fuerte como en el Vaticano, el control
de los oficiales se relaja y el alcohol rompe el hielo. ¡Se les suelta la
lengua!
Efectivamente,
Alexis ha bajado la guardia:
—En Lourdes
no llevamos siempre el uniforme de gala —me dice el joven, que acaba de entrar
en la cervecería Versailles—. Anoche vestíamos de calle, solo nos pusimos corbata.
¡Es peligroso, para la imagen, si se lleva el uniforme rojo, amarillo y azul
estando un poco mamado!
Alexis no
es más gay-friendly que Nathanael. Desmiente con vehemencia el tópico de
que en la guardia pontificia suiza hay una alta proporción de homosexuales.
Sospecha que cuatro o cinco compañeros suyos son «probablemente gais» y por supuesto
conoce los rumores sobre la homosexualidad de uno de los responsables de la
guardia suiza del papa Pablo VI, que hoy vive con su pareja en las afueras de
Roma. También sabe, como todo el mundo, que varios cardenales y obispos han
sido la comidilla en el Vaticano por vivir en pareja con un guardia suizo. Y,
por supuesto, conoce la historia de las tres muertes violentas de 1998, en la
muralla del Vaticano, donde un joven cabo de guardia, Cédric Tornay, habría
asesinado «en un arrebato de locura» al comandante de la guardia suiza y a su
mujer.
—Esa es la
versión oficial, pero ningún guardia se la cree —me dice Alexis—. ¡A Cédric lo
suicidaron! Lo asesinaron como a su comandante y a su mujer, y luego se hizo un
montaje macabro para colar la teoría del suicidio después del doble asesinato.
(No me
extenderé sobre este suceso dramático que ha hecho correr mucha tinta y sobre
el que circulan las teorías más esotéricas. Entre ellas, bastará para nuestro
asunto recordar que se ha hablado de un enredo entre el joven cabo y su
comandante, sin que esta hipótesis resulte muy convincente a menos que su
relación, real o supuesta, se utilizara para ocultar otro móvil del crimen. Sea
como fuere, el misterio permanece. Por lograr que se haga justicia, el papa
Francisco podría dar orden de que volviera a investigar este caso tan
siniestro.)
Lo mismo
que a Nathanael, a Alexis también le han cortejado decenas de cardenales y
obispos, al extremo de que pensó en dimitir de la guardia:
—El acoso
es tan insistente que estaba dispuesto a volver inmediatamente a mi casa.
Muchos de nosotros estamos exasperados por las insinuaciones, por lo general
poco discretas, de los cardenales y obispos.
Alexis me
cuenta que un cardenal llamaba siempre en mitad de la noche a uno de sus
colegas diciendo que necesitaba su presencia en su dormitorio. La prensa ha
revelado otros incidentes del mismo tenor, desde el simple regalo sin
consecuencias depositado en la cama de un guardia suizo, acompañado de una
tarjeta de visita, hasta actitudes más insistentes que se pueden considerar
acoso o agresiones sexuales.
—Tardé
mucho en darme cuenta de que en el Vaticano estábamos rodeados de grandes
frustrados y que a los guardias suizos nos veían como carne fresca. Nos imponen
el celibato y nos niegan el derecho a casarnos porque quieren reservarnos para
ellos, es así de sencillo. Son una panda de misóginos, de pervertidos. ¡Les
gustaría que fuésemos como ellos, unos homosexuales agazapados!
Según
Alexis, Nathanael y al menos otros tres antiguos guardias con quienes hablé en
Suiza, hay normas internas muy precisas en lo concerniente a la homosexualidad,
aunque casi no se la menciona como tal durante su formación. Se invita a los
guardias suizos a ser «sumamente amables» con los cardenales, los obispos «y
todos los monsignori». A quienes están considerados como reclutas se les
ruega que sean serviciales y de una amabilidad extrema. Nunca deben criticar a
una eminencia o excelencia ni negarles nada, ¡al fin y al cabo un cardenal es
el apóstol de Cristo en la tierra!
Sin
embargo, esta cortesía debe ser de fachada, según una regla no escrita de la
guardia. Si un cardenal da su número de teléfono a un joven militar o le invita
a tomar un café, elguardia suizo debe darle las gracias educadamente y hacerle
ver que no está disponible. Por mucho que el otro insista, debe recibir siempre
la misma respuesta, y la cita, si se había aceptado por pusilanimidad, debe
anularse con cualquier pretexto relacionado con las obligaciones del servicio.
En los casos de acoso más evidentes, se invita a los guardias suizos a
contárselo a sus superiores, pero deben abstenerse de responder, criticar o
denunciar a un prelado. Casi siempre se echa tierra sobre el asunto.
Lo mismo
que los demás guardias suizos, Alexis me confirma la gran cantidad de
homosexuales que hay en el Vaticano. Pronuncia palabras fuertes: «predominio»,
«omnipresencia», «supremacía». Esta fuerte gaitud disgusta profundamente a la
mayoría de los guardias con quienes he hablado. Nathanael, cuando se haya
licenciado y tenga en mano su «liberación», no piensa volver a poner los pies
en el Vaticano «salvo de vacaciones con mi mujer». Otro guardia suizo
entrevistado en Basilea me confirma que la homosexualidad de los cardenales y
prelados es uno de los temas estrella de las charlas cuarteleras, y las
historias que cuentan sus compañeros no hacen más que amplificar las que
conocen por experiencia propia.
Con Alexis,
como ya había hecho con Nathanael y otros guardias suizos, repasamos unos
cuantos nombres, y la lista de cardenales y arzobispos que les hicieron
proposiciones se confirma, tan larga como la capa magna de Burke. Creía estar
bien informado al respecto, pero qué va: el número de elegidos es aún mayor de
lo que suponía.
¿Por qué
estuvieron dispuestos a hablar con tanta libertad, llegando incluso a
sorprenderse de su propia audacia? No por envidia o vanidad, como muchos
cardenales u obispos; no por favorecer una causa, como la mayoría de mis
contactos gais dentro del Vaticano. Sino por decepción, como hombres que han
perdido sus ilusiones.
Y en esto
Alexis me revela otro secreto. Mientras que los oficiales, como hemos visto,
pueden casarse y no suelen ser homosexuales, muy distinto es el caso de los
confesores, capellanes, limosneros y sacerdotes que rodean a los guardias suizos.
—Nos piden
que vayamos a la capilla que tenemos reservada y nos confesemos por lo menos
una vez a la semana. Pues bien, nunca he visto tantos homosexuales como entre
los capellanes de la guardia suiza —me revela Alexis.
El joven me
dice el nombre de dos capellanes y confesores de la guardia que, según él, son
homosexuales (información confirmada por otro guardia suizo alemánico y un
sacerdote de la curia). También me nombra a otro capellán que murió de sida (el
periodista suizo Michael Meier también mencionó el caso en un artículo del Tages-Anzeiger,
revelando su nombre).
Durante
varias estancias en Suiza, adonde viajo todos los meses desde hace varios años,
he conocido a abogados especializados y a responsables de varias organizaciones
de defensa de los derechos humanos (como SOS Rassismus und Diskriminierung
Schweiz). Me señalaron ciertas discriminaciones que afectan a la guardia suiza,
desde el proceso de reclutamiento hasta el código de buena conducta que se
aplica en el Vaticano.
Según un
abogado suizo, los estatutos de la asociación que alista a los futuros guardias
suizos en la confederación es ambiguo. ¿Se rige por el derecho suizo, por el
derecho italiano o por el derecho canónico de la santa sede? El Vaticano
mantiene esta ambigüedad para poder tocar los tres teclados. Pero como el
reclutamiento de estos ciudadanos helvéticos tiene lugar en Suiza, debería
ajustarse al derecho laboral suizo, pues la ley se aplica también a las
empresas extranjeras que operan en el país. Pero las normas de reclutamiento de
los guardias son discriminatorias, ya que se excluye a las mujeres (que pueden
alistarse en el ejército suizo); un joven casado o en pareja no puede aspirar
al puesto, solo se aceptan solteros; su reputación debe ser «irreprochable» y
debe tener «buenas costumbres» (formulaciones dirigidas implícitamente a
excluir a los gais, pero también a las personas transexuales); los migrantes,
tan queridos por el papa Francisco, también deben quedar fuera; por último,
entre los guardias casi no hay discapacitados ni personas de color, negros o
asiáticos, lo que daría a entender que sus candidaturas fueron descartadas.
Según los
abogados que he consultado, la mera prohibición de estar casado sería
discriminatoria en Suiza, sin olvidar que también contradice los principios de
una Iglesia que pretende alentar el matrimonio y prohibir cualquier relación
sexual fuera de él.
Con este
abogado de intérprete, pregunté en alemán a los responsables de la guardia
suiza acerca de estas anomalías jurídicas y sus respuestas fueron
significativas. Negaron que hubiera discriminación, porque las obligaciones
militares imponen ciertas reglas (contrarias, sin embargo, a las ordenanzas del
ejército suizo, que tiene en cuenta las peculiaridades militares referentes a
la edad o las condiciones físicas del recluta). Sobre la homosexualidad, nos
comunicaron por escrito que «ser gay no es un problema para el alistamiento a
condición de no ser demasiado openly gay, demasiado visible ni demasiado
afeminado». Por último, las normas orales impartidas durante la instrucción de
los guardias suizos y su código de conducta (el Regolamento della Guardia
Svizzera Pontificia que obra en mi poder, cuya última edición, con prólogo
del cardenal Sodano, es de 2006) contienen irregularidades en materia de
discriminación, derecho laboral y acoso.
Unas anomalías no solo jurídicas, con respecto al
derecho suizo, italiano o europeo, sino también morales, que revelan los
privilegios que se permite a sí mismo este Estado francamente insólito.
Próximo capítulo:
13
LA
CRUZADA CONTRA LOS GAIS
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