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domingo, 10 de mayo de 2015

Hemeroteca: El mamón (Página literaria basada en un hecho real)

El mamón

Luis Viadel


Había una gran expectación por el juicio que se venía anunciando de boca en boca desde hacía algún tiempo. Los delitos de sangre atraían siempre la atención de un pueblo que estaba triste, pasaba hambre, tenía frío y cuya mayor distracción consistía en escuchar Radio España Independiente, La Pirenaica,  las novelas por capítulos que duraban largos meses y leer el Caso.
La acusación, probados los hechos, solicita para el inculpado la pena de veinte años de prisión mayor, inhabilitación para cargo público y una indemnización para la víctima de  cincuenta mil pesetas.
Nocturnidad, alevosía, inmoralidad, delito de sangre, atentado a las buenas costumbres, escándalo público, pecado...
Los asistentes que abarrotan la sala aplauden frenéticos al letrado después de su intervención.

Zósima tuvo mucha suerte en el parto. Gúdula colocó junto a ella una Flor de Jericó en un vaso con agua, nada más sentir los primeros dolores. Rompió aguas y la seca flor empezó abriéndose lentamente a medida que la matriz se dilataba y aparecía la cabeza del niño que llegaba enrojecido y pringoso. Lo escupió hasta el punto que su hermana hubo de cogerlo presurosa para evitar que resbalase y se precipitara contra el suelo. Hábilmente presionó el cordón con una pinza de las de tender la ropa y luego lo cortó. El niño empezó a llorar, lo acomodó en una toalla y metió la mano por el sexo extrayendo la placenta que guardó en un frasco de vidrio con tapa. Lo metió en un rincón de  la alacena junto a otros muchos que aparecían juntos, con una etiqueta donde se leía un nombre y una fecha. Con esta materia prima fabricaba ungüentos, cataplasmas, emplastos y bebedizos que curaban a la gente de sus dolencias.
Gúdula, de tafanario plano y escasas redondeces era una mujer extraña que ejercía de bruja-curandera en el pueblo. No se parecía en nada a su hermana, de anchas caderas y muslos generosos, a la que limpia cuidadosamente y cubre con una sábana.
El recién nacido se agita tembloroso cuando empieza a ponerse morado por unos coágulos que le saca de la boca con los dedos y, sin dejar de llorar, lo mete en una jofaina con agua caliente  y le da un rápido baño.
-Zósima- le espeta colocando al bebé junto a ella- dale teta.
-Pero si no tengo leche todavía...
-Que chupe los calostros y no te preocupes que ya te la sacará este mamón. He invocado a San Antíoco para que te llene las ubres y ése no falla nunca.
Fue un presagio, la  Flor de Jericó se iba cerrando y Matías, así le pusieron a la criatura, empezó a chupar con fuerza de aquel seno deslumbrante, blanco, redondo e hinchado como un globo, de aréola muy grande y oscura, con algunas cerdas alrededor del pezón de café con leche. La madre es muy peluda, hirsuta, algo que al marido, Matías, le excita muchísimo: donde  hay pelo, hay alegría, dice.  El  Monte de Venus, una pelambrera negra y espesa se ramifica como la hiedra hasta el ombligo  por el interior de los muslos, sube por el ano y el cóccix entre los enormes glúteos llegando hasta  la cintura. En los momentos íntimos el marido bromea porque le cuesta mucho encontrar el agujero de mujer. Demasiados obstáculos: la luz apagada, las sayas de rigor hasta los pies, como Dios manda y nada de facilidades ni pensamientos impuros, recrearse con ellos o propiciar las caricias que provocan ese sofoco, ese bombeo de la sangre que produce un ahogo que sube y que baja. En definitiva, no debe experimentar el menor placer y mucho menos  expresarlo con gestos, sonidos o palabras, e incluso con frases, porque luego el cura se lo saca en las confesiones cuando las vigilias de las Hijas de María. Su marido debe dejar caer la simiente y ella recogerla sin más.


