El
Rey, la patria y la democracia
Luis
Gonzalo Segura
7-1-16
Público
En
cualquier país avanzado del mundo, ya sea una república o una monarquía,
ejercer la crítica sobre el Jefe del Estado o sus decisiones en materia de
defensa, política exterior, discursos o cualquier otra cuestión está aceptado
por completo. En España esto no ocurre y se detecta fácilmente porque
existe un cierto temor en los periodistas o políticos a tratar algunos temas
(Monarquía, Fuerzas Armadas, Seguridad Nacional, Guardia Civil, OTAN, etc.) y
los que ejercen la crítica son catalogados de forma inmediata como radicales,
antipatriotas y traidores. Esto hace que cualquier persona que quiera ser
tomada por alguien respetable evite meterse en estos jardines o los trate
siempre a favor de corriente, como mucho se critica en un perfil muy bajo. El
nivel de censura y autocensura es espeluznante, lo que supone un error
histórico que debemos corregir sin demora.
Por ejemplo, en Estados Unidos cualquiera que
criticase la gestión realizada por Obama, Bush (padre e hijo), Clinton, Reagan
o cualquier otro presidente no sería descalificado por el mero hecho de
hacerlo, primero sería escuchado. De los últimos presidentes norteamericanos
han sido pocos los que han logrado la reelección y entre los que lo
consiguieron hubo dimisiones, reprobaciones y en el caso de Reagan siempre le
acompañó el caso “Irán Contra”, una historia bastante sucia. Por tanto, su
exposición a las críticas fue extrema sin que nadie plantease que los
críticos fuesen antiamericanos, incluso por encima de un presidente que a veces
parece más un emperador. No tuvieron reparo en retirar el apoyo de aquel que no
había hecho lo correcto. La abundancia de artículos, películas, libros o
documentales críticos así lo prueban, de la misma forma que la carencia de los
mismos o las dificultades a las que se enfrentan en España revelan el alto
déficit democrático existente.
En contraste, durante esos criticados gobiernos
nuestro monarca, Juan Carlos I, se comportó como un semidiós que hizo y deshizo
a su antojo mientras los periodistas parecían escribientes y los medios de
comunicación el gabinete de prensa de la Casa Real. La historia puede que
tarde en juzgarnos pero lo hace y lo cierto es que el nivel de engaño mediático
durante casi cuarenta años atendiendo a lo que ahora sabemos llegó a un
nivel terrorífico.
Nuestro país se encuentra a medio camino entre la
dictadura que fuimos y que todavía llevamos en nuestras entrañas y la
democracia moderna que aspiramos a ser y de la que nos encontramos muy lejos,
por lo que plantearse criticar de forma abierta al Rey, a las Fuerzas
Armadas o a las empresas o personas más poderosas te sitúa poco menos
que en el lugar de los alucinados, trastornados, paranoicos y esquizofrénicos,
aparte de convertirte en la diana de todo tipo de insultos y ataques, sin
olvidar perder el trabajo o ser condenado al ostracismo mediático. Todo
ello sin atender a la solidez de los argumentos exhibidos.
Bien, por ello mismo, creo necesario aclarar lo que en
otros países más desarrollados y con democracias más maduras no sería
necesario, por obvio. No soy un traidor ni me considero menos español o
patriota que nadie, si acaso soy demócrata, especie que parece ser más endémica
en este país de lo que los libros, la formalidad y las encuestas podrían dar a entender.
Critico abiertamente al Rey por volver a viajar a
Arabia Saudí (segundo viaje en menos de dos años de reinado), país que está
entre los sospechosos de financiar o permitir a sus ciudadanos financiar el
Estado Islámico, haber ejecutado a más de 150 personas el año pasado y comenzar
este año con otras casi 50 (muchos de ellos por “delitos” que no lo serían
aquí), tener una legislación muy parecida al ISIS (cortan las manos y los pies
a los que roban, lapidan, decapitan, crucifican, etc.) o haber asesinado a casi
6.000 civiles con bombardeos en Yemen. En principio, yo diría que no es tan
terrible que prefiera que nuestro Rey tenga amistades “menos peligrosas” pero
si los patriotas consideran esta crítica como una traición y un ataque a la
monarquía y a la nación…
Critico abiertamente al Rey por haber ignorado la
corrupción existente en las Fuerzas Armadas y en la sociedad; el trato que se
dispensa a la tropa, la falta de conciliación familiar o la precariedad laboral
que tienen; las negligencias en el mantenimiento de aeronaves, minas u otros
aspectos o la necesidad de auditar las cuentas o independizar la justicia
militar. En principio, yo diría que no es tan terrible que nuestro Jefe de las
Fuerzas Armadas de la cara por sus militares y pretenda un ejército moderno que
no sea noticia en Transparencia Internacional por los elevados riesgos de
corrupción que mantiene pero si los patriotas consideran esta crítica como una
traición y un ataque a la monarquía y a la nación…
Critico abiertamente al Rey por tener un régimen
jurídico que le deja exento de ser juzgado cometa el delito que cometa porque
creo que ante la ley todos debemos ser iguales, reyes incluidos. En principio,
yo diría que no es tan terrible que si nuestro Rey roba, mata o viola sea
juzgado como cualquier ciudadano pero si los patriotas consideran esta crítica
como una traición y un ataque a la monarquía y a la nación…
Critico abiertamente al Rey por no condenar la paella
del 23F del teniente coronel Tejero (padre e
hijo), por no pedir que se desentierren a los muertos de las cunetas, por no
condenar con dureza el franquismo y a los que lo siguen practicando,
por su pasividad con los desmanes de su padre, por su indiferencia en cuanto a
la corrupción política o la crisis social… Es evidente que en cualquier país
avanzado del mundo algo así no sucedería sin consecuencias para el responsable.
En principio, yo diría que no es tan terrible que nuestro Rey se exprese como
demócrata, critique la corrupción, censure los autoritarismos o llame al orden
de los políticos pero si los patriotas consideran esta crítica como una
traición y un ataque a la monarquía y a la nación…
En una ocasión, uno de esos altos oficiales
autoritarios y patriotas que todavía pululan por las Fuerzas Armadas afirmó que
la patria está por encima de la democracia. Se equivocaba y lo hizo con el
mismo exceso con el que se emplean los que piensan que el Rey es algo así como
una deidad que goza de una suerte de infalibilidad. Tanto el Rey como la patria
están muy por debajo de la democracia y muy por debajo de los ciudadanos. El
primero es un servidor de la democracia y la segunda es la materialización de
una serie de complejas variables. Tanto Rey como patria pueden cambiar, tanto
que el primero ni siquiera es necesario en muchos países modernos. No solo eso,
sino que es absolutamente necesario y saludable que cambien, pero la democracia
es innegociable y está muy por encima tanto de la patria como del Rey. No
entender esto, pensar de otra manera, aunque respetable, que nadie dude que nos
sitúa más en el terreno de la dictadura que en el de la democracia, en el mito
más que en la razón, en el temor más que en la libertad y en el pasado más que
en el futuro.
Por tanto, criticar al Rey, criticar la política
exterior o de defensa y criticar a la patria no sólo es un derecho, sino que en
democracia es una obligación. No hacerlo, precisamente, es un acto
profundamente antidemocrático que convierte a los periodistas en escribientes,
a los ciudadanos en una especie de siervos fanáticos y al país en una pseudodictadura.
Puede que algunos no se hayan percatado pero nos debemos cuidar mucho
de las nuevas formas de autoritarismos que están subyacentes bajo muchas urnas.
No criticar es ser cómplice de los próximos
asesinatos de españoles o europeos que se cometerán de forma vil y mezquina por
los terroristas, es ser cómplice del terrorismo, es ser cómplice de los que
financian el terrorismo, es ser cómplice del fanático que se inmola o vacía un
cargador en una discoteca o un tren… Y yo no pienso serlo.
Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de
Tierra y autor de las novelas “Código rojo” (2015) y “Un paso al frente”
(2014).
No hay comentarios:
Publicar un comentario