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sábado, 5 de mayo de 2018

Mamá, tengo que contarte algo.


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05/05/2018

Mi hija de 14 años vio porno y nos cambió la vida como nunca imaginé

Una fatídica noche de noviembre de 2014, mi hija de 14 años nos despertó a mi marido y a mí a las 2 de la madrugada.

Llorando y visiblemente afligida, musitó: "Mamá, tengo que contarte algo".

Esas temidas palabras son capaces de sobresaltar incluso a las personas con el sueño más profundo y llevarlas a un estado de alerta máxima. Mi cerebro de madre empezó de inmediato a barajar las sospechas típicas: ¿Está embarazada? ¿Toma drogas? ¿Se ha metido en problemas? ¿Se ha quedado embarazada alguna amiga suya? ¿Toma drogas alguna de sus amigas? ¿Se ha metido una amiga suya en problemas? Fuera cual fuera el motivo de su acuciante necesidad de hablar conmigo en mitad de la noche, sabía que tenía que mantener la calma para no ponerla más histérica de lo que ya estaba.

Me incorporé en silencio: "Vale, ¿qué pasa?", le pregunté con la voz tan uniforme como pude.

En vez de responderme, me entregó su iPhone. Ese acto por sí solo ya hablaba a las claras de lo grave que era la situación, ya que normalmente apenas me dejaba echarle un vistazo a su teléfono y mucho menos ponerle las manos encima. Me preparé para ver terribles mensajes de acoso, amenazas o incluso desnudos, pero en vez de eso acabé mirando una página web repleta de jerga legal de arriba abajo. Mi confusión se tragó por completo mis miedos.

"¿Qué es esto?", le pregunté.

Mirando a todas partes excepto a mí, respondió: "He estado viendo porno y el FBI me ha rastreado".

Mi mente se puso de repente en modo histérico: ¿¡Qué coño!? ¿¡Porno!? ¿Se va a presentar el FBI en mi puerta? ¿Eso que oigo es una sirena? ¿Llamarán antes por teléfono? ¿Podría acabar mi hija en la cárcel? ¿La juzgarán como si fuera adulta? ¿Tengo que ir buscándole un abogado? ¿Cuánto dinero costaría un abogado para un caso como este? Espera un momento, ¿acaso el porno es ilegal? ¡Amelia, para ya! Tu hija te necesita. Respira.

Casi nada podría haberme espantado más. Como madre de una adolescente, había imaginado muchas de las conversaciones y situaciones difíciles que tendría que vivir con ella hasta que se convirtiera en mujer. Desde que cumplió los 14 años, di por hecho que ya habíamos mantenido todas las conversaciones importantes: la regla, el sexo, la seguridad por Internet, el respeto a su cuerpo, las drogas, el alcohol, el respeto a sus amigos...

Todas esas conversaciones habían ido bien, en general, tan bien que ya había llegado a pensar que esto de ser padres ya lo teníamos dominado. Sabía que no bastaba con hablar con tus hijos una sola vez sobre estos temas potencialmente peliagudos y que los padres tienen que esforzarse por mantener un diálogo continuo con sus hijos siempre que sea posible.

Y, para disgusto de mis hijos, yo estaba decidida a mantener con ellos una comunicación abierta y honesta. De hecho, mi método siempre ha sido que si oía o leía cualquier asunto o experiencia relativa al desarrollo de los hijos, sacaba el tema con ellos sin importar lo incómodo o complicado que pudieran ser las conversaciones.

Pero ¿sobre porno? Nunca pensé que tendría que tener esta charla con ninguno de mis hijos hasta que mi hijo, que tiene 5 años menos que su hermana, llegara a la pubertad. Por desgracia, inocente de mí, tener que hablar sobre contenido de adultos con mi hija nunca llegó a aparecer en mi radar de madre.

Sentadas en la oscuridad, le hice algunas preguntas directas y me respondió incómoda. No, nunca había hablado con nadie sobre porno. No, nunca había contactado con nadie y nadie contactó nunca con ella pidiéndole fotos desnuda. No, nunca había hecho vídeos porno ni había subido ningún vídeo a la red. Sí, había visto vídeos de adultos practicando sexo. No, nunca había visto vídeos de niños y no, no le atraen los niños. ("Agh, mamá, por favor"). Sí que le atraen los hombres y las mujeres.

