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martes, 7 de mayo de 2019

"SODOMA" (Poder y Escándalo en el Vaticano) Capítulo 10º


‘Sodoma’, una investigación de Frédéric Martel acerca de la homosexualidad en la Iglesia católica

Por Redacción AN / HG abril 28, 2019

El periodista francés sostiene que la institución religiosa es parcialmente gay.

Por Héctor González


A lo largo de cinco años, Frédéric Martel se dedicó a investigar cómo se vive la homosexualidad al interior del Vaticano. El periodista francés se trasladó a la capital del catolicismo y descubrió que la institución es un “gran clóset”. Sodoma (Roca editorial), es el resultado de sus indagaciones.

El reportero se remonta al papado de Pablo VI (1963-1978) para describir la doble moral al interior de la institución religiosa, así como su contubernio que regímenes fascistas y sacerdotes pederastas.

El sexo sigue siendo un tabú para la Iglesia católica y tu libro se centra precisamente en algo todavía más oculto: la homosexualidad en su interior.

Al interior de la Iglesia la gente todavía no quiere hablar. La homosexualidad se maneja con mucha secrecía pese a que es una institución parcialmente gay. Durante la investigación viví en el Vaticano. Usé las redes de curas homosexuales en Francia, Estados Unidos y América Latina para comprender la dimensión del tema.

Homosexualidad, celibato y pederastia, todo vinculado al sexo. ¿Por qué sigue siendo un tema tabú al interior de la Iglesia?

Desde su origen la Iglesia se ha dedicado a culpar a todo el mundo por temas relacionados con el sexo. Durante la revolución sexual se fue en la dirección opuesta y esto abrió una brecha inaceptable para muchos fieles. Mi libro quería exhibir la doble moral y la doble vida con que se mueve.

¿Durante la investigación percibiste algún hartazgo entre los curas homosexuales ante la imposibilidad de hablar de esto abiertamente?

La Iglesia católica es una organización muy singular. Si bien hay una mayoría de cardenales y obispos homosexuales, también hay distintos tipos de homosexualidad. Algunos cultural o psicológicamente lo son, pero no actúan como tal porque mantienen sus votos de castidad. Otros tienen encuentros sexuales, pero lo viven con sentimiento de culpa. Unos más mantienen una vida gay normal y tienen sus novios quienes pueden ser sus secretarios o guardaespaldas. Por último, están los que son abiertamente homosexuales e incluso contratan prostitutos. Un ejemplo es el cardenal López Trujillo en Colombia. Al hablar con ellos descubrí que no son pocos quienes querían dar su testimonio. Por supuesto, también me encontré con algunos que no estaban de acuerdo con que escribiera este libro.

El Papa Francisco ha declarado que las tendencias sexuales de las personas no son un pecado. ¿Hay un cambio real en la Iglesia sobre estos temas?

Francisco es una especie de Gorbachov. Más que cambiar el sistema, busca que evolucione. Intenta generar mayor empatía con la gente, pero lentamente. Ha tenido que lidiar con una oposición muy fuerte de cardenales derechistas.

¿Ha perdido ímpetu a lo largo de sus siete años de pontificado?

Puede ser. Francisco es jesuita y peronista, pero también tiene 82 años. Tal vez si tuviera cincuenta sería otra cosa. Insisto, enfrenta una oposición muy agresiva que quiere echarlo o al menos que renuncie. Como buen jesuita busca encontrar el equilibrio con las diferentes tendencias de la Iglesia, es probable que esté menos reformista que al principio, pero igual va en la dirección correcta.

Además de la pérdida de fieles, ¿qué costos tiene para la Iglesia seguir su posición hacia cuestiones sexuales?

Los cientos de miles de abuso sexual tienen bajo investigación a cinco mil miembros de la Iglesia en tan solo en Estados Unidos; dos mil en Australia y cientos en países como Chile, Colombia, Suiza, Alemania, Irlanda o México. Todo esto tiene relación con la represión sexual o la homosexualidad.

Dedicas una parte del libro a Marcial Maciel. ¿En qué se vincula la pederastia con la homosexualidad?

Marcial Maciel ha sido una de las mentes más perversas producidas por la Iglesia. No solo representa un encubrimiento criminal que duró décadas, también deja ver el funcionamiento de un sistema que involucró a los grupos de poder político en México. La relación con la homosexualidad es por el lado del encubrimiento y el reflejo de la doble moral con que funciona la Iglesia.

¿Los sacerdotes, cardenales u obispos con los que platicaste cómo viven su homosexualidad? ¿Con culpa o la asumen como algo normal?

Cada caso es diferente. Los más antigay en realidad son homosexuales; en cambio los heterosexuales son quienes suelen verla como algo normal.

¿Qué crees que necesite pasar para que la Iglesia se flexibilice?

Es una pregunta complicada. Mi tarea es explicar la situación y mostrar las reglas de cómo funciona la Iglesia. Es probable que no escuchen y no cambien. Sin embargo, creo la presión para que por fin entiendan que la abstinencia es antinatural es cada vez mayor. La homosexualidad en cambio sí es natural.

¿Hay alguna relación entre la radicalización de la Iglesia con resurgimiento de expresiones políticas de extrema derecha en Occidente?

Depende del momento. Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco obedecen a periodos específicos. Juan Pablo me cayó bien, pero era anticomunista en la época de la Guerra Fría. Benedicto mantenía una ideología similar. Francisco está inmerso en la tradición de la Teología de la Liberación latinoamericana. Si bien es progresista ante temas como la pena de muerte, es conservador en cuestiones morales. En resumen, la Iglesia es menos derechista, pero no necesariamente menos conservadora.
                                                           CAPÍTULO




                                                                    10

LOS LEGIONARIOS DE CRISTO



Marcial Maciel es, sin duda, la figura más diabólica que ha engendrado y criado la Iglesia católica desde hace cincuenta años. A pesar de su riqueza desmesurada y su historial de violencias sexuales, fue protegido durante varias décadas por Juan Pablo II, por Stanislaw Dziwisz, secretario personal del papa, y por el cardenal secretario de Estado, Angelo Sodano, nombrado «primer ministro» del Vaticano.

Todas las personas que he consultado en México, España y Roma critican con dureza el respaldo que Roma dio a Maciel. Con la única excepción del cardenal Giovanni Maria Re, por entonces «ministro del Interior» del papa, que me dice en una de las conversaciones que mantuvimos en su vivienda privada del Vaticano:

—Juan Pablo II conoció a Marcial Maciel en su viaje a México de 1979. Era el primer viaje internacional del nuevo papa, justo después de su elección. Juan Pablo II tenía una imagen positiva de él. Los Legionarios de Cristo reclutaban muchísimos nuevos seminaristas, era una organización muy eficaz. Pero sobre la pedofilia, lo cierto es que no sabíamos nada. Empezamos a tener dudas, a oír rumores, solo al final del pontificado de Juan Pablo II.

