La historia de Vivian Maier
Publicado: 28/08/2015
Vivian Maier era una
mujer alta, un tanto desgarbada y caminaba, según cuentan quienes la
conocieron, como si desfilase en una marcha militar. Tenía un trabajo de
niñera. Y una afición secreta: la fotografía. Le gustaba fotografiar a la gente
normal y corriente, a los niños al aire libre y a las personas marginadas o
golpeadas por la vida que se encontraba a la luz del día o en oscuros
callejones. Le gustaba también fotografiarse a sí misma. Su rostro y su cuerpo
reflejado en espejos o escaparates. Muestran esos autorretratos a una mujer
algo tímida y huidiza, como si la cámara que la fotografiaba fuese en realidad
un lugar en el que refugiarse del resto de las miradas. Como si ahí, detrás de
la cámara, detrás de sí misma, el mundo fuera un lugar menos peligroso, menos
hostil, menos oscuro. Escondida en unas fotos que jamás le enseñaría a nadie:
ni las suyas ni las que le hacía a los demás: a la gente normal y corriente, a
los niños al aire libre, a las personas marginadas o golpeadas por la vida.
Unas fotos que guardaba en cajas. Cajas que, a su vez, guardaba
en los garajes de las familias para las que trabajaba. Diferentes familias.
Muchas fotos, muchas cajas. Mucho talento que sólo se descubrió tras su muerte,
en 2009, casi por casualidad.
Me
emocionó la historia cuando la conocí. Y sigue haciéndolo aún más ahora que
acabo de ver el estupendo documental Buscando a Vivian Maier.
Un chico, John Maloof, el realizador del documental (nominado al Oscar), compra
en una subasta una serie de fotografías por trescientos y pico dólares, y así
descubre el monumental legado de esta mujer que parecía rehuir la fama, el
éxito, el reconocimiento, la multitud. Que sólo parecía centrarse en su trabajo
de niñera, en las noticias macabras de los periódicos (leía con avidez los
periódicos, los apilaba y almacenaba en su habitación: habitaciones en las
casas de las familias para las que trabajaba, siempre cerradas con gruesos
candados) y en esas fotografías que realizaba en el mayor de los secretos. Esas
fotografías que ocultaba en numerosas cajas. Más de cien mil fotografías
realizadas entre Nueva York (donde nació en 1926) y Chicago (donde murió en
2009) a lo largo de varias décadas. Maloof se puso en contacto con varios
museos, entre ellos el MoMA. Todos las rechazaron. Organizó exposiciones en
galerías, y ahí comenzó el despegue. Los expertos situaron el trabajo de Vivian
a la altura de Diane
Arbus o Helen
Levitt. Entre el horror y la inocencia. En septiembre, la galería Bernal de Madrid expondrá algunas de sus fotografías y un vídeo realizado por la propia
artista.
Miro esas fotografías una y
otra vez. Sobre todo, las que se hizo a sí misma. Esa mujer alta y un tanto
desgarbada, con un ligero aire en el rostro a la escritora Jane
Bowles y a la actriz Tilda
Swinton (si la
historia de Vivian se llevase al cine, creo que Tilda sería una buena opción
para interpretarla), con la cámara colgada del cuello y la mirada inquietante,
entre la avidez y la serenidad, refugiándose en el cristal que la reflejaba,
que la apartaba del mundo que se encontraba detrás de ella (lo cotidiano, lo
inocente, lo monstruoso). La miro y pienso en lo extraño y complicado que es
todo, en el difícil equilibrio que separa la cordura de la locura, en la
fugacidad del tiempo. En la fugacidad de aquella tarde o de aquella mañana, con
el rostro de la mujer que fotografiaba en secreto atrapado ya para siempre en
el cristal de aquel escaparate, ajena al hecho de que algún día -hoy mismo-
alguien la observaría desde el otro lado del mundo.
Este post fue publicado inicialmente en el blog del autor
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