Su
hijo nos lo hemos encontrado muerto…
Público
25-6-2015
Teniente
Luis Gonzalo Segura
Después
de leer esta desgarradora carta, se puede comprobar el maltrato que
ha sufrido tanto el fallecido como sus familiares. Ahora mismo, solo puedo
sentir vergüenza por gran parte de las decisiones que toman las juntas médicas
y los jurídicos militares. Lo único que espero es que las medallas, los
destinos y los ascensos que consiguen a cambio de destrozar tantas vidas y de
pasar por tantos cadáveres les queden bonitos y elegantes en sus uniformes.
Siento rabia e indignación. Ojalá muchos de ellos recapaciten sobre su trabajo y
sus cometidos y reflexionen sobre al servicio de quién están. No es lo
mismo que estar al servicio de altos mandos para los que la tropa son vulgares
peones que estar al servicio de la medicina y la justicia.
La carta
“Sábado, no uno cualquiera, mi aniversario de bodas 30
años de casada. ¿Feliz? Pues sí, porque para mí el significado de felicidad era
saber que mis hijos estuvieran bien, en el sentido de salud y trabajo, claro…
mi esposo me acababa de dar un regalo. La única espinita es que no hacia ni 24
horas que a nuestro hijo Juan Antonio, que era militar, lo acababan de destinar
a Zaragoza. (Nota: Debido a la
crisis las Fuerzas Armadas endurecieron las condiciones de vida de los
militares de tropa ejerciendo especial presión sobre enfermos, embarazadas,
padres y madres, etc. Todo valía -y vale- para reducir el número de militares
de tropa lo máximo posible y han conseguido rebajar en más de 10.000 los
militares de tropa en cinco años…).
Fue muy duro puesto que llevábamos 3 años luchando con
una antipática enfermedad de las llamadas raras: una narcolepsia. Esta
enfermedad lo tenía muy agobiado y limitado en muchas cosas. Lo que nos parecía
raro es que habiendo pedido destino cerca de casa (vivía en Cádiz y le
destinaron a Zaragoza) pues la medicación tenía que tomarla de noche y en casa
y siempre vigilado por una persona, por lo cual no podía dormir solo.
Nos sorprendió mucho la decisión del
Ejército, pero mi hijo nos decía “¡eso lo hacen para putear mamá! pero
conmigo no van a poder”.
Pues aunque parezca mentira sí pudieron con él, esa
misma mañana del 26 recibimos una llamada de teléfono que lo cogió mi marido.
De pronto lo ví encogido de dolor sin poder hablar, con el teléfono en la mano,
pensé que le estaba dando un infarto, me asusté bastante y le preguntaba “¿qué
te ocurre?, ¿qué te ocurre?”, una y otra vez sin recibir respuesta, le quité el
teléfono de las manos y pregunté “¡¿quién es, quién es?!”.
“Señora, su hijo es el soldado Juan Antonio Rosa Bilbao?”.
“Si (contesté), ¿ha ocurrido algo?”.
“Su hijo nos lo hemos encontrado muerto en su
camareta…”.
No puedo ni escribir cuál fue mi reacción, gritaba
“oh, no, no, no, no… Usted se ha equivocado, no puede ser…”
Me fallaron las fuerzas y caí al suelo a la vez que
pensaba que eso no podía estar pasando, revoleé el teléfono y solo gritaba “no,
no, mi niño no, mi niño no”.
Mi marido intento tranquilizarme a la vez que yo tenía
que tranquilizarlo a él, había un cliente en el negocio que no daba crédito a
lo que estaba pasando. El coronel nos llamó una y otra vez para tranquilizarnos
por teléfono (no se dignaron ni a mandar a alguien para comunicárnoslo en
persona, ¡qué inhumanos!).
Ya un poco más tranquilos nos daba instrucciones para
lo que teníamos que hacer, porque estábamos en Cádiz y mi hijo en Zaragoza.
¡Dios mío!, ¿cómo le decíamos a nuestros hijos lo de
su hermano?, ¿cómo hacíamos para evitarles tanto dolor?
Menos mal que mi hijo, el pequeño, en esos momentos se
encontraba en casa de su hermana, por lo menos la noticia la recibieron juntos,
en esos momentos era como si una caja de cristales estuviera en mi pecho y
por cada latido de mi corazón se me clavaba unos cuantos…
¿Cómo se lo contaba a mi madre? ¡Dios mío! ¿Qué has
hecho con nosotros? No creo que ningún padre tenga el derecho de pasar por
esto.
Día muy largo hasta que llegamos, la noche más larga
aún.
Domingo 27 a esperar que le hicieran la autopsia para
podérnoslo traer para Cádiz, nos quedaba otro duro día de vuelta y una noche de
angustias.
A partir de este día ya nada ha vuelto a ser lo mismo,
ni en casa, ni en nuestras vidas, el día a día es super complicado, mi hijo (el
pequeño) ya no es el mismo… Se pregunta una y otra vez qué le han hecho a su
hermano. Compartían cuarto, confidencias, porque su soldadito y él eran uña y
carne.
Mi hija era su segunda madre, tampoco lograba
comprender lo que estaba pasando, “¿por qué nos lo han quitado mamá?…” y qué le
contesto si no tengo ni voz.
Jamás volveré a ver a mi niño, ni lavar esos petates
de ropa que me traía los viernes y tenía que tener lista para el domingo, ni a
decirle jamás que deje de fumar y tomar tanta coca cola. Como disimulas el
dolor ante tus hijos, tu marido y tu familia y decirles que estás bien cuando
estás destrozada, cómo se te quitan las ganas de cuidarte, de vivir, de
respirar… Cómo disimulas cada vez que hueles el perfume de él en otros
chavales, cada vez que ves a tu otro hijo con su ropa y con muchísimos gestos
igual que su hermano, todo, todo te huele y recuerda a él.
Nuestras vidas jamás volverán a ser lo que eran.
Solo espero que si hay un responsable en todo esto, que
algún día pague por ello.”
Observaciones:
Este blog es la voz de los olvidados.
Carta escrita por Rosa Bilbao, madre del militar
fallecido.
A día de hoy, esta madre ha recibido la respuesta del
Ejército desentendiéndose de la muerte de su hijo como se desentiende de las
discapacidades, enfermedades y fallecimientos de tantos y tantos militares de
tropa (o ex militares) que parecen no significar nada para los altos mandos…
Podrás encontrar esta y otras historias en “Código
rojo”, una novela sobre los suicidios, la industria armamentística, el tráfico
de drogas, el tráfico de armas, los abusos, la corrupción o los
privilegios en la que descubrirás inquietantes asesinatos en serie o
conexiones con acontecimientos históricos.
Es imposible olvidar a los soldados de carne y
hueso, personas que un día vistieron el uniforme militar con toda la ilusión
del mundo. Más difícil es todavía que les olviden sus familias.
Es la hora de hacer justicia y para ello es
necesario que la historia la escriban las personas y no que la dicten los
poderes.
www.luisgonzalosegura.com
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