Mejor quedémonos sin gobierno
Expansión
Gabriel
Calzada
11/07/2016
Pasaron las elecciones.
Quizá ahora tengamos Gobierno. ¿Qué más da? ¿No sería mejor
volver a quedarnos estancados en la aritmética del desgobierno? Hemos estado
bastante bien sin Gobierno o, mejor dicho, con un Gobierno interino y
descafeinado. Estos pasados seis meses posiblemente hayan conformado el mejor medio
año de la política española de, como mínimo, la última década. Bueno, el mejor
con excepción del fantástico medio año final de Zapatero.
Aquellos fueron, a pesar de las circunstancias, unos meses gloriosos en
términos políticos. Rodríguez Zapatero y sus ministros no hacían otra
cosa que recortar gasto público, flexibilizar las regulaciones en mercados
intervenidos, solicitar a los empresarios que tomaran la iniciativa,
enfrentarse a los lobbies empresariales y laborales y pedir disculpas.
Algo similar sucedió
en Bélgica, país que estuvo 541 días sin Gobierno entre junio de 2010 y
diciembre de 2011. Sin Gobierno Bélgica logró lo que casi ningún otro país
europeo consiguió por aquel entonces. En esos duros meses de la Gran Recesión
en Bélgica bajó el paro, se redujo el déficit público y subió el PIB.
Seguramente echemos
de menos estos meses de desgobierno cuando tengamos en Moncloa a un político
agarrado a la poltrona del poder. Lo que necesita España no es un
Gobierno sino un cambio de mentalidad, con gobernantes o sin ellos.
La necesidad de ese
cambio de mentalidad se aprecia al fijarnos en el discurso políticamente
correcto. A los políticos de todos los partidos se les llena la boca con
palabras como emprendedor y startup. Sin embargo, todos rechazan el
marco de prueba y error que provee el libre mercado y que resulta
imprescindible para cultivar nuevas empresas disruptivas. Los partidos de todos
los colores denuncian el fraude fiscal y celebran la eliminación de los billetes de 500 euros
como medida contra la evasión, pero nadie alza la voz contra los
impuestos confiscatorios que sufre el contribuyente español. Muchos adoran a Uber, pero pocos están dispuestos a
erradicar los privilegios que los políticos concedieron a los taxistas. Todos
idolatran la economía colaborativa, pero ningún partido está dispuesto a
aceptar el resultado de los acuerdos voluntarios en los asuntos económicos.
La distancia entre
la política española y la economía colaborativa es abismal. Mientras los
políticos imponen, los empresarios proponen; mientras los empresarios se
arriesgan con su dinero o el que han conseguido prestado, los políticos se la
juegan con los recursos de los ciudadanos y endeudan al contribuyente cuando
quieren obtener más financiación; mientras el político pide renovar el respaldo
de la ciudadanía cada cuatro años, el empresario valida el desempeño de su
responsabilidad cada día en el mercado.
La política no es
como el mercado. Cuando en el mercado alguien pide un plátano, eso es lo que
obtiene. En política, aunque uno pida un Gobierno determinado, puede obtener
cualquier cosa. Y, sin embargo, la inmensa mayoría de la ciudadanía confía en
que un nuevo político podría sacarnos de la situación en la que nos
encontramos. Ante esta miopía, quizá la mejor forma de elección sea el sorteo.
Así todos seríamos consciente que el loco de nuestro vecino puede llegar a ser
presidente. Seguramente entonces pondríamos menos esperanza, más escepticismo y
más limitaciones al poder político.
En España
necesitamos mucho más que un Gobierno. Necesitamos tener claro que nuestro
problema económico y social es el exceso de poder gubernamental sobre la vida
de la gente; necesitamos dejarnos de excusas y tomar plena responsabilidad de
la situación en la que nos encontramos; necesitamos dejar de adular al
emprendedor mientras atacamos al empresario; necesitamos defender en el mundo
físico la libertad de los ataques que no permitimos en el mundo digital;
necesitamos perderle el miedo a la competencia económica y legislativa.
Sin estos cambios de
mentalidad, un nuevo Gobierno no hará más que empeorar las cosas. Mejor
quedémonos por ahora sin Gobierno.
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