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sábado, 26 de noviembre de 2016

Ha muerto Marcos Ana, el poeta al que Franco nunca pudo hacer callar.

Marcos Ana, un comunista que asustó a Franco
Se ha ido Marcos Ana con los comuneros de 1871 y los esclavos que se levantaron con Espartaco, con las 13 rosas que tuvo cada ciudad de España y con todos los compañeros que cayeron en el puente de los franceses para helarle el entusiasmo al fascismo, se ha ido Marcos Ana con Manuela Malasaña y Dolores Ibarruri, con Orwell y con Gramsci, con las peluqueras que cortaron cabezas y los panaderos que repartieron pan al pueblo, con Neruda y Passolini a regalarle versos a las muchachas y muchachos de los puertos. Nunca pudieron callarle. Quiso Franco ponerle rejas a su cuerpo. Le tenía, sabía por qué, miedo. Marcos nunca se calló. Por eso Marcos no se ha muerto.



Muere Marcos Ana, adiós a la voz libre
Marcos Ana, poeta y militante comunista, deja este jueves un sentimiento de orfandad entre todas aquellas personas que se sintieron próximas a sus versos y su activismo.
Público
24-11-16
PATRICIA CAMPELO 
MADRID.- Explicaba con frecuencia que él había llegado a la vida “dos veces”: cuando nació en Salamanca, en 1920, y tras salir de prisión, en 1961, después de 23 años recluido en distintas cárceles de la dictadura, uno de los presos que más tiempo acumuló encerrado. Fernando Macarro Castillo, el poeta y militante antifranquista más conocido como Marcos Ana, ha fallecido este jueves, dejando un hueco en la lista de figuras imprescindibles de las letras y del activismo político, en el elenco de nombres clave para entender el pasado reciente de este país.
Marcos Ana fue el poeta de las víctimas de la represión de la dictadura, primero, y de la juventud después [el grupo Extremoduro le acercó a un gran público]. A quienes nacieron en democracia se dirigía a menudo para transmitir sus vivencias. Entre jóvenes se sentía a gusto, como si así experimentara por primera vez la bisoñez que le robaron: ingresó en prisión con 19 años y salió con 42. Sus versos, en cambio, fueron libres antes que él, fruto de una imaginación que volaba libre desde su celda para después fijarse en papeles de cigarrillos. Letra a letra, las finas hojas de los pitillos salían de prisión y copaban libros enteros que editaba el Partido Comunista en el exilio.
Así, cuando el poeta ‘nació’ por segunda vez sus lectores le aclamaban, y al calor del éxito, ya convertido en símbolo de la resistencia republicana, emprendió una gira política para denunciar fuera de España los crímenes que seguía cometiendo la dictadura bajo el total manto de impunidad.
Precisamente,
en su último cumpleaños, cuando alcanzó los 96, se generó un espacio de memoria gracias a su encuentro con dos viejos conocidos de aquel periplo internacional, episodio que refleja la dimensión que alcanzó su figura. Era un sábado frío y soleado de mediados de enero, poco después de su aniversario (nació un 20 de enero).
Marcos Ana fue el poeta de las víctimas de la represión de la dictadura, primero, y de la juventud después