Mientras hablábamos, mi cerebro y mi corazón empezaron a calmarse. Mi marido y yo nos dimos cuenta de que sus confesiones y experiencias probablemente no eran tan diferentes de las que solemos oír sobre chicos adolescentes a los que pillan en situaciones parecidas. Los adolescentes, tanto los chicos como las chicas, sienten curiosidad por el sexo. Desde el principio de los tiempos, los niños han curioseado a escondidas estas imágenes de contenidos gráficos y se han contado historias explícitas.

Aunque podía entender su bochorno, no tenía nada de lo que avergonzarse. Simplemente tenía curiosidad.

Sin embargo, lo habitual es oír hablar de chicos que buscan cosas "traviesas", pese a que las chicas sienten la misma curiosidad por el sexo que los chicos. En el caso de los chicos, ver porno es casi algo esperable o una especie de rito de transición. En el caso de las chicas, bueno, no sé qué es lo que se espera de ellas, porque nuestra cultura rara vez aborda el tema ni habla sobre por qué las chicas pueden querer ver porno, ni sobre a partir de cuándo y por qué puede serles útil o a partir de cuándo y por qué puede resultar contraproducente.

Al verla sentada en una esquina de la cama, envuelta en su propia vergüenza y con los dientes castañeteando de los nervios, me di cuenta de que aunque podía entender su bochorno, no tenía nada de lo que avergonzarse. Simplemente tenía curiosidad.

Después de hablar y de que se volviera a la cama, una investigación rápida me garantizó que no la iban a arrestar. Esa ventana emergente que le apareció en el teléfono era solo eso, publicidad basura que en realidad no creaba el FBI. No sé quién la insertó ahí, pero acabó resultando de provecho para mi hija adolescente. Nos hizo empezar a hablar, y de muchas más cosas que de porno.

Incluso después de disipar su miedo a que el FBI se presentara en nuestra casa, sus nervios no se terminaron de calmar. Le recordé las palabras que le había dicho en incontables ocasiones desde que nació: "Cariño, te quiero pase lo que pase". Cuando le pregunté si me creía, se encogió de hombros y me dio esa típica respuesta de adolescente: "No sé". La miré a los ojos y le dije: "Siempre te he querido pasara lo que pasase. Esta es una de esas 'pase lo que pase' y no va a cambiar nada lo que siento por ti".

Parecía aturdida, lo que me acabó desconcertando a mí. Todos los días intento mostrarles y decirles a mis hijos que les quiero. Sin embargo, en ese momento, me preocupó que pensara que habían sido palabras vacías. Este incidente realmente pareció nuestra primera prueba para ver si había estado hablando en serio durante todos esos años.

Tres años después de eso, mi hija ya tiene 17 años y está en su penúltimo año del instituto. Ha habido momentos complicados que hemos tenido que superar juntas, pero puedo decir orgullosa que es una chica muy correcta. Sus pinitos viendo porno no la han transformado en una loca obsesa del sexo. No ha tenido sexo durante su adolescencia y no equipara el sexo y el amor.

De hecho, ha terminado esperando hasta después de cumplir los 17 años para tener su primera cita y sigue muy feliz con ese joven. Ha visto a amigos y compañeros saliendo con otras personas solo por salir, pero ella quiso que su primera cita fuera con alguien con quien sintiera una conexión y no dio un paso adelante hasta que no estuvo preparada. Fue su propia decisión, tal y como debería ser.

Jamás habría pensado que una conversación sobre porno en la madrugada con mi hija de 14 años iba a acabar resultando un momento tan crucial en nuestra relación, pero lo fue. Tras esa noche, pareció darse cuenta de que de verdad podía contarme cualquier cosa porque yo la escucharía. Quererla "pase lo que pase" empezó a ser algo más que simples palabras para ella.

Muchos de los muros que nos separaban se derrumbaron y esa adolescente reservada que se escondía en su habitación empezó a pasar más tiempo con el resto de la familia. Empezó a jugar a juegos de mesa, a ver películas, a debatir sobre acontecimientos de la actualidad y a contarnos cómo le afectaban las cosas que le sucedían. Me contaba los problemas que tenía con sus amigos y me preguntaba cosas como: "¿Es normal esto? ¿Debería preocuparme por esto o por lo otro?".

Pero no solo cambió la vida de mi hija; esta experiencia también me despertó a mí. Me di cuenta de que mi hija de 14 años sentía tanta curiosidad por el sexo que había acudido al porno en busca de respuestas. Me preocupaba que el porno gratis que pudiera encontrar por Internet no le mostrara relaciones sexuales sanas, cariñosas y respetuosas, y puede que ni siquiera le proporcionara información correcta sobre lo que sucede durante el sexo, y menos aún sobre problemas como el consentimiento y la autonomía.

Esta experiencia también me despertó a mí. Me di cuenta de que mi hija de 14 años sentía tanta curiosidad por el sexo que había acudido al porno en busca de respuestas.

Ambas empezamos a mantener un montón de conversaciones sobre el respeto hacia los demás y hacia ella misma, y aprendió que, si se respeta a sí misma, acabará en la mayoría de las ocasiones rodeándose de gente que también la respete. Es la teoría por la que me rijo yo, por cierto.

Me gusta pensar que habría aleccionado a mi hija sobre estos asuntos de todos modos, pero ¿habría comprendido yo la importancia de mantener estas conversaciones con ella cuando solo tenía 14 años y ni siquiera tenía citas? No lo sé. Quizás habría esperado o no habría abordado esos temas con tanta urgencia ni claridad, y quizás ella habría pagado un alto coste por ello.

Solo cuento con tres años de pruebas anecdóticas basadas en una adolescente, pero hasta ahora ya ha cortado lazos con un antiguo amigo que la manipulaba y ha dejado atrás a conocidos que no respetaban sus límites o la hacían sentirse inferior. Son asuntos difíciles de manejar incluso para los adultos. Mi hija lee un montón de artículos sobre la ansiedad para intentar aprender más de sí misma, y cuando las cosas se torcieron hace dos años y sintió ganas de hacerse daño, me lo contó. Y esa vez no había vergüenza en su voz. En lugar de ello, fue capaz de manifestar los temores que le provocaba semejante agonía.

Ahora que mi hija está ocupada con sus duras clases del instituto y saliendo con su pareja, ya no la veo tanto como antes para ver películas por la noche ni para echar largas partidas de Rummy 500. Aun así, cada cierto tiempo se acurruca conmigo en el sofá y quiere ver la tele conmigo o enseñarme algún meme absurdo o algún vídeo de gatos. Estoy muy orgullosa de ella por tomarse el tiempo de seguir descubriendo por sí misma quién es y qué es lo que quiere.

Así que, aunque suene extraño, el porno mejoró mi relación con mi hija de formas que jamás me habría podido imaginar. He estado siempre tan empeñada en enseñarle lo que es el "contacto bueno" y el "contacto malo" y preocupada por la posibilidad de que sufriera acoso que se me pasó por completo que había llegado a la edad en la que empieza a sentir curiosidad por el sexo y que quizás estaba preguntándose de qué iba todo este asunto. Y, entonces, una intimidante ventana emergente nos forzó a empezar a confiar la una en la otra más que nunca antes.

Mi hijo mayor va a cumplir 13 años en un par de semanas y, gracias a todo lo que hemos vivido mi marido y yo con nuestra hija, ahora tenemos una nueva aliada en la casa para que nos ayude a enseñarle a mi hijo cómo son las relaciones sanas. De hecho, mi hija habla con él de todo tipo de cosas y él la escucha un poco más que a nosotros porque es la hermana mayor guay y nosotros, los padres aburridos.

Estoy segura de que sus años de adolescencia traerán sus propias formas de tortura y sus propios dramas para todos los miembros de la casa, pero si se despierta en mitad de la noche aterrado porque el FBI está rastreando sus hábitos por Internet... Bah, eso será pan comido.

Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.




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