No lleva ropa interior. Orina de pie en la cuadra  y luego se seca con las enaguas. Para defecar, desde la muerte de su hermana la Herminia que se pinchó con una paja en la vulva abierta y cogió el tétanos, toma algunas precauciones. Pusieron dos piedras para apoyar los pies y evacuar desde una  pequeña altura. Muchos años después, los ricos del pueblo se fueron instalando el cuarto de aseo como símbolo inequívoco de prosperidad.  Algunos siempre que enseñaban la casa a las visitas curiosas, que a partir de entonces fueron muchas,  cuando llegaban a la puerta y asomaban la cabeza, a todos les decían lo mismo:
-Y esta es la bañera, que gracias a Dios no hemos tenido necesidad de utilizar hasta ahora.
A Matías le hubiese gustado acariciarle los senos exuberantes y saltarines, (?), pero no podía acudir a tantos frentes sin correr el riesgo, en plena batalla contra los elementos, de que su mejor amigo humillase la cerviz y cayese abatido antes de atravesar la línea de fuego. De recién casados, una noche de fuerte calor temperamental, cuando la parienta se acababa de poner el camisón derramó por el suelo un plato de garbanzos para que los recogiese uno a uno y así poder observarla con cierta lujuria.  A través del escote veía como le bamboleaban las tetas y por detrás  el movimiento de  la grupa de su yegua a cuatro patas por el pavimento de ladrillos de barro cocido. Nunca más, eso era cosa de viciosos.
Su mujer no le daba facilidades, incluso con los años aprendió de una vecina, muñidora de la misma Cofradía,  que un remedio muy efectivo contra la lubricidad de los maridos era abrir una ventana de una sola hoja en el camisón de dormir a la altura de las ingles y por debajo del ombligo, lo que permitía sin  transgredir las leyes de  la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana, dejar entrar al pequeño, a veces no tanto,  labrador a sembrar en su huerto, simplemente soltando el botón que hacía las veces de cerrojo.
Ella nunca experimentó un orgasmo, ni tan siquiera llegó a oír esa palabra jamás, pero tuvo cuatro hijos.  No entendía como algunas vecinas lo podían pasar tan bien cuando sus maridos las montaban si ella cada vez que se abría de piernas le entraba un sofocón que no lo podía aguantar. Desde que echaron al cura anterior   se oyen esas historias. Decía desde el púlpito con la mano derecha  totalmente vendada:
- Las malas lenguas van diciendo por ahí que yo me entiendo con todas las mujeres casadas del pueblo. Y eso no es verdad. Con todas no.
Uno de los maridos, algo mosqueado, colocó en la gatera de su puerta, donde habitualmente dejaban la llave de la casa, un cepo de cazar conejos que en una de sus asiduas visitas pastorales le destrozó la mano. Fue su última homilía pero muchas de las parroquianas echan de menos sus rosarios, sus vigilias... todas sus cosas. Don Práxedes cambió los papeles con el médico (venía de otro pueblo a pasar consulta una vez a la semana) y les enseñó usos y costumbres, maneras y formas, la posición del misionero, el griego, el francés y algo de anatomía delante de un  gran espejo  con un ancho marco de caoba. Las malas lenguas, los rojos sempiternos, encontraban cierto parecido del cura con algunos niños del censo local. El Obispo lo trasladó a otra parroquia, a unos cien kilómetros,  y según van llegando las noticias los nuevos feligreses están muy contentos con él. Sobre todo las mujeres.
A Matías-hijo pronto le salieron los dientes y en su  glotonería por mamar le producía heridas que al sangrar el líquido púrpura más parecía el alimento de Drácula  que el de un lactante.
-Si me muerdes mamoncete, te corto los dientes con los alicates, como a los chinetes.[1]
Se fueron criando muy sanos, gracias a que les dio de mamar a todos. De vez en cuando le ponía una vela a Santa Águeda, por prescripción facultativa de su hermana, para que le curase las grietas de los pechos, porque además, con dieciséis años, a Matías lo seguía atetando. No podía evitarlo y a escondidas se sacaba un pecho no tan brioso como antaño, casi un colgajo, con un largo y seco pezón como la cola del bacalao y se lo ponía en la boca. Mientras sus otros hijos fueron lactantes  no resultó difícil compartir el néctar de la vida con ellos, pero luego tuvo que ingeniárselas para buscar sucedáneos. Se untaba la tetilla con leche condensada, con azúcar, con anís del Mono... y aún así, Matías,  al acostarse se chupaba el dedo pulgar pegándolo al paladar, mientras con el índice se colgaba de la nariz. También durante el día permanecía  horas enteras ensimismado y en esa misma posición dando  largas chupadas al dedo que lo tenía en una pura llaga.
Cuando parió la Feli, su vecina, varias noches se introdujo a hurtadillas en la casa por la puerta del corral, llegando hasta el dormitorio. Desenganchaba al bebé de la teta y mamaba en su lugar la leche caliente de la madre.
No entendían como se le vaciaban los pechos mientras dormía hasta que en una ocasión salió tan deprisa al oír que el niño empezaba a llorar que en su huída tumbó una silla.
Dedujeron que una culebra de considerable tamaño acudía al olor de la leche y vaciaba los recipientes maternos con cierta frecuencia. Nadie se percató del perro que dormía placentero en la cocina y se limitaba a abrir los ojos y mover el rabo sin cambiar de posición cuando Matías  hacía sus incursiones.
