La
multimillonaria orden de los pobres franciscanos
Público
Aníbal
Malvar
20-12-14
Resulta
que los franciscanos, o sea, la orden religiosa de los pobres, se encuentra en
bancarrota. No sé a qué viene tanto revuelo en Italia con el tema. Lo normal
entre los mendicantes es estar en bancarrota, como hoy en España pueden
atestiguar seis millones de parados. Un tal Michael
A. Perry, ministro principal de la orden, ha hecho un llamamiento para
recoger pasta entre los fieles. Ya veo a Mariano Rajoy financiando con nuestra miseria el
rescate de la pobre orden, en plan Bankia. Al fin y al cabo, las dos son
órdenes mendicantes.
Reconoce el beato Perry que los franciscanos
invirtieron en “cuestionables acciones financieras”. Es lo que nos pasa a los
piadosos defensores de la pobreza, que en cuanto invertimos los céntimos
limosneros, como no estamos acostumbrarnos a movernos en el parqué de Wall
Street, se nos va la Sicav seráfica a tomar por donde Satanás enseña el rabo.
Las “cuestionables acciones financieras” las explica
con claridad cristiana el diario italiano La
Stampa: “Armi e droga con le offerte per il Poverello”.
También se incluye como cuestionable acción financiera la conversión de un
albergue para niños pobres en hotel de lujo. L’Hotel Il Cantico, nada menos que
en la vía romana de Gregorio VII. No vean ustedes cómo se pusieron de alegres
los niños pobres cuando los trasladaron a un hotel de lujo y los vistieron de
smoking.
A lo largo de la Historia, la Iglesia ha demostrado
una capacidad divina para mantenerse como la principal organización criminal
del planeta. De hecho, conviene recordar que el papa que bendijo la creación de
la orden franciscana fue Inocencio III. Un tipo majo. A
principios del siglo XIII, ordenó la masacre de los cátaros en el sur de
Francia. Murieron un millón de personas en Occitania, Mediodía galo. Muchos de
ellos en la hoguera. Fue la única cruzada de Europa contra Europa. Los
cruzados de Inocencio III que perpetraron la masacre andaban un poco
despistados, y preguntaron a quién matar. Porque, claro, cuando te ibas al
Islam y por ahí, al moro se le reconocía bien. ¿Pero cómo distinguir a un
francés hereje de otro observante? El papa Inocencio III resolvió el enigma con
inteligencia, mesura e innegable piedad: “Matadlos a todos. Dios reconocerá a
los suyos”.
Esta delicada filosofía siguió aplicándola la iglesia
hasta casi hoy. En el siglo XX, bastaría con reseñar que también Dios reconoció
a los suyos en la Alemania de Hitler, en la España de Franco, en el Chile
de Pinochet y en la Argentina de Videla,
siempre con la bendición papal a sus asesinatos masivos.
El asunto del Banco Ambrosiano tampoco está exento de
pureza y ejemplaridad. El asesinato en 1982 de Roberto Calvi, el
banquero de Dios, aun es una incógnita. Aunque sí es dogma de fe que una de las
razones de su asesinato fue el blanquear dinero de la Mafia por parte del banco
vaticano. Es para echarse las manos a la corona de espinas.
Con todos estos datos, los impíos intentan
convencernos de que los papas han sido casi tan delincuentes generación tras
generación como el mismísimo Íñigo
Errejón, el profesor Moriarty, Jocker o Jack
el Destripador. Pero en esto nos llega el papa Francisco, que
se bautizó así precisamente por Francisco
de Asís, aunque el argentino tira más a jesuita que a pobre
franciscano amante de los pajarillos.
Ahora nos enteramos de que las inversiones en armas,
drogas y hoteles de lujo para huérfanos han arruinado a la orden de Asís. Pero
que tire la primera piedra el que esté libre de pecado. ¿Quién no ha invertido
nunca en armas, drogas y hoteles de lujo? La verdad es que a veces nos damos
hostias como panes entre católicos y agnósticos, y solo vemos el tráfico de
drogas y de armas en el ojo ajeno. Como ellos nos dan la absolución en el
confesionario, démosela también nosotros a ellos en los tribunales. No vaya a
ser que esta vez Dios no reconozca a los suyos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario