04/01/2008
Texto: Luis Viadel
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¿A qué edad empieza la tercera edad? Parece ser que el día de la
jubilación es el punto de partida para casi todos.
Muchos temen la llegada de esa fecha que te va a despojar de lo que
has sido para convertirte, de la noche a la mañana, en un pensionista, en
un jubilado. La palabra no gusta a casi nadie de los afectados y algún
publicista astuto inventó lo de la 3ª edad que muchas veces resulta
peyorativo a pesar de que su implantación se haya ido generalizando.
Desde la muerte del rebelde dictador Franco (caudillo de España por la
gracia de dios) en este país las cosas han cambiado mucho. El retraso al
que nos condujo el mediocre y soberbio militar lo hemos ido recuperando en
los últimos años aunque a varias generaciones, nos haya perjudicado miserablemente.
Naces y te vas desarrollando durante la dictadura, luchas para que llegue
la democracia y cuando lo has conseguido pasas a la reserva: la jubilación.
Empiezas la tercera edad. Cambias completamente de vida. Dejas atrás, a tus
clientes, proveedores, compañeros de trabajo, los recepcionistas de los
hoteles, los camareros de los restaurantes, etc…Ahora el médico del
ambulatorio de la Seguridad Social te llama por tu nombre, eres uno de los
mejores clientes de la farmacia de tu barrio y el dentista te da cita cada
dos meses. Haces nuevos amigos deambulando por los jardines donde pasean,
como parias de la vida, todos los que se encuentran en la misma situación
que tú.
Hace muy poco, un cachondo mental en Internet, se quejaba de que la vida
estaba mal hecha, era al revés, decía. Imaginaros que nacemos viejos
cobrando la jubilación sin trabajar. Cuando echas de menos el sexo te vas
haciendo joven y potente con tus permanentes juergas hasta llegar a niño
chupando las tetas maternas. Al final de tus días te conviertes en un
orgasmo.
Si tu pareja vive todavía y no sois muy mayores, es decir que os valéis por
si mismos con la sola ayuda de los Laboratorios Farmacéuticos, todo irá
sobre ruedas. No es conveniente opinar delante de los parientes: hijos,
nueras, yernos, etc… Apuntarse a todos los viajes que el INSERSO te
proporcione y pasar lo más desapercibido posible. Unas navidades
coincidimos mi mujer y yo, en un hotel de Benicasim con un cargamento de
jubilados. Nos fuimos a dormir muy cansados, veníamos de viaje, mientras el
grupo terminaba de cenar en una enorme algarabía. A las tres de la mañana
nos despertó el ruido de puertas que se abrían y cerraban mientras gente
andaba por los pasillos. Mi mujer se levantó asustada creyendo que algún
anciano-a se había puesto enfermo. Tuve que convencerla de que no pasaba
nada. Tan solo que esa noche habían rejuvenecido veinte años.
Cuando llegan las vacaciones los servicios de urgencias se llenan todos los
días de octogenarios que han sido “depositados” por sus familiares que
desaparecen al instante. Se ha dado el caso de abandonar al abuelo en una
gasolinera mientras acudía al servicio para realizar sus imperiosas
necesidades. Son como los trastos viejos que molestan y no sabes donde
depositarlos. Resulta sorprendente lo buenos padres que solemos ser con
nuestros hijos realizando las cosas más insospechadas para educarlos,
protegerlos, alimentarlos, ayudarles en todas sus necesidades incluso
cuando ya tienen algunas decenas de años. Nuestros mayores molestan. No les
prestamos la menor atención y solamente el 1º de noviembre de cada año
vamos en tropel a los cementerios a depositar flores sobre su tumba.
Evidentemente la condición sine quanon es que estén muertos.
Mientras viven los dos, el lugar adecuado es su propia casa. ¿Dónde van a
estar mejor? Da lo mismo si no tienen ascensor, eso es bueno para las
piernas. La compra se la subirá el de la tienda del barrio y cuando
necesiten al técnico de la televisión ya le llamaremos nosotros.
Uno de los dos muere. Pobre del que se queda vivo. En el mismo tanatorio
los hijos o parientes ya empiezan a repartirse los días que cada uno debe
cargar con el “muerto” (ahora se refieren al vivo). La paga no es casi
nunca interesante pero puede tapar muchos agujeros. Hacen números. No interesa.
Entonces lo llevaremos por meses; no, por semanas; no, por días…
Todos tienen problemas y nadie quiere hacerse cargo del superviviente. Los
sentidos van menguando pero no pueden evitar escuchar todos estos
comentarios, las discusiones y los planteamientos sin que nadie saque a
relucir la falta de cariño que conlleva toda esta forma de actuar. Se
sienten solos, tristes y en muchos casos deprimidos como la antesala de la
muerte de la que todos dirán que no pudo soportar vivir solo y se marchó
con su compañera-o. Queda romántico.
A uno se le ocurre sacar a relucir la palabra maldita con la que todos
piensan pero nadie se atreve a pronunciar: una residencia. Inmediatamente
añade el interlocutor: es lo mejor, no le faltaría de nada y a fin de
cuentas con su pensión se la puede pagar perfectamente. Los demás asienten
luego de auto-convencerse por verse obligados a tomar esa decisión.
El día que lo llevan con su maletita a la residencia (el piso ya se ha
vendido y el dinero se ha repartido entre todos) ponen cara de
cariacontecidos aunque de toda la tropa los únicos que están muy tristes
son la víctima y los nietos que no acaban de comprender como sus padres se
deshacen de sus abuelos. Están aprendiendo. A los pocos meses muere triste
y solo. Hay que oficiarle una misa. ¿Pero si el abuelo era agnóstico? Da lo
mismo porque así le hace mas falta. Que no le pongan ninguna cruz en la
lápida. Eso no puede ser, todas las lápidas del mundo la llevan.
El primero de noviembre hay que ir de nuevo a decorar los nichos. ¿A quien
lo toca pagar las flores? Las cuatro familias compuestas por sus hijos-as,
yernos, nueras y nietos-as llevan hermosos ramos en medio de esa gran
muchedumbre, ese río humano que se forma todos los años en los camposantos.
Delante del nicho las mujeres comentaran de pasada lo buenos que eran,
mientras los hombres hablaran del Real Madrid.
Luis Viadel
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