Los huesos que hacen temblar el Vaticano
9 nov. 2018
01:59
ElMundo
Son de mujer y abren el enigma de la desaparición en
1983 de la joven de 15 años Emanuela, cuyo padre trabajaba en la secretaría
particular del Papa
Aparecían
implicados, junto a la jerarquía eclesiástica, la mafia, los servicios secretos
e incluso Ali Agca, el hombre que disparó a Juan Pablo II
Son huesos de mujer y conectan
con uno de los más grandes misterios italianos de las últimas décadas. Han
aparecido en un palacio vaticano extramuros de la ciudad papal. Y en
la misma semana en la que la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo,
se ha reunido con el número dos del Papa Francisco,
el cardenal Pietro Parolin, en
busca del apoyo de la Santa Sede para impedir que los restos de Franco
sean enterrados en la catedral de la Almudena.
Apenas la enviada
española había regresado, el Vaticano hizo público el
hallazgo de sus propios huesos. Los restos óseos estaban en un
edificio de la nunciatura apostólica de Roma y podrían reabrir la misteriosa y
oscura desaparición hace 35 años de la pequeña Emanuela Orlandi,
hija de un funcionario vaticano, cuyo presunto secuestro salpicó a la Mafia, a
la alta jerarquía eclesiástica y a los servicios secretos.
Emanuela Orlandi tenía 15 años cuando la tarde
del 22 de junio de 1983 desapareció sin dejar rastro a la
salida de su clase de flauta en el conservatorio situado en la plaza de San
Apolinar, cerca del Senado italiano. Tenía pasaporte vaticano porque su padre,
Ercole, trabajaba en la Prefectura de la Casa Pontificia, la secretaría
particular del Santo Padre.
Exactamente 40 días
antes se había perdido el rastro de Mirella Gregori,
la hija también adolescente de una familia propietaria de un bar en el centro
de Roma, sin ninguna conexión con la política o la curia romanas. Su madre
contó que alguien llamó al telefonillo de casa. Mirella dijo que se trataba de
un compañero de clase y que bajaba para hablar con él. Nunca más la volvieron a ver.
Este martes, al
filo de las 23 horas, un escueto comunicado del Vaticano anunciaba que durante
los trabajos de renovación de los sótanos de una dependencia de la embajada
vaticana en Italia habían sido encontrados algunos fragmentos de huesos
humanos. El fiscal jefe de Roma, Giuseppe Pignatone,
dio instrucciones para que la Policía científica estudiara los restos óseos
para identificar la edad, el sexo y la eventual fecha del fallecimiento.
Los primeros análisis
revelaron que los restos podrían ser de dos personas diferentes
y, al menos en uno de los dos casos, corresponden al cuerpo de una mujer, según
afirmó la abogada de la familia Orlandi, Laura Sgrò, que
se pregunta por qué su descubrimiento ha sido relacionado con la desaparición
de Emanuela Orlandi o Mirella Gregori.
El comunicado no
las nombraba pero los medios de comunicación locales no dudaron en apuntar
inmediatamente que los huesos allí encontrados podrían conducir a la extraña
desaparición de las dos niñas. Algo lógico, y quizá precipitado, sostiene el
periodista de investigación del Corriere della Sera Fabrizio Peronaci,
ya que en Italia «cuando se habla de misterios religiosos que comportan alguna
responsabilidad de los ambientes eclesiásticos, inmediatamente se evoca la
desaparición de Emanuela».
Peronaci, autor de
varios libros sobre el caso Orlandi, uno de ellos firmado junto al
hermano de Emanuela, Pietro, considera poco probable que los
huesos pertenezcan a alguna de las niñas. «El lugar donde se
han hallado los restos nos lleva a pensar en Mirella, que vivía a pocos metros
de la nunciatura, antes que en Emanuela, pero es necesario tener la máxima
cautela», asegura.
La misma prudencia
que sugiere Ilario Martella, ex magistrado de la Corte de
Casación y juez instructor del caso Orlandi y de la investigación sobre el
atentado contra el papa Juan Pablo II en 1981. «Tengo la impresión de que
las familias se llevarán una gran desilusión», dice a Crónica.
