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domingo, 28 de agosto de 2016

¡Virgencita déjanos como estamos...sin gobierno!

Mejor quedémonos sin gobierno
Expansión
Gabriel Calzada
11/07/2016

Pasaron las elecciones. Quizá ahora tengamos Gobierno. ¿Qué más da? ¿No sería mejor volver a quedarnos estancados en la aritmética del desgobierno? Hemos estado bastante bien sin Gobierno o, mejor dicho, con un Gobierno interino y descafeinado. Estos pasados seis meses posiblemente hayan conformado el mejor medio año de la política española de, como mínimo, la última década. Bueno, el mejor con excepción del fantástico medio año final de Zapatero. Aquellos fueron, a pesar de las circunstancias, unos meses gloriosos en términos políticos. Rodríguez Zapatero y sus ministros no hacían otra cosa que recortar gasto público, flexibilizar las regulaciones en mercados intervenidos, solicitar a los empresarios que tomaran la iniciativa, enfrentarse a los lobbies empresariales y laborales y pedir disculpas.
Algo similar sucedió en Bélgica, país que estuvo 541 días sin Gobierno entre junio de 2010 y diciembre de 2011. Sin Gobierno Bélgica logró lo que casi ningún otro país europeo consiguió por aquel entonces. En esos duros meses de la Gran Recesión en Bélgica bajó el paro, se redujo el déficit público y subió el PIB.
Seguramente echemos de menos estos meses de desgobierno cuando tengamos en Moncloa a un político agarrado a la poltrona del poder. Lo que necesita España no es un Gobierno sino un cambio de mentalidad, con gobernantes o sin ellos.


La necesidad de ese cambio de mentalidad se aprecia al fijarnos en el discurso políticamente correcto. A los políticos de todos los partidos se les llena la boca con palabras como emprendedor y startup. Sin embargo, todos rechazan el marco de prueba y error que provee el libre mercado y que resulta imprescindible para cultivar nuevas empresas disruptivas. Los partidos de todos los colores denuncian el fraude fiscal y celebran la eliminación de los billetes de 500 euros como medida contra la evasión, pero nadie alza la voz contra los impuestos confiscatorios que sufre el contribuyente español. Muchos adoran a Uber, pero pocos están dispuestos a erradicar los privilegios que los políticos concedieron a los taxistas. Todos idolatran la economía colaborativa, pero ningún partido está dispuesto a aceptar el resultado de los acuerdos voluntarios en los asuntos económicos.


La distancia entre la política española y la economía colaborativa es abismal. Mientras los políticos imponen, los empresarios proponen; mientras los empresarios se arriesgan con su dinero o el que han conseguido prestado, los políticos se la juegan con los recursos de los ciudadanos y endeudan al contribuyente cuando quieren obtener más financiación; mientras el político pide renovar el respaldo de la ciudadanía cada cuatro años, el empresario valida el desempeño de su responsabilidad cada día en el mercado.


La política no es como el mercado. Cuando en el mercado alguien pide un plátano, eso es lo que obtiene. En política, aunque uno pida un Gobierno determinado, puede obtener cualquier cosa. Y, sin embargo, la inmensa mayoría de la ciudadanía confía en que un nuevo político podría sacarnos de la situación en la que nos encontramos. Ante esta miopía, quizá la mejor forma de elección sea el sorteo. Así todos seríamos consciente que el loco de nuestro vecino puede llegar a ser presidente. Seguramente entonces pondríamos menos esperanza, más escepticismo y más limitaciones al poder político.


En España necesitamos mucho más que un Gobierno. Necesitamos tener claro que nuestro problema económico y social es el exceso de poder gubernamental sobre la vida de la gente; necesitamos dejarnos de excusas y tomar plena responsabilidad de la situación en la que nos encontramos; necesitamos dejar de adular al emprendedor mientras atacamos al empresario; necesitamos defender en el mundo físico la libertad de los ataques que no permitimos en el mundo digital; necesitamos perderle el miedo a la competencia económica y legislativa.
Sin estos cambios de mentalidad, un nuevo Gobierno no hará más que empeorar las cosas. Mejor quedémonos por ahora sin Gobierno.


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