Musicoterapeuta, escritora en el blog Discover Japan
"No puedo perdonarme por lo que hice". Recuerdos de un hombre
que estuvo en el 'Proyecto Manhattan'
Publicado: 07/08/2015
Mientras trabajaba con pacientes en terapia musical en
Estados Unidos, me crucé con muchas personas que habían vivido la Segunda
Guerra Mundial.
Acompañé a una mujer que,
justo antes de morir, se vio abrumada por recuerdos de su pasado. Había
emigrado a Estados Unidos después de sobrevivir a la
Batalla de Okinawa.
Un veterano que había perdido
a unos buenos amigos en la Batalla del Mar de Filipinas y que, después de la guerra, fue
testigo de la llanura quemada en que se había convertido Hiroshima, me pidió
con lágrimas en los ojos que nunca olvidáramos la guerra.
Un hombre me confió en su lecho de muerte que había matado a un soldado japonés en la Batalla de Saipán.
Un hombre me confió en su lecho de muerte que había matado a un soldado japonés en la Batalla de Saipán.
Y había también otra persona
que nunca olvidaré.
Uno de mis pacientes era un hombre de noventa y tres años de nombre Sam. Se encontraba bajo el cuidado del hospicio debido a un cáncer de colon en su estado final. De baja estatura y amistoso, siempre rebosaba sonrisas. Era un entusiasta de la música swing de las big bands y sus canciones favoritas eran Blue Moon y My Way.
Un día, Sam me dijo que quería
escuchar una canción popular italiana. Sam tenía orígenes italoamericanos.
La única canción del estilo
que yo conocía era Santa Lucía, típica
de Nápoles. Cuando la canté, me respondió con una sonrisa de satisfacción.
"Buena canción", me dijo. "Me siento orgulloso de mi herencia italiana. Por cierto, ¿de dónde eres tú?".
Cuando le conté que era
japonesa, me miró con sorpresa. Entonces, de repente, comenzó a llorar. Después
de un breve instante de silencio, dijo: "Yo participé en el desarrollo de
la bomba atómica. Cada vez que pienso en todos los niños y las personas inocentes
que murieron, yo...".
Desvió la mirada y negó con la
cabeza.
"...no me siento orgulloso".
Luego siguió llorando.
Durante la II Guerra Mundial, EE UU colaboró con Gran Bretaña y Canadá para desarrollar y fabricar la bomba atómica. Lo llamaron el Proyecto Manhattan y comenzó en 1939. Se calcula que había unas 130.000 personas involucradas en el proyecto. Sam era uno de ellos.
"...no me siento orgulloso".
Luego siguió llorando.
Durante la II Guerra Mundial, EE UU colaboró con Gran Bretaña y Canadá para desarrollar y fabricar la bomba atómica. Lo llamaron el Proyecto Manhattan y comenzó en 1939. Se calcula que había unas 130.000 personas involucradas en el proyecto. Sam era uno de ellos.
"No lo sabía. No sabía
que ese sería el resultado de nuestro trabajo".
Levantó su cabeza de la
almohada y me miró con actitud suplicante. Su frágil cuerpo temblaba con el
llanto.
Ni que decir tiene que el Proyecto Manhattan era alto secreto. La mayoría de las
personas que trabajaban en él no eran conscientes de que, en realidad, su
trabajo tenía por objetivo desarrollar y fabricar una bomba atómica. Únicamente
un limitado número de personas estaban al tanto del plan de lanzar las bombas
sobre Hiroshima y Nagasaki.
Allí sentada a su lado, sin
tener muy claro qué decir, pude comprender el dolor y la tristeza que había
cargado sobre sus hombros durante años.
En ese momento, recordé haber ido de excursión a Hiroshima cuando estaba en el colegio. Era un día verano y el cielo era de un azul intenso. Nos sentamos allí, cubiertos de sudor, delante de la Cúpula de la Bomba Atómica y escuchamos a una mujer cuyo rostro apenas tenía expresión con un traje gris que había estado allí el día de la explosión.
En ese momento, recordé haber ido de excursión a Hiroshima cuando estaba en el colegio. Era un día verano y el cielo era de un azul intenso. Nos sentamos allí, cubiertos de sudor, delante de la Cúpula de la Bomba Atómica y escuchamos a una mujer cuyo rostro apenas tenía expresión con un traje gris que había estado allí el día de la explosión.
"Muchos murieron justo
después del paso de la onda expansiva. Fue imposible recoger todos los cuerpos.
A día de hoy, muchos de esos cuerpos descansan bajo el mismo cemento que pisáis
ahora".
Las cosas que vi aquel día en
la Cúpula permanecerán para siempre en mi memoria. Las sombras de las personas
incineradas en las escaleras. La piel derretida pegada a los muros.
Después de conocer a Sam, fui
consciente de otra perspectiva más en esta tragedia: a muchos estadounidenses
aún les persigue el fantasma de la culpa por haber participado en la
construcción de la bomba.
Sam temblaba tanto que le
faltaba el aliento.
"Quiero escuchar música. Cántame algo", me pidió.
"Quiero escuchar música. Cántame algo", me pidió.
Rasgué las cuerdas de mi
guitarra al ritmo de una canción que sabía que le encantaba,Blue Moon. Por fin,
descansó la cabeza en la almohada y, poco a poco, fue calmando su respiración.
Seguí visitándole hasta el día
de su muerte. A medida que se acercaba su final, se hicieron más profundas su
vergüenza y su tristeza. Dejó de sonreír como lo hacía antes.
Había dejado de comer y pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo. Un día me dijo: "No puedo perdonarme por lo que hice". Después cerró los ojos, como si le resultara difícil sostener mi mirada.
"No puedo creer que la guerra sea la mejor
solución. Nadie ganó la última guerra, y nadie ganará la próxima guerra".
-- Eleanor Roosevelt
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Este post fue publicado originalmente en la edición
japonesa de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Diego Jurado Moruno
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