A ver cómo se lo explico a mi hija de seis años
Publicado: 16/01/2016
Jaime López Fernández
El Huffington Post
Todos los eneros comienzan igual:
saturados de acumular celebraciones, comidas y regalos como si la vida nos
fuera en ello, y no hubiera cuatros de febrero o doces de marzo en los que
celebrar y evitar así morir aplastados por el peso insoportable de unos
compromisos que convierten esos días en un bodrio interminable. Algo parecido a
una versión bizarra del Día de la Marmota, pero a la española y anclados a una
mesa.
Todos los eneros comienzan cuando los
Reyes Magos se van. Miramos el trozo de roscón que nos ha tocado en suerte y,
hartos ya, pensamos: "Es hora de morir", como un Roy Batty resignado.
Y todo lo pasado se pierde en el tiempo "como lágrimas en la lluvia",
y su recuerdo cristaliza en nuestro presente con solo un par de quilos de más,
si ha habido suerte.
Es ahí cuando comienza por fin enero y
su declaración de intenciones; enero, y el toque de queda frente a las
tentaciones; enero, y sus propósitos de enmienda a la totalidad. Todos los
eneros, igual.
No sé cómo voy a explicar yo a mi hija de seis años que haya
políticos incapaces de explicar a sus hijas de seis años que la magia existe, y
las cabalgatas, las carrozas, los pajes y sus Reyes, más allá de sus ropajes,
de su sexo o de su raza, son eso: la ilusión personificada en la calle, la
constatación de que algunas veces lo que no vemos existe, sin importar lo que
se esconde detrás de una barba...Y si no, que se lo pregunten a la novia de cualquier hipster que se precie.
No sé cómo voy a explicar a mi hija de seis años que haya periodistas y
políticos con una actitud tan reaccionaria y un discurso tan airado y violento
que quedan perplejos incluso ellos mismos cuando escuchan con tranquilidad lo
que sus palabras significan. O cantantes tan casposos que se permiten la
licencia de insultar y amenazar a alcaldes o vicepresidentas en un ataque de
españolidad.
No sé cómo voy a explicar a mi hija de
seis años que se critique más a una alcaldesa por una cabalgata de Reyes Magos
que a su antecesora por ofrecer viviendas sociales a los especuladores o
derrochar miles de millones en unas olimpiadas que ni se hicieron.
No sé cómo voy a explicar a mi hija de
seis años que, mientras hablamos de los trajes de sus Majestades, miles de
niños no han tenido juguetes ni apenas qué comer, porque cuando un Gobierno no
gobierna para sus ciudadanos sino que lo hace plegado a los intereses de los
poderosos, hasta los Reyes Magos olvidan dónde viven e incluso muchos de ellos
ya no tienen ni dirección que recordar.
No sé cómo le voy a explicar a mi hija
de seis años que, mientras hablamos del sexo de los Reyes Magos, en Siria
centenares de miles de personas corren el riesgo de morir de hambre y los
padres alimentan a sus hijos con sopas de hojas de árboles, muertos de frío y
de tristeza.
No sé si todas estas cosas se las podré
explicar a mi hija de seis años, la verdad, mientras ocupamos nuestro tiempo
hablando de tantas y tantas naderías sin importancia. Tampoco sé si podré
perdonar algún jamás de los jamases a quienes arrastran al mundo a estas
situaciones, a todos aquellos que, en su egocéntrica forma de gestionarlo, nos
empujan como un viento malvado.
Lo que sí sé es que estoy saturado de
toda esta porquería; más, incluso, que de celebraciones, comidas y regalos.
Debe ser el efecto Navidad, que satura, cansa y agota por acumulación de
excesos, y trascendiendo los márgenes exactos de su competencia, ha terminado
por invadir otros espacios. Será eso.
Esta receta es de esas en las que el
hartazgo te hace decir "que le den a todo por donde amargan los
pepinos". De esas especialmente diseñadas para los momentos en que la
saturación ha tocado techo y cualquier pequeño exceso se nos hace bola, en la
mesa o en la vida.
Y si en la vida y por pura salud mental, la receta más acertada
es no escuchar a quienes intentan manipularnos, o al menos no hacerles caso,
para proteger un estómago estresado y meter en cintura la cintura, este plato
es el remedio ideal para el día después y los siguientes: Chupitos de pepino,
el chupito que se come del que no dejarás ni rastro. Una receta con toda la
frescura del verano para los estragos del invierno. Un plato lleno de color,
nutritivo y vitamínico, que te hará sentir ligero cual pompa de jabón.
Que lo disfrutes.
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