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martes, 2 de diciembre de 2014

Carlos Fabra futuro Premio Novel (sí, sí con V) de Literatura.

50 Sombras de Fabra
2-12-14
David Torres
Público.es

En Cadena perpetua, aquel grandioso drama carcelario, hay una escena donde Morgan Freeman relata cómo los reclusos veteranos apuestan sobre cuál de los novatos se echará a llorar el primero en su noche de estreno en prisión. Lo llamaban “salir a pescar”, cuando desde sus celdas, solos, acojonados vivos, los recién llegados escuchaban la voz ubicua de sus vecinos brotando en la terrible oscuridad embrionaria: “Pescadito, pescadito. ¿Dónde estás, pescadito?”. Difícilmente algún preso de la cárcel de Aranjuez habrá apostado anoche por Fabra, porque lo más probable es que acabase llorando él. Si se descuida, le cae encima hasta la pedrea.


Con Fabra bromas las justas. Ya ha explicado que él va a la cárcel en busca de tranquilidad, para escribir sus memorias. No ha tardado tantos años en ingresar en prisión porque tuviera miedo, qué tontería, sino porque estaba documentándose. En concreto, sobre sexo y mujeres. A la biografía del cacique estelar de Castellón le faltaba una serie de lances amorosos que salpimentara el hecho bruto del éxito, el cemento, el reintegro y las gafas. 50 Sombras de Fabra puede dejar en nada la trilogía de percances sadomaso con que tantas señoras y señoritas han redescubierto a la vez los placeres de la literatura y los de las bolas chinas.
Las señoras en las que se va a centrar Fabra son las mujeres de su vida, un póker de damas que incluye a su ex mujer, Amparo, a su amante, Esther, y a sus dos hijas, Claudia y Andrea. De su ex no se sabe casi nada; aunque están separados todavía le rodea el silencio sepulcral del apellido Fabra. Con su amante, Esther Pallardó, hay una irresistible historia de amor con ciertos toques de periodismo, cuando ella pasó de redactar noticias críticas contra la gestión del PP en Castellón a convertirse en la jefa de prensa de la diputación. Vio la luz de golpe, igual que Lauren Bacall cuando le pidió fuego a Bogart. Entonces comprendió la verdad destilada en aquella sentencia de Groucho: “¿A quién va a creer: a mí o a sus propios ojos?”. En cuanto a Andrea, es la única que ha heredado la vocación literaria de su padre, aunque ella es más de poesía y más concretamente de haikus hiperbreves: “Que se jodan”.

No sería la primera vez, ni la segunda, que la cárcel alumbrase una obra maestra. Gracias a su estancia en los horrendos campos de trabajos forzados en la Guayana francesa, Henri Charrière escribió Papillon. A Dostoievski y a Cervantes también les sopló la inspiración entre rejas. Quienes razonan que este hombre no tiene ningún talento artístico es que no han visto lo que es capaz de hacer con un aeropuerto: un mameluco híbrido entre arquitectura y escultura moderna que no se lo salta un 747. De hecho, se lo saltan todos. Puede que los puristas y los críticos remilgados no encuentren mucha sustancia en un prosista que declaró una vez que él, en política, siempre ha hecho “lo que le sale de los cojones”, pero lo más probable es que si Fabra escribiera tal como habla (lo cual no consigue casi nadie), el libro sería la hostia. Si se pone a escribir de sus cojones y su política, ya puede ser directamente el Quijote. El título se lo dio en bandeja su hija Andrea y son tres palabras.


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