Día Mundial contra el Acoso Escolar: falsas creencias
sobre el bullying que debes desterrar ya
La Vanguardia
Hoy, Día Mundial contra el acoso escolar, vale la pena recordar que los de bullying no son casos aislados ni un problema
educativo residual. Más de la mitad de los niños españoles ha sufrido algún tipo de violencia
o humillación en el colegio, la mayoría
burlas, rumores o golpes. Y casi uno de cada
cuatro admite haber participado en algún acto de violencia o humillación hacia
otros compañeros. Estos son algunos de los datos del estudio Percepciones
y vivencias del acoso escolar y el ciberacoso entre la población española de 10
a 17 años , publicado el pasado
año por Save the Children.
El acoso escolar es un problema global que afecta
a todos (familias, profesores y alumnos), pero que en muchas ocasiones no se percibe como
tal, a pesar de que sus consecuencias pueden ser graves y
permanentes. Según Irene Montiel, doctora en Psicología y profesora del grado de
Criminología de la UOC, aún existen falsas creencias que restan importancia a sus consecuencias y que impiden
un abordamiento rápido y eficaz del problema. A
continuación se recogen algunas de estas afirmaciones que a día de hoy aún
están muy extendidas:
1. Sólo es bullying si existe violencia
o agresiones físicas
El acoso escolar también puede ser
verbal (insultos, desprecios…) o relacional (“A ti no te invito a mi
cumpleaños, y al resto sí”, “Tú no te sientas con nosotros”) y su objetivo es
el aislamiento social. El acoso con violencia es más común en los varones.
Según el informe de Save the Children, el 30 % de los niños admite que le han
pegado, respecto al 14 % de las niñas. En cuanto a las edades, las agresiones
se dan más en niños y niñas de 10 a 12 años (un 31 %) y van desapareciendo con
la edad: un 22 % de los chicos y chicas de 13 a 15 años y un 10 % de 16 a 17
años dice haber sufrido agresiones físicas. El bullying sin violencia física
suele ser más difícil de detectar porque es más sutil, apunta Irene Montiel, y
sobre todo los adolescentes, llegan incluso a no considerarlo acoso, en parte
por estas falsas creencias que todavía están muy extendidas en la sociedad.
2. Siempre ha existido, ¡son cosas de niños!
Ni son cosas de
niños ni hay que aceptarlo, restarle importancia o pensar que desaparecerá si
se deja pasar. La frase “esto ha ocurrido toda la vida” no lo legitima. Y
afirmaciones como “los niños de ahora no aguantan nada” o “nadie se ha muerto
de esto” no hacen sino esconder un problema real que debe abordarse
correctamente.
Montiel advierte que opiniones
de este tipo son “muy habituales entre los adultos» y se corre el riesgo de
restar importancia a un problema gravísimo que puede llevar incluso al suicidio
de la víctima. En España, tal y como registran los últimos datos del INE de
2017, el suicidio es la tercera causa de muerte juvenil.
3. Te hace más fuerte
Todo lo
contrario. La mayoría de los niños, niñas y adolescentes son fuertes y resilientes,
es decir, consiguen superar la experiencia. Pero en muchas ocasiones, la
víctima acaba experimentando estrés crónico y se vuelve cada vez más débil y
vulnerable, no solo en esta fase infantil o juvenil. Diversas investigaciones
científicas han demostrado que los niños que sufrieron acoso escolar son más
proclives a seguir siendo víctimas en su etapa adulta (violencia de pareja,
agresiones, etcétera).
“De alguna forma aprenden o interiorizan que este es
su papel y que la violencia es una forma natural de relacionarse”, explica
Irene Montiel. Igual que ocurre con los pequeños que han sufrido abusos
sexuales, que suelen verse abocados a relaciones donde se perpetúa el abuso o
el desequilibrio de poder, en el caso de los niños acosados serán personas más
expuestas y con mayor probabilidad de sufrir otras
formas de violencia. Además, diversas
investigaciones han demostrado que el bullying deja secuelas en la edad adulta como la depresión o la ansiedad social.
Esto no significa que haya que evitar todas las adversidades a los niños, ya que forman parte de la vida y han
de aprender a afrontarlas y superarlas, pero en su justa medida. Montiel explica que existe un umbral que no
debe sobrepasarse y que, una vez se cruza, no hay vuelta atrás. Así como un
nivel de estrés mínimo es bueno y nos ayuda a estar alerta, un nivel de estrés
crónico perjudica gravemente la salud, y lo mismo ocurre con los conflictos.
Una exposición moderada a conflictos
relacionales ayuda a aprender a gestionarlos, pero dejar que el niño se
enfrente a situaciones de violencia no solo es intolerable, sino que tiene
también consecuencias “gravísimas”, y no podemos esperar a que sea capaz de
manejarlas. Hay muchos casos de pequeños que han sufrido bullying que han sido
capaces de enfrentarlo de manera resistente, matiza la profesora, y han sabido
convertirlo en una experiencia positiva al superarlo y al valerse de ese
aprendizaje para, por ejemplo, ayudar con su experiencia a otros niños que lo
están sufriendo. Pero eso no implica que no sufran. La capacidad de resistencia
no implica ausencia de daño, sino un afrontamiento positivo y exitoso de este.
4. Si es solo por internet, no es para
tanto
El acoso por internet puede tener
las mismas consecuencias psicológicas o incluso más graves. Pero, al igual que
el bullying sin agresiones físicas, se tiende a restarle importancia, explica
la profesora de la UOC. Y esto a pesar de que, en España, uno de cada cuatro
casos de bullying se produce por medio de dispositivos tecnológicos, según la
OMS, y que ocupamos el séptimo lugar en la clasificación de países con mayor
ciberbullying en niños de trece años.