«A no ser que quien ha organizado todo haya sido tan diabólico de enterrar allí
a estas chicas para hacer recaer la responsabilidad en la Santa Sede».
Martella está convencido de la
inocencia del Vaticano y asegura
que «la solución de este caso se encontrará sólo en sede política». El
magistrado jubilado sostiene que la muerte de las niñas fue fruto de un
chantaje al Papa por parte de los servicios secretos del antiguo bloque
soviético. «La documentación certifica que desde agosto de 1982 las autoridades
gubernamentales búlgaras solicitaron a la Stasi, la principal organización de
seguridad y espionaje de Alemania Oriental (DDR), una colaboración destinada a
eliminar las sospechas de responsabilidad del Estado búlgaro en el atentado al
Papa».
El 13 de mayo de
1981, Mehmet Ali Agca, un terrorista perteneciente al
grupo turco de extrema derecha Lobos Grises, disparó contra Juan Pablo II en la
Plaza de San Pedro. Fue condenado a cadena perpetua pero en el año 2000 recibió
el indulto del presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi,
y fue extraditado a Turquía, donde cumplió condena hasta 2006 por delitos
anteriores. Pocos días después de la desaparición de las niñas, varias llamadas anónimas
reivindicaron el secuestro de las pequeñas y exigieron la
liberación de Agca a cambio de sus vidas.
«Los presuntos
secuestradores dijeron que se llevaron a Gregori porque querían iniciar un
diálogo con el Vaticano de manera reservada para pedir la liberación de Agca.
Al no ser escuchados la mataron y secuestraron a Orlandi, abriendo un diálogo
ya no privado sino público. Yo estoy convencido de que a los que pedían la
liberación de Agca a cambio de Orlandi la Iglesia no les interesaba: sólo
querían crear una situación ficticia». Martella mantiene que no fue casualidad
que la desaparición de las niñas coincidiera con la explosión mediática de la
«pista búlgara», que implicaba a ciudadanos de ese país en el atentado contra el
Papa Wojtyla.
«Si se tira del hilo de
la desaparición de estas dos niñas, se llega a hechos todavía más graves que
tienen que ver con el atentado del Papa», coincide Peronaci. El periodista
sostiene sin embargo que el intento de magnicidio no fue la acción de un lobo solitario
sino que fue posible gracias a la connivencia de ambientes religiosos. «Las dos
chicas fueron objeto de un chantaje para hacer presión sobre el Vaticano y
condicionar la política de Juan Pablo II», asegura.
La presunta
conspiración internacional, que fue desacreditada ante la falta de pruebas, no
fue la única hipótesis que manejaron los investigadores. Algunas teorías sugerían que
Orlandi fue víctima de una red pedófila detrás de la cual se
encontrarían altos jerarcas de la Iglesia. Así lo manifestó el exorcista del
Vaticano, el mediático sacerdote Gabriel Amorth,
quien unos años antes de fallecer aseguró en una entrevista al periódico La Stampa que
Emanuela había sido objeto de «un crimen de naturaleza sexual» dentro del
Vaticano.
El sanguinario Enrico
No es la primera
vez que se encuentran huesos humanos en dependencias de la Santa Sede. En el pasado era una práctica
habitual sepelir a los difuntos en iglesias. De hecho, hasta
2012, los restos mortales de Enrico de Pedis,
alias Renatino, un sanguinario capo de la Banda de la Magliana -una
organización criminal de extrema derecha que sembró el terror en Roma durante
los años del plomo-, permanecieron enterrados con todos los honores bajo el
suelo de la basílica de San Apolinar, cerca de la escuela de música donde se
vio por última vez a Emanuela.
Durante años se creyó que el cuerpo de la
chica podría encontrarse junto al del capo mafioso. La pista la
dio una enigmática llamada al programa televisivo 'Chi l'ha visto', una suerte
de 'Quién sabe dónde' a la italiana. «Mirad en la tumba de De Pedis y averiguad
el favor que le hizo al cardenal Poletti», dijo una voz anónima.
De Pedis, asesinado
en 1990 en un ajuste de cuentas, estaba muy bien relacionado dentro y fuera de
los muros vaticanos. Gracias a la intermediación del cardenal Ugo Poletti,
entonces vicario del Papa Juan Pablo II para la diócesis de Roma, y a las
cuantiosas donaciones que ofreció a la Iglesia en vida, consiguió ser enterrado
en la majestuosa basílica que en la actualidad pertenece al Opus Dei. Un motivo de auténtico bochorno
para la Iglesia.
