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26/05/2018
Nadie debería tener miedo de ir a clase
Koldo Casla (Investigador asociado, Instituto de Salud y Sociedad,
Universidad de Newcastle)
Después de todo, ¿dónde
comienzan los derechos humanos? En lugares minúsculos, muy cerca de casa. Son
tan cercanos y tan pequeños esos sitios que no son visibles en ningún mapa del
mundo. Aún así, conforman el mundo de toda persona: el vecindario en el que
vive, la escuela o universidad a la que asiste; la fábrica, granja u oficina
donde trabaja
Son palabras de Eleanor Roosevelt,
una de las madres de la Declaración Universal de 1948. Su papel fue clave para
el desarrollo del derecho internacional el siglo pasado. Pero estas palabras
suyas reconocen que donde verdaderamente se la juegan los derechos humanos no
es en Ginebra, en Estrasburgo o en Nueva York; es en la distancias cortas.
En el cole o en el instituto, por
ejemplo.
El
desarrollo de la personalidad, la no discriminación, la libertad individual, la
igualdad de género y el respeto a los derechos humanos son principios
fundamentales del sistema educativo. No lo digo yo. Lo dice la Ley Orgánica de
Educación.
Sin embargo, para miles de niños y
niñas estas palabras suenan huecas. Adolescentes de toda España sufren acoso
escolar de forma cotidiana, y las políticas públicas les están fallando
poniendo sus derechos en juego.
Estudios internacionales han
documentado el efecto dañino del acoso escolar sobre la salud mental y el
bienestar emocional
El bullying
o acoso escolar se define como una agresión física, verbal o relacional,
intencionada y repetida en el tiempo, y en la que subyace un desequilibrio de
poder real o aparente que impide a la víctima defenderse.
Es un tema de derechos humanos y por
eso Amnistía Internacional está llevando a cabo su primera investigación sobre
el tema a nivel mundial. Y la estamos haciendo en España. En abril nos
entrevistamos con profesoras, psicólogas, orientadoras, directoras de
institutos y organizaciones sociales especializadas en el tema en Galicia y
Extremadura. Esta semana estamos reuniéndonos con padres y madres, chicos y
chicas que han experimentado acoso escolar en primera persona o han sido
testigos del mismo.
Estudios
internacionales han documentado
el efecto dañino del acoso escolar sobre la salud mental y el bienestar
emocional, efecto que acompaña tanto a la víctima como al agresor durante la
edad adulta. El acoso también incrementa el riesgo de absentismo y abandono de
los estudios y repercute negativamente sobre el rendimiento escolar. Es de
hecho uno de los determinantes sociales de la educación; su incidencia está
estrechamente ligada
con desigualdades de clase, ingresos y riqueza.
Es más, la
sociedad entera sufre las consecuencias de la falta de políticas públicas
eficaces. Partiendo de datos comparados entre los países de la OCDE, el último informe Pisa
mostraba que los estudiantes en centros con un alto nivel de acoso obtenían 47
puntos menos en ciencias que alumnos y alumnas en centros con menos bullying.
A pesar de las promesas de los
gobiernos y de la buena voluntad de muchísimos profesionales, las políticas
públicas no están a la altura de los compromisos adquiridos en el ámbito de los
derechos humanos
Habrá quien alegue que acoso ha
existido siempre. Para empezar ese no es un argumento para quedarnos con los
brazos cruzados ahora. Desgraciadamente nuestro pasado está lleno de cosas
vergonzantes. Pero es que además hoy por hoy las tecnologías de la información
y la comunicación (las TIC) son un arma de doble filo. Por un lado son una
herramienta que facilita el acceso a fuentes y formatos de conocimiento
inimaginables hasta hace pocos años. Pero al mismo tiempo aumentan la
vulnerabilidad de los menores ante expresiones de acoso que tienden a
expandirse rápidamente por las redes.
Existe
legislación autonómica y estatal y hay protocolos de actuación en todas las
comunidades autónomas. También existe un observatorio estatal sobre la
convivencia escolar, aunque bien es cierto que hace cinco años
que no se ven las caras.
Sin embargo, tras cerca de cincuenta
entrevistas (y antes todavía de reunirnos con madres, padres, chicas y chicos)
podemos ya concluir que, a pesar de las promesas de los gobiernos y de la buena
voluntad de muchísimos profesionales, las políticas públicas no están a la
altura de los compromisos adquiridos en el ámbito de los derechos humanos.
Para empezar hace falta mucha más
transparencia sobre los incidentes de acoso escolar, y esta información debe
estar desagregada en base a los factores de riesgo de discriminación,
incluyendo género, orientación sexual y condición socioeconómica, entre otros.
Las propias direcciones de los centros
y las inspecciones educativas deben contribuir a desmontar el mito de que lo
normal es que el acoso sea cero
Las propias
direcciones de los centros y las inspecciones educativas deben contribuir a
desmontar el mito de que lo normal es que el acoso sea cero. Este mito
hace que cada caso reportado sea infinitamente más grave que lo supuestamente normal.
Sin embargo, como nos dijeron casi con idénticas palabras una profesora en
Santiago y un profesor en Cáceres, "si alguien en cualquier centro os
cuenta que el acoso no existe es bien porque no os está contando la verdad o
porque prefiere no ver lo que sucede". Es necesario cambiar la perspectiva
para que lo anormal y lo sospechoso sea que en un determinado centro al
parecer no exista este fenómeno. Paradójicamente tenemos que normalizar
el acoso antes de acabar con él.
La formación
continuada sobre bullying debería tener carácter obligatorio para
profesorado y otros miembros de la comunidad educativa, y debería incluir
contenidos relevantes en cuanto a igualdad y diversidad de género,
multiculturalismo y TIC. Donde existe, la mediación entre iguales (entre los
propios chicos y chicas) está dando buenos resultados y debería considerarse su
progresiva implementación en todos los centros.
Ni los institutos son la isla del
Señor de las Moscas ni la violencia y la exclusión se la inventan los niños
Ni los
institutos son la isla del Señor de las Moscas ni la violencia y la exclusión
se la inventan los niños. El acoso en la escuela no es sino el reflejo de la
discriminación, la violencia y el prejuicio que carcome a la sociedad en
general. Buena parte del acoso se produce por la existencia de determinadas
expectativas de que el chico tiene que comportarse como un chico y la
chica como una chica. Si algunas personas jóvenes practican y sufren
acoso es también porque no vivimos en una sociedad profundamente libre y
orgullosa de su diversidad.
Estamos hablando de ocho millones de
personas. Si fueran una comunidad autónoma, serían la segunda más grande del
Estado.
Construyamos una sociedad basada en
los derechos humanos y empecemos por el día a día en los lugares más cercanos a
casa, como nos recomendó Eleanor Roosevelt. Lo que hagamos hoy en las aulas
condicionará lo que podamos hacer en el futuro dentro y fuera de ellas.
Koldo Casla
está a cargo de esta investigación de Amnistía
Internacional.
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