Zósima le recriminó las salidas nocturnas pero no le hizo caso  y acudió a la Fina, una bella cabra teticoja con la que no llegó a intimar al no encontrar la posición cómoda, mostrarse reacio por el hecho de que solo tuviese una ubre, el ataque frontal del hirco y el odio de sus hermanos caprinos con los que  la bella rumiante de lánguida mirada mantenía algo más que una simple amistad.
Rechazó desde el principio el diente de bacalao que entusiasmaba a casi todos los niños por su sabor salado y optó por el dedo que no le producía náuseas. Cada vez le quedaban menos alternativas y cuando podía, escondiéndose porque le daba vergüenza, se enganchaba  del desfallecido seno de su madre, seco como suela de zapato viejo, chupando el largo pezón, áspero como lengua de gato. Nunca le llegaba la hora del destete.
-¡Hostia!-decía el marido- deja de una vez al muchacho. Estás loca.
-Tú cállate.
Y llegó el día de la verdad. Sortearon a Matías y tuvo que irse con los otros quintos a servir a la patria. La madre no hacía más que llorar y el padre, que había estado en regulares, repetía sonriendo:
-Allí te harán un hombre.
En la mili sufre toda clase de vejaciones y a pesar de todo no puede evitar dormir con los dedos en la boca. Los compañeros le gastan bromas embadurnándole la mano con pimienta, mierda, picante, semen. y también le llevan de putas. Su predilección siempre son las más tetudas y es tal su maestría en el bello arte de mamar que algunas acaban poniéndose cachondas. Una de las entretenidas de un famoso lupanar sufre un embarazo psicológico y de sus enormes glándulas mamarias le supura un líquido amargo que se asemeja a la cerveza, lo que le convierte en cliente fijo. Pronto la pupila descubre las maravillosas dotes  de su cliente y en una de las sesiones le hace bajarse al pilón. Matías apenas nota la diferencia cuando el clítoris pasa de los dos centímetros,  pero las papilas del gusto le hacen descubrir aquel nuevo sabor inconfundible. Nunca había visto el mar pero aquel olor tan profundo le recordaba la pescadería de su pueblo. Ella va perdiendo el control de sí misma abandonando su cuerpo a los vaivenes de aquel huracán gritando y contorsionándose en la cama que se mueve como barquito de papel  en aguas bravas haciendo que el somier chirríe rítmicamente. No le cobra. El experimenta un aumento de la virilidad aunque sin demasiadas pretensiones ya que la mayoría de las veces su pico termina flácido, humillando la cabeza al no ser objeto de mayores estímulos, pero ahora, con tanto desconcierto, el sabor y el olor del marisco en dique seco junto a ese movimiento tan excitante le producen una erección y una precoz eyaculación chorreando la pringue ácida en una desconcertada y multitudinaria manifestación de minúsculos bichitos. Un día paseando con otro soldado conocen a unas chicas de pueblo que también están sirviendo y deciden invitarlas  al cine. Ocupan cuatro asientos de las últimas filas de la general, en la llamada zona de los mancos. Hay mucho soldado raso y mucha criada por ser jueves. Acabó el NO-DO y empiezan los títulos de crédito de la película.
Muy pronto la mano de su compañero desaparece entre las faldas de su chica que en unos minutos empieza a respirar sincopadamente. El se decide a pasarle un brazo por los hombros y con la mano libre intenta desabrocharle la blusa, pero se hace un lío con los botones y los ojales sin conseguir su objetivo.
-No me desdés. Espera un momento- le dice la muchacha levantándose de su asiento y perdiéndose en la oscuridad.
Permanece unos minutos desconcertado hasta que decide observar a la otra pareja que se encuentra en plena tarea. Ella en  décimas de segundo se aproxima la palma de la mano a la boca y se lanza un salivazo, agarra con firmeza el miembro que había dejado vibrando en el aire y empieza una acelerada agitación, con sus característicos chasquidos, prueba palpable de una buena  lubricación,  y acaba vomitando una blanca lava que le alcanza en un ojo en el preciso instante que regresa su pareja. Como puede se limpia pero la miel humana le deja momentáneamente tuerto.
-Ya me lo he quitado- le dice bajito mientras se sienta a su lado- lo he metido en el bolso junto con las bragas.
Una vez eliminados los obstáculos resulta fácil acceder a los pechos que acaricia con mano temblorosa. En la pantalla Grace Kelly que está casada con Donald Sinden en la película Mogambo, los censores la convierten en hermana de su marido para evitar el adulterio porque está enamorada del orejudo Clark Gable, provocando el incesto. En los descansos del rodaje el orejudo de Clark se había beneficiado a la modosita Grace que todavía no era princesa de nada. A veces la realidad se mezcla con la ficción. Matías agacha la cabeza y con la boca abierta busca a ciegas el pezón más próximo. Está eréctil y caliente cuando  lo alcanza pero queda tremendamente desconcertado perdiendo momentáneamente la razón hasta que un grito desgarrador le paraliza. Nota el líquido tibio en sus labios pero tiene otro sabor del habitual, ni tan siquiera es amargo. Se encienden las luces y puede apreciar claramente que también tiene otro color. La muchacha llora y sangra abundantemente.