A la magnífica
sepultura también contribuyó su amistad con Piero Vergari,
que había sido rector en la basílica de San Apolinar, y que fue el único
eclesiástico investigado en el caso Orlandi. Se habían conocido en la cárcel.
Allí el religioso había sido capellán, antes de trabajar en la nunciatura del
Vaticano donde este lunes fueron hallados los huesos.
La investigación se
cerró en 2007, pero un año después la amante de De Pedis, Sabrina Minardi,
confesó a la policía que Orlandi fue secuestrada por la Banda de la Magliana,
lo que llevó a la magistratura a ordenar la reapertura del caso y de la
sepultura de Renatino, en una búsqueda desesperada por encontrar los restos de
la niña junto a su presunto verdugo. Pero en el interior de la tumba, junto a
los esqueletos de varias personas, sólo hallaron los restos del
mafioso, que fueron inhumados e incinerados.
La confesión de Minardi
unió a la ya de por sí rocambolesca historia de la desaparición de las niñas
otro misterio italiano. La mujer aseguró que De Pedis le había dicho que había
actuado siguiendo las órdenes del arzobispo estadounidense Paul Marcinkus,
entonces director del Instituto para las Obras Religiosas (IOR), el conocido
como Banco Vaticano, porque al parecer el padre de Emanuela habría
tenido acceso a documentos comprometedores relacionados con la
bancarrota un año antes del Banco Ambrosiano, una institución acusada de lavar
dinero de la mafia y de la logia masónica P2.
Bajo la guía de
Marcinkus, el IOR cedió parte de sus acciones a esta entidad, presidida
entonces por Roberto Calvi, el llamado «banquero de Dios». Pero
en 1982 el Banco Ambrosiano quebró, dejando al descubierto el oscuro entramado
financiero en el que estaba envuelta la banca del Papa. Tras el crack, Calvi
huyó a Londres con un falso pasaporte y poco después fue encontrado ahorcado
bajo un puente con cinco kilos de piedras en sus bolsillos. Marcinkus regresó a Estados
Unidos gracias a la inmunidad diplomática y murió sin ser
juzgado.
Escondida en un convento
El año pasado el
periodista Emiliano Fittipaldi publicó un documento inédito
que sugería que Orlandi había sido escondida durante años en un convento en
Inglaterra. Se trataba de una suerte de libro contable de todos los gastos a
los que habría hecho frente el Vaticano para mantener a la joven lejos de Roma
al menos hasta 2007. En total, cerca de 500 millones de las
antiguas liras.
«Si es verdadero,
abre importantes revelaciones sobre la desaparición de la chica. Si es falso,
demuestra la existencia de una lucha de poder sin precedentes dentro del
pontificado de Francisco», aseguró el periodista acusado (y absuelto) en el
caso Vatileaks II, la masiva filtración de documentos
reservados de la Santa Sede.
El Vaticano a
través de su portavoz calificó las insinuaciones contenidas en el libro de
Fittipaldi de «ridículas». Pero lo cierto es que no era la primera vez que se
especulaba con la posibilidad de que Emanuela hubiese sido trasladada fuera de
Italia tras su desaparición. La investigación se cerró
definitivamente en 2016.
«Estas chicas
fueron eliminadas si no enseguida, pocos días después de ser secuestradas»,
sostiene Ilario Martella. A la vista de los últimos
hallazgos, el ex magistrado -mucho más pragmático que las decenas de teorías
existentes en torno al caso, algunas pura ciencia ficción- aconseja dirigir el
foco de la investigación a los encargados del edificio donde han sido hallados
los restos.
«Si encuentran unos
huesos en mi casa, yo tendré alguna responsabilidad, ¿no?». La pregunta se la
han planteado también los fiscales de Roma, que en las últimas horas han
centrado sus sospechas sobre el portero de la nunciatura en esos años. Un tipo
peculiar al que su mujer abandonó antes de desaparecer sin dejar rastro. Un final demasiado terrenal
para un misterio divino que dura ya 35 años
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