Marcos
Ana, un comunista que asustó a Franco
Se ha ido Marcos Ana con los comuneros de 1871 y los
esclavos que se levantaron con Espartaco, con las 13 rosas que tuvo cada ciudad
de España y con todos los compañeros que cayeron en el puente de los franceses
para helarle el entusiasmo al fascismo, se ha ido Marcos Ana con Manuela
Malasaña y Dolores Ibarruri, con Orwell y con Gramsci, con las peluqueras que
cortaron cabezas y los panaderos que repartieron pan al pueblo, con Neruda y
Passolini a regalarle versos a las muchachas y muchachos de los
puertos. Nunca pudieron callarle. Quiso Franco ponerle rejas a su cuerpo.
Le tenía, sabía por qué, miedo. Marcos nunca se calló. Por eso Marcos no se ha
muerto.
Muere Marcos Ana, adiós a la
voz libre
Marcos Ana, poeta y militante comunista, deja este
jueves un sentimiento de orfandad entre todas aquellas personas que se
sintieron próximas a sus versos y su activismo.
Público
24-11-16
PATRICIA
CAMPELO
MADRID.-
Explicaba con frecuencia que él había llegado a la vida “dos veces”:
cuando nació en Salamanca, en 1920, y tras salir de prisión, en 1961, después
de 23 años recluido en distintas cárceles de la dictadura, uno de los presos
que más tiempo acumuló encerrado. Fernando Macarro Castillo, el
poeta y militante antifranquista más conocido como Marcos Ana, ha fallecido
este jueves, dejando un hueco en la lista de figuras imprescindibles de las
letras y del activismo político, en el elenco de nombres clave para entender el
pasado reciente de este país.
Marcos Ana fue el poeta de las víctimas de la represión de la dictadura, primero, y de la juventud después [el grupo Extremoduro le acercó a un gran público]. A quienes nacieron en democracia se dirigía a menudo para transmitir sus vivencias. Entre jóvenes se sentía a gusto, como si así experimentara por primera vez la bisoñez que le robaron: ingresó en prisión con 19 años y salió con 42. Sus versos, en cambio, fueron libres antes que él, fruto de una imaginación que volaba libre desde su celda para después fijarse en papeles de cigarrillos. Letra a letra, las finas hojas de los pitillos salían de prisión y copaban libros enteros que editaba el Partido Comunista en el exilio.
Marcos Ana fue el poeta de las víctimas de la represión de la dictadura, primero, y de la juventud después [el grupo Extremoduro le acercó a un gran público]. A quienes nacieron en democracia se dirigía a menudo para transmitir sus vivencias. Entre jóvenes se sentía a gusto, como si así experimentara por primera vez la bisoñez que le robaron: ingresó en prisión con 19 años y salió con 42. Sus versos, en cambio, fueron libres antes que él, fruto de una imaginación que volaba libre desde su celda para después fijarse en papeles de cigarrillos. Letra a letra, las finas hojas de los pitillos salían de prisión y copaban libros enteros que editaba el Partido Comunista en el exilio.
Así, cuando
el poeta ‘nació’ por segunda vez sus lectores le aclamaban, y al calor del
éxito, ya convertido en símbolo de la resistencia republicana, emprendió
una gira política para denunciar fuera de España los crímenes que seguía
cometiendo la dictadura bajo el total manto de impunidad.
Precisamente, en su último cumpleaños, cuando alcanzó los 96, se generó un espacio de memoria gracias a su encuentro con dos viejos conocidos de aquel periplo internacional, episodio que refleja la dimensión que alcanzó su figura. Era un sábado frío y soleado de mediados de enero, poco después de su aniversario (nació un 20 de enero).
Precisamente, en su último cumpleaños, cuando alcanzó los 96, se generó un espacio de memoria gracias a su encuentro con dos viejos conocidos de aquel periplo internacional, episodio que refleja la dimensión que alcanzó su figura. Era un sábado frío y soleado de mediados de enero, poco después de su aniversario (nació un 20 de enero).
Marcos Ana
fue el poeta de las víctimas de la represión de la dictadura, primero, y de la
juventud después
Bajo el
techo de La Estación, un establecimiento ya convertido refugio para militantes
de la memoria histórica en el madrileño barrio de Hortaleza, esperaban dos
argentinos canosos, antiguos estudiantes de Medicina en Buenos Aires. Jorge
Jerez y Rubén Efrón aguardaban emocionados a su admirada referencia
política. Más de cinco décadas atrás habían organizado un multitudinario
recital poético en Buenos Aires, días antes del acto público en el Luna Park
que la dictadura intentó, sin éxito, cancelar. “Hubo una campaña enorme por
parte de la embajada franquista contra mí, y eso hizo que me conociera
más gente. Cuando intervine comencé dando las gracias a la embajada por su
perversa contribución a aquel acto”, relató entre risas.
En aquel último encuentro, los argentinos deseaban compartir emotivos recuerdos, y Marcos Ana no les hizo esperar. Llegó a paso lento pero firme. Como acostumbraba, miró fijamente una por una a todas las personas que le esperaban en el corrillo de la entrada, saludando e interesándose por las nuevas caras. Y como era tradición en cada acto público o privado por el que se dejaba caer, portaba los colores de la República, aquella vez, con una bufanda. El atuendo invernal lo completaba con una ‘ushanka’ (gorro ruso) sobre su cabeza despejada.
Allí, Marcos Ana, con un tono de voz débil pero expresión contundente, recordó momentos vividos en Sudamérica y episodios carcelarios, narrados desde la barrera del paso de los años, que le otorgaba un tono irónico y, a veces, cómico a sus relatos orales, aquel día, narrados con la misma pausa con la que sorbía sin prisa un mosto.
¿Sobre qué hablabas en las giras?, se le preguntó en su último cumpleaños, a lo que él contestó: “De lo que había significado para mí la cárcel, que había sido como una universidad, dedicando tiempo a estudiar, o en comisiones de clandestinidad y con una voluntad de hierro”, concedió, y recitó parte del anecdotario, como el concierto clandestino de homenaje al poeta Miguel Hernández de Las nanas de la cebolla, en el penal de Burgos: “Pese a la vigilancia, teníamos una vida política intensa, e hicimos varios homenajes, entre ellos, el de Miguel Hernández. Construimos un escenario sobre el que aparecía, como decía Neruda, ‘el fuego azul de la poesía’. Y partíamos en trozos los palos de las escobas, que eran huecos, y así hacíamos las flautas”.
Aquella jornada de celebración acabó con promesas en el aire: de nuevos actos, de próximas entrevistas “grabadas, con cámaras”, “por supuesto, lo que queráis”, se predispuso sin escatimar en risas y en piropos ajustando una mirada pícara. “Regálanos más cumpleaños, Marcos”, le suplicaban algunos comensales.
En aquel último encuentro, los argentinos deseaban compartir emotivos recuerdos, y Marcos Ana no les hizo esperar. Llegó a paso lento pero firme. Como acostumbraba, miró fijamente una por una a todas las personas que le esperaban en el corrillo de la entrada, saludando e interesándose por las nuevas caras. Y como era tradición en cada acto público o privado por el que se dejaba caer, portaba los colores de la República, aquella vez, con una bufanda. El atuendo invernal lo completaba con una ‘ushanka’ (gorro ruso) sobre su cabeza despejada.
Allí, Marcos Ana, con un tono de voz débil pero expresión contundente, recordó momentos vividos en Sudamérica y episodios carcelarios, narrados desde la barrera del paso de los años, que le otorgaba un tono irónico y, a veces, cómico a sus relatos orales, aquel día, narrados con la misma pausa con la que sorbía sin prisa un mosto.
¿Sobre qué hablabas en las giras?, se le preguntó en su último cumpleaños, a lo que él contestó: “De lo que había significado para mí la cárcel, que había sido como una universidad, dedicando tiempo a estudiar, o en comisiones de clandestinidad y con una voluntad de hierro”, concedió, y recitó parte del anecdotario, como el concierto clandestino de homenaje al poeta Miguel Hernández de Las nanas de la cebolla, en el penal de Burgos: “Pese a la vigilancia, teníamos una vida política intensa, e hicimos varios homenajes, entre ellos, el de Miguel Hernández. Construimos un escenario sobre el que aparecía, como decía Neruda, ‘el fuego azul de la poesía’. Y partíamos en trozos los palos de las escobas, que eran huecos, y así hacíamos las flautas”.
