“Venía el
camión de la basura, abría el seguro y los echaba”
VANESSA PERONDI / 2
Dic 2014
Aún se
pueden ver las suelas de goma de las ruedas con las que se hacían las
alpargatas, algún que otro zapato y lo que parece una bota. Treinta y tres
cadáveres se amontonan uno encima de otro en un espacio de ocho metros de largo
y dos y medio de ancho. Han encontrado hasta ocho más, que ya han
exhumado, y todavía tienen que seguir excavando más abajo. Donde la tierra casi
se funde con el hueso.
Es la fosa
común del cementerio de San Roque, en Puerto Real (Cádiz), donde la primera
fase de la excavación ha devuelto la dignidad a 41 personas que
murieron asesinadas por los fascistas entre los meses de agosto y septiembre de
1936.
La
Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica Social y Política de
Puerto Real lleva desde 2008 luchando para poder abrir la fosa del cementerio
local y poder rescatar a todos los fusilados. Francisco Aragón, su presidente,
calcula que puede haber entre 175 y 200 cuerpos en los 21 metros que
puede medir la zanja, que está siendo excavada gracias a una subvención de
la Dirección General de la Memoria Democrática.
FUERON
MALTRATADOS
Y la
violencia es manifiesta. Lo cuenta el coordinador del equipo de arqueólogos,
Jesús Román, cuando explica que “el 80 por ciento de los cuerpos presenta
indicios de violencia”. “Todos murieron con un tiro de gracia”,
insiste Aragón. Como el número 16, que presenta un tiro en el lateral del
cráneo o el 11, en el que han encontrado incluso restos de plomo. Lo que se ve
es el orificio de salida; “la entrada está en la frente”, aclara Aragón. Además,
de que los cuerpos presentaban extremidades rotas y algunos fueron maniatados.
“Fueron maltratados”.
La forma de
apilarlos es otra de esas evidencias. “Están colocados sin ningún
respeto”, señala Román, mientras que Aragón detalla cómo era el procedimiento:
“Venía el camión de la basura, abría el seguro y los echaba”. Cuando la montaña
de cadáveres era ya demasiado alta, “los cogían de brazos y piernas y los
tiraban entre los huecos para buscar el espacio”. Y así quedaron, con
los brazos levantados como si anhelaran salir de ahí.
Ahora
comienzan la extracción y continuarán fase por fase, pero antes de retomar de
nuevo el proceso, han querido organizar una jornada de puertas abiertas. Para
que todo el mundo viera el horror. “Estos son crímenes de lesa
humanidad. Esto es un genocidio, un holocausto”, insiste Román, al tiempo
que se pregunta “por qué todos los países sacan a sus ciudadanos, tengan la
bandera que tengan, y España no”. Especialmente, “cuando aquí no hubo un frente
estabilizado que luchara contra un ejército; fueron a por la población civil”.
Pero todavía
queda mucho por hacer: sólo han excavado una tercera parte de la fosa. “La
población de Puerto Real fue diezmada pero aquí también yacen ciudadanos de
San Fernando, Chiclana o El Puerto de Santa María”. Incluso, continúa Aragón,
de Rota, “que estuvieron presos en el Penal de El Puerto y, una vez
muertos, los trajeron aquí que estaba más cerca”.
La segunda
fase del proyecto es la que se antoja más complicada porque se trata de
identificar los cuerpos con las pruebas de ADN de los familiares. Y ni quedan
tantos, ni tienen el registro de todos los fallecidos al ser naturales de otros
municipios.
UN ALCALDE Y
SUS TRES HIJOS, ASESINADOS
Como es el
caso de la familia de Cayetano Roldán: el último alcalde republicano de San
Fernando que fue asesinado. A él lo mataron en el cementerio local pero sus
tres hijos –también fusilados- pueden estar en la fosa común del camposanto
porterrealeño. Y, de hecho, uno de los familiares ya se ha puesto en contacto
con ellos para verificar si están allí.
El que sí va
todos los días en busca de un indicio de encontrar a sus familiares es Francisco
Lebrón. Natural del municipio, sabe que allí están enterrados su bisabuela, su
abuelo y su tío abuelo. Su familia no sólo tuvo que hacer frente a tanta
muerte sino que tuvo que apañárselas para sobrevivir los casi dos años que duró
la ocupación de su casa. “Mi abuela tenía una tienda de antigüedades. Tenía
algo de dinero y los falangistas echaron al resto de la familia y confiscaron
la casa”. Volvieron pero Paco no ha dejado de luchar para cumplir el anhelo de
su abuela: “Ya que nos los habéis matado, dádnoslos para poder darles
sepultura y llevarles unas flores”, rememora.
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