Bajo el techo de La Estación, un establecimiento ya convertido refugio para militantes de la memoria histórica en el madrileño barrio de Hortaleza, esperaban dos argentinos canosos, antiguos estudiantes de Medicina en Buenos Aires. Jorge Jerez y Rubén Efrón aguardaban emocionados a su admirada referencia política. Más de cinco décadas atrás habían organizado un multitudinario recital poético en Buenos Aires, días antes del acto público en el Luna Park que la dictadura intentó, sin éxito, cancelar. “Hubo una campaña enorme por parte de la embajada franquista contra mí, y eso hizo que me conociera más gente. Cuando intervine comencé dando las gracias a la embajada por su perversa contribución a aquel acto”, relató entre risas.
En aquel último encuentro, los argentinos deseaban compartir emotivos recuerdos, y Marcos Ana no les hizo esperar. Llegó a paso lento pero firme. Como acostumbraba, miró fijamente una por una a todas las personas que le esperaban en el corrillo de la entrada, saludando e interesándose por las nuevas caras. Y como era tradición en cada acto público o privado por el que se dejaba caer, portaba los colores de la República, aquella vez, con una bufanda. El atuendo invernal lo completaba con una ‘ushanka’ (gorro ruso) sobre su cabeza despejada.
Allí, Marcos Ana, con un tono de voz débil pero expresión contundente, recordó momentos vividos en Sudamérica y episodios carcelarios, narrados desde la barrera del paso de los años, que le otorgaba un tono irónico y, a veces, cómico a sus relatos orales, aquel día, narrados con la misma pausa con la que sorbía sin prisa un mosto.
¿Sobre qué hablabas en las giras?, se le preguntó en su último cumpleaños, a lo que él contestó: “De lo que había significado para mí la cárcel, que había sido como una universidad, dedicando tiempo a estudiar, o en comisiones de clandestinidad y con una voluntad de hierro”, concedió, y recitó parte del anecdotario, como el concierto clandestino de homenaje al poeta Miguel Hernández de Las nanas de la cebolla, en el penal de Burgos: “Pese a la vigilancia, teníamos una vida política intensa, e hicimos varios homenajes, entre ellos, el de Miguel Hernández. Construimos un escenario sobre el que aparecía, como decía Neruda, ‘el fuego azul de la poesía’. Y partíamos en trozos los palos de las escobas, que eran huecos, y así hacíamos las flautas”.
Aquella jornada de celebración acabó con promesas en el aire: de nuevos actos, de próximas entrevistas “grabadas, con cámaras”, “por supuesto, lo que queráis”, se predispuso sin escatimar en risas y en piropos ajustando una mirada pícara. “Regálanos más cumpleaños, Marcos”, le suplicaban algunos comensales.
"Hay libertad, pero si no va ligada con la justicia es un fracaso. La transición dejó pendientes muchas cosas", dijo Marcos Ana
Hasta su último aliento, Marcos Ana continuó en la batalla, asumiendo y apoyando la lucha de las víctimas del franquismo, de la crisis económica, de los recortes en la enseñanza y sanidad pública o manifestándose en contra del TTIP, en este caso, hace poco más de un mes. Hoy es un día triste, de sentimiento de orfandad compartido por todas aquellas personas que se sintieron próximas a sus versos y su activismo.
Marcos Ana, que nació “dos veces”, firma este jueves su segunda muerte pero, esta vez, deja la compañía de su ausencia, un recuerdo que seguirá llenando espacios a través de su trova, de su historia, de su lucha por los derechos humanos, la batalla continua por lograr “que salga el sol y caliente a todos por igual”, resumía en una entrevista en enero de 2011, cuando recordaba asuntos que nos deja por concluir: "Hay libertad, pero si no va ligada con la justicia es un fracaso. La transición dejó pendientes muchas cosas".

