Al Obispo, le hubiese gustado celebrar el sagrado vínculo del matrimonio, que por circunstancias sociales no fue posible, pero les hace llegar con su felicitación, la
Bendición Apostólica de Su Santidad.
El infierno
de ser gay durante el franquismo: muerte, soledad y campos de concentración
02/11/2018
Bruno se queja de que hay insectos en su comida, en el comedor de la cárcel
de Valencia. “En Tefía se comen hasta las cagarrutas, date con un canto en los
dientes”, le responde un preso. Lo llaman “Colonia penitenciaria agrícola” pero
Tefía, le explica, es un campo de concentración para homosexuales en
Fuerteventura. Se trabaja picando piedra de sol a sol, entre golpes y bajo
un sol sin tregua. Es 1955 y los homosexuales son detenidos por la policía, que
se ampara en la ley de peligrosidad social. ‘El violeta’ (Drakul), la novela gráfica de Juan Sepúlveda,
Antonio Mercero y Marina Cochet, plasma esta cruel época a través de la
vida de un joven de 18 años.
Una noche de 1955, Bruno cae en una
trampa tendida por la policía en los cines Ruzafa de Valencia. Los agentes le
golpean y se lo lleva al grito de “violeta”: su delito es ser homosexual. La de
‘El violeta’ es una historia cruda sobre la persecución de los homosexuales
durante el franquismo, sobre fingir lo que no se es, sobre dolor y sufrimiento,
sobre el amor y la mentira. Una crónica histórica que se alarga durante
años, desde que Bruno es un adolescente miedoso hasta que el peso
social cae sobre sus hombros y configura su forma de ser.
Para engendrar su primera
novela gráfica, el valenciano Juan Sepúlveda se ha empapado de ensayos,
expedientes médicos o policiales y “muchos testimonios de presos
durante los últimos cuatro años”, explica a El confidencial. Se remite
en concreto al de Octavio García, superviviente del campo de concentración de
Tefía que uno de los personajes de ‘El Violeta’ le describía a Bruno. El temido
campo de Tefía se creó en 1952 cuando la Dirección General de Instituciones
Penitenciarias adquirió unos terrenos que habían pertenecido al primer
aeropuerto de Fuerteventura.
En aquella época, comenta
Sepúlveda, se crearon estos campos de concentración por la enorme cantidad de
condenados bajo la llamada ley de Vagos y Maleantes y la posterior ley de
Peligrosidad Social, que establecía desde multas hasta penas de cinco
años de cárcel. “Eran más de dos mil al mes”.
"No escuchamos ni una palabra en
colegios"
‘El Violeta’ quiere recordar una memoria silenciada.
"Los jóvenes de mi generación, y las anteriores y sucesivas, no escuchamos
hablar ni una palabra en los planes de estudio de los colegios e institutos”,
explica Sepúlveda. Se ha sumergido en esta historia para recordar lo que pasó
con el colectivo LGTBI. "Cuánto tuvieron muchos que sufrir, e
incluso dejarse la vida, para conseguir los derechos y libertades que
tienen hoy en día.”
Me interesaba el síndrome de la
rana hervida. Cómo vamos acostumbrándonos a lo malo. La sociedad como
maltratadora del homosexual
Pasar a la siguiente página es aumentar
el dolor por momentos, tanto para el lector como para el propio autor. “Bruno,
el protagonista, trata de encajar en una sociedad donde no hay lugar para los
homosexuales”, comenta Sepúlveda sobre el momento que más difícil le fue de
relatar. “Me interesaba el síndrome de la rana hervida. Cómo vamos
acostumbrándonos a lo malo. La sociedad como maltratadora del
homosexual. Pero el caso de Bruno era complejo. Las circunstancias fueron
capaces de amilanarlo de joven, pero los años pasan y Bruno se convierte en una
bomba de relojería.”
Pero el valenciano repara también en
otras vidas rotas que con el tiempo van cicatrizando como pueden. Todas ellas
han bebido de historias reales hundidas en el tiempo. Es el caso, por ejemplo,
de Maricruz, que se convertirá en la esposa de Bruno. “Es una mujer brillante
que es arrastrada a un matrimonio
concertado”, describe Sepúlveda. “Cuando descubra la
homosexualidad de su marido y la abolición del divorcio empezará su tormento al
sentirse atrapada en la relación”. En el sistema educativo franquista, el
desarrollo intelectual de la mujer se encontraba limitado. “Las mujeres estaban destinadas al hogar y al cuidado de los
hijos”.
El de ‘El Violeta’ es un viaje en el
tiempo oscuro y amargo, pero necesario. Una luz hacia lo pasado y una bofetada
en la cara. “No te olvides de esto”, parece gritar desde sus páginas
asfixiadas. Sepúlveda parte de una anécdota que le contó Antonio Ruiz,
presidente de Ex-Presos Sociales: él, como Bruno, también fue delatado
por una monja y encarcelado solo con dieciocho años. A partir de ahí,
su grito de guerra denuncia “todos los abusos policiales, detenciones,
encarcelamientos, alejamientos, humillaciones, vejaciones y un largo etcétera
que les ocurrieron a miles de españoles homosexuales.”
‘El Violeta’,
cuyos derechos ya han sido adquiridos, está cerca de convertirse en una
película. “En enero o febrero, la productora presentará el proyecto en un
comité de Televisión Española”, cuenta Sepúlveda. “Creo que el colectivo LGTB
merece una película como esta para curar las heridas del
franquismo”.
Vuelve a ser
1955. Bruno mira a su compañero de celda, que resume el dolor y la injusticia
de la historia y de una realidad que aún resuena: “Estamos aquí por ser
como somos”.
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