Aquella jornada de celebración acabó con promesas en el aire: de nuevos actos, de próximas entrevistas “grabadas, con cámaras”, “por supuesto, lo que queráis”, se predispuso sin escatimar en risas y en piropos ajustando una mirada pícara. “Regálanos más cumpleaños, Marcos”, le suplicaban algunos comensales.
"Hay
libertad, pero si no va ligada con la justicia es un fracaso. La transición
dejó pendientes muchas cosas", dijo Marcos Ana
Hasta su
último aliento, Marcos Ana continuó en la batalla, asumiendo y apoyando la
lucha de las víctimas del franquismo, de la crisis económica, de los recortes
en la enseñanza y sanidad pública o manifestándose en contra del TTIP, en
este caso, hace poco más de un mes. Hoy es un día triste, de sentimiento de
orfandad compartido por todas aquellas personas que se sintieron próximas a sus
versos y su activismo.
Marcos Ana, que nació “dos veces”, firma este jueves su segunda muerte pero, esta vez, deja la compañía de su ausencia, un recuerdo que seguirá llenando espacios a través de su trova, de su historia, de su lucha por los derechos humanos, la batalla continua por lograr “que salga el sol y caliente a todos por igual”, resumía en una entrevista en enero de 2011, cuando recordaba asuntos que nos deja por concluir: "Hay libertad, pero si no va ligada con la justicia es un fracaso. La transición dejó pendientes muchas cosas".
Marcos Ana, que nació “dos veces”, firma este jueves su segunda muerte pero, esta vez, deja la compañía de su ausencia, un recuerdo que seguirá llenando espacios a través de su trova, de su historia, de su lucha por los derechos humanos, la batalla continua por lograr “que salga el sol y caliente a todos por igual”, resumía en una entrevista en enero de 2011, cuando recordaba asuntos que nos deja por concluir: "Hay libertad, pero si no va ligada con la justicia es un fracaso. La transición dejó pendientes muchas cosas".
un muerto, ni mil muertos, ni todos los muertos del mundo me pueden devolver a mí estos trozos de mi vida que yo he dejado en los patios y en las celdas de las cárceles. Lo único que me podría recompensar un poco la vida es ver triunfantes los ideales por los cuales yo he luchado, por los cuales ha luchado toda una generación”. Marcos Ana.
'Dos veces vino la muerte / y dos se fue arrepentida. / Dicen que marchó ofendida / porque no doblé mi frente / ¡Por eso dejó mi vida! Marcos Ana en 1944
Adiós a Marcos Ana,
el poeta comunista que pasó 23 años encarcelado por el franquismo
Escribió la autobiográfica "Decidme cómo es un árbol", prologada
por Saramago, para dejar constancia de la "vida de muchos, la de la
Generación de los Vencidos"
ElPlural
Vie, 25 Nov
2016
El poeta
comunista Fernando Macarro Castillo, conocido como Marcos Ana, ha
muerto en Madrid a los 96 años. Fue encarcelado en 1939 y condenado a
muerte cuando sólo tenía 18 años.
Sin rencor
Marcos Ana pasó 23 años de su vida
encarcelado por el franquismo. Allí sufrió torturas y cuando
salió tuvo que vivir en el exilio. Nunca dio el nombre de sus
verdugos, "porque no hay que remover las cenizas del pasado" y sobre
todo "porque quienes me torturaron tendrán hijos y nietos", quiso
contribuir con esta obra a la memoria histórica. Comunista tolerante y
moderado, como se definía, su "única venganza" era "llegar a ver
el triunfo de las ideas por las que tantos sufrimos tanto".
"Los
presos políticos fuimos los primeros en aceptar la política de reconciliación
nacional, pero una cosa es la amnistía, que era necesaria, y otra la
amnesia", decía Marcos Ana, que firmaba bajo este seudónimo literario, en
recuerdo de sus padres campesinos, Marcos Macarro y Ana Castilla.
Su última
obra, 'Vale la pena luchar', la publicó el año pasado y en ella
alentaba a los jóvenes a luchar por un mundo más justo. "Hay que
seguir calentando las calles y las plazas porque en la calle está la
fuerza", decía en apoyo del Movimiento 15-M.
"Turismo carcelario"
De origen
humilde, nació el 20 de enero en el pequeño pueblo salmantino de San Vicente de
Alconada, aunque creció en la vecina Ventosa del Río Almar, donde a los quince
años vivió el estallido de la contienda civil. Tras recoger el
cadáver de su padre entre los escombros de su casa destruida, se alistó en el
bando republicano y cuando acabó la guerra, en marzo de 1939, fue capturado en
el puerto de Alicante y conducido al campo de concentración alicantino de
Albatera.
Aunque
consiguió evadirse y ocultarse en Madrid, a los pocos días fue detenido y
comenzó su periplo por las prisiones españolas: la cárcel del Conde de Toreno;
el penal de Ocaña, donde estuvo 307 días incomunicado; la prisión de Alcalá de
Henares y el penal de Burgos, donde pasó 15 años. En esta etapa de
"turismo carcelario", como decía con ironía, sufrió castigos y lo
único que le mantuvo con vida era la fuerza que le daban los ideales por los
que fue encarcelado durante 23 años y condenado a muerte en dos ocasiones.
Fue durante
su estancia en el penal de Burgos, hacia 1954, cuando escribió sus primeros
poemas, que firmó con el seudónimo literario de Marcos Ana que ha mantenido
hasta su muerte. Tenía entonces 33 años.
Sus amigos: Neruda, Allende,
Alberti, Miguel Hernández, Picasso...
Cuando
recuperó la libertad, en noviembre de 1961, se exilió a Francia y emprendió una
campaña internacional contra la represión política en España y en el mundo y se
hizo un firme defensor de los derechos humanos y la democracia. Un
actividad que le llevó a viajar por medio mundo, en especial en Europa y América,
donde conoció a Pablo Neruda o Salvador Allende, dos de sus grandes
amigos, así como al poeta Rafael Alberti, quien le llamaba "Marco
Polo" y "Ciudadano de la Vía Láctea" y a Miguel Hernández,
con quien coincidió en la cárcel de Conde de Toreno, en el 39.
En Francia
fundó el Centro de Información y Solidaridad con España, presidido por Pablo
Picasso. Desde 1973, junto al pintor malagueño y otros intelectuales,
participó además activamente en actos de solidaridad con Chile, sometido a la
dictadura de Pinochet.
Tres años
después, regresó a España tras la amnistía de 1976.
Entre sus
obras, destacan "Autobiografía", "Mi mundo
es un patio" y "Te llamo desde un muro",
escritas en la cárcel. Sin embargo, su obra cumbre es "Decidme
cómo es un árbol" (2007), una novela en la que entremezcla
la poesía y calificada por él mismo de autobiografía. Prologada por el
escritor portugués José Saramago, Premio Nobel de Literatura, el poeta
reconoció que decidió escribir esta obra cuando comprendió que "no tenía
derecho a ocultar" su vida, que "era la vida de muchos, la de la
Generación de los Vencidos".
Además de
ser homenajeado en multitud de ocasiones, obtuvo entre otros galardones la
Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo y el Premio Rene Cassin de Derechos
Humanos, concedido por el gobierno vasco. La Fundación Abogados de Atocha
también condecoró a Marcos Ana con el premio que lleva su nombre y el gobierno
chileno reconoció su trayectoria con la medalla presidencial Pablo Neruda.
Decidme
quién es Marcos Ana
Público
24-11-16
FELIPE
ALCARAZ
Ex portavoz
federal de Izquierda Unida
Así, en presente de indicativo, quién es, porque para nosotros, los que luchamos por un tiempo diferente, Marcos Ana es un referente de muerte imposible.
Tras más de dos décadas en la cárcel, a pesar de la imagen de monstruo que sobre él se había fabricado, un vecino del barrio le dijo un día a Marcos que él mismo, que nunca había estado en política, se apuntaría al partido si todos los comunistas fueran como él. Simplemente le había seguido, observado, en su trayectoria como vecino, como activista de la cercanía. Quizás Marcos no aceptó lo que podía parecer una lisonja, porque lo suyo no era una imagen comercial envasada al vacío. O quizás entendió algo sobre los nuevos liderazgos sociales. A veces lo refirió en algún acto público: la necesidad, de cara a la juventud, y a la gran mayoría, a la que igualmente se refería Blas de Otero, de apearse de pedestales y poner en el sitio adecuado los discursos políticos “normales”, que a veces recuerdan una especie de metalenguaje, ese lenguaje que no habla directamente de la realidad sino de otro leguaje.
Así, en presente de indicativo, quién es, porque para nosotros, los que luchamos por un tiempo diferente, Marcos Ana es un referente de muerte imposible.
Tras más de dos décadas en la cárcel, a pesar de la imagen de monstruo que sobre él se había fabricado, un vecino del barrio le dijo un día a Marcos que él mismo, que nunca había estado en política, se apuntaría al partido si todos los comunistas fueran como él. Simplemente le había seguido, observado, en su trayectoria como vecino, como activista de la cercanía. Quizás Marcos no aceptó lo que podía parecer una lisonja, porque lo suyo no era una imagen comercial envasada al vacío. O quizás entendió algo sobre los nuevos liderazgos sociales. A veces lo refirió en algún acto público: la necesidad, de cara a la juventud, y a la gran mayoría, a la que igualmente se refería Blas de Otero, de apearse de pedestales y poner en el sitio adecuado los discursos políticos “normales”, que a veces recuerdan una especie de metalenguaje, ese lenguaje que no habla directamente de la realidad sino de otro leguaje.
Y se lo
jugaba todo en esa apuesta horizontal, de llaneza y sencillez: fue muy grave,
insoportablemente injusta la persecución, las condenas, los que se quedaron en
el camino, ante un paredón o ante el horizonte vacío de un amanecer de nubes
color nácar…, pero no era posible ni un minuto de detención ante el rencor,
ante ese odio ciego que no deja ver el cambio permanente de la cosas. Y desde
el dolor de corazón, sin perdonar quizás, pero sin ningún ánimo de venganza,
repetía que valía la pena luchar, emprender el camino de la lucha, quizás como
única victoria posible, dadas las dificultades: instalarse en la lucha, y
transmitir a los adversarios de clase que no es un asentamiento frágil ni
improvisado, porque persigue una sociedad distinta, cambiando el mundo de base.
Una de las cosas más duras que yo le he oído, aunque no lo pareciera, de tan sencillo como a su lado eran las cosas, era la idea de que él no había luchado, ni sufrido una serie de consecuencias, por una democracia como esta, la democracia amputada que padecemos.
Blas de Otero recogió su perplejidad en aquella pregunta del poema, “decidme cómo es un árbol”, que hoy canta Lucía Sócam en una canción bellísima. Supo expresar Marcos la desolación de su sufrimiento, pero no hasta el nivel de los infiernos interiores. Dos ideas que nunca dejaron de rondarlo fueron la juventud, y su fuerza constituyente, y la necesidad de explicar, y demostrar desde el ejemplo de su propia vida, que vale la pena luchar. Explicar que vale la pena luchar e injertar la idea en esa juventud extensa del mundo. Casi nada. Por eso sonaba a inocencia. Porque Marcos Ana era un inocente, creía en la lucha y creía en que la lucha por una sociedad distinta, más justa, terminaría abriéndose paso.
Y lo decía todo con voz suave, con mesura, con la firmeza simple de quien está dispuesto a cumplir las cosas que dice. Suavidad que no fue entendida por algunos, en esa frontera de los arrepentimientos de algunos. Un día le informaron de que el presidente Zapatero estaba dispuesto a presentar su autobiografía en un acto público. Y él comentó que le parecía muy bien que Zapatero se ocupara de su autobiografía, y de que estuviera dispuesto a presentarla en un acto, pero que él no estaría allí.
Quizás mi último contacto con él fue cuando escribió el prólogo a “Pasionaria, una leyenda que se podía tocar”, donde explicaba, coincidiendo con Dolores, el temblor de piernas que sentía cuando se dirigía a la gente. Y se refería también a su primer encuentro con Dolores, a la que contó su vida, como se cuentan las cosas a alguien que se ha conocido desde siempre. Qué bien sabía escuchar Pasionaria.
Ahora dicen que Marcos se ha ido para siempre. Pero este murmullo no llega a intranquilizarnos, porque Marcos no se puede ir. El tiempo o sus novedades nunca han podido con él. Ni la hierva cuando crecía. El conocía como nadie la narrativa futura del tiempo. Marcos es un dirigente de muerte imposible.
Una de las cosas más duras que yo le he oído, aunque no lo pareciera, de tan sencillo como a su lado eran las cosas, era la idea de que él no había luchado, ni sufrido una serie de consecuencias, por una democracia como esta, la democracia amputada que padecemos.
Blas de Otero recogió su perplejidad en aquella pregunta del poema, “decidme cómo es un árbol”, que hoy canta Lucía Sócam en una canción bellísima. Supo expresar Marcos la desolación de su sufrimiento, pero no hasta el nivel de los infiernos interiores. Dos ideas que nunca dejaron de rondarlo fueron la juventud, y su fuerza constituyente, y la necesidad de explicar, y demostrar desde el ejemplo de su propia vida, que vale la pena luchar. Explicar que vale la pena luchar e injertar la idea en esa juventud extensa del mundo. Casi nada. Por eso sonaba a inocencia. Porque Marcos Ana era un inocente, creía en la lucha y creía en que la lucha por una sociedad distinta, más justa, terminaría abriéndose paso.
Y lo decía todo con voz suave, con mesura, con la firmeza simple de quien está dispuesto a cumplir las cosas que dice. Suavidad que no fue entendida por algunos, en esa frontera de los arrepentimientos de algunos. Un día le informaron de que el presidente Zapatero estaba dispuesto a presentar su autobiografía en un acto público. Y él comentó que le parecía muy bien que Zapatero se ocupara de su autobiografía, y de que estuviera dispuesto a presentarla en un acto, pero que él no estaría allí.
Quizás mi último contacto con él fue cuando escribió el prólogo a “Pasionaria, una leyenda que se podía tocar”, donde explicaba, coincidiendo con Dolores, el temblor de piernas que sentía cuando se dirigía a la gente. Y se refería también a su primer encuentro con Dolores, a la que contó su vida, como se cuentan las cosas a alguien que se ha conocido desde siempre. Qué bien sabía escuchar Pasionaria.
Ahora dicen que Marcos se ha ido para siempre. Pero este murmullo no llega a intranquilizarnos, porque Marcos no se puede ir. El tiempo o sus novedades nunca han podido con él. Ni la hierva cuando crecía. El conocía como nadie la narrativa futura del tiempo. Marcos es un dirigente de muerte imposible.
El ejemplo de Marcos Ana: un arma cargada de futuro
24-11-16
Público
Alberto Garzón Espinosa, coordinador de IU
Esther López Barceló, responsable de memoria democrática de IU
La única venganza a la que yo aspiro es a ver triunfantes los nobles ideales de libertad y justicia social». Estas palabras describen el espíritu de un hombre que fue bautizado como Fernando Macarro y que, sin embargo, decidió cambiarse el nombre por el de su padre y madre: Marcos Ana. Tan bello gesto no fue un capricho sino una necesidad: había que evitar la censura franquista.
Marcos Ana nació en el seno de una familia de jornaleros y dejó los estudios con doce años para trabajar. Vivió sus años de infancia y juventud entre Ventosa del río Almar y Alcalá de Henares. Las duras condiciones económicas que protagonizaron sus primeros años de vida hicieron emerger su conciencia de clase, lo que a los dieciséis años le empujó a formar parte de las Juventudes Socialistas Unificadas. A tan temprana edad sufrió la conmoción del golpe de Estado y su compromiso político le llevó a participar activamente en el frente de Madrid para defender la legítima II República bajo el grito de «¡No pasarán!».
Durante los tristes años de la guerra perdió a su padre, asesinado durante un bombardeo de la Legión Cóndor, que era la ayuda aérea que Hitler envió para ayudar a Franco en su labor de aniquilación de la población civil española durante la Guerra Civil.
Esther López Barceló, responsable de memoria democrática de IU
La única venganza a la que yo aspiro es a ver triunfantes los nobles ideales de libertad y justicia social». Estas palabras describen el espíritu de un hombre que fue bautizado como Fernando Macarro y que, sin embargo, decidió cambiarse el nombre por el de su padre y madre: Marcos Ana. Tan bello gesto no fue un capricho sino una necesidad: había que evitar la censura franquista.
Marcos Ana nació en el seno de una familia de jornaleros y dejó los estudios con doce años para trabajar. Vivió sus años de infancia y juventud entre Ventosa del río Almar y Alcalá de Henares. Las duras condiciones económicas que protagonizaron sus primeros años de vida hicieron emerger su conciencia de clase, lo que a los dieciséis años le empujó a formar parte de las Juventudes Socialistas Unificadas. A tan temprana edad sufrió la conmoción del golpe de Estado y su compromiso político le llevó a participar activamente en el frente de Madrid para defender la legítima II República bajo el grito de «¡No pasarán!».
Durante los tristes años de la guerra perdió a su padre, asesinado durante un bombardeo de la Legión Cóndor, que era la ayuda aérea que Hitler envió para ayudar a Franco en su labor de aniquilación de la población civil española durante la Guerra Civil.
"Durante la guerra perdió a su padre, asesinado durante un bombardeo
de la Legión Cóndor"
Marcos Ana fue también uno de los miles defensores de la democracia, de la
legítima II República, que cruzó el país en marzo de 1939 para alcanzar el
puerto de Alicante. Todas las fuerzas políticas democráticas y
organizaciones sindicales que se habían enfrentado al golpe de Estado
franquista se concentraron allí buscando la única salida viable ante la ya
inminente victoria del fascismo. Como ocurre en la actualidad, entonces miles y
miles de personas, familias enteras, se congregaron ante el Mediterráneo
esperando zarpar hacia la paz.
Sin embargo, hace 77 años, el puerto de Alicante se convirtió en una cárcel de agua. Los esperados barcos no llegaron debido al bloqueo que realizaron los buques franquistas. Al final de la guerra Marcos Ana, como tantos otros, aún seguía en Alicante. Detenido por las tropas fascistas italianas, pasaría después por el tristemente célebre Campo de los Almendros, que el primer día se quedó sin frutos y el cuarto sin hojas, todas engullidas por el hambre. Después le llevaron al campo de concentración de Albatera, del que pudo escapar gracias a su aspecto juvenil.
Sin embargo, toda España se empezaba a convertir en una gran cárcel, en un penal insaciable que cavaba fosas sin descanso. También estaba repleta de chivatos y espías franquistas. Así, un confidente de la policía le delató ante la policía franquista y fue detenido de nuevo. En efecto, tras la guerra civil nunca llegó la paz, sino la dictadura. Una dictadura que duraría 40 años, de los cuales Marcos Ana pasó 23 años en la cárcel. La condena de un luchador por la democracia.
Sufrió la vida carcelaria de Porlier, Ocaña y Burgos, pasando por las torturas y vejaciones propias de la Dirección General de Seguridad, situada en la Puerta del Sol, símbolo de la represión del régimen y por cuyas ventanas lanzaron de una paliza a Julián Grimau para fusilarlo después completamente descompuesto. Sin embargo, la humanidad de Marcos se hacía patente en los momentos más duros, cuando a uno de sus carcelarios tras una agresión, le explicó: «lucho por una sociedad en la que nadie le pueda hacer a usted lo que usted me está haciendo a mí».
Sin embargo, hace 77 años, el puerto de Alicante se convirtió en una cárcel de agua. Los esperados barcos no llegaron debido al bloqueo que realizaron los buques franquistas. Al final de la guerra Marcos Ana, como tantos otros, aún seguía en Alicante. Detenido por las tropas fascistas italianas, pasaría después por el tristemente célebre Campo de los Almendros, que el primer día se quedó sin frutos y el cuarto sin hojas, todas engullidas por el hambre. Después le llevaron al campo de concentración de Albatera, del que pudo escapar gracias a su aspecto juvenil.
Sin embargo, toda España se empezaba a convertir en una gran cárcel, en un penal insaciable que cavaba fosas sin descanso. También estaba repleta de chivatos y espías franquistas. Así, un confidente de la policía le delató ante la policía franquista y fue detenido de nuevo. En efecto, tras la guerra civil nunca llegó la paz, sino la dictadura. Una dictadura que duraría 40 años, de los cuales Marcos Ana pasó 23 años en la cárcel. La condena de un luchador por la democracia.
Sufrió la vida carcelaria de Porlier, Ocaña y Burgos, pasando por las torturas y vejaciones propias de la Dirección General de Seguridad, situada en la Puerta del Sol, símbolo de la represión del régimen y por cuyas ventanas lanzaron de una paliza a Julián Grimau para fusilarlo después completamente descompuesto. Sin embargo, la humanidad de Marcos se hacía patente en los momentos más duros, cuando a uno de sus carcelarios tras una agresión, le explicó: «lucho por una sociedad en la que nadie le pueda hacer a usted lo que usted me está haciendo a mí».
"La presión internacional y nacional obligó a Franco a firmar la
excarcelación de quien llevara más de veinte años en la cárcel"
Sufrió dos condenas a muerte, una por su actividad política defendiendo la
legitimidad democrática en la Guerra Civil y la segunda porque descubrieron su
organización clandestina en la cárcel y por la cual le hicieron un Consejo de
Guerra. En ese tiempo fue cuando Fernando Macarro se convirtió en el poeta
comunista Marcos Ana, el poeta que animó con sus palabras y sus versos al
resto de compañeros. En 1961 salió en libertad apoyado por una campaña
internacional impulsada por su poesía. La presión internacional y nacional
obligó a Franco a firmar la excarcelación de quien llevara más de veinte años
en la cárcel, y fue así como Marcos Ana pudo llevar la lucha por la libertad de
sus compañeros y su pueblo al resto del mundo.
Su vida ha seguido dedicada a la lucha por los valores de la democracia, la libertad y la justicia cimentadas sobre bellas convicciones comunistas que resumió en sus versos:
Su vida ha seguido dedicada a la lucha por los valores de la democracia, la libertad y la justicia cimentadas sobre bellas convicciones comunistas que resumió en sus versos:
“Mi pecado es terrible;
quise llenar de estrellas
el corazón del hombre”
quise llenar de estrellas
el corazón del hombre”
Marcos es uno de los referentes, héroes de la resistencia antifascista, a
quienes debemos lo que hoy tenemos y también por lo que soñamos. El ejemplo
de su vida nos enseña que cada derecho del que disfrutamos se ha construido
sobre los ecos de las voces de miles de mujeres y hombres que lucharon para
conquistarlos. También sobre las lágrimas y la vida misma de quienes lo
dieron todo por una sociedad de justicia social. Por eso, en este día triste
vamos a homenajearle con el compromiso firme y colectivo de seguir su ejemplo,
reivindicando su memoria y sus valores. Y lo hacemos con sus propias palabras,
que nos ayudan a superar su despedida y a levantarnos cada mañana con el empeño
de estar a la altura de todo lo que nos dio y lo que le debemos:
"Yo tengo como consigna vivir para
los demás. Es la mejor manera de vivir para uno mismo"
Con el puño en alto, las comunistas te despedimos: ¡Hasta siempre
compañero del alma, compañero!
Llorar
a un hombre bueno
Público
25-11-16
JUAN DIEGO
BOTTO
Actor
Ha muerto
Marcos Ana y uno se siente un verso de Oliverio Girondo y tiene ganas de llorar
hasta inundar veredas y paseos. De llorar para ser rescatado por el propio
llanto. Ha muerto Marcos Ana y uno se sorprende de que el mundo no se detenga,
que siga girando ajeno a este dolor y este vacío. Yo esperaría que los
semáforos se vistieran de luto y las aceras nos mirasen con la complicidad de
los cementerios. Ha muerto Marcos Ana. Y ahora, ¿qué?
Querría agarrarle la mano fuerte y decirle todas las cosas que siempre dejé para después. Darle las gracias durante días y vencer el pudor cotidiano que entierra las verdades. Pienso en el abusado y hermoso verso de Dylan Thomas: "Rabia, rabia contra la agonía de la luz”, y la rabia es por la diferencia de escala que tiene su nombre en nuestra tierra.
Toda mi vida joven pensé que llegaría el momento en que este país se desperezaría y reconocería por fin la deuda que tiene con sus luchadores antifranquistas. Siempre creí que algún día el Estado rescataría por fin a los cientos de miles de muertos que inundan nuestras cunetas y los entregaría a sus familiares para que de una vez por todas pudieran llorarlos en paz. Solía creer que algún día llegaría la cordura a España. Que este país seguiría la inevitable senda de las demás naciones europeas y haría justicia con quienes dieron su vida luchando por la legalidad vigente, por la República. Ese día no ha llegado. En este país a quienes lucharon contra un golpe de Estado que se tornó en guerra civil se les ha premiado con una fosa común con vistas al olvido.
Marcos Ana fue uno de esos demócratas, uno de eso luchadores. Fue condenado a muerte y vivió durante años con la sombra de la ejecución persiguiéndolo de cárcel en cárcel. Le conmutaron la pena pero pasó 23 años en prisiones franquistas. El preso político que más tiempo conoció el rencor del dictador.
Marcos Ana era un poeta, un luchador, un comunista, pero sobre todo era un hombre bueno. "Siempre he querido ser más fuerte que el odio de mis enemigos, y lo he conseguido”. Nunca albergó odio ni rencor y ni deseos de venganza. "Mi única venganza es conseguir que triunfen nuestras ideas de paz y justicia social, que además serían buenas hasta para nuestros verdugos”
Sus versos transmiten el desgarro de la derrota, un desasosiego suave que no amaga pero sí emociona. Su libro de memorias "Decidme cómo es un árbol" es junto con "Si esto es un hombre" de Primo Levi el relato imprescindible para entender el horror de los fascismos europeos del siglo XX.
Marcos Ana debería ser uno de esos referentes que toda nación tiene como incontestables. Ana no es solo patrimonio de la izquierda, debería serlo de todo el país. Al salir de cárcel se paseó por todo el mundo para que nadie olvidara que en España aún había presos políticos, que en Europa Occidental había una dictadura cruel que aplastaba las ansias de libertad de un pueblo entero. Gracias a él miles de personas en todo el mundo tuvieron una imagen noble de España. Gracias a él muchos identificaron España con dignidad, cultura, coherencia, decencia. Es gracias a él y gente como él que este país puede mirarse al espejo y sostenerse la mirada. Y sin embargo, no nos engañemos, poca gente sabe quién fue Fernando Macarro Castillo, alias Marcos Ana.
“Rabia, rabia contra la agonía de la luz” y quizá la rabia que él nunca tuvo nos empuje a pensar que llegará el día en que “veremos la resurrección de las mariposas disecadas” y éste sea un país con memoria. Un país orgulloso de su brigada 9 que liberó Paris de los nazis, de sus maestros republicanos que llevaron la cultura a los pueblos y de Marcos Ana que unas semanas antes de morir se manifestaba contra el TTIP con la energía de un quincemayista. Habrá que caminar despacio y seguir creyendo en los hombres buenos. De verdad, gracias Marcos.
Querría agarrarle la mano fuerte y decirle todas las cosas que siempre dejé para después. Darle las gracias durante días y vencer el pudor cotidiano que entierra las verdades. Pienso en el abusado y hermoso verso de Dylan Thomas: "Rabia, rabia contra la agonía de la luz”, y la rabia es por la diferencia de escala que tiene su nombre en nuestra tierra.
Toda mi vida joven pensé que llegaría el momento en que este país se desperezaría y reconocería por fin la deuda que tiene con sus luchadores antifranquistas. Siempre creí que algún día el Estado rescataría por fin a los cientos de miles de muertos que inundan nuestras cunetas y los entregaría a sus familiares para que de una vez por todas pudieran llorarlos en paz. Solía creer que algún día llegaría la cordura a España. Que este país seguiría la inevitable senda de las demás naciones europeas y haría justicia con quienes dieron su vida luchando por la legalidad vigente, por la República. Ese día no ha llegado. En este país a quienes lucharon contra un golpe de Estado que se tornó en guerra civil se les ha premiado con una fosa común con vistas al olvido.
Marcos Ana fue uno de esos demócratas, uno de eso luchadores. Fue condenado a muerte y vivió durante años con la sombra de la ejecución persiguiéndolo de cárcel en cárcel. Le conmutaron la pena pero pasó 23 años en prisiones franquistas. El preso político que más tiempo conoció el rencor del dictador.
Marcos Ana era un poeta, un luchador, un comunista, pero sobre todo era un hombre bueno. "Siempre he querido ser más fuerte que el odio de mis enemigos, y lo he conseguido”. Nunca albergó odio ni rencor y ni deseos de venganza. "Mi única venganza es conseguir que triunfen nuestras ideas de paz y justicia social, que además serían buenas hasta para nuestros verdugos”
Sus versos transmiten el desgarro de la derrota, un desasosiego suave que no amaga pero sí emociona. Su libro de memorias "Decidme cómo es un árbol" es junto con "Si esto es un hombre" de Primo Levi el relato imprescindible para entender el horror de los fascismos europeos del siglo XX.
Marcos Ana debería ser uno de esos referentes que toda nación tiene como incontestables. Ana no es solo patrimonio de la izquierda, debería serlo de todo el país. Al salir de cárcel se paseó por todo el mundo para que nadie olvidara que en España aún había presos políticos, que en Europa Occidental había una dictadura cruel que aplastaba las ansias de libertad de un pueblo entero. Gracias a él miles de personas en todo el mundo tuvieron una imagen noble de España. Gracias a él muchos identificaron España con dignidad, cultura, coherencia, decencia. Es gracias a él y gente como él que este país puede mirarse al espejo y sostenerse la mirada. Y sin embargo, no nos engañemos, poca gente sabe quién fue Fernando Macarro Castillo, alias Marcos Ana.
“Rabia, rabia contra la agonía de la luz” y quizá la rabia que él nunca tuvo nos empuje a pensar que llegará el día en que “veremos la resurrección de las mariposas disecadas” y éste sea un país con memoria. Un país orgulloso de su brigada 9 que liberó Paris de los nazis, de sus maestros republicanos que llevaron la cultura a los pueblos y de Marcos Ana que unas semanas antes de morir se manifestaba contra el TTIP con la energía de un quincemayista. Habrá que caminar despacio y seguir creyendo en los hombres buenos. De verdad, gracias Marcos.
Marcos
Ana: "Hay que calentar la calle y gestar una revuelta popular"
El poeta comunista, que sufrió durante dos décadas las
cárceles de Franco, cree que España está siendo gobernada realmente por el
capital: "El PP es sólo su instrumento"
Publico
17-3-13
HENRIQUE
MARIÑO
Hay un
retrato del Che que recibe, libros como líquenes que forran las estanterías y
una voz de poeta que consagra el salón. En él, Marcos Ana, el preso político con
más callo del franquismo, rememora a sus 93 años una vida de película. Aún
lampiño, dejó atrás su casa para ponerle coto al fascismo, pero terminó siendo
detenido al poco. Salió en libertad más de dos décadas después, virgen y
mártir. Lo cuenta todo en sus memorias, Decidme cómo es un árbol.
Cuatro
nombres hay en su buzón: el de su hijo, el de la madre de éste y los dos suyos.
Fernando Macarro, que es como verdaderamente se llama, parece un nombre
artístico.
Pero Marcos
Ana tiene la fuerza emocional de que son mis padres: Marcos y Ana. Como los dos
desaparecieron en circunstancias un poco especiales (a él lo mató la aviación
durante la guerra), así voy con mis padres a cuestas, ¿no?