un muerto, ni mil muertos, ni todos los muertos del mundo me pueden devolver a mí estos trozos de mi vida que yo he dejado en los patios y en las celdas de las cárceles. Lo único que me podría recompensar un poco la vida es ver triunfantes los ideales por los cuales yo he luchado, por los cuales ha luchado toda una generación”. Marcos Ana.

'Dos veces vino la muerte / y dos se fue arrepentida. / Dicen que marchó ofendida / porque no doblé mi frente / ¡Por eso dejó mi vida! Marcos Ana en 1944

Adiós a Marcos Ana, el poeta comunista que pasó 23 años encarcelado por el franquismo
Escribió la autobiográfica "Decidme cómo es un árbol", prologada por Saramago, para dejar constancia de la "vida de muchos, la de la Generación de los Vencidos"
ElPlural
Vie, 25 Nov 2016
El poeta comunista Fernando Macarro Castillo, conocido como Marcos Ana, ha muerto en Madrid a los 96 años. Fue encarcelado en 1939 y condenado a muerte cuando sólo tenía 18 años. 
Sin rencor
Marcos Ana pasó 23 años de su vida encarcelado por el franquismo. Allí sufrió torturas y cuando salió tuvo que vivir en el exilio. Nunca dio el nombre de sus verdugos, "porque no hay que remover las cenizas del pasado" y sobre todo "porque quienes me torturaron tendrán hijos y nietos", quiso contribuir con esta obra a la memoria histórica. Comunista tolerante y moderado, como se definía, su "única venganza" era "llegar a ver el triunfo de las ideas por las que tantos sufrimos tanto".
"Los presos políticos fuimos los primeros en aceptar la política de reconciliación nacional, pero una cosa es la amnistía, que era necesaria, y otra la amnesia", decía Marcos Ana, que firmaba bajo este seudónimo literario, en recuerdo de sus padres campesinos, Marcos Macarro y Ana Castilla. 
Su última obra, 'Vale la pena luchar', la publicó el año pasado y en ella alentaba a los jóvenes a luchar por un mundo más justo. "Hay que seguir calentando las calles y las plazas porque en la calle está la fuerza", decía en apoyo del Movimiento 15-M.
"Turismo carcelario"
De origen humilde, nació el 20 de enero en el pequeño pueblo salmantino de San Vicente de Alconada, aunque creció en la vecina Ventosa del Río Almar, donde a los quince años vivió el estallido de la contienda civil. Tras recoger el cadáver de su padre entre los escombros de su casa destruida, se alistó en el bando republicano y cuando acabó la guerra, en marzo de 1939, fue capturado en el puerto de Alicante y conducido al campo de concentración alicantino de Albatera.
Aunque consiguió evadirse y ocultarse en Madrid, a los pocos días fue detenido y comenzó su periplo por las prisiones españolas: la cárcel del Conde de Toreno; el penal de Ocaña, donde estuvo 307 días incomunicado; la prisión de Alcalá de Henares y el penal de Burgos, donde pasó 15 años. En esta etapa de "turismo carcelario", como decía con ironía, sufrió castigos y lo único que le mantuvo con vida era la fuerza que le daban los ideales por los que fue encarcelado durante 23 años y condenado a muerte en dos ocasiones.
Fue durante su estancia en el penal de Burgos, hacia 1954, cuando escribió sus primeros poemas, que firmó con el seudónimo literario de Marcos Ana que ha mantenido hasta su muerte. Tenía entonces 33 años.
Sus amigos: Neruda, Allende, Alberti, Miguel Hernández, Picasso...
Cuando recuperó la libertad, en noviembre de 1961, se exilió a Francia y emprendió una campaña internacional contra la represión política en España y en el mundo y se hizo un firme defensor de los derechos humanos y la democracia. Un actividad que le llevó a viajar por medio mundo, en especial en Europa y América, donde conoció a Pablo Neruda o Salvador Allende, dos de sus grandes amigos, así como al poeta Rafael Alberti, quien le llamaba "Marco Polo" y "Ciudadano de la Vía Láctea" y a Miguel Hernández, con quien coincidió en la cárcel de Conde de Toreno, en el 39.
En Francia fundó el Centro de Información y Solidaridad con España, presidido por Pablo Picasso. Desde 1973, junto al pintor malagueño y otros intelectuales, participó además activamente en actos de solidaridad con Chile, sometido a la dictadura de Pinochet.
Tres años después, regresó a España tras la amnistía de 1976.
Entre sus obras, destacan "Autobiografía", "Mi mundo es un patio" y "Te llamo desde un muro", escritas en la cárcel. Sin embargo, su obra cumbre es "Decidme cómo es un árbol" (2007), una novela en la que entremezcla la poesía y calificada por él mismo de autobiografía. Prologada por el escritor portugués José Saramago, Premio Nobel de Literatura, el poeta reconoció que decidió escribir esta obra cuando comprendió que "no tenía derecho a ocultar" su vida, que "era la vida de muchos, la de la Generación de los Vencidos".
Además de ser homenajeado en multitud de ocasiones, obtuvo entre otros galardones la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo y el Premio Rene Cassin de Derechos Humanos, concedido por el gobierno vasco. La Fundación Abogados de Atocha también condecoró a Marcos Ana con el premio que lleva su nombre y el gobierno chileno reconoció su trayectoria con la medalla presidencial Pablo Neruda.

