Fernández Díaz, Ministro de Franco
13 de Agosto de 2015
He
de confesar que desde hace un tiempo siento miedo cada vez que escribo, puede
parecer una confidencia banal, pero creo, al menos así me parece a mí, que cada
vez somos más quienes sentimos esa extraña sensación de estar vigilados
constantemente mientras esperamos la llegada del mensajero de la sanción
gubernativa. ¿Cuál sería mi delito, por qué ese temor? Simplemente este,
escribir, decir lo que pienso y no comulgar con las aberraciones legales que de
un tiempo a esta parte salen de los castillos del poder. Pienso a menudo en
Alfon, por quien salimos a la calle, firmábamos manifiestos y protestábamos
como se hace en los países democráticos, pero Alfon sigue en la cárcel como
tantos otros presos políticos de regímenes no democráticos, como tantos represaliados
de la España franquista; pienso en mis hijos, muy involucrados en movimientos
políticos de izquierda y amenazados una y otra vez por quienes deberían
defender su derecho a militar en la organización política que les venga en
gana; pienso en Rodrigo Rato hablando más de dos horas a solas con el ministro
del Interior en el Palacete madrileño que ya ocuparon otros ilustres hombres de
la derecha ultramontana por la gracia de Dios. Y pienso si esto es un Estado de
Derecho, o un Estado de Derechas en el que todos y cada uno de nosotros, los
que no tenemos pedigrí, los que carecemos de padrinos en las estirpes, los que
creemos en un mundo mejor para todos y, en la medida de nuestras posibilidades,
luchamos por ello, por nuestra insolidaridad, no estamos corriendo el mismo
riesgo que corrió Alfon y tantos otros que hoy están apartados de la sociedad
por su comportamiento “poco adecuado” con el poder establecido.
Mientras
trascurre este infernal verano –no, el cambio climático no existe, lo dijo un
primo de Rajoy- y todas las mañanas me desayuno con el estado de salud de esa
heroína mediática –crean héroes de plástico para perpetuar el analfabetismo-
que es Isabel Pantoja, aquejada de colesterol, azúcar y triglicéridos, con la
cornada sufrida por Rivera o la entrevista del investigado Rato –protagonista
principal del ladrillazo que nos trajo hasta aquí- con el inefable Fernández Díaz, ministro de Rajoy que
lo habría sido con gloria de su admirado Franco Bahamonde, el partido del
Gobierno ha puesto en vigor una ley que le permite aplicar sanciones
administrativas sin las mínimas garantías que exige un país democrático.
Asegura el ministro que habló con Dios en Las Vegas y lee con denuedo los
escritos de esa señora impresionante que fue Santa Teresita de Lisieux, que
también tuvo contactos con el más allá, que es menester confiar en la
profesionalidad de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y que la Ley
Mordaza sólo es un resorte más para aumentar nuestra seguridad. Y es cierto,
hay que confiar más en la policía, en el gobierno, en los jueces y en los reyes
magos, pero sólo cuando las leyes no les permitan actuar con discrecionalidad,
arbitrariedad o alevosía. En un país democrático son los tribunales, previo
juicio justo, quienes únicamente tienen la potestad de sancionar a los
ciudadanos que hayan podido cometer delito o falta, cuando las leyes se
modifican para aumentar la capacidad represiva del Ejecutivo sin la tutela
judicial debida, la desconfianza es una obligación y la denuncia una necesidad.
Naciones
Unidas ha pedido al Gobierno español que retire esa ley, igual han hecho los
principales medios de comunicación del mundo escandalizados por un retroceso
que cuestiona la práctica totalidad de derechos tutelados por la Constitución.
La Ley Mordaza es una ley de excepción propia de regímenes totalitarios, pero
no hay nada que temer, porque en estas horas críticas Santa Teresita –palabra
de Fernández Díaz que la conoce muy bien- está rezando por España y vela por su
felicidad. Vivimos en un país de vendedores y compradores que no tienen un
real, en un país que ha sido sacrificado a “los mercados” para que quien tiene
trabajo no pueda vivir de su trabajo, para que quien no lo tiene se entregue
sin remedio a la exclusión social o espere con paciencia la llegada de la otra
vida, dónde seguro le espera una plaza en el gallinero para contemplar admirado
lo amable que es Dios con los que pasaron por el ojo de una aguja; disfrutamos
de un país y de un gobierno que ha devaluado a sus ciudadanos hasta
convertirlos en seres afligidos, alienados y medrosos que sólo esperan que el
día siguiente de paso a otro más, un país donde la brutal bajada de salarios
pone en serio e inminente peligro a la Seguridad Social y cercena los caminos
de la natural y necesaria protesta sometiéndola a una norma tan regresiva como
antidemocrática: Ante la posibilidad de fuertes protestas, de sucesos de calado
en alguna parte del Estado, qué mejor que dotar al Gobierno de Su Majestad de
poderes extraordinarios para poder hacer y deshacer a su antojo, no hay paz más
auténtica que aquella que procede del silencio de los corderos o la paz de los
cementerios.
Fernández
Díaz, ministro principal y hombre de la absoluta confianza de Mariano Rajoy, al
igual que su jefe y que sus compañeros de Gabinete, habla una y otra vez de
democracia, derechos y libertades, pero por sus hechos los conoceréis. Después
de Fraga y Martín Villa –con permiso de Convergencia y sus Mossos- ha sido el
ministro de Interior que con más dureza ha utilizado a las fuerzas de seguridad
para la represión de los movimientos ciudadanos cumpliendo a la perfección el
encargo recibido para cambiar el país en cuatro años y hacerlo inhabitable,
porque un país es inhabitable cuando los encargados de mejorar la vida de los
ciudadanos que lo habitan y de aumentar sus derechos, se empeñan en
empeorarla y cercenarlos utilizando la represión y la propaganda embustera para
tapar una realidad que apesta tanto como duele. En ese sentido, Fernández Díaz
es un ministro ideal de Franco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario