"Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa"
17/01/2016
El Huffington Post
Recuerdo que de niña vivía con especial humillación
aquel momento en misa en el que teníamos que darnos golpecitos en el pecho con
el puño cerrado confesando en voz alta que teníamos la culpa. No sabía muy bien
cuál era mi pecado, pero yo lo admitía mientras me autoflajelaba simbólicamente
con la cabeza gacha. Recuerdo también que intentaba que los golpes fueran muy
tenues y que apenas se notaran, como si así mi delito fuera menor y la
vergüenza más llevadera.
Lo
cierto es que a las mujeres nos han encasquetado desde siempre el peso de la
culpa. Desde que Eva la cagó con la manzana ya ha sido todo un no parar:
religiones, mitos, literatura, filosofía... se ha puesto mucho esmero en que
nosotras seamos la causa de todos los males. En la era de internet la cosa no
ha cambiado mucho. ¿Que nos son infieles? Somos unas estrechas ¿Que damos la teta en público? Somos unas frescas ¿Que nos llevamos al bebé al
trabajo? Somos malas madres ¿Que nos vestimos de reinas?
Somos gordas, feas y ridículas. ¿Que nos atacan y violan en grupo? Pues también
tenemos la culpa, por elegir mal el atuendo, palabrita del señor Miguel
Dalmau: nos pasa por provocadoras.
Y
es que las mujeres tenemos el deber de ser deseables (así nos educan desde
niñas), pero resulta que si nos pintamos y llevamos escote, nos apuntan con el dedo. Aclárense de una vez que
nos vamos a cortocircuitar con tanto mensaje contradictorio.
De la
vulnerabilidad la industria de la belleza sabe aprovecharse muy bien. Es un
hecho que nuestro cuerpo, el natural, está mal hecho. ¿Qué le vamos a hacer si
la madre naturaleza nos hizo defectuosas? La celulitis es una enfermedad,
nuestra tripa nunca está lo suficientemente plana ni nuestras pestañas son lo
suficientemente largas (ni densas, ni rizadas, ni separadas).
A todo esto hay
que añadir las estrías, las manchas, las arrugas, la flacidez facial... No sé
cómo se nos ocurre salir a la calle. Para redimirnos, existen todo tipo de penitencias que se pueden adquirir a un módico
precio en establecimientos especializados: baba de caracol, cavitación, ácido
hialurónico, blanqueamiento anal..., digo dental.
Es
paradójico que la mayoría de los anuncios contra la
violencia de género se
dirijan a las mujeres: "Di no", "Cuéntalo", "Elige
vivir". Esta me cabrea especialmente, como si vivir o morir dependiera de
escoger bien la página de un libro de aventuras, acto del que por supuesto
nosotras somos responsables. Ni siquiera los titulares de los periódicos nos
conceden la presunción de inocencia, cuando sentencian: "Una mujer
muere..." De nuevo, el sujeto de la acción somos nosotras, no el que
asesina. Ya lo advirtió Soraya Sáenz de Santamaría: no dejéis que os miren el
móvil.
Nos
rasgamos las vestiduras porque una madre lleve a su bebé al
Congreso, pero no pasa nada cuando la
asesinan, porque las mujeres convivimos con la muerte y la violencia de forma
constante. Nuestro imaginario se ha construido normalizando la agresión hacia
el género femenino. En el cine siempre hay una mujer que rescatar de la tortura
o que muere mártir para que el prota sobreviva. En la moda se glamouriza el sufrimiento. En los videojuegos la
agresión sexual es prácticamente una recompensa. En el porno..., mejor no
hablemos del porno.
Lo peor de todo es que esta estrategia de la
culpabilidad es efectiva porque cuando alguien se siente culpable no levanta la
cabeza, se somete. No protesta, no hace aspavientos, prefiere ser invisible
para que su vergüenza sea menor. Así nos mantenemos calladitas y quietas,
inertes, diría yo. También lo hacemos las unas con las otras, somos inflexibles
con nuestras compañeras (de esto también me autoinculpo a ver si con dos
negativos la cuenta me sale positiva) un poquito es necesario, pero nos
pasamos, reconozcámoslo.
Quizás deberíamos devolver todas estas culpas
imaginarias a quien pertenezcan, yo confieso que ya no puedo almacenar más, que
ahora las casas son pequeñas y entre la batería de cocina y la bicicleta no sé
dónde ponerlas. Son aburridas, no dan conversación y acumulan polvo. ¿Qué tal
si nos deshacemos de ellas y probamos a levantar la cabeza?
Quizás hasta cojamos gusto a eso de pestañear con
nuestras pestañas cortas, delgadas y lisas, pero esta vez sin pedir perdón.
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Twitter: www.twitter.com/yodominguez
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