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miércoles, 28 de noviembre de 2018

Los huesos que hacen temblar al Vaticano


Los huesos que hacen temblar el Vaticano


9 nov. 2018 01:59

ElMundo


Son de mujer y abren el enigma de la desaparición en 1983 de la joven de 15 años Emanuela, cuyo padre trabajaba en la secretaría particular del Papa

Aparecían implicados, junto a la jerarquía eclesiástica, la mafia, los servicios secretos e incluso Ali Agca, el hombre que disparó a Juan Pablo II

Son huesos de mujer y conectan con uno de los más grandes misterios italianos de las últimas décadas. Han aparecido en un palacio vaticano extramuros de la ciudad papal. Y en la misma semana en la que la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, se ha reunido con el número dos del Papa Francisco, el cardenal Pietro Parolin, en busca del apoyo de la Santa Sede para impedir que los restos de Franco sean enterrados en la catedral de la Almudena.

Apenas la enviada española había regresado, el Vaticano hizo público el hallazgo de sus propios huesos. Los restos óseos estaban en un edificio de la nunciatura apostólica de Roma y podrían reabrir la misteriosa y oscura desaparición hace 35 años de la pequeña Emanuela Orlandi, hija de un funcionario vaticano, cuyo presunto secuestro salpicó a la Mafia, a la alta jerarquía eclesiástica y a los servicios secretos.

Emanuela Orlandi tenía 15 años cuando la tarde del 22 de junio de 1983 desapareció sin dejar rastro a la salida de su clase de flauta en el conservatorio situado en la plaza de San Apolinar, cerca del Senado italiano. Tenía pasaporte vaticano porque su padre, Ercole, trabajaba en la Prefectura de la Casa Pontificia, la secretaría particular del Santo Padre.

Exactamente 40 días antes se había perdido el rastro de Mirella Gregori, la hija también adolescente de una familia propietaria de un bar en el centro de Roma, sin ninguna conexión con la política o la curia romanas. Su madre contó que alguien llamó al telefonillo de casa. Mirella dijo que se trataba de un compañero de clase y que bajaba para hablar con él. Nunca más la volvieron a ver.

Este martes, al filo de las 23 horas, un escueto comunicado del Vaticano anunciaba que durante los trabajos de renovación de los sótanos de una dependencia de la embajada vaticana en Italia habían sido encontrados algunos fragmentos de huesos humanos. El fiscal jefe de Roma, Giuseppe Pignatone, dio instrucciones para que la Policía científica estudiara los restos óseos para identificar la edad, el sexo y la eventual fecha del fallecimiento.

Los primeros análisis revelaron que los restos podrían ser de dos personas diferentes y, al menos en uno de los dos casos, corresponden al cuerpo de una mujer, según afirmó la abogada de la familia Orlandi, Laura Sgrò, que se pregunta por qué su descubrimiento ha sido relacionado con la desaparición de Emanuela Orlandi o Mirella Gregori.

El comunicado no las nombraba pero los medios de comunicación locales no dudaron en apuntar inmediatamente que los huesos allí encontrados podrían conducir a la extraña desaparición de las dos niñas. Algo lógico, y quizá precipitado, sostiene el periodista de investigación del Corriere della Sera Fabrizio Peronaci, ya que en Italia «cuando se habla de misterios religiosos que comportan alguna responsabilidad de los ambientes eclesiásticos, inmediatamente se evoca la desaparición de Emanuela».

Peronaci, autor de varios libros sobre el caso Orlandi, uno de ellos firmado junto al hermano de Emanuela, Pietro, considera poco probable que los huesos pertenezcan a alguna de las niñas. «El lugar donde se han hallado los restos nos lleva a pensar en Mirella, que vivía a pocos metros de la nunciatura, antes que en Emanuela, pero es necesario tener la máxima cautela», asegura.

La misma prudencia que sugiere Ilario Martella, ex magistrado de la Corte de Casación y juez instructor del caso Orlandi y de la investigación sobre el atentado contra el papa Juan Pablo II en 1981. «Tengo la impresión de que las familias se llevarán una gran desilusión», dice a Crónica. «A no ser que quien ha organizado todo haya sido tan diabólico de enterrar allí a estas chicas para hacer recaer la responsabilidad en la Santa Sede».

Martella está convencido de la inocencia del Vaticano y asegura que «la solución de este caso se encontrará sólo en sede política». El magistrado jubilado sostiene que la muerte de las niñas fue fruto de un chantaje al Papa por parte de los servicios secretos del antiguo bloque soviético. «La documentación certifica que desde agosto de 1982 las autoridades gubernamentales búlgaras solicitaron a la Stasi, la principal organización de seguridad y espionaje de Alemania Oriental (DDR), una colaboración destinada a eliminar las sospechas de responsabilidad del Estado búlgaro en el atentado al Papa».

El 13 de mayo de 1981, Mehmet Ali Agca, un terrorista perteneciente al grupo turco de extrema derecha Lobos Grises, disparó contra Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro. Fue condenado a cadena perpetua pero en el año 2000 recibió el indulto del presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi, y fue extraditado a Turquía, donde cumplió condena hasta 2006 por delitos anteriores. Pocos días después de la desaparición de las niñas, varias llamadas anónimas reivindicaron el secuestro de las pequeñas y exigieron la liberación de Agca a cambio de sus vidas.

«Los presuntos secuestradores dijeron que se llevaron a Gregori porque querían iniciar un diálogo con el Vaticano de manera reservada para pedir la liberación de Agca. Al no ser escuchados la mataron y secuestraron a Orlandi, abriendo un diálogo ya no privado sino público. Yo estoy convencido de que a los que pedían la liberación de Agca a cambio de Orlandi la Iglesia no les interesaba: sólo querían crear una situación ficticia». Martella mantiene que no fue casualidad que la desaparición de las niñas coincidiera con la explosión mediática de la «pista búlgara», que implicaba a ciudadanos de ese país en el atentado contra el Papa Wojtyla.

«Si se tira del hilo de la desaparición de estas dos niñas, se llega a hechos todavía más graves que tienen que ver con el atentado del Papa», coincide Peronaci. El periodista sostiene sin embargo que el intento de magnicidio no fue la acción de un lobo solitario sino que fue posible gracias a la connivencia de ambientes religiosos. «Las dos chicas fueron objeto de un chantaje para hacer presión sobre el Vaticano y condicionar la política de Juan Pablo II», asegura.

La presunta conspiración internacional, que fue desacreditada ante la falta de pruebas, no fue la única hipótesis que manejaron los investigadores. Algunas teorías sugerían que Orlandi fue víctima de una red pedófila detrás de la cual se encontrarían altos jerarcas de la Iglesia. Así lo manifestó el exorcista del Vaticano, el mediático sacerdote Gabriel Amorth, quien unos años antes de fallecer aseguró en una entrevista al periódico La Stampa que Emanuela había sido objeto de «un crimen de naturaleza sexual» dentro del Vaticano.

El sanguinario Enrico


No es la primera vez que se encuentran huesos humanos en dependencias de la Santa Sede. En el pasado era una práctica habitual sepelir a los difuntos en iglesias. De hecho, hasta 2012, los restos mortales de Enrico de Pedis, alias Renatino, un sanguinario capo de la Banda de la Magliana -una organización criminal de extrema derecha que sembró el terror en Roma durante los años del plomo-, permanecieron enterrados con todos los honores bajo el suelo de la basílica de San Apolinar, cerca de la escuela de música donde se vio por última vez a Emanuela.

Durante años se creyó que el cuerpo de la chica podría encontrarse junto al del capo mafioso. La pista la dio una enigmática llamada al programa televisivo 'Chi l'ha visto', una suerte de 'Quién sabe dónde' a la italiana. «Mirad en la tumba de De Pedis y averiguad el favor que le hizo al cardenal Poletti», dijo una voz anónima.

De Pedis, asesinado en 1990 en un ajuste de cuentas, estaba muy bien relacionado dentro y fuera de los muros vaticanos. Gracias a la intermediación del cardenal Ugo Poletti, entonces vicario del Papa Juan Pablo II para la diócesis de Roma, y a las cuantiosas donaciones que ofreció a la Iglesia en vida, consiguió ser enterrado en la majestuosa basílica que en la actualidad pertenece al Opus Dei. Un motivo de auténtico bochorno para la Iglesia.