Decidme quién es Marcos Ana
Público
24-11-16
FELIPE ALCARAZ
Ex portavoz federal de Izquierda Unida

Así, en presente de indicativo, quién es, porque para nosotros, los que luchamos por un tiempo diferente, Marcos Ana es un referente de muerte imposible.
Tras más de dos décadas en la cárcel, a pesar de la imagen de monstruo que sobre él se había fabricado, un vecino del barrio le dijo un día a Marcos que él mismo, que nunca había estado en política, se apuntaría al partido si todos los comunistas fueran como él. Simplemente le había seguido, observado, en su trayectoria como vecino, como activista de la cercanía. Quizás Marcos no aceptó lo que podía parecer una lisonja, porque lo suyo no era una imagen comercial envasada al vacío. O quizás entendió algo sobre los nuevos liderazgos sociales. A veces lo refirió en algún acto público: la necesidad, de cara a la juventud, y a la gran mayoría, a la que igualmente se refería Blas de Otero, de apearse de pedestales y poner en el sitio adecuado los discursos políticos “normales”, que a veces recuerdan una especie de metalenguaje, ese lenguaje que no habla directamente de la realidad sino de otro leguaje.
Y se lo jugaba todo en esa apuesta horizontal, de llaneza y sencillez: fue muy grave, insoportablemente injusta la persecución, las condenas, los que se quedaron en el camino, ante un paredón o ante el horizonte vacío de un amanecer de nubes color nácar…, pero no era posible ni un minuto de detención ante el rencor, ante ese odio ciego que no deja ver el cambio permanente de la cosas. Y desde el dolor de corazón, sin perdonar quizás, pero sin ningún ánimo de venganza, repetía que valía la pena luchar, emprender el camino de la lucha, quizás como única victoria posible, dadas las dificultades: instalarse en la lucha, y transmitir a los adversarios de clase que no es un asentamiento frágil ni improvisado, porque persigue una sociedad distinta, cambiando el mundo de base.
Una de las cosas más duras que yo le he oído, aunque no lo pareciera, de tan sencillo como a su lado eran las cosas, era la idea de que él no había luchado, ni sufrido una serie de consecuencias, por una democracia como esta, la democracia amputada que padecemos.
Blas de Otero recogió su perplejidad en aquella pregunta del poema, “decidme cómo es un árbol”, que hoy canta Lucía Sócam en una canción bellísima. Supo expresar Marcos la desolación de su sufrimiento, pero no hasta el nivel de los infiernos interiores. Dos ideas que nunca dejaron de rondarlo fueron la juventud, y su fuerza constituyente, y la necesidad de explicar, y demostrar desde el ejemplo de su propia vida, que vale la pena luchar. Explicar que vale la pena luchar e injertar la idea en esa juventud extensa del mundo. Casi nada. Por eso sonaba a inocencia. Porque Marcos Ana era un inocente, creía en la lucha y creía en que la lucha por una sociedad distinta, más justa, terminaría abriéndose paso.
Y lo decía todo con voz suave, con mesura, con la firmeza simple de quien está dispuesto a cumplir las cosas que dice. Suavidad que no fue entendida por algunos, en esa frontera de los arrepentimientos de algunos. Un día le informaron de que el presidente Zapatero estaba dispuesto a presentar su autobiografía en un acto público. Y él comentó que le parecía muy bien que Zapatero se ocupara de su autobiografía, y de que estuviera dispuesto a presentarla en un acto, pero que él no estaría allí.

Quizás mi último contacto con él fue cuando escribió el prólogo a “Pasionaria, una leyenda que se podía tocar”, donde explicaba, coincidiendo con Dolores, el temblor de piernas que sentía cuando se dirigía a la gente. Y se refería también a su primer encuentro con Dolores, a la que contó su vida, como se cuentan las cosas a alguien que se ha conocido desde siempre. Qué bien sabía escuchar Pasionaria.

Ahora dicen que Marcos se ha ido para siempre. Pero este murmullo no llega a intranquilizarnos, porque Marcos no se puede ir. El tiempo o sus novedades nunca han podido con él. Ni la hierva cuando crecía. El conocía como nadie la narrativa futura del tiempo. Marcos es un dirigente de muerte imposible.


El ejemplo de Marcos Ana: un arma cargada de futuro
24-11-16
Público
Alberto Garzón Espinosa, coordinador de IU
Esther López Barceló, responsable de memoria democrática de IU
La única venganza a la que yo aspiro es a ver triunfantes los nobles ideales de libertad y justicia social». Estas palabras describen el espíritu de un hombre que fue bautizado como Fernando Macarro y que, sin embargo, decidió cambiarse el nombre por el de su padre y madre: Marcos Ana. Tan bello gesto no fue un capricho sino una necesidad: había que evitar la censura franquista.
Marcos Ana nació en el seno de una familia de jornaleros y dejó los estudios con doce años para trabajar. Vivió sus años de infancia y juventud entre Ventosa del río Almar y Alcalá de Henares. Las duras condiciones económicas que protagonizaron sus primeros años de vida hicieron emerger su conciencia de clase, lo que a los dieciséis años le empujó a formar parte de las Juventudes Socialistas Unificadas. A tan temprana edad sufrió la conmoción del golpe de Estado y su compromiso político le llevó a participar activamente en el frente de Madrid para defender la legítima II República bajo el grito de «¡No pasarán!».
 Durante los tristes años de la guerra perdió a su padre, asesinado durante un bombardeo de la Legión Cóndor, que era la ayuda aérea que Hitler envió para ayudar a Franco en su labor de aniquilación de la población civil española durante la Guerra Civil.
"Durante la guerra perdió a su padre, asesinado durante un bombardeo de la Legión Cóndor"
Marcos Ana fue también uno de los miles defensores de la democracia, de la legítima II República, que cruzó el país en marzo de 1939 para alcanzar el puerto de Alicante. Todas las fuerzas políticas democráticas y organizaciones sindicales que se habían enfrentado al golpe de Estado franquista se concentraron allí buscando la única salida viable ante la ya inminente victoria del fascismo. Como ocurre en la actualidad, entonces miles y miles de personas, familias enteras, se congregaron ante el Mediterráneo esperando zarpar hacia la paz.

Sin embargo, hace 77 años, el puerto de Alicante se convirtió en una cárcel de agua. Los esperados barcos no llegaron debido al bloqueo que realizaron los buques franquistas. Al final de la guerra Marcos Ana, como tantos otros, aún seguía en Alicante. Detenido por las tropas fascistas italianas, pasaría después por el tristemente célebre Campo de los Almendros, que el primer día se quedó sin frutos y el cuarto sin hojas, todas engullidas por el hambre. Después le llevaron al campo de concentración de Albatera, del que pudo escapar gracias a su aspecto juvenil.

Sin embargo, toda España se empezaba a convertir en una gran cárcel, en un penal insaciable que cavaba fosas sin descanso. También estaba repleta de chivatos y espías franquistas. Así, un confidente de la policía le delató ante la policía franquista y fue detenido de nuevo. En efecto, tras la guerra civil nunca llegó la paz, sino la dictadura. Una dictadura que duraría 40 años, de los cuales Marcos Ana pasó 23 años en la cárcel. La condena de un luchador por la democracia.

Sufrió la vida carcelaria de Porlier, Ocaña y Burgos, pasando por las torturas y vejaciones propias de la Dirección General de Seguridad, situada en la Puerta del Sol, símbolo de la represión del régimen y por cuyas ventanas lanzaron de una paliza a Julián Grimau para fusilarlo después completamente descompuesto. Sin embargo, la humanidad de Marcos se hacía patente en los momentos más duros, cuando a uno de sus carcelarios tras una agresión, le explicó: «lucho por una sociedad en la que nadie le pueda hacer a usted lo que usted me está haciendo a mí».
"La presión internacional y nacional obligó a Franco a firmar la excarcelación de quien llevara más de veinte años en la cárcel"
Sufrió dos condenas a muerte, una por su actividad política defendiendo la legitimidad democrática en la Guerra Civil y la segunda porque descubrieron su organización clandestina en la cárcel y por la cual le hicieron un Consejo de Guerra. En ese tiempo fue cuando Fernando Macarro se convirtió en el poeta comunista Marcos Ana, el poeta que animó con sus palabras y sus versos al resto de compañeros. En 1961 salió en libertad apoyado por una campaña internacional impulsada por su poesía. La presión internacional y nacional obligó a Franco a firmar la excarcelación de quien llevara más de veinte años en la cárcel, y fue así como Marcos Ana pudo llevar la lucha por la libertad de sus compañeros y su pueblo al resto del mundo.