¿Alguien se
dirige a usted por Fernando?
Poca gente.
Hasta mis sobrinos me llaman Marcos. Por cierto, mi apellido, Macarro, viene de
unos celtas que se aposentaron en la zona de Zamora y Salamanca. Eran
irlandeses, los MacArrow, o sea, la familia de los flechas.
Vivimos en
una sociedad superlativa (híper, mega, extra...) apegada a la marca, al hito.
Usted atesora un peculiar y sufrido récord: 23 años entre rejas durante el
franquismo, el preso más antiguo de la dictadura.
Estaba
condenado a sesenta años, pero un decreto me permitió salir en 1961.
Dicen
algunos de los que han pasado por ella que de la cárcel sale uno enseñado en
las artes del delito. En su caso, ¿qué aprendió en ese tiempo?
Fue una
universidad. Aunque parezca increíble, no tenía tiempo para nada, hasta tal
punto que me presenté como voluntario para hacer la última imaginaria y así
poder escribir y trabajar. La cárcel era como un estado dentro del estado.
Había clases clandestinas de todo tipo, incluso una de libertos: cuando a un
preso de confianza le faltaba poco para salir en libertad, dejaba los cursos
normales y le pasaban a estos, que eran impartidos por profesores que habían
caído y tenían experiencia en la vida clandestina. Esa gente le enseñaba los
procedimientos de seguridad y el comportamiento ante la policía si eran
detenidos, entre otras muchas cosas, antes de incorporarse a la lucha en el
exterior.
Hay quien en
la cárcel se hace abogado. Usted, en cambio, se hizo escritor. Poeta.
(Risas)
Bueno, dicen que los poetas no se hacen sino que nacen. Yo era hijo de padres
analfabetos y no tenía estudios. Le debo a la cárcel haberme formado como ser
humano. Aprendí de la fraternidad y la solidaridad.
Dentro habrá
hecho sus mejores amigos.
Claro.
¿Por
ejemplo?
Muchos.
Siempre me acuerdo de Luciano Sádaba, un chico que estaba en Cuba y, a los
quince días de casarse con Zoila Ambou, fue enviado por el partido a luchar en
España. Una barbaridad, pero se respondía siempre con esa mística
revolucionaria y, de hecho, él decía: "Estoy muy contento de haber sido el
elegido". Lo detuvieron y lo mataron. Siempre llevaba consigo una
piedrecita que le había dado su mujer al despedirse. Cuando lo llamaron
para fusilarlo, me entregó su reloj y su pluma estilográfica. Le pregunté si me
iba a dar también el amuleto y él respondió: "No, la piedra morirá
conmigo".
Su amigo
dejó un amor antes de entrar en prisión. Usted tuvo que dejarla para conocer el
amor. Incluso a una mujer...
Cuando salí
de la cárcel, virgen y mártir, lo más difícil fue el proceso de adaptación a la
vida, pero también el proceso de adaptación a las mujeres. Veía a una y me iba
detrás de ella, como un perrito, hasta que desaparecía en una boca de metro,
pero no me atrevía a mirarle a la cara ni mucho menos a hablarle. Físicamente
hablando, otro problema fueron los ojos: el nervio óptico se había
acostumbrado, durante 23 años, a distancias cortas y verticales. Por eso,
cuando salía al campo, que era lo que más deseaba, me mareaba hasta el vómito,
porque el ojo no tenía facultades para enfrentarse a los espacios abiertos.
Al principio
tenía miedo escénico, pero luego fue cogiendo práctica...
Estando en
París, una organización de mujeres me invitó a una reunión, donde me
preguntaron qué fue lo que más chocó cuando salí en libertad. Los automóviles y
las mujeres, respondí, las dos especies que encontré con las líneas más
cambiadas. Entonces, me dice una mujer: "Atención, muchacho, que son las
dos cosas que te pueden atropellar". Y se cumplió, claro, porque me
hicieron padre en seguida (risas).
¿Sólo tuvo
un hijo?
Sí. Cuando
conocí a mi mujer, estaba separada y tenía dos chicos. Por mi mentalidad, no me
preocupó y los traté como si fuesen hijos míos. Luego vino el nuestro,
Marquitos, y además tuvo dos abortos. No era posible tener otro, teniendo en
cuenta las dificultades, incluso económicas, por las que atravesamos viviendo
en la clandestinidad. Me hubiera gustado también tener una hija, porque parece
ser que ellas se preocupan más por los padres que los chicos, ¿no? Aunque haya
hijos buenos, como el mío.
¿Cómo le
hubiese llamado?
Violeta o
qué se yo. No he pensado en eso.
¿Cree en
dios?
No, creía.
¿Hasta
cuándo?
Yo, en mi
adolescencia, era muy católico y llegué a ser miembro de la organización de San
Tarsicio e incluso dirigente de la Juventud Católica en Alcalá de Henares. Fue
un proceso muy difícil, pero luego la vida me enseñó que no... Un día fui a un
acto político y me quedé extasiado escuchando a Federico Melchor, pues aquel
hombre hablaba de mi casa, de mis padres, del mundo del trabajo, del sudor...
Empecé a militar a los 16 años, cuando ingresé en las Juventudes Socialistas
días antes del 16 de febrero de 1936 [terceras y últimas elecciones generales
de la Segunda República, que dieron el triunfo a la coalición de izquierdas
Frente Popular].
Asistimos
con indignación al uso de niños soldados en guerras que nos quedan lejos.
Usted, con 16 años, ya estaba batallando en la sierra de Madrid...
Claro. Y no
sólo eso: las Juventudes Socialistas Unificadas creamos dos divisiones de
voluntarios, formadas por jóvenes que no tenían edad para ser movilizados.
Luego Prieto, que era ministro de la Guerra, no permitió que combatiesen unos
imberbes menores de edad. A veces, cuando estábamos acuartelados, llegaban
algunos padres y se llevaban a sus hijos dándoles capones y tirándoles de las
orejas (risas).
¿Manda más
un padre o un oficial?
Son
obediencias diferentes. Tú padre es tu padre, aunque a veces esté en contra de
tus ideas o piense que tu sacrificio es inútil. No vas a maldecirle porque no
entienda qué es la vida ni la lucha.
Cuando
comenzó a militar, ¿sus padres entendieron...?
Es que eran
prácticamente analfabetos. Mi padre fue un campesino sin tierra que no sabía
nada. Al pobre sólo le preocupaba que su hijo llegase a casa con una pistola...
¿Por eso
mismo podía temer que le pasase algo?
En las
elecciones del 16 de febrero del 36, mis padres estaban bajo la influencia de
los dueños de la huerta en la que trabajaban, quienes les dieron unas papeletas
de la CEDA. Yo, como es natural, les entregué otras y les dije: "Votad al
Frente Popular, porque es lo que vuestro hijo está defendiendo". Cuando a
mi padre lo mató la aviación nazi, mi madre me contó cómo habían resuelto el
voto: "Como no estábamos seguros, después de una noche de insomnio
pensando a quién apoyar, decidimos que uno votaría por las izquierdas y otro
por las derechas". Lo hicieron así para curarse en salud (risas).
El régimen
franquista le atribuyó el asesinato de tres personas, pero en sus memorias
comenta que en los pueblos era habitual era "imputar a los dirigentes más
conocidos la responsabilidad de todo lo ocurrido".
Al
principio, en nuestro campo también se cometieron muchas atrocidades. Aunque no
se pueda justificar pero sí entender, las pasiones desatadas por la indignación
que produjo la sublevación contra la República provocaron que muchos tomaran la
justicia por su mano. Eso duró muy poco, unos meses, hasta que el Gobierno lo
frenó. No pueden compararse ambos bandos, porque en el nacional se estuvo
matando durante cuarenta años.
¿Cree que si
ganasen los republicanos habría habido la misma represión posterior?
No, porque
somos diferentes y capaces de perder la vida por defender un ideal, pero matar
fríamente y martirizar a la gente no cabe en nuestra formación, en nuestra
ideología ni en nuestra forma de ser. Aunque siempre puede haber un desalmado
que lo haga.
¿Fue el
Gobierno quien de frenar ciertos desmanes antes del alzamiento? ¿Se le escapó a
la República de las manos la propia República?
En gran
medida, sí. Sobre todo, porque las pasiones estaban muy desatadas por la
indignación que produjo la sublevación contra la República.
Me refiero
al caldo de cultivo previo al alzamiento.
Yo militaba
entonces en las Juventudes Socialistas, repartía periódicos y no éramos así. No
queríamos eso.
¿No
hay justificación posible...?
No. He leído
muchas veces que todos fuimos culpables de la guerra. Eso no es verdad. A
nosotros no nos interesaba sino que nos perjudicaba.
¿Cuando dice
nosotros a quiénes se refiere?
A la
izquierda en general. El Frente Popular había ganado las elecciones y no nos
interesaba esa guerra. Fueron ellos quienes recurrieron a los cuarteles para
cerrar a sangre y fuego el proceso democrático y social que se había abierto en
España con el triunfo del Frente Popular.
¿Llegó a
combatir entre los 16 y los 19 años, cuando ingresó en prisión?
Cómo no.
Estuve en Peguerinos.
¿Mató a
alguien?
Eso no se
sabe. Eso no se puede saber porque... (risas). Estabas en un búnker con
troneras y disparabas por ellas. Pues alguna vez podrías haber matado a alguien,
no sé. Lo que no he matado nunca es fríamente. Eso de que maté es mentira. Lo
que pasa es que en los pueblos siempre le achacaban los muertos a los
dirigentes y yo era un chaval muy conocido en Alcalá de Henares. Me acusaron de
muchas cosas que no había hecho. La prueba es que por lo que me acusaron a mí
mataron a veintitantos.
¿Y perdieron
la guerra porque...?
Hubo una
capitulación. Gente que se entregó como Casado, Besteiro... Teníamos fuerza
para haber resistido. Uno de los errores que históricamente se reconocen es
que, si hubiésemos aguantado tres o cuatro meses más, el panorama habría
cambiado por completo, puesto que la Segunda Guerra Mundial estaba al caer.
España era un buen punto de aterrizaje y desembarco de los aliados, de los que
formaríamos parte. Si lo analizas fríamente, la Guerra Civil no nos interesaba,
pese a lo que digan los falsificadores de la historia. Como tampoco nos
convenía que alguien se tomase la justicia por su mano en nuestra zona, porque
eso desprestigiaba a la República internacionalmente. Y luchamos contra eso...
Yo era miembro del Frente Popular en Alcalá y cuando nos avisaban de que había
gente que quería quemar una iglesia, íbamos hasta allí para tratar de
impedirlo.
Hubo otra
espera: los aliados se proclaman vencedores, pero la democracia sigue sin
llegar.
La
socialdemocracia europea nos traicionó dos veces.
Y el PCE
también rechaza el intento de reconquistar España por parte de los
maquis y los exiliados.
No tenía
sentido, aquello era una aventura.
Usted, que
ha escrito poesía de trinchera, ¿cree que todo verso debe tener una intención o
carga ideológica?
No es
obligatorio. ¿Por qué? Una persona enamorada puede escribir sobre los ojos o el
cabello de su amada, pero hace falta también una poesía de combate, que
coadyuve a la lucha por la libertad. Qué cosa más hermosa que la libertad, ¿no?
Ya decía Celaya que la poesía es un arma cargada de futuro.
¿Qué hiere
más: el corazón o la bala?
Hay que
tener corazón para disparar y para todo. Pero aunque una bala acabe con la vida
de un ser humano, no puede ganar conciencias, que es lo que importa.
¿Qué fue de
la película que quería hacer Almodóvar sobre su vida?
La tiene en
cartera y, además, posee los derechos. Como dijo en Cannes, es la historia de
un hombre bueno (risas). Me comenta Lola, su secretaria, que tiene el libro
lleno de acotaciones, pero lo que pasa es que trabaja muy lentamente...
¿A qué actor
ve interpretándole?
Me gustaría
que fuese Juan Diego Botto.
De joven,
¿pero de mayor?
No lo he
pensado, porque a Almodóvar le interesa el primer amor de Marcos Ana y esas
cosas.
La
prostituta que le desvirgó...
Eso.
Tras conocer
su historia de virgen y mártir, no le cobró.
(Risas) Fue
una lección muy bonita. Vio que tartamudeaba y me dijo que no me preocupase,
que yo no tenía que hacer nada. Le comenté que era un preso político que
acababa de salir de la cárcel y que estaba con una mujer por primera vez.
Entonces, cambió por completo y dejó de ser una prostituta para ser una mujer
enternecida por mi vida. Cenamos juntos, lloraba cuando le contaba lo que había
vivido, me cogía de la mano y la besaba... Luego nos acercamos a un hotel de la
calle Echegaray e hice el amor por primera vez.
Todo
Almodóvar es España, pero no toda España es Almodóvar, ¿no cree?
Por
supuesto. No vi la última, pero algunas películas suyas me gustan y otras no.
¿Qué le
faltó, además de las mujeres, durante su estancia en prisión?
Los
espacios. Como digo en un poema: Mi vida os la puedo contar en dos palabras:
un patio y un trocito de cielo por donde a veces pasan una nube perdida y algún
pájaro huyendo de sus alas. La vida era eso: dos pájaros haciendo el amor
desvergonzadamente en un torreón frente a nosotros.
Digamos que
usted era un miope y necesitaba las gafas de la libertad, ¿no?
Sí, claro
(risas). Y cuando salí, en vez de refugiarme en mi familia y desquitarme del
tiempo perdido, inmediatamente me puse en marcha: hice una gira internacional y
llamé a las puertas del mundo llevando el mensaje de los presos que habían
quedado atrás. No podía sentirme libre mientras hubiese un hermano prisionero.
Y sigo viajando al Sáhara, a Palestina... Soy un hijo de la solidaridad. Nadie
puede sentirse seguro en su pequeña libertad si considera lejana la esclavitud
de los demás.
En 1977, fue
candidato al Congreso por el PCE, pero no salió elegido. Si hoy, con la edad de
entonces, se sentase en un escaño, ¿cuál sería su causa?, ¿qué defendería?,
¿qué le diría al Gobierno del PP?
Defendería a
los menesterosos y a los más humildes, no a los poderosos, que es lo que está
haciendo este Gobierno.
¿Quién
gobierna realmente España?
El capital,
porque el PP es sólo su instrumento. Con la particularidad de que el
capitalismo siempre deja entreabierta la puerta al fascismo. Cuando no puede
gobernar a través de los partidos, utilizando una pseudodemocracia, recurre a
la violencia.
Si sólo
hubiese dos opciones, PP y UPyD, ¿a quién votaría? ¿Haría como sus padres en el
36?
Al PP no,
por supuesto, porque es el más reaccionario.
Y el que
eligiese UPyD, ¿a quién estaría votando?
Por lo menos
no vota al PP... A ver, dada la situación actual, hay que calentar la calle y
crear las condiciones para una revuelta popular.
¿Cree que ha
sido insuficiente todo lo ocurrido desde la irrupción del 15-M?
Ha sido
positivo, lo que pasa es que no se mantuvo el ritmo y la progresión que era de
esperar. Es un ejemplo de las cosas que se pueden hacer.
¿Está siendo
el pueblo español demasiado educado, comedido, civilizado...?
Hay gente
que está muy desesperada. El índice de suicidios es temeroso; el paro, tremendo
y la situación, desoladora.
¿No cree que
IU debería haber roto el techo electoral de Anguita en las últimas elecciones?
No basta con
tener un carné, ser comunista y acudir a las reuniones. Hay que trabajar a
diario en tu barrio, en tu trabajo o en tu universidad. Las asambleas son el
principio, no el fin. Luego hay que llevar las ideas a la calle. Yo vivo en un
barrio de derechas, pero todo el mundo me conoce y me quiere. Cuando le digo a
la gente que soy comunista, me dicen: "Si todos fueran como usted".
