Restos de Catalina Muñoz Arranz junto al sonajero
hallados en el parque de La Carcavilla (Palencia) en 2011.
La madre que llevó un sonajero
a su fusilamiento
Catalina Muñoz fue ejecutada en
septiembre de 1936 y enterrada con el juguete de su hijo de nueve meses, quien
ha conocido su historia 83 años después.
elpais.com / Nuño Domínguez /
08-05-2019
En agosto de
2011, un equipo de arqueólogos se topó con un sonajero dentro de una fosa de la
Guerra Civil. Era un juguete rosa y amarillo chillón, con forma de flor, que
estaba junto a un cadáver rociado con cal viva y enterrado sin ataúd. A la hora
de comer, los excavadores no hablaron de otra cosa: ¿podía el objeto ser de
1936?
“Parecía una
broma”, recuerda Almudena García-Rubio, antropóloga de la Sociedad de Ciencias
Aranzadi, quien se encontraba ese día en unas excavaciones ya de por sí
inquietantes, pues buscaban 250 víctimas de la represión franquista enterradas bajo los
columpios infantiles del parque de La Carcavilla, en la ciudad
de Palencia, donde antaño estaba el cementerio municipal.
El
sonajero fue llevado al etnógrafo Fermín Leizaola, quien cortó un pedazo del
plástico y lo acercó a una llama, en la que prendió rápidamente dejando un
“característico olor a alcanfor”. Eso probaba que era de celuloide, un plástico
desarrollado en 1870 muy usado en objetos cotidianos hasta los años setenta del
siglo XX. El juguete podía ser de la época. “Este es el objeto más llamativo y
conmovedor que haya podido salir de una fosa de la Guerra Civil”, opina
García-Rubio, que destaca que es el único de este tipo recuperado en las más de
700 fosas exhumadas en España hasta la actualidad.
Este objeto
y la historia que hay detrás de él ha servido para que toda una
familia recupere la memoria de unos hechos que habían estado enterrados hasta
ahora. Los registros del cementerio viejo de Palencia indicaban que el cadáver
era de Catalina Muñoz Arranz, de 37 años y natural de Cevico de la Torre, un
pueblo a 30 kilómetros de la capital palentina. Tenía cuatro hijos cuando la
mataron. El más pequeño, de 9 meses, era probablemente el dueño del sonajero.
Martín de la Torre Muñoz, hijo
de Catalina, junto a su hija Martina (izquierda) y su mujer, Francisca Atienza. VÍCTOR
SÁINZ
Aquel bebé es hoy un hombre de 83 años que vive en una
casa humilde de la calle principal de Cevico de la Torre, con unos 400
habitantes. Habla poco, tiene la mirada fija y unas manos muy anchas de toda
una vida trabajando, pues empezó a los ocho años. “Fui pastorcillo y luego
trabajé en el campo. Nunca fui a la escuela”, explica en la cocina de su casa,
donde vive con su mujer y con su hija Martina, de 56 años. “De mi madre no
recuerdo nada”, dice Martín de la Torre Muñoz. “No sé ni qué cara tenía, porque
no tenemos ninguna foto suya, esa es la pena”, confiesa. Nunca pudo indagar
sobre su madre y en la familia casi no se habló de lo sucedido.
Tras la muerte de su madre, a Martín le crió una tía
en Cevico. Su padre, Tomás de la Torre, estaba en la cárcel acusado del
asesinato de un falangista en una reyerta que sucedió en el pueblo el 3 de mayo
de 1936. Le condenaron a 17 años. Su mujer corrió peor suerte. La detuvieron el
24 de agosto, algo más de un mes después
del golpe de Estado impulsado por Franco, que triunfó en Palencia.
La juzgó un consejo de guerra en el que el alcalde de Cevico y otros dos
vecinos declararon que iba a manifestaciones, que la habían descubierto lavando
sangre de la ropa de su marido, que daba vivas a Rusia y mueras de la Guardia
Civil, que dijo: “Todavía vamos a vencer y os vamos a hacer tajadillas”.
Lucía Muñoz, hija de Catalina,
en la residencia de Cevico de la Torre (Palencia). VÍCTOR
SÁINZ
Catalina no sabía leer ni escribir, pero sí firmar,
según el sumario de su juicio, que se conserva en el archivo militar de Ferrol.
Es fichada como una mujer de 1,51, morena, de pelo y ojos negros, de apodo
Pitilina. El 5 de septiembre, ella testificó y firmó una declaración en la que
admitía haber ido a manifestaciones, pero negaba el resto de acusaciones contra
ella.
A
pesar de la falta de pruebas, el tribunal la condenó por rebelión militar con
la pena máxima. Murió el 22 de septiembre a las “cinco y treinta horas del día
[…] por heridas producidas por arma de fuego de pequeño proyectil en cráneo y
pecho”, según el detallado sumario, que coincide casi a la perfección con el
análisis osteológico que hicieron los antropólogos en 2011 tras desenterrar su
cadáver. Junto a él también se encontraron botones, corchetes metálicos y las
suelas de goma de sus zapatos, del número 36.
El sonajero hallado junto al
cuerpo de Catalina. SOCIEDAD
DE CIENCIAS ARANZADI
Unos pocos metros más abajo de la casa de Martín está
la única familiar que recuerda a Catalina: Lucía, su hija y hermana de Martín.
Ella tiene ahora 94 años, la memoria algo frágil y las mismas manos anchas que
su hermano. En una sala de visitas de la residencia de ancianos de Cevico donde
vive Lucía recuerda el día que detuvieron a su madre. “Salió de casa corriendo
con el niño y se cayó en la trasera de una casa y fueron a cogerla. Al niño no
le pasó nada. Ella gastaba un delantal de medio cuerpo y pico negro para
taparse. Es lo único que llevaba cuando salió de casa”, relata. Aunque no
recuerda el sonajero, Lucía dice que es probable que su madre lo llevase en el
bolsillo de ese mandil. “Tenía mucho genio, en eso me parezco a ella. Si le
decían algo… Jesús. Y por eso la mataron. Desde hace unas semanas no paro de
llorar acordándome”, lamenta con los ojos humedecidos y la mirada perdida.
Lucía tenía 11 años cuando fusilaron a su madre. Se quedó al cuidado de su
abuelo y empezó a servir en casas de gente pudiente del pueblo, pero no
pudieron hacerse cargo de enterrar a su madre en Cevico.
“De entre el centenar aproximadamente de mujeres
asesinadas en los primeros meses de la guerra en la provincia de Palencia,
Catalina Muñoz es la única que fue juzgada y condenada a muerte, al resto las
pasearon”, resalta Pablo
García-Colmenares, catedrático de Historia Contemporánea de la
Universidad de Valladolid y presidente de la Asociación para la Recuperación de
la Memoria Histórica de Palencia (ARMH). Es autor de la obra Víctimas de la Guerra Civil en la provincia de Palencia
(1936-1945), editada por la Junta de Castilla y León.
Placa con el normbre de Catalina
Muñoz entre otras víctimas de la represión franquista en el parque de La
Carcavilla (Palencia). VÍCTOR
SÁINZ
Cuando el padre de Martín salió de la cárcel, se fue a
trabajar a Bilbao. Muchos años después, ya jubilado, volvió a Cevico y
vivió allí los últimos ocho años de su vida. Nunca hablaron de lo sucedido y
Martín no le preguntó nada sobre su madre por no despertarle recuerdos
dolorosos.
Martín
no sabía que a su madre la habían enterrado sola en Palencia y ahora ha visto
por primera vez la foto del juguete que se llevó a la tumba. Al no haber
reclamado nadie los restos y las pertenencias de Catalina, fueron enterrados en
el cementerio nuevo de Palencia junto a otras víctimas de la represión, pero en
una caja separada. Tras conocer la historia del juguete y su paradero, Martina,
la hija de Martín, ha iniciado los trámites para recuperar el cadáver y, junto
a él, el sonajero, que podría volver a las manos de su padre 83 años después.
Martina
ha acudido por primera vez a Palencia a ver el monolito de La Carcavilla que
recuerda a las víctimas, donde figura el nombre de su abuela, ha comprado el
libro sobre las víctimas de la Guerra Civil de Colmenares y quiere hacer una
urna para guardar el sonajero para que sus hijos y nietos conozcan la historia.
“Al ver el nombre de Catalina grabado en el monolito he sentido una sensación
de vacío muy rara, pero por otro lado estoy muy contenta de poder recuperar a
mi abuela y llevarla junto a mi abuelo. Yo creo que él no fue el culpable de lo
que le pasó a mi abuela, como se pensaba, sino que fue él quien se entregó para
cubrirla a ella, fue un gesto de amor”, explica Martina. Cuenta que a su padre
ahora se le saltan las lágrimas cuando se pregunta si va a morir antes de que
traigan de vuelta a su madre.
Un cadáver en la fosa de La
Andaya (Burgos) con una alianza en la mano izquierda. LUIS RÍOS
Los objetos como el sonajero de Catalina son
pequeños tesoros para los arqueólogos contemporáneos, que aplican métodos
científicos a la recuperación y estudio de materiales de episodios de la
historia reciente. En ocasiones, emblemas militares o alianzas de boda son
claves para identificar a algunas víctimas. “Los objetos personales que se
recuperan junto a los cuerpos permiten un acercamiento a la cotidianidad de las
personas represaliadas”, explica García-Rubio en Mujeres en la Guerra Civil y la
posguerra. Memoria y Educación(Audema). “Un lápiz, unas gafas, un reloj, un
peine, un recorte de periódico con el resultado del Tour de Francia de ese año
1936, son pequeños fogonazos de la vida de cada uno reflejada en lo que
llevaban en los bolsillos en el momento en que fueron detenidos. A veces se
trata de elementos muy particulares, como unos gemelos con el dibujo de un
faraón, pero la mayoría de las veces son elementos propios de una época y de
una ocupación, como los cientos de suelas de goma del calzado de labranza
recuperados en las fosas de Burgos, Palencia o Valladolid”, detalla.
Esta alianza recuperada en la
fosa Andaya permitió identificar el cadáver de Tomás Requejo, que era segundo
teniente de alcalde de Aranda del Duero y fue asesinado en verano de 1936. LUIS RÍOS
En otros casos los objetos aportan una visión
diferente a episodios de la historia reciente, explica Alfredo González-Ruibal,
arqueólogo del CSIC que lleva años excavando trincheras y campos de
concentración de la Guerra Civil, de la que ha recuperado decenas de miles de
objetos que son catalogados y archivados y que, a su manera, resumen la
contienda. Hay medallas, crucifijos, botes de perfume, zapatos de tacón, además
de kilos de metralla y munición. “El poder de este tipo de arqueología no es
contar un episodio ya conocido, sino sintetizar un momento de la historia con
una imagen”, según explicó el investigador en una reciente conferencia en
el Museo Arqueológico Nacional en la que destacaba el sonajero de Catalina como
uno de los objetos que mejor condensan la historia de la Guerra Civil.
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