Además, en el caso del ciberacoso,
los testigos o los agresores pueden llegar a ser miles. Un tuit o un comentario
en Facebook que se repite por cientos de usuarios multiplica el número de
agresores y las probabilidades de causar un daño a la víctima. Además, el
ciberbullying también aumenta “la sensación de indefensión e imposibilidad de
escapar” de la víctima, que está 24 horas al día expuesta a los ataques en
línea.
El ciberacoso aumenta la sensación de indefensión y es
más probable que la víctima piense en el suicidio
Esto puede derivar en un “estado de
paranoia” que atormenta a la víctima permanentemente. La profesora de
Criminología de la UOC explica que el ataque en internet puede perpetuarse en
el tiempo y reaparecer en cualquier momento.
Por ende, el estrés puede
cronificarse y es posible que la víctima acabe viendo el suicidio como la única
escapatoria. Y es que, en el caso del ciberbullying, el impacto del suicidio es
todavía mayor que en el acoso escolar tradicional. Las cibervíctimas tienen
tres veces más riesgo de tener ideas suicidas, según el estudio Relación entre la victimización
entre iguales, el ciberacoso y el suicidio en niños y adolescentes ,
publicado en Jama Pediatrics, revista médica de la Asociación Médica
Americana.
5. Cualquier conflicto entre menores es
bullying
No es cierto. Para que un conflicto
entre menores sea considerado acoso escolar tienen que darse tres condiciones:
la primera, que haya intención de hacer daño, de anular a la víctima; la
segunda, que sea un comportamiento reiterado y sistemático a la misma persona,
que no sea un ataque puntual; y, por último, que exista un desequilibrio de
poder entre los agresores y su víctima.
6. Si supiera defenderse no sufriría
acoso escolar
Esta falsa creencia está muy
extendida, según explica Montiel. Incluso los padres llegan a culpar al niño
con frases como: “Eres tonto porque no te defiendes”. Es cierto que hay niños
con ciertas habilidades sociales que tienen menos probabilidades de sufrir acoso.
Y también es cierto que hay que ayudar y dar herramientas a los pequeños para
saber enfrentarse a las adversidades. Pero ningún menor tiene por qué saber
cómo hacer frente a una situación de violencia de este tipo, que incluso los
adultos no sabríamos gestionar si la viviéramos, por ejemplo, en nuestro
entorno laboral. Así que el papel del adulto ha de ser el de vigilar, proteger,
ayudar y defender, y enseñar al niño que tiene derecho a no ser agredido nunca
y a pedir ayuda y recibirla sin que se le considere por ello un “chivato”.
7. Los niños siempre avisan si sufren
un acoso grave
Está comprobado que en muchísimos
casos prima “la ley del silencio”. Las víctimas se van hundiendo, se sienten
cada vez más aisladas y llegan a creer que ni sus familiares pueden ayudarlas,
explica Irene Montiel. Además, temen que el acoso se recrudezca al ser tachadas
de chivatas. Los niños más mayores también pueden callar para no preocupar a
sus padres, advierte la profesora.
Y aún existe otro motivo más para
silenciar el abuso: es muy habitual que los papeles se intercambien con el
tiempo, y podría ser que la víctima de hoy fuera agresor en el pasado. En estos
casos, muchos menores optan por no contar su problema, por miedo a no ser
comprendidos o a que se les culpabilice de su situación y ello les arrebate el
derecho a ser ayudados.
8. Es difícil que los padres y
profesores se den cuenta
Es cierto que padres y profesores
suelen tener dificultades para advertir el ciberbullying al no compartir redes
sociales ni entornos virtuales con los menores. Pero cuando se trata de acoso
tradicional, como explica la profesora de Criminología de la UOC, los
profesores pueden darse cuenta con relativa facilidad, al menos de que algo en
el grupo no funciona bien. Por su parte, los padres deben estar atentos a
síntomas como bajada de rendimiento escolar, cambios de comportamiento, miedo
de ir al cole… y ser muy accesibles emocionalmente con sus hijos e hijas, no
avasallando a preguntas, pero sí dejando muy claro que están ahí dispuestos a
escucharles, pase lo que pase, sin juzgarlos ni castigarlos, y, en caso
necesario, buscar apoyo en el centro escolar o en profesionales de la
psicología.
9. Es mejor que lo solucionen entre
ellos
No es cierto que sea mejor
mantenerse al margen. Los adultos han de intervenir y dar herramientas tanto al
acosador –“cuya actitud siempre esconde algún motivo”, matiza Montiel–, como a
la víctima y a los testigos, figuras claves tanto para perpetuar el bullying
como para eliminarlo.
El acoso y el aislamiento no existen
si no hay espectadores que los toleran. Son ellos los que deben intervenir
afeando la conducta o advirtiendo, pero para que esto ocurra los adultos
primero tienen que dar ejemplo a los niños interviniendo cuando ven situaciones
de insultos o vejaciones, añade la profesora. Y,además, deben tomar las medidas
necesarias para atajar el problema cuando ya existe. No podemos exigir a los
niños y niñas que actúen de forma valiente y responsable si nosotros no somos
capaces de hacerlo. Además, su seguridad y bienestar es nuestra
responsabilidad. Ellos ya tienen bastante con descubrir cómo funciona el mundo
y cuál es su lugar en él. ¡Eso sí son cosas de niños!, enfatiza Montiel.
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