Por su parte, el cardenal Jean-Louis Tauran, «ministro de Asuntos Exteriores» de Juan Pablo II, me explica a lo largo de cuatro entrevistas en su despacho de la Vía Della Conciliazione:

—No sabíamos lo de Marcial Maciel. No sabíamos nada de eso. Es un caso extremo. Es un nivel de esquizofrenia realmente inimaginable.



Marcial Maciel Degollado nació en 1920 en Cotija de la Paz, en el estado de Michoacán, al oeste de Ciudad de México. Ordenado sacerdote por su tío en 1944, en esa época fundó los Legionarios de Cristo, una organización católica con fines pedagógicos y caritativos.

Al principio esa rama atípica de la Iglesia mexicana al servicio de Jesús no fue muy bien vista, ni en México ni en el Vaticano, debido a su carácter casi sectario. Al cabo de varios años, gracias a una energía fuera de lo común y, ya entonces, a oscuras fuentes de financiación, Marcial Maciel había fundado gran cantidad de colegios, universidades y asociaciones caritativas en México. En 1959 fundó Regnum Christi, la rama laica de los Legionarios de Cristo. Varios periodistas (una italiana, Franca Giansoldati; una mexicana, Carmen Aristegui; y dos estadounidenses, Jason Berry y Gerald Renner) han relatado la ascensión y caída espectaculares de Marcial Maciel; aquí retomo las líneas generales de su trabajo y también me baso en decenas de entrevistas que hice para esta investigación durante cuatro viajes a México.

El cura Maciel, a la cabeza de este «ejército» que erigía en mantra la lealtad al papa y en fanatismo la devoción a su persona, reclutó miles de seminaristas y recaudó decenas de millones, convirtiendo su sistema en un modelo de fundación católica y de nueva evangelización que colmaba las aspiraciones de Pablo VI y, sobre todo, de Juan Pablo II. A quienes no parece haberles preocupado que su «caridad estuviese embrujada».

Podríamos recordar aquí un episodio del Evangelio según san Lucas en el que aparece un personaje poseído por el demonio, y cuando Cristo le pregunta por su nombre, contesta: «Me llamo Legión, porque somos muchos (demonios)». ¿Pensó en él Marcial Maciel cuando creó su ejército diabólico?

Sea como fuere, el cura mexicano tuvo un éxito impresionante. Había creado una organización rígida y fanática en la que los seminaristas hacían voto de castidad, pero también de pobreza (y entregaban a los Legionarios de Cristo todos sus bienes, sus haberes y hasta el dinero recibido como regalo de Navidad). Maciel sumó a estos votos uno más, contrario a la ley canónica: el «voto de silencio». Estaba estrictamente prohibido criticar a los superiores, y sobre todo al padre Maciel, a quien los seminaristas debían llamar «nuestro padre». Antes de convertirse en una máquina de acoso sexual, los Legionarios de Cristo eran ya una empresa de acoso moral.

La obediencia al padre Maciel era una forma de sadomasoquismo inimaginable, incluso antes de los abusos sexuales. Todos estaban dispuestos a cualquier cosa con tal de que el padre los amara, sin imaginar a qué precio.

Para controlar a sus jóvenes reclutas de cabeza rapada que desfilaban en fila de a dos, en verano con pantalón corto y en invierno con chaquetón cruzado de dos hileras de botones y cuello chimenea, el gurú implantó un temible sistema de vigilancia interna. Se leían las cartas, se tomaba nota de las llamadas telefónicas y las amistades se miraban con lupa. Los más listos, los más guapos sobre todo, los atletas, formaban el séquito de Marcial Maciel, a quien le encantaba rodearse de jóvenes seminaristas: su belleza era una ventaja, los rasgos indígenas una desventaja. Si alguno tocaba un bonito instrumento de música, era un punto a su favor; si era enfermizo como el cura rural de Bernanos, uno en contra.

Queda claro que el físico importaba más que el intelecto. Lo resume con una frase aguda James Alison, un cura inglés que vivió mucho tiempo en México; hablé con él en Madrid:

—Los Legionarios de Cristo son opusdeístas que no leen libros.



La doble vida del jefe legionario se conocía de antiguo, contrariamente a lo que afirma el Vaticano. En los años cuarenta los superiores de Marcial Maciel lo echaron dos veces del seminario a causa de asuntos turbios de índole sexual. Los primeros abusos sexuales datan de los años cuarenta y cincuenta, y ya entonces fueron señalados oficialmente a los obispos y cardenales mexicanos. Los informes sobre la toxicomanía enfermiza de Marcial Maciel, una adicción que acompañaba sobre todo sus sesiones homosexuales, llegaron hasta Roma. En 1956 el Vaticano suspendió a Marcial Maciel por orden del cardenal Valerio Valeri: prueba irrefutable de que su caso se conocía ya en esa época.

Sin embargo, como ocurrió varias veces en la trayectoria de este hábil embustero y falsificador, Marcial Maciel logró que le perdonaran. El cardenal Clemente Micara limpió su expediente a finales de 1958. En 1965 el papa Pablo VI reconoció incluso a los Legionarios de Cristo con un decreto que los vinculaba directamente a la santa sede. En 1983 Juan Pablo II volvió a legitimar la secta convalidando la carta constitucional de los Legionarios, pese a que contravenía gravemente la ley canónica.

Cabe señalar que mientras tanto los Legionarios de Cristo se habían convertido en una máquina de guerra formidable que se granjeó todo tipo de alabanzas y elogios, mientras cundían los rumores sobre su fundador. Marcial Maciel encabezaba un imperio que al final de su carrera sumaba 15 universidades, 50 seminarios y centros de estudios superiores, 177 institutos secundarios, 34 colegios para niños desfavorecidos, 125 casas religiosas, 200 centros educativos y 1.200 oratorios y capillas, por no hablar de las asociaciones caritativas. La bandera de los Legionarios ondeaba al viento y su enseña era omnipresente.

El padre Marcial Maciel, absuelto y legitimado por Pablo VI y Juan Pablo II, redobló sus esfuerzos para desarrollar el movimiento, y su perversión para saciar su sed de cura depredador. Por un lado, el «comprachicos» tenía una excelente relación con multimillonarios como Carlos Slim, el rey de las telecomunicaciones mexicanas. Maciel lo casó y le captó como donante de los Legionarios. Se calcula que, mediante holdings y fundaciones, Marcial Maciel amasó una fortuna que incluía 12 inmuebles en México, España y Roma, y dinero en cuentas secretas por un importe de varios cientos de millones de dólares (según el New York Times). El dinero, evidentemente, fue una de las claves del éxito del sistema Maciel.