Su vida ha seguido dedicada a la lucha por los valores de la democracia, la libertad y la justicia cimentadas sobre bellas convicciones comunistas que resumió en sus versos:
“Mi pecado es terrible;
quise llenar de estrellas
el corazón del hombre”

Marcos es uno de los referentes, héroes de la resistencia antifascista, a quienes debemos lo que hoy tenemos y también por lo que soñamos. El ejemplo de su vida nos enseña que cada derecho del que disfrutamos se ha construido sobre los ecos de las voces de miles de mujeres y hombres que lucharon para conquistarlos. También sobre las lágrimas y la vida misma de quienes lo dieron todo por una sociedad de justicia social. Por eso, en este día triste vamos a homenajearle con el compromiso firme y colectivo de seguir su ejemplo, reivindicando su memoria y sus valores. Y lo hacemos con sus propias palabras, que nos ayudan a superar su despedida y a levantarnos cada mañana con el empeño de estar a la altura de todo lo que nos dio y lo que le debemos:
"Yo tengo como consigna vivir para los demás. Es la mejor manera de vivir para uno mismo"

Con el puño en alto, las comunistas te despedimos: ¡Hasta siempre compañero del alma, compañero!

Llorar a un hombre bueno
Público
25-11-16
JUAN DIEGO BOTTO
Actor
Ha muerto Marcos Ana y uno se siente un verso de Oliverio Girondo y tiene ganas de llorar hasta inundar veredas y paseos. De llorar para ser rescatado por el propio llanto. Ha muerto Marcos Ana y uno se sorprende de que el mundo no se detenga, que siga girando ajeno a este dolor y este vacío. Yo esperaría que los semáforos se vistieran de luto y las aceras nos mirasen con la complicidad de los cementerios. Ha muerto Marcos Ana. Y ahora, ¿qué?

Querría agarrarle la mano fuerte y decirle todas las cosas que siempre dejé para después. Darle las gracias durante días y vencer el pudor cotidiano que entierra las verdades. Pienso en el abusado y hermoso verso de Dylan Thomas: "Rabia, rabia contra la agonía de la luz”, y la rabia es por la diferencia de escala que tiene su nombre en nuestra tierra.

Toda mi vida joven pensé que llegaría el momento en que este país se desperezaría y reconocería por fin la deuda que tiene con sus luchadores antifranquistas. Siempre creí que algún día el Estado rescataría por fin a los cientos de miles de muertos que inundan nuestras cunetas y los entregaría a sus familiares para que de una vez por todas pudieran llorarlos en paz. Solía creer que algún día llegaría la cordura a España. Que este país seguiría la inevitable senda de las demás naciones europeas y haría justicia con quienes dieron su vida luchando por la legalidad vigente, por la República. Ese día no ha llegado. En este país a quienes lucharon contra un golpe de Estado que se tornó en guerra civil se les ha premiado con una fosa común con vistas al olvido.

Marcos Ana fue uno de esos demócratas, uno de eso luchadores. Fue condenado a muerte y vivió durante años con la sombra de la ejecución persiguiéndolo de cárcel en cárcel. Le conmutaron la pena pero pasó 23 años en prisiones franquistas. El preso político que más tiempo conoció el rencor del dictador.

Marcos Ana era un poeta, un luchador, un comunista, pero sobre todo era un hombre bueno. "Siempre he querido ser más fuerte que el odio de mis enemigos, y lo he conseguido”. Nunca albergó odio ni rencor y ni deseos de venganza. "Mi única venganza es conseguir que triunfen nuestras ideas de paz y justicia social, que además serían buenas hasta para nuestros verdugos”

Sus versos transmiten el desgarro de la derrota, un desasosiego suave que no amaga pero sí emociona. Su libro de memorias "Decidme cómo es un árbol" es junto con "Si esto es un hombre" de Primo Levi el relato imprescindible para entender el horror de los fascismos europeos del siglo XX.

Marcos Ana debería ser uno de esos referentes que toda nación tiene como incontestables. Ana no es solo patrimonio de la izquierda, debería serlo de todo el país. Al salir de cárcel se paseó por todo el mundo para que nadie olvidara que en España aún había presos políticos, que en Europa Occidental había una dictadura cruel que aplastaba las ansias de libertad de un pueblo entero. Gracias a él miles de personas en todo el mundo tuvieron una imagen noble de España. Gracias a él muchos identificaron España con dignidad, cultura, coherencia, decencia. Es gracias a él y gente como él que este país puede mirarse al espejo y sostenerse la mirada. Y sin embargo, no nos engañemos, poca gente sabe quién fue Fernando Macarro Castillo, alias Marcos Ana.

“Rabia, rabia contra la agonía de la luz” y quizá la rabia que él nunca tuvo nos empuje a pensar que llegará el día en que “veremos la resurrección de las mariposas disecadas” y éste sea un país con memoria. Un país orgulloso de su brigada 9 que liberó Paris de los nazis, de sus maestros republicanos que llevaron la cultura a los pueblos y de Marcos Ana que unas semanas antes de morir se manifestaba contra el TTIP con la energía de un quincemayista. Habrá que caminar despacio y seguir creyendo en los hombres buenos. De verdad, gracias Marcos.

Marcos Ana: "Hay que calentar la calle y gestar una revuelta popular"
El poeta comunista, que sufrió durante dos décadas las cárceles de Franco, cree que España está siendo gobernada realmente por el capital: "El PP es sólo su instrumento"
Publico
17-3-13
HENRIQUE MARIÑO
Hay un retrato del Che que recibe, libros como líquenes que forran las estanterías y una voz de poeta que consagra el salón. En él, Marcos Ana, el preso político con más callo del franquismo, rememora a sus 93 años una vida de película. Aún lampiño, dejó atrás su casa para ponerle coto al fascismo, pero terminó siendo detenido al poco. Salió en libertad más de dos décadas después, virgen y mártir. Lo cuenta todo en sus memorias, Decidme cómo es un árbol.
Cuatro nombres hay en su buzón: el de su hijo, el de la madre de éste y los dos suyos. Fernando Macarro, que es como verdaderamente se llama, parece un nombre artístico.
Pero Marcos Ana tiene la fuerza emocional de que son mis padres: Marcos y Ana. Como los dos desaparecieron en circunstancias un poco especiales (a él lo mató la aviación durante la guerra), así voy con mis padres a cuestas, ¿no?
¿Alguien se dirige a usted por Fernando?
Poca gente. Hasta mis sobrinos me llaman Marcos. Por cierto, mi apellido, Macarro, viene de unos celtas que se aposentaron en la zona de Zamora y Salamanca. Eran irlandeses, los MacArrow, o sea, la familia de los flechas.
Vivimos en una sociedad superlativa (híper, mega, extra...) apegada a la marca, al hito. Usted atesora un peculiar y sufrido récord: 23 años entre rejas durante el franquismo, el preso más antiguo de la dictadura.
Estaba condenado a sesenta años, pero un decreto me permitió salir en 1961.
Dicen algunos de los que han pasado por ella que de la cárcel sale uno enseñado en las artes del delito. En su caso, ¿qué aprendió en ese tiempo?
Fue una universidad. Aunque parezca increíble, no tenía tiempo para nada, hasta tal punto que me presenté como voluntario para hacer la última imaginaria y así poder escribir y trabajar. La cárcel era como un estado dentro del estado. Había clases clandestinas de todo tipo, incluso una de libertos: cuando a un preso de confianza le faltaba poco para salir en libertad, dejaba los cursos normales y le pasaban a estos, que eran impartidos por profesores que habían caído y tenían experiencia en la vida clandestina. Esa gente le enseñaba los procedimientos de seguridad y el comportamiento ante la policía si eran detenidos, entre otras muchas cosas, antes de incorporarse a la lucha en el exterior.
Hay quien en la cárcel se hace abogado. Usted, en cambio, se hizo escritor. Poeta.
(Risas) Bueno, dicen que los poetas no se hacen sino que nacen. Yo era hijo de padres analfabetos y no tenía estudios. Le debo a la cárcel haberme formado como ser humano. Aprendí de la fraternidad y la solidaridad.
Dentro habrá hecho sus mejores amigos.
Claