Muere José Alcubierre, el
niño prisionero de Mauthausen
El deportado barcelonés falleció este
jueves en la localidad francesa de Angulema a los 90 años de edad
Permaneció cerca de cinco años en el
campo de concentración nazi de Mauthausen en el que asesinaron a su padre
El pasado año se le otorgó la Legión de
Honor francesa, pero nunca recibió el reconocimiento del Estado español
Eldiaro.es
6-1-17
Una
de las primeras cosas que hacía José Alcubierre cuando alguien le preguntaba
por su terrible pasado era desabrocharse el botón del cuello de la camisa. Sus
arrugadas pero firmes manos buceaban bajo su barbilla hasta dejar al
descubierto una fina cadena de la que pendía un pequeño triángulo dorado: “Lo
llevo siempre colgado del cuello —decía con la voz quebrada por la emoción—.
Tiene grabados dos números: el 4.218, el número de prisionero que mi padre
tenía en Mauthausen, y el 4100 que era el mío”.
Miguel
Alcubierre fue asesinado por los nazis en marzo de 1941; su hijo José pasó
cerca de cinco años encerrado entre las alambradas de ese siniestro campo de
concentración alemán. Consiguió sobrevivir, pero durante el resto de su larga
vida siempre arrastró un intenso dolor por todo lo que vio y sufrió; y muy
especialmente por no haber podido hacer nada para salvar a Miguel. Este jueves,
en el mismo momento en que comenzaba la noche más mágica del año, José falleció
en la localidad francesa de Angulema y pudo, por fin, seguir los pasos de su
padre.
Deportado
a un campo nazi con 14 años
Nacido
en Barcelona en el seno de una familia republicana, José Alcubierre solo tenía
10 años cuando se produjo la sublevación fascista. Durante la guerra perdió a
uno de sus hermanos en el frente de Aragón, al tiempo que otro de ellos ocupaba
un puesto de responsabilidad en la Generalitat de Cataluña.
En
febrero de 1939, ante el ya imparable avance de las tropas franquistas, José y
sus padres huyeron a Francia. Allí fueron recluidos primero en el campo de
refugiados de La Combe Aux Loups y, finalmente, en Les Alliers, un recinto
situado junto a la localidad de Angulema. Fue en este lugar donde les
sorprendió la invasión alemana y en el que comenzó su viaje hacia el infierno.
El
20 de agosto de 1940, los soldados nazis obligaron a los habitantes del campo a
subir a los vagones de ganado de un tren que les condujo hasta Mauthausen. “No
sabíamos adónde nos llevaban —relataba Alcubierre—. Algunos decían que a
Noruega, otros a Alemania... Hoy día lo puedo decir: si hubiésemos sabido lo
que íbamos a sufrir, muchos nos habríamos tirado del tren o hubiéramos
intentado escapar. Lamentablemente no lo sabíamos y no lo hicimos”.
Después
de cuatro interminables días, el convoy cargado con 927 españoles se detuvo en
la estación de un pequeño pueblo austriaco llamado Mauthausen. Las mujeres y
los niños menores de 13 años permanecieron en el tren, mientras los SS
obligaban a bajar al resto de los pasajeros. Entre ellos estaba José Alcubierre
y su padre Miguel: “Empezaron las mujeres a chillar: ¡Mi marido! ¡Mi hijo! Aún
parece que estoy oyendo los gritos de las mujeres, entre ellas mi madre”,
recordaba, con lágrimas en los ojos, 75 años después de aquel dramático
momento.
Padre
e hijo pasaron juntos sus cinco primeros meses de cautiverio. A sus 14 años,
José tuvo que afrontar una doble tortura: la que padecía en sus propias carnes
y la que le provocaba contemplar las penurias y los malos tratos que sufría
Miguel: “Yo tenía una admiración especial por mi padre. Esos meses junto a él
fueron los más duros, moralmente fueron los peores. Yo le veía cada día subir
de la cantera agotado, con la edad que tenía... Y cuando llovía le veía
empapado, calado hasta los huesos…”.
José
recordaba con especial angustia el día en que el hambre le empujó a hacer algo
de lo que se arrepentiría el resto de su vida: “Una mañana viene mi padre y me
da un pañuelo en el que estaba envuelto un pedacito de pan. Yo le dije: «Papá,
¿no has comido tu pan?»; y me dijo: «Cómetelo tú y ya está bien». Traté de
replicarle pero insistió: «¡Cómetelo!». Yo no sé si por obedecer o porque tenía
hambre me comí su pan. Yo, su hijo, me comí su pan”.
Héroe
olvidado por su patria
El
24 de enero de 1941 Miguel Alcubierre fue seleccionado por los SS para ir a
Gusen, un subcampo situado a cinco kilómetros que acabaría siendo conocido como
El Matadero: “Me tiré a él. Nos agarramos los dos, nos estrechamos muy fuerte.
Y cuando vi que dos SS venían a por mí, me dijo: «Cuídate mucho, mi hijo». Yo
le contesté: «¡No! ¡Cuídate tú papá!» Y se marchó, lo vi marchar... se acabó. Y
nunca más vi a mi padre”.
Solo
dos meses después, Miguel fue apaleado hasta la muerte. José tuvo la suerte de
su lado y, sobre todo, la fortaleza que le daba su juventud. Los años pasaron y
se cobraron la vida de cerca de 5.000 españoles solo en Mauthausen. En los
momentos finales de la guerra, el joven Alcubierre participó en una operación
secreta, liderada por el prisionero catalán Francesc Boix, para sacar del campo
las fotografías que probaban los crímenes cometidos por los SS. Jesús Grau,
Jacinto Cortés y José Alcubierre, tres deportados españoles, se jugaron la vida
para poner a buen recaudo decenas de negativos y copias. Tras la guerra, esas
fotografías serían exhibidas en Núremberg, durante el juicio a que fueron
sometidos los principales dirigentes del III Reich.
Tras
la liberación, José regresó al lugar en que comenzó su pesadilla: Angulema.
Allí rehízo su vida, se casó y formó una gran familia. Durante siete décadas
recibió diversos reconocimientos y reparaciones por parte de Francia y
Alemania. El último de ellos fue, a la vez, el más importante: en marzo del
pasado año fue declarado Caballero de la Legión de Honor francesa. Un título
que recibió con una sensación agridulce, porque ponía aún más en evidencia el
olvido al que le había sometido su patria. España le ignoró a él, a su padre y
los más de 9.300 españoles y españolas deportados a los campos nazis. Hombres y
mujeres que son considerados héroes en toda Europa y que permanecen enterrados
en nuestro país bajo un manto de desmemoria. Si algún día se corrige esta
manifiesta injusticia, puede que no haya ni un solo superviviente para
disfrutarlo. Ayer, después de 70 años, José Alcubierre se cansó de esperar el
reconocimiento de su querida España.
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