El alma del putero
ElPlural
La prostitución
ha acompañado a las sociedades humanas desde hace tanto tiempo que vivimos sin
conmovernos con el alma del putero, sentado entre nosotros como uno de los
nuestros.
Ese corazoncito
patriarcal de nuestra sociedad es el arca sagrada, el secreto mejor guardado,
protegido entre algodones por padres protectores, compañeros cómplices y
solícitas niñeras. Así, el debate de la prostitución sigue girando como una
peonza, una y otra vez, sobre el derecho de las mujeres a ser sirvientas
sexuales, y gira y gira, sin rozar la piel fina del putero. No nos imaginamos,
siquiera, como sería una sociedad donde ese alma hubiera sido eliminada.
Así, en el arduo
debate que las feministas abolicionistas estamos desplegando en redes sociales
por la ilegalización del sindicato OTRAS, me encuentro con algunos amables
contertulios que me advierten de que la abolición de la prostitución es “una
utopía”, y que por tanto es mejor que lo vayamos asumiendo. Ni siquiera les
parece concebible un mundo en el que los varones no tengan ese privilegio.
Se ha hablado
mucho de los efectos que tiene el sistema prostitucional sobre las mujeres
prostituidas, y sobre todas las mujeres en general, a las que disciplina, a las
que divide en castas (respetables/ no respetables), y a las que coloca en una
posición intermedia, no plenamente humana, a veces personas, a veces objetos.
Pero no tanto sobre el efecto que tiene sobre ellos. ¿Qué le hace la
prostitución a los niños que crecen, cómo moldea el alma de los hombres?
La prostitución les
dice a las mujeres que sus vidas no importan. Que, en según qué circunstancias,
pueden ser sacrificadas para la satisfacción de un deseo.
En el espejo, a
los hombres les dice que sus deseos son órdenes. Que un orgasmo suyo bien vale
una industria mundial que rapte, viole, seduzca, atemorice y encierre, siempre
que a él no se le exija más que el dinero, poco o mucho, que transforma la
violación en sexo consentido. La prostitución le dice a los hombres quién es el
amo aquí.
El alma del
putero, para poder cerrar los ojos a los moratones, a las ojeras, a la evidente
vulnerabilidad de las mujeres en prostitución (africanas sin papeles, jóvenes
del este que no entienden el idioma, sudamericanas de todas las latitudes sin
medios de vida) tiene que suprimir la empatía.
Fábrica de
pequeños narcisistas, abusones que no tienen reparos en aprovecharse de la
pobreza y la vulnerabilidad, gente sin imaginación o con la imaginación
endurecida, que sólo se despierta ya ante el ejercicio del dominio. Así es el
alma del putero: infantil, primaria, reducida a la satisfacción del Yo. Y
cuando salen del burdel, ese corazoncito patriarcal y violento les acompaña a
todas partes, infectando todos los órdenes sociales.
Miro a los
jóvenes que están creciendo, y creo que no sólo por nosotras hay que acabar con
esto. Las feministas creemos sinceramente en la capacidad de los hombres de
crecer ética e intelectualmente, por eso nos negamos a tirar la toalla y a
permitir que nuestros chicos se corrompan como amos en el campo de
concentración que es el burdel.
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