A la magnífica sepultura también contribuyó su amistad con Piero Vergari, que había sido rector en la basílica de San Apolinar, y que fue el único eclesiástico investigado en el caso Orlandi. Se habían conocido en la cárcel. Allí el religioso había sido capellán, antes de trabajar en la nunciatura del Vaticano donde este lunes fueron hallados los huesos.

La investigación se cerró en 2007, pero un año después la amante de De Pedis, Sabrina Minardi, confesó a la policía que Orlandi fue secuestrada por la Banda de la Magliana, lo que llevó a la magistratura a ordenar la reapertura del caso y de la sepultura de Renatino, en una búsqueda desesperada por encontrar los restos de la niña junto a su presunto verdugo. Pero en el interior de la tumba, junto a los esqueletos de varias personas, sólo hallaron los restos del mafioso, que fueron inhumados e incinerados.

La confesión de Minardi unió a la ya de por sí rocambolesca historia de la desaparición de las niñas otro misterio italiano. La mujer aseguró que De Pedis le había dicho que había actuado siguiendo las órdenes del arzobispo estadounidense Paul Marcinkus, entonces director del Instituto para las Obras Religiosas (IOR), el conocido como Banco Vaticano, porque al parecer el padre de Emanuela habría tenido acceso a documentos comprometedores relacionados con la bancarrota un año antes del Banco Ambrosiano, una institución acusada de lavar dinero de la mafia y de la logia masónica P2.

Bajo la guía de Marcinkus, el IOR cedió parte de sus acciones a esta entidad, presidida entonces por Roberto Calvi, el llamado «banquero de Dios». Pero en 1982 el Banco Ambrosiano quebró, dejando al descubierto el oscuro entramado financiero en el que estaba envuelta la banca del Papa. Tras el crack, Calvi huyó a Londres con un falso pasaporte y poco después fue encontrado ahorcado bajo un puente con cinco kilos de piedras en sus bolsillos. Marcinkus regresó a Estados Unidos gracias a la inmunidad diplomática y murió sin ser juzgado.

Escondida en un convento


El año pasado el periodista Emiliano Fittipaldi publicó un documento inédito que sugería que Orlandi había sido escondida durante años en un convento en Inglaterra. Se trataba de una suerte de libro contable de todos los gastos a los que habría hecho frente el Vaticano para mantener a la joven lejos de Roma al menos hasta 2007. En total, cerca de 500 millones de las antiguas liras.

«Si es verdadero, abre importantes revelaciones sobre la desaparición de la chica. Si es falso, demuestra la existencia de una lucha de poder sin precedentes dentro del pontificado de Francisco», aseguró el periodista acusado (y absuelto) en el caso Vatileaks II, la masiva filtración de documentos reservados de la Santa Sede.

El Vaticano a través de su portavoz calificó las insinuaciones contenidas en el libro de Fittipaldi de «ridículas». Pero lo cierto es que no era la primera vez que se especulaba con la posibilidad de que Emanuela hubiese sido trasladada fuera de Italia tras su desaparición. La investigación se cerró definitivamente en 2016.

«Estas chicas fueron eliminadas si no enseguida, pocos días después de ser secuestradas», sostiene Ilario Martella. A la vista de los últimos hallazgos, el ex magistrado -mucho más pragmático que las decenas de teorías existentes en torno al caso, algunas pura ciencia ficción- aconseja dirigir el foco de la investigación a los encargados del edificio donde han sido hallados los restos.

«Si encuentran unos huesos en mi casa, yo tendré alguna responsabilidad, ¿no?». La pregunta se la han planteado también los fiscales de Roma, que en las últimas horas han centrado sus sospechas sobre el portero de la nunciatura en esos años. Un tipo peculiar al que su mujer abandonó antes de desaparecer sin dejar rastro. Un final demasiado terrenal para un misterio divino que dura ya 35 años


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