50
Sombras de Fabra
2-12-14
David
Torres
En Cadena perpetua, aquel
grandioso drama carcelario, hay una escena donde Morgan Freeman relata cómo los
reclusos veteranos apuestan sobre cuál de los novatos se echará a llorar el
primero en su noche de estreno en prisión. Lo llamaban “salir a pescar”, cuando
desde sus celdas, solos, acojonados vivos, los recién llegados escuchaban la
voz ubicua de sus vecinos brotando en la terrible oscuridad embrionaria:
“Pescadito, pescadito. ¿Dónde estás, pescadito?”. Difícilmente algún preso de
la cárcel de Aranjuez habrá apostado anoche por Fabra, porque lo más probable
es que acabase llorando él. Si se descuida, le cae encima hasta la pedrea.
Con Fabra bromas las justas. Ya ha explicado que él va
a la cárcel en busca de tranquilidad, para escribir sus memorias. No ha tardado
tantos años en ingresar en prisión porque tuviera miedo, qué tontería, sino
porque estaba documentándose. En concreto, sobre sexo y mujeres. A la biografía
del cacique estelar de Castellón le faltaba una serie de lances amorosos que
salpimentara el hecho bruto del éxito, el cemento, el reintegro y las gafas. 50 Sombras de Fabra puede dejar en nada la trilogía de
percances sadomaso con que tantas señoras y señoritas han redescubierto a la
vez los placeres de la literatura y los de las bolas chinas.
Las señoras en las que se va a centrar Fabra son las
mujeres de su vida, un póker de damas que incluye a su ex mujer, Amparo, a su
amante, Esther, y a sus dos hijas, Claudia y Andrea. De su ex no se sabe casi
nada; aunque están separados todavía le rodea el silencio sepulcral del
apellido Fabra. Con su amante, Esther Pallardó, hay una irresistible historia
de amor con ciertos toques de periodismo, cuando ella pasó de redactar noticias
críticas contra la gestión del PP en Castellón a convertirse en la jefa de
prensa de la diputación. Vio la luz de golpe, igual que Lauren Bacall cuando le
pidió fuego a Bogart. Entonces comprendió la verdad destilada en aquella
sentencia de Groucho: “¿A quién va a creer: a mí o a sus propios ojos?”. En
cuanto a Andrea, es la única que ha heredado la vocación literaria de su padre,
aunque ella es más de poesía y más concretamente de haikus hiperbreves: “Que se
jodan”.
No sería la primera vez, ni la segunda, que la cárcel
alumbrase una obra maestra. Gracias a su estancia en los horrendos campos de
trabajos forzados en la Guayana francesa, Henri Charrière escribió Papillon. A Dostoievski y a
Cervantes también les sopló la inspiración entre rejas. Quienes razonan que
este hombre no tiene ningún talento artístico es que no han visto lo que es
capaz de hacer con un aeropuerto: un mameluco híbrido entre arquitectura y
escultura moderna que no se lo salta un 747. De hecho, se lo saltan todos.
Puede que los puristas y los críticos remilgados no encuentren mucha sustancia
en un prosista que declaró una vez que él, en política, siempre ha hecho “lo
que le sale de los cojones”, pero lo más probable es que si Fabra escribiera tal
como habla (lo cual no consigue casi nadie), el libro sería la hostia. Si se
pone a escribir de sus cojones y su política, ya puede ser directamente el
Quijote. El título se lo dio en bandeja su hija Andrea y son tres palabras.
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