Pues son como yo o mejores, les respondo, pero tienen la imagen prefabricada
que les pintó el franquismo. No hay que encerrarse sino que debemos salir a la
calle a pecho descubierto y explicar nuestras ideas.
¿Y cómo
terminó en esta calle y en este barrio?
Esta casa es
de Teodulfo Lagunero, quien se metió en la política por mí. Nos conocimos en
una manifestación del primero de mayo en París, donde me dijo que era de
izquierdas, que su padre había estado en la cárcel y que nos podía dar mucho
dinero. Yo había fundado el Centro de Información y Solidaridad con España, que
estaba en un cuarto del Socorro Popular Francés. Pero él afirmó que debíamos
tener un local propio y nos compró una casa inmensa cerca de la Sorbona, donde
estuve hasta que regresé en 1976.
¿Y le dejó
ésta también?
No, ésta la
pago como la pagan los demás vecinos. Cuando vine a España, me tenía preparado
un apartamento. Primero en el tercer piso de este edificio y luego, al quedarse
éste vacío, Lagunero me dijo que me bajara. Mandó tirarlo todo y lo remodeló
según mis necesidades: un salón grande, las alcobas y esas cosas.
Fue una pena
que La Voz de la Calle no saliese adelante...
Sí, porque
hacía falta y hubiese sido interesante. Él quedó tocado del ala con eso del
periódico... Ayer me escribió porque había visto la entrevista que me hizo
Cayetana Guillén Cuervo en Versión Española con motivo de la emisión de
El verdugo. Criticaba que se quisiese humanizar la figura de un asesino que
no tenía problemas de conciencia ni vacilaba a la hora de matar... Cuando yo
estaba en la cárcel, los guardianes eran tremendos. La batalla de Stalingrado
fue un punto de inflexión, pues se dieron cuenta de que los alemanes iban a
perder la guerra. Entonces empezaron a acercarse a nosotros para justificarse y
decirnos que eran unos mandados.
¿Cómo habría
evolucionado el franquismo si Alemania e Italia hubiesen ganado la Segunda
Guerra Mundial?
Se hubiera
afianzado más, aunque aquí se estuvo matando hasta 1975... Pensábamos que todo
sería distinto tras el triunfo de los aliados, pero Churchill, que era muy
vivo, decía que hacía falta un vigía en Occidente... Y ese vigía fue Franco.
Chaves
Nogales escribió que los españoles, en la Guerra Civil, fueron cobayas de los
totalitarismos.
Había gente
que pensaba que la participación de Rusia iba a significar la sovietización de
la vida en España, pero creo que la actitud de los soviéticos fue correcta y no
pasaron de ahí.
Tampoco se
sabe qué hubiese ocurrido si...
El oro de
Moscú y todo ese lío. Que si se lo habían quedado ellos y yo qué sé...
¿Dónde está
el oro?
No sé
(risas). En la Unión Soviética, en Rusia, se han cambiado muchas cosas
últimamente, pero yo creo que tiraron al niño con el agua sucia de la bañera.
Es decir, con Gorbachov quisieron limpiar la maleza incrustada en los
engranajes del partido y del Estado, pero en el proceso también arrojaron al
niño. O sea, a la revolución...
Zapatero:
memoria histórica, crucifijos...
La
Transición no cambió nada y dejó las cosas como estaban. Siguieron los mismos
policías que me torturaron, en el Tribunal Supremo estaba el pasado... La
memoria de los vencedores está incluso hoy más viva que la de los vencidos.
Aquí no hubo una Revolución de los Claveles ni nada.
Usted no ha
olvidado, ¿pero ha perdonado?
No se pueden
perdonar los crímenes cometidos, pero tampoco hay que caer en un rencor que no
conduce a ninguna parte. La salida tampoco es la venganza. Yo no he luchado para
vengarme de nadie. La única venganza a la que aspiro es la de ver un día
triunfantes los ideales por los que he luchado y por los que tantos hombres y
mujeres de este país perdieron su vida o su libertad.
A usted la
guadaña le rozó el costado, pues fue condenado dos veces a muerte, a la que
abrazó cada vez que se despedía de un compañero...
Le di el
último abrazo a cientos de camaradas que iban a enfrentarse a la última
madrugada de su vida.
¿Cuál ha
sido su dolor más grande?
A mi padre
me lo mataron. Un día iba para casa tras un bombardeo de los Junckers y, en el
jardincillo de Atilano de Alcalá, vi que había gente arremolinada entorno a
unos muertos. Pensé que podía ser uno de mis hermanos, con el que había estado
previamente en el cine, pero cuando enfoqué las botas con la linterna reconocí
que eran las de mi padre. Unas botas de campesino. Seguí mirando hacia arriba y
ya le vi toda la cabeza partida. Mi madre siempre se sintió culpable de esa
muerte, porque le había mandado a comprar carbón. "Estoy cansado, ya iré
mañana", le respondió. Pero como ella insistía, él cogió un capacho, se
marchó y ya no volvió más. Mi madre nunca se pudo arrancar ese dolor del pecho.
Le decía
antes si creía en dios...
Ah, sí. De
joven, yo era un socialista convencido, pero por las noches seguía rezando mis
oraciones. Un vecino dominico quería pagarme los estudios y que entrase en la
orden. Mi hermana Margarita, una mujer muy comprometida políticamente, lo
evitó. Poco a poco me fui dando cuenta de que era absurdo sangrar por las
rodillas haciendo penitencias en las iglesias. Lo que había que hacer era
cambiar este mundo.
Se lo decía
porque es como si, en compensación por el tiempo perdido en la cárcel, le
estuviesen concediendo muchos años más, todo este presente, una larga vida...
Como dijo
Primo Levi al salir del campo de concentración: "Existe Auschwitz, por lo
tanto no puede existir Dios".
Usted se
convirtió en un eurocomunista porque el comunismo real...
Cometieron
muchos errores y era, hasta cierto punto, una dictadura. Es necesario un
socialismo con un rostro nuevo, más humano. Antes parecía que todos los
comunistas estaban estreñidos. Isaac Rosa, en Decidme cómo es un comunista,
me describe como una persona abierta que respeta las ideas de los demás, porque
yo no soy un comunista de cuartel. Independientemente de que siga siendo una
utopía, ¿usted me puede ofrecer algo mejor? El comunismo es un ideal hermoso.
¿Cuál es el
legado de Hugo Chávez?
Ha sido un
buen gobernante y el pueblo lo está demostrando.
¿Fidel
Castro?
No sé. Es
distinto, no tiene la aureola de Chávez. Sobre todo porque la Revolución Cubana
ha sido muy machacada durante años. Yo he estado bastantes veces allí y en el
Pabellón de los Pueblos hay una frase mía: "Es más fácil morir por Cuba
que vivir sin ella". Ellos tienen sus defectos, como todo ser humano.
Aunque quieras ser justo, nunca lo eres del todo.
¿Llegó a
pensar que viviría una Tercera República?
Ojalá fuese
así, ¿no? Pero no debería ser una República sin contenido, sino una República
que heredase las esencias de la anterior. Para aquellos tiempos, era un sistema
avanzado en su Constitución, en sus leyes y en todo. Sería hermosísimo retomar
aquello y darle continuidad.
¿La verá su
hijo?
No lo sé. La
verá mi hijo o los hijos de mi hijo... Las corrientes históricas son
incontenibles, pero un cambio de fondo revolucionario no se produce en un
pispás, sino que necesita madurez. Continuar adelante es una eterna lucha.
Resulta difícil, sin embargo no existe otro camino: este mundo no es justo y
hay que cambiarlo.
Después de
todo esto, ¿qué?
Lo más
importante en la vida es estar conforme con uno mismo. Yo, a pesar de lo que he
tenido que pasar, estoy conforme con mi vida.
Ha sido
feliz.
Sí, claro
que soy feliz. Además, he aprendido a ser feliz en la felicidad de los demás.
Es fundamental tener un espíritu fraternal y no pensar que tu pellejo es el
perímetro del mundo. Mi lema: "Vivir para los demás es la mejor manera de
vivir para uno mismo". Si sólo piensas en ti, no puede haber una felicidad
completa. Basta salir a la calle y ver la desgracia de los otros.
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