La defensa habla de enajenación mental transitoria cuando el acusado descubrió que la víctima era portadora de tres glándulas mamarias y no dos como las leyes de la naturaleza ordenan. En este punto la abogada se sopesa con las manos sus pechos para que no haya lugar a dudas. El estímulo del recuerdo materno en busca del líquido blanco, le llevó a succionar, que no a morder, el apéndice extra del seno central en la zona pectoral, que al ser impar incitaba a su cercenación. Es evidente que no hubo por parte de mi defendido la menor intención de hacer daño, antes bien, sus pretensiones libidinosas eran de lo más elocuente cuando la muchacha así lo entendió y eliminó obstáculos para acceder con facilidad al lugar de los hechos, sexo y senos, que en esta ocasión y contra todo pronóstico resultó ser fuente de tres caños.
Un lógico desconcierto se apoderó del acusado que le hizo cometer un dramático error de cálculo al fallar el control de sus fuerzas y succionar con tanto ímpetu que arrancó de cuajo el pezón precipitando, eso sí, de un modo poco convencional y nada aséptico, la eliminación del apéndice que hace años debieron extirparle a la víctima con un tratamiento quirúrgico. Con lo cual mi defendido no solo es inocente del delito que se le acusa, digo, otrosí merece un premio por haber liberado a la supuesta víctima de una prominencia a todas luces incorrecta, antiestética y fuera de lugar, que de no haber mediado este incidente hubiese sido una carga durante toda su vida con la única salida de un barracón de feria junto a la mujer barbuda, la cabra con dos cabezas y el enano libidinoso.
El público aplaude con mayor intensidad a  la letrada de la defensa. Visto para sentencia.
El juez dictó el fallo después de comprobar el certificado médico donde el cirujano hacía constar que había efectuado la ablación del seno  central de la víctima. La acción, equiparable a una violación al haberle deteriorado esa parte íntima de su anatomía, conlleva el castigo más ejemplar posible. Entre un himen y un pezón solo hay una diferencia de peso. (Aquí el magistrado quiso decir que solo había una diferencia de gramos) Como atenuantes se aceptan los argumentos de la defensa por lo que este tribunal condena al acusado a una boda, recomendándole, que de ahora en adelante tenga más cuidado como galactófago que es y pase a ser galactógeno, ejerciendo de galactogogo y no de galactófugo como se le ha juzgado en esta sala. Por lo tanto, a partir del himeneo, quedan a su entera disposición las dos glándulas mamarias de la víctima, de las que en un futuro deberá dar cuentas a Dios, a este Tribunal y a la Historia. Por este orden. Se levanta la sesión.

Luis Viadel Cócera. 2001






[1] Crías de los cerdos.

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