Por otro lado, aprovechando los secretos de confesionario y las fichas de numerosos seminaristas jóvenes, intimidó a los que tenían conductas homosexuales y abusó de ellos con total impunidad. Se calcula que el depredador Maciel agredió sexualmente a decenas de niños y un sinfín de seminaristas; hoy se cuentan más de 200 víctimas.

Su tren de vida también era excepcional para la época (y para un cura). El sacerdote que en público alardeaba de una humildad absoluta y una modestia a toda prueba vivía en privado en una casa blindada, viajaba y se alojaba en hoteles lujosos y conducía coches deportivos de alta gama. También usaba identidades falsas, mantenía a dos mujeres con las que tuvo al menos seis hijos y no dudó en abusar sexualmente de ellos; dos le denunciaron después.

Durante los años setenta, ochenta y noventa viajó con frecuencia a Roma, donde Pablo VI lo recibía como a un humilde servidor de la Iglesia y su «amigo personal» Juan Pablo II como a una estrella invitada.

Hubo que esperar a 1997 para que otra denuncia creíble y bien fundamentada llegase al despacho del papa. Sus autores eran siete sacerdotes, exseminaristas de la Legión, que afirmaban haber sufrido los abusos sexuales de Maciel. Se encomendaban al Evangelio y contaban con el respaldo de profesores de prestigio. La carta se archivó. ¿Se la pasaron al papa el cardenal secretario de Estado Angelo Sodano y el secretario personal del papa Stanislaw Dziwisz? No se sabe.

Lo que sí sabemos es que Angelo Sodano siempre defendió, por principio, a los sacerdotes sospechosos de abusos sexuales. Como si hubiera hecho suyo el famoso epígrafe de las estancias de Rafael que vi en el palacio apostólico: «Dei Non Hominum Est Episcopos Iudicare» («Corresponde a Dios, no a los hombres, juzgar a los obispos»).

Pero el cardenal Sodano fue mucho más lejos, pues durante una celebración pascual dijo públicamente que las acusaciones de pedofilia eran «cotilleos del momento». Más adelante otro cardenal, el valiente y gay-friendly arzobispo de Viena, Christoph Schönborn, le criticó duramente, llamándole por su nombre, por haber encubierto los crímenes sexuales de su predecesor, el cardenal Hans Hermann Groër. Este, que era homosexual, fue obligado a dimitir después de un sonado escándalo en Austria.

—La regla del cardenal Angelo Sodano era no abandonar nunca a un sacerdote, aunque le acusaran de lo peor. Nunca se desvió de esta línea. Creo que trataba de evitar las divisiones en la Iglesia, sin hacer la menor concesión a sus enemigos. Visto en perspectiva se puede decir que fue un error, pero el cardenal Sodano era un hombre nacido en los años veinte, era de otra época. En el caso de Marcial Maciel es evidente que se equivocó —me explica un arzobispo jubilado que conoce bien al cardenal.

Pero el secretario de Estado no se limitó a ser uno de los abogados de Marcial Maciel ante el santo padre; cuando era nuncio, y luego jefe de la diplomacia vaticana, fue uno de los principales «propagadores» de los Legionarios de Cristo en Latinoamérica. Antes del paso de Sodano esta organización no existía en Chile. Se puso en contacto con Marcial Maciel y ayudó a que su organización se implantase en ese país, y luego en Argentina y tal vez en Colombia.

Sol Prieto, una profesora argentina especialista en catolicismo con la que hablo en Buenos Aires, trata de explicarme los motivos racionales del cardenal:

—El propósito de Angelo Sodano era debilitar las órdenes religiosas tradicionales como los jesuitas, los dominicos, los benedictinos y los franciscanos, porque desconfiaba de ellas o sospechaba que eran de izquierdas. Prefería los movimientos laicos o las congregaciones conservadoras como el Opus Dei, Comunión y liberación, la orden del Verbo Encarnado o los Legionarios de Cristo. Consideraba que la Iglesia estaba en guerra y le hacían falta soldados, no solo frailes.

La Congregación para la Doctrina de la Fe, que dirigía en Roma el cardenal Ratzinger, no tardó en recibir nuevas acusaciones detalladas de pedofilia. A finales de los años noventa y principios de los dos mil todavía se denunciaron muchas violaciones, mientras iba apareciendo no ya una serie de hechos aislados, sino un verdadero sistema del Mal. En 1997 se reunió un completo expediente y al Vaticano ya solo le quedaba poner coto a las fechorías del depredador. En 2003 el propio secretario privado de Marcial Maciel informó al Vaticano de ciertos comportamientos criminales de su jefe, viajando personalmente a Roma con pruebas para presentárselas a Juan Pablo II, Stanislaw Dziwisz y Angelo Sodano, que no le escucharon (hecho atestiguado por una nota al papa Benedicto XVI revelada por el periodista Gianluigi Nuzzi).

Estos nuevos señalamientos transmitidos al Vaticano y estos expedientes cayeron en saco roto y una vez más fueron archivados. El cardenal Ratzinger no incoó ningún procedimiento disciplinario. Según Federico Lombardi, exportavoz de Benedicto XVI, el cardenal informó en varias ocasiones a Juan Pablo II de los crímenes de Marcial Maciel y propuso que le destituyera y le redujera al estado laico, pero tropezó con el rechazo de Angelo Sodano y Stanslaw Dziwisz.

No obstante, parece que el cardenal Ratzinger se tomó el asunto lo bastante en serio como para perseverar. Pese a la postura conciliadora de Juan Pablo II, volvió a abrir un expediente sobre Marcial Maciel y reunió pruebas contra él. Pero era un hombre prudente, demasiado: solo se movía si el semáforo estaba en verde, y al endosarle el asunto a Juan Pablo II el semáforo siempre estaba en rojo, porque el papa no quería que nadie molestara a su «amigo» Marcial Maciel.

Para hacernos una idea de la mentalidad que prevalecía en esa época podemos recordar aquí que el propio adjunto de Ratzinger, Tarcisio Bertone, futuro secretario de Estado de Benedicto XVI, firmó todavía en 2003 el prólogo de un libro de Marcial Maciel, Mi vida es Cristo (el periodista español que lo entrevistó, Jesús Colina, reconocería después que fue manipulado). Y en la misma época L’Osservatore Romano publicó un elogio de Maciel, un texto que podría figurar en el libro Guinness como récord del vicio que se burla de la virtud.

Por aquel entonces el cardenal esloveno Franc Rodé también se deshizo en elogios al fundador de los Legionarios y saludó «el ejemplo del padre Maciel en pos de Cristo» (cuando hablé con Rodé me aseguró que «no sabía» y me dio a entender que Maciel se relacionaba con el asistente del papa Stanizlaw Dziwisz: «Cuando el papa creó cardenal a Dziwisz a la vez que a mí, los Legionarios hicieron una fiesta fastuosa para él y no para mí», me contó). En cuanto al cardenal Marc Ouellet, hoy prefecto de la Congregación de los Obispos, exculpó a su dicasterio diciendo que Maciel era un religioso y por tanto no dependía de él. Me señaló que Maciel nunca fue elegido obispo ni creado cardenal, señal de que no se fiaban de él…

¿Qué decir, finalmente, del último respaldo público de Juan Pablo II a Maciel en noviembre de 2004? Con motivo de los sesenta años de ordenación del sacerdote, el papa acudió en persona a una bonita ceremonia para despedirse de Maciel. Las fotos de los dos hombres, enlazados afectuosamente cuando el papa estaba en artículo de muerte, dieron la vuelta al mundo. En México salieron en la portada de muchos periódicos, provocando incredulidad y malestar.

Hubo que esperar a la muerte de Juan Pablo II en 2005 para que el recién elegido papa Benedicto XVI volviera a abrir el expediente Maciel. El nuevo pontífice autorizó la apertura de los archivos del Vaticano para que se completara la investigación y dispensó del «voto de silencio» a todos los Legionarios para que pudiesen hablar.

—La historia reconocerá que Benedicto XVI fue el primero en denunciar los abusos sexuales y condenar a Marcial Maciel en cuanto accedió al trono de San Pedro —me dice Federico Lombardi, exportavoz de Benedicto XVI y hoy presidente de la Fundación Ratzinger.

En 2005 Benedicto XVI removió de sus funciones a Marcial Maciel y también le obligó a retirarse de la vida pública. Reducido a «silencio penitencial», fue suspendido definitivamente a divinis.

Pero con el pretexto de las sanciones oficiales, Benedicto XVI, una vez más, salvó al sacerdote. Maciel no pudo seguir impartiendo los sacramentos hasta el fin de sus días, una pena sumamente leve, inferior a la que el mismo Ratzinger impuso a grandes teólogos como Leonardo Boff y Eugen Drewermann, castigados por haber cometido el crimen de defender sus ideas progresistas. La Iglesia no llevó a Marcial Maciel ante la justicia, no le excomulgó; no fue detenido ni entró en la cárcel. Se renunció incluso a un proceso canónico «debido a su avanzada edad y su frágil salud».

Entre 2005 y 2007, invitado a llevar una «vida de oración y penitencia», Maciel siguió viajando de residencia en residencia, de México a Roma, y disfrutando de su ilimitada fortuna. Simplemente se mudó a Estados Unidos para evitar posibles juicios, dando pábulo al dicho «Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos». Aquejado de un cáncer de páncreas, acabó retirándose a una residencia fastuosa de Florida, donde murió rodeado de lujos a la respetable edad de 88 años.

Hubo que esperar todavía al año siguiente, 2009, para que Benedicto XVI ordenara una investigación sobre todas las organizaciones vinculadas a los Legionarios de Cristo y a su rama laica Regnum Christi. Cinco obispos se encargaron de esta misión de control en los cinco continentes. Sus resultados, transmitidos confidencialmente al papa en 2010, debieron de ser tan críticos que el Vaticano acabó reconociendo en un comunicado los «actos objetivamente inmorales» y los «verdaderos crímenes» de Marcial Maciel.

Sin embargo, fuera o no su intención, Roma se limitó a celebrar un juicio parcial. Al denunciar a la oveja negra liberaba de responsabilidad indirectamente a sus afines, empezando por los sacerdotes Luis Garza Medina y Álvaro Corcuera, adjuntos de Maciel. En 2017 los Paradise Papers revelaron que Medina y Corcuera, junto con otros veinte sacerdotes legionarios cuyos nombres se publicaron sin que Benedicto XVI les molestara, disponían de fondos secretos gracias a montajes financieros off-shore en las Bermudas, Panamá y las islas Vírgenes británicas. También se descubrió que otros 35 curas de los Legionarios de Cristo estaban implicados en casos de abusos sexuales, no solo su fundador. Tuvieron que pasar todavía varios años para que el papa Benedicto XVI pusiera a la Legión bajo tutela del Vaticano y nombrara un administrador provisional (el cardenal Velasio de Paolis). Después se dio carpetazo al asunto y los Legionarios reanudaron su vida normal, limitándose a descolgar los innumerables retratos del gurú de las paredes de sus escuelas, a prohibir sus libros y a borrar todas sus huellas, como si no hubiera pasado nada.

Han seguido estallando nuevos escándalos. Óscar Turrión, el rector del colegio pontificio internacional de los Legionarios, llamado en Roma Maria Mater Ecclesiae, reconoció que vivía en secreto con una mujer y tenía dos hijos. Tuvo que dimitir.

Todavía hoy circulan rumores en México, pero también en España y en Roma, sobre la rama laica de los Legionarios, Regnum Christi, y sobre su universidad pontificia, el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, donde se han señalado anomalías. El periodista mexicano Emiliano Ruiz Parra, especialista en la Iglesia católica, no oculta su enfado cuando le pregunto en México:

—Ni Benedicto XVI ni Francisco han calibrado la gravedad del fenómeno. Y el problema sigue ahí: el Vaticano ya no controla a los Legionarios y puede que hayan vuelto las malas costumbres.



El cardenal Juan Sandoval Íñiguez vive en una residencia católica de alto standing en Tlaquepaque, una ciudad satélite de Guadalajara, en México. Le visito allí, en la calle Morelos, con Eliezer, un periodista de investigaión de la zona que me hace de cicerone y ha averiguado su número de teléfono. El cardenal no ha puesto pegas a la entrevista y nos ha citado en su casa esa misma noche.

Su residencia de arzobispo emérito es un pequeño paraíso lujuriante bajo el trópico protegido por dos policías mexicanos armados. Detrás de una tapia y una verja diviso la mansión del cardenal: tres casas pintadas de colores, enormes, unidas entre sí por una capilla privada y unos garajes donde hay varios Ford 4 × 4 rutilantes. Hay cuatro perros, seis loros y un tití. El arzobispo de Guadalajara acaba de retirarse, pero no por ello decae su ritmo de vida.

—La Iglesia católica mexicana era rica. Pero ahora es una Iglesia pobre. Fíjese que para un país de 120 millones de habitantes no tenemos más que 17.000 sacerdotes. ¡Nos han perseguido! —insiste el prelado.

Juan Sandoval Íñiguez es uno de los cardenales más antigáis de México. Usando con frecuencia la palabra «maricón» para referirse a los homosexuales, el cardenal ha denunciado con energía el uso de preservativos. Ha llegado a celebrar misas contra el «satanismo» de los homosexuales y fue el principal promotor del movimiento contra el matrimonio homosexual en México, encabezando las manifestaciones contra el gobierno del país. Los Legionarios de Cristo, con los que simpatiza, han nutrido a menudo los batallones de estos desfiles callejeros. Durante esta estancia en México yo mismo he podido asistir a la gran Marcha por la Familia contra el proyecto de matrimonio gay.

—Es la sociedad civil la que se moviliza espontáneamente —comenta el cardenal—. Yo no me implico personalmente. Pero la ley natural, por supuesto, es la Biblia.

El muy astuto es un seductor y me retiene varias horas hablando francés. De vez en cuando me coge la mano amablemente para recalcar sus argumentos o se dirige tiernamente a Eliezer para pedirle su opinión o hacerle preguntas sobre su vida.

Lo curioso, y es algo que enseguida me llama la atención, es que este arzobispo antigay está obsesionado por la cuestión gay. Prácticamente no hablamos de otra cosa. Ahora critica implícitamente al papa Francisco. Le reprocha sus gestos favorables a los gais y, como quien no quiere la cosa, me suelta los nombres de algunos obispos y cardenales que le rodean y que a su entender tienen esos gustos.

—Mire usted, cuando Francisco pronuncia la frase «¿Quién soy yo para juzgar?» no está defendiendo a los homosexuales. ¡Protege a uno de sus colaboradores, lo que no es lo mismo! ¡La prensa es la que lo ha embarullado todo!

Le pido al cardenal autorización para ver su biblioteca y el hombre se pone de pie, apresurándose a mostrarme sus tesoros. Un prelado literato: él mismo ha escrito algunos libros y se complace en señalármelos con el dedo.

¡Qué sorpresa! Juan Sandoval Íñiguez tiene estantes enteros dedicados a la cuestión gay. Veo en ellos libros sobre el pecado homosexual, la cuestión lesbiana y las terapias reparadoras. Toda una biblioteca de tratados a favor y en contra, como si los autos de fe que el cardenal predica por doquier no cruzaran el umbral de su casa.

De repente me topo, boquiabierto, con varios ejemplares del famoso Liber Gomorrhianus en su versión inglesa: The Book of Gomorrah (El libro de Gomorra).

—Es un gran libro que data de la Edad Media y, mire, soy yo el que firma el prólogo de esta nueva traducción —me dice con orgullo el cardenal.

Este famoso ensayo de 1051, firmado por un sacerdote que podría ser san Pedro Damián, es un libro extraño. En este largo tratado dedicado a León IX el religioso denuncia las tendencias homosexuales, según él muy extendidas, del clero de la época. También fustiga las malas costumbres de los sacerdotes que se confiesan unos con otros para disimular su tendencia, e incluso «saca del armario» avant la lettre a algunos altos prelados romanos de su tiempo. Pero el papa desautorizó a san Pedro Damián y no ordenó ninguna de las sanciones que este reclamaba. Incluso le confiscó su libelo, nos dice John Boswell, que contó su historia, ¡dado que el colegio cardenalicio de entonces era muy practicante! Sin embargo, el libro tiene una gran importancia histórica, porque a partir de este panfleto del siglo xi el castigo divino a Sodoma se reinterpretó, no ya como un problema de hospitalidad, que es lo que da a entender la Biblia, sino como un pecado de «sodomía». ¡La homosexualidad se vuelve abominable!

Hablamos ahora con el cardenal Juan Sandoval Íñiguez de los tratamientos para «desintoxicar» a los homosexuales, pero también a los pedófilos, que él asimila sistemáticamente a los primeros, como si fueran iguales en el pecado. También de una clínica especializada que se destinaría a los pedófilos más «incurables». Pero el cardenal no entra al trapo y elude el asunto.

Sin embargo, yo sé que esta residencia existe y se llama Casa Alberione. Se fundó en 1989 por iniciativa, o con el respaldo, del cardenal en su propia parroquia de Tlaquepaque. Varios curas pedófilos extranjeros, «rebotados de país en país como si fueran residuos radiactivos», al decir de un buen conocedor del asunto, recibieron tratamiento en esta clínica de «rehabilitación», lo que permitía, además de cuidarles, mantenerles como curas y evitar que fueran entregados a la justicia. Como a partir de comienzos del nuevo siglo el papa Benedicto XVI había ordenado que la Iglesia dejara de proteger a los pedófilos, la Casa Alberione perdió su razón de ser. Tras una investigación del diario mexicano El Informador, el cardenal Juan Sandoval Íñiguez reconoció la existencia de esta residencia, que ha acogido, entre otros, a Legionarios de Cristo, pero afirmó que «desde 2001 ya no recibe sacerdotes pedófilos». (El director Pablo Larraín se basó en la existencia de esta clase de instituciones para rodar en Chile su película El club.)

«¡HOLA!»: de repente alguien me llama gritando a mi espalda cuando caminamos por el parque con el cardenal. Me vuelvo, sorprendido, aunque no tan asustado como Robinson Crusoe cuando oye por primera vez a un loro que le habla en su isla. Desde su amplia jaula, el bonito perico acaba de entablar conversación conmigo. ¿Me revelará algún secreto? En México a esta ave la llaman también papagayo. Otro nombre en francés es papegai.

Caminamos entre pavos reales y gallos. El cardenal parece contento y relajado. Su trato conmigo y con Eliezer, mi scout mexicano, es de una gentileza extrema.

El perro Oso retoza ahora con nosotros, e improvisamos un partido de fútbol a cuatro, el cardenal, el perro Oso, Eliezer y yo, ante la mirada divertida de cinco monjitas que se encargan a tiempo completo de limpiar, lavar la ropa y cocinar para el cardenal.

Le pregunto a Juan Sandoval Íñiguez:

—¿No se siente un poco solo aquí?

Parece que le hace gracia mi pregunta. Me describe su intensa vida social. Yo le cito a Jean-Jacques Rousseau, para quien, le digo, «el voto del celibato es contra natura».

—¿Cree que hay más soledad en los pastores casados o los imanes? —me replica el cardenal con otra pregunta—. Como ve —añade, señalándome a las monjas— aquí no estoy solo. —El cardenal me agarra del brazo. Y añade, tras un largo silencio—: Y además aquí hay un sacerdote, un cura joven que viene todas las tardes.

Y ante mi sorpresa por no haberle visto, a la caída de la tarde, el cardenal añade, quizá con un poco de candor:

—Esta noche acaba a las diez.



Hoy se conocen bien los apoyos que tuvo Marcial Maciel en México y en Roma. Varias víctimas del cura pedófilo han criticado al cardenal Juan Sandoval Íñiguez porque no le denunció, pudiendo hacerlo. Además de los Legionarios de Cristo, se dice que ingresó para su «reeducación» en su residencia Casa Alberione a varios curas acusados de abusos sexuales. (El cardenal desmiente cualquier infracción o responsabilidad.)

El arzobispo de México, Norberto Rivera, ha recibido parecidas críticas. Tan obsesivamente antigay como Sandoval Íñiguez, se ha prodigado en declaraciones, llegando a decir que «el ano no puede servir de orificio sexual». En otra intervención célebre reconoció que en México hay muchos curas gais, pero «Dios ya los ha perdonado». En fechas más recientes también ha declarado que «un niño tiene más posibilidades de que le viole su padre si este padre es homosexual».

Los periodistas especializados en México creen que Norberto Rivera, uno de los partidarios y sostenedores de Marcial Maciel, nunca quiso creer sus crímenes y se negó a transmitir algunas denuncias al Vaticano.

Por todo esto, y por haber declarado que los denunciantes eran unos fabuladores, el cardenal de México se ha ganado muchas críticas por su silencio en los casos de abusos sexuales. La prensa le fustiga con frecuencia y decenas de miles de mexicanos firmaron un manifiesto para alertar a la opinión pública e impedir su participación en el cónclave que elige a los papas. También figura en los primeros lugares de la lista de los dirty dozen, los doce cardenales sospechosos de encubrimiento de curas pedófilos, publicada por la asociación estadounidense de víctimas de abusos sexuales de la Iglesia católica, la SNAP, una ONG con buena reputación, pero cuyos métodos han sido criticados algunas veces.

Juan Pablo II creó cardenales a Sandoval Íñiguez y a Rivera, seguramente por recomendación de Angelo Sodano o Stanislaw Dziwisz. Ambos se habían opuesto enérgicamente a la teología de la liberación y al matrimonio homosexual. El papa Francisco, que había criticado severamente al cardenal Rivera por su homofobia y había pedido solemnemente a la Iglesia mexicana que cesara en sus ataques a los gais, se apresuró a pasar la página Rivera jubilándolo en 2017 en cuanto alcanzó el límite de edad. Esta decisión discreta, según un cura con el que hablé en México, es «una sanción divina con efecto temporal inmediato».

—Sabemos que un número muy significativo de clérigos, que apoyaron a Marcial Maciel o se manifestaron en su día contra el matrimonio gay, son ellos mismos homosexuales. ¡Es increíble! —exclama en su despacho de México el ministro de Cultura, Rafael Tovar y de Teresa. Y añade, en presencia de Marcela González Durán, editora mexicana de mis anteriores libros—: En México el aparato religioso es gay, la jerarquía es gay, los cardenales son en general gais. ¡Es increíble!

El ministro, cuando le revelo el tema de mi libro, también me confirma que el gobierno mexicano dispone de informaciones precisas sobre estos obispos «gais antigáis», que son docenas (y me da algunos nombres). Añadió que en los próximos días hablaría de mi investigación con el entonces presidente de la república Enrique Peña Nieto y con su ministro del Interior para que me hicieran llegar informaciones complementarias.

A esta primera conversación con Tovar y de Teresa le siguieron varias más. (También pude entrevistar a Marcelo Ebrard, exalcalde de Ciudad de México, que fue el principal artífice del matrimonio gay y conocía bien a los católicos que se oponían a ese proyecto de ley, y que en la actualidad es ministro de Asuntos Exteriores de su país. Otras personas, como el multimillonario Carlos Slim, el intelectual Enrique Krauze, un influyente consejero del presidente Enrique Peña Nieto, y varios directivos de Televisa, la principal cadena de televisión, así como José Castañeda, exministro de Asuntos Exteriores, me proporcionaron más informaciones. Estuve en México siete veces y visité otras ocho ciudades del país, donde recogí informaciones de una decena de escritores y militantes gais, como Guillermo Osorno, Antonio Martínez Velázquez y Felipe Restrepo. Mis investigadores mexicanos Luis Chumacero y, en Guadalajara, Eliezer Ojeda, también contribuyeron a este relato.)



La vida homosexual del clero mexicano es un fenómeno bien conocido y ya bien documentado. Se calcula que más de dos terceras partes de los cardenales, los arzobispos y los obispos mexicanos son «practicantes». Una importante organización homosexual, FON, ha «sacado del armario» a 38 jerarcas católicos haciendo públicos sus nombres.

Esta proporción, al parecer, no es tan grande entre los simples prelados y los obispos «indígenas». Según un informe transmitido oficialmente al Vaticano por monseñor Bartolomé Carrasco Briseño, tres cuartas partes de los curas de las diócesis de Oaxaca, Hidalgo y Chiapas, donde viven la mayoría de los indios, están casados en secreto o conviven con una mujer. En resumen: ¡de ser ciertos estos datos, el clero mexicano es heterosexual activo en el campo y homosexual practicante en las ciudades!

Varios periodistas especializados en la Iglesia católica confirman estas tendencias. Como Emiliano Ruiz Parra, autor de varios libros sobre el tema y antiguo periodista encargado de la rúbrica de religión en el diario La Reforma:

—Yo diría que en México la mitad de los sacerdotes son gais, tirando por lo bajo, aunque decir tres cuartas partes sería más realista. Los seminarios son homosexuales y la jerarquía católica mexicana es gay de un modo espectacular.

Ruiz Parra añade que en México ser gay en la Iglesia no es un problema; incluso se puede decir que es un rito de paso, un elemento de la promoción y una relación normal «de poder» entre el novicio y su maestro.

—En la Iglesia hay mucha tolerancia de puertas adentro, todo lo contrario que hacia fuera. Por supuesto, para proteger este secreto hay que atacar a los gais y mostrarse muy homófobos en la plaza pública. Ese es el quid. O el truco.

Emiliano Ruiz Parra, que ha investigado sobre los Legionarios de Cristo y Marcial Maciel, se muestra especialmente crítico con el Vaticano, hoy como ayer, y sobre los apoyos con que contaba el depredador en México. Como muchos otros, habla de dinero, de corrupción, de sobornos, pero también propone un argumento más nuevo para explicarlo: la homosexualidad de una parte de sus apoyos.

—Si Marcial Maciel hubiera hablado, toda la Iglesia mexicana se habría venido abajo.



Una de las primeras grandes obras de caridad de Marcial Maciel, la que inauguró su carrera haciendo olvidar sus primeras liviandades, fue la construcción de la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe en Roma. Pretende ser una réplica en miniatura de la famosa basílica mexicana, una de las más grandes del mundo, a la que todos los años acuden millones de peregrinos.

Ambas iglesias son lugares de gran devoción que impresionan por sus rituales arcaicos, casi sectarios. Las muchedumbres arrodilladas me sorprenden cuando visito la basílica mexicana. Siendo como soy un francés que conoce el catolicismo más bien intelectual de su país (el de los Pensamientos de Pascal, las oraciones fúnebres de Bossuet o El genio del cristianismo de Chateaubriand), me cuesta entender ese fervor y esa religiosidad popular.

—El catolicismo mexicano no se puede concebir sin la virgen de Guadalupe. El amor de la virgen, su fraternidad, como el de una madre, irradia en todo el mundo —me explica monseñor Monroy.

Este antiguo rector de la basílica de México me enseña el complejo religioso que, además de dos basílicas, incluye dos conventos, varios museos y gigantescas tiendas de souvenirs: a fin de cuentas, una verdadera industria turística. Monseñor Monroy también me enseña los numerosos cuadros que le pintan con todos los atuendos sacerdotales (hay un retrato magnífico realizado por el artista gay Rafael Rodríguez, a quien también entrevisté en Santiago de Querétaro, al noroeste de Ciudad de México).

Según varios periodistas, Nuestra Señora de Guadalupe es el escenario de varios asuntos mundanos y, por el comportamiento de algunos de sus sacerdotes, una suerte de «cofradía gay». En Ciudad de México y en Roma.

La sede oficial italiana de los Legionarios de Cristo, sita en la Vía Aurelia, al oeste del Vaticano, fue costeada por el joven Maciel a principios de los años cincuenta. Gracias a una increíble colecta realizada en México, España y Roma, la iglesia y su parroquia se construyeron a partir de 1955 y fueron inauguradas por el cardenal italiano Clemente Micara a finales de 1958. Justo cuando, en el interregno entre Pío XII y Juan XXIII, el informe crítico sobre la toxicomanía y la homosexualidad de Marcial Maciel se evaporaba en el Vaticano.

Por tanto, para tratar de entender, a la sombra de la pureza de la Virgen de Guadalupe, el fenómeno Maciel, hay que desentrañar las protecciones que ha tenido y el vasto sistema que ha hecho posible, tanto en México como en Roma, este inmenso escándalo. Varias generaciones de obispos y cardenales mexicanos, y muchísimos cardenales de la curia romana, han hecho la vista gorda o apoyado, a sabiendas, a uno de los mayores pedófilos del siglo xx.



¿Qué decir del fenómeno Marcial Maciel? ¿Es un perverso mitómano, patológico y diabólico, o el producto de un sistema? ¿Una figura accidental y aislada o el síntoma de un desvarío colectivo? Dicho de otra forma: ¿es la historia de un solo hombre, como se dice en descargo de la institución, o el fruto de un modelo de gobierno propiciado por el clericalismo, el voto de castidad, la homosexualidad secreta dentro de la Iglesia, la mentira y la ley del silencio? Como en los casos del sacerdote Karadima en Chile y otros muchos en distintos países de Latinoamérica, la explicación, según los testigos con los que hablé, obedece a cinco factores (a los que añadiré un sexto elemento).

Ante todo, el deslumbramiento del éxito. Los logros fulgurantes de los Legionarios de Cristo fascinaron durante mucho tiempo al Vaticano, pues en ninguna parte del mundo el reclutamiento de seminaristas era tan impresionante, las vocaciones sacerdotales tan entusiastas ni la recaudación tan cuantiosa. Durante la primera visita de Juan Pablo II a México, en 1979, Marcial Maciel hizo un alarde de organización, de poder político y mediático, de cuidado de los mínimos detalles, con un ejército de ayudantes, todo ello con una actitud humilde y discreta. Juan Pablo II se quedó literalmente maravillado. Volvería a México en cuatro ocasiones, cada vez más fascinado por las dotes de su «querido amigo» Maciel.

El segundo factor es la proximidad ideológica entre Juan Pablo II y los Legionarios de Cristo, una organización de extrema derecha violentamente anticomunista. El ultraconservador Marcial Maciel fue el adalid, primero en México y luego en Latinoamérica y España, de la lucha contra los regímenes marxistas y la teología de la liberación. De un anticomunismo obsesivo, paranoico incluso, Maciel previó los atentados contra el papa, que se apoyó en él para establecer su línea dura. De este modo, sumando lo psicológico a lo ideológico, el padre Maciel supo acariciar astutamente el orgullo de Juan Pablo II, un papa místico al que varios testigos describen en privado como un hombre misógino y muy vanidoso.

El tercer factor, relacionado con el anterior, es la necesidad de dinero de Juan Pablo II para su misión ideológica anticomunista, sobre todo en Polonia. Parece confirmado, pese a los desmentidos de la santa sede, que Marcial Maciel sufragó oficinas antimarxistas en Latinoamérica y puede que, indirectamente, el sindicato Solidaridad. Según un ministro y un alto diplomático con quienes hablé en México, estas transferencias de dinero no salieron del ámbito «eclesial». En Varsovia y Cracovia varios periodistas e historiadores me confirmaron que hubo una relación financiera entre el Vaticano y Polonia:

—No cabe duda de que circuló dinero. Pasaba por canales como los sindicatos y las parroquias —confirma el vaticanista polaco Jacek Moskwa, que estuvo mucho tiempo de corresponsal en Roma y ha escrito una biografía de Juan Pablo II en cuatro volúmenes.

Pero durante esa misma conversación en Varsovia, Moskwa desmiente cualquier implicación directa del Vaticano:

—Se ha dicho insistentemente que el banco del Vaticano o el banco italiano Ambrosiano se usaron para este fin, pero no lo creo.

También el periodista Zbigniew Nosowski, que dirige en Varsovia la revista Wiez, me expresó sus dudas sobre la existencia misma de ese financiamiento:

—No creo que haya podido circular así el dinero entre el Vaticano y Solidaridad.

Al margen de estas posiciones de principio, otras fuentes apuntan en dirección contraria. El propio Lech Walesa, expresidente de Solidaridad y más tarde presidente de la república polaca, ha reconocido que su sindicato recibió dinero del Vaticano. Varios periódicos y libros también señalan flujos financieros. Su origen serían los Legionarios de Cristo de Marcel Maciel y su destino final el sindicato Solidaridad. En Latinoamérica también hay quien cree, sin pruebas, que el dictador chileno Augusto Pinochet pudo hacer su aportación (gracias a los contactos del nuncio Angelo Sodano), al igual que los narcos colombianos (por mediación del cardenal Alfonso López Trujillo). Hoy por hoy todas estas hipótesis son posibles, pero no se han podido confirmar. «Dirty money for good causes?» («¿Dinero sucio para buenas causas?»), se pregunta un buen conocedor del asunto: la causa no sería menos justa porque las fuentes fuesen opacas…

—Sabemos por testigos directos que monseñor Stanislaw Dziwisz, el secretario particular del papa Juan Pablo II, repartía en el Vaticano sobres de billetes a algunos visitantes polacos, ya fueran religiosos o civiles. En esa época, años ochenta, el sindicato Solidaridad estaba prohibido. Dziwisz les preguntaba a sus visitantes: «¿Cómo podemos ayudaros?». A menudo la falta de dinero era un problema, y entonces el asistente del papa se retiraba un momento a una habitación adyacente y volvía con un sobre —me cuenta Adam Szostkiewicz durante una entrevista en Varsovia. (Influyente periodista de la revista Polityka, se ocupa desde hace tiempo del catolicismo polaco; como miembro de Solidaridad, la junta militar comunista le encarceló durante seis meses.)

Según Szostkiewicz, había otras vías para la entrada en Polonia de productos de consumo común, medicinas, comida y, quizá, maletas de dinero. Estas «rutas» eran sobre todo «eclesiales»: la ayuda llegaba con curas y convoyes humanitarios que circulaban desde la Alemania federal. El dinero no pasaba nunca por la RDA ni por Bulgaria, porque allí los controles eran mucho más estrictos.

—Los católicos tenían más libertad de circulación que los demás. La policía polaca les toleraba mejor y no les sometía a registros tan severos. También les resultaba más fácil conseguir visados —añade Szostkiewicz. (En un libro reciente, El caso Marcinkus, el periodista Fabio Marchese Rapona revela, a partir de testimonios inéditos y documentos de la justicia italiana, que el Vaticano hizo posiblemente transferencias de «más de un millón de dólares a Solidaridad». Los actores decisivos para estos complejos montajes financieros fueron Paul Marcinkus y Stanislaw Dziwisz. También parace haber intervenido en la organización de este sistema el segundo asistente del papa, un sacerdote polaco llamado Mieczyslaw Mokrzycki, conocido como Mietek, actualmente arzobispo de Ucrania, al igual que el jesuita polaco Casimiro Przydatek, ambos de Dziwisz. Varios periodistas de investigación polacos están trabajando en este tema, sobre todo en la redacción de Gazeta Wyborcza. Es probable que en los meses o años venideros haya revelaciones.)

No se puede descartar que durante el pontificado de Juan Pablo II circularan maletas de dinero negro. Habrá quien considere que es un procedimiento discutible, pero la caída del régimen comunista polaco y, siguiendo la racha, la caída del Muro de Berlín y del imperio soviético, pueden dar una legitimidad retrospectiva a este uso singular del dinero santo.

Luego está el cuarto factor: los sobornos personales (porque de eso se trataba). Marcial Maciel «untaba» regularmente a prelados de la Curia. El psicópata recompensaba a sus protectores romanos con favores inimaginables. Les regalaba coches de lujo, viajes suntuosos, les entregaba sobres de billetes, tanto para ganar influencia y obtener ventajas para su secta de «legionarios» como para tapar sus propios crímenes. Hoy se conocen bien estos hechos, pero ¡ninguno de los prelados que se dejaron corromper ha sido sancionado y menos aún excomulgado por simonía! Fueron pocos los que rechazaron ese dinero sucio, y parece que el cardenal Ratzinger, con su austeridad de soltero, fue uno de ellos. Se dice que en México recibió uno de esos sobres de billetes y lo devolvió. El cardenal Bergoglio también fue un enemigo declarado de Marcel Maciel y uno de los primeros que le denunció, ya que Maciel odiaba no solo a los curas rojos de la teología de la liberación, sino también a los jesuitas.

Más allá de las cuestiones morales, el riesgo financiero que corrió el Vaticano es otro factor, el quinto, que podría explicar el silencio de la Iglesia. ¡Incluso cuando reconoce los hechos, no quiere pagar! En Estados Unidos los casos de abusos sexuales ya han costado decenas de millones de dólares para indemnizar a las víctimas. Para el Vaticano reconocer un error implica una responsabilidad económica. Este argumento de la cuantía de las indemnizaciones es crucial en todos los casos de abusos sexuales.

Por último —y con esto nos adentramos en el terreno de lo inconfesable—, entre los apoyos que recibió Marcial Maciel en México, España y el Vaticano hay algo que yo llamaría, púdicamente, el «clericalismo del armario». Es el sexto factor que puede explicar lo inexplicable, sin duda el más doloroso y también el más profundo, quizá la principal clave de lectura. Muchos de los cardenales de los que rodeaban a Juan Pablo II tenían una doble vida. No es que fueran pedófilos ni cometieran necesariamente abusos sexuales, pero sí en su mayoría homosexuales que llevaban una vida enteramente basada en el doble juego. Varios de estos cardenales recurrían habitualmente a los servicios de prostitutos y a préstamos para satisfacer sus deseos. No hay duda de que Marcial Maciel, alma negra, fue mucho más allá de lo tolerable, o legal, y en el Vaticano todos lo reconocían, pero denunciar sus esquemas mentales suponía cuestionarse su propia vida. También era exponerse a que saliera a relucir su propia homosexualidad.

Una vez más, la clave podría ser esta: gracias a la cultura del secreto, necesaria para proteger la homosexualidad de los curas, obispos y cardenales en México y en Roma (sobre todo de muchos personajes importantes próximos al papa), el pedófilo Maciel, por un efecto perverso del clericalismo, pudo obrar en secreto, con las manos libres, y gozar de protección duradera.

A fuerza de confundir pedofilia con homosexualidad (y parece que muchos cardenales lo han hecho), las diferencias se disipan. Si todo está mezclado, abuso sexual y pecado, pedofilia, homosexualidad y prostitución, y el crimen solo difiere por su gravedad, no por su naturaleza, ¿a quién se debe castigar? Los sacerdotes están desorientados: ¿dónde es arriba, dónde es abajo? ¿Dónde está el bien?, ¿el mal?, ¿la naturaleza, la cultura?, ¿dónde están los demás, dónde estoy yo? ¿Puedo excomulgar a Marcial Maciel por sus crímenes sexuales si yo también vivo en la mentira sexual y soy «intrínsecamente desordenado»? Denunciar abusos es exponerme inútilmente y, quién sabe, arriesgarme a que me señalen con el dedo. Tal es el secreto profundo del caso Maciel y de todos los crímenes de pedófilos que han encontrado, y siguen encontrando, en el Vaticano y el clero católico un ejército de apoyos, innumerables excusas e infinidad de silencios.



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                                     11

EL CÍRCULO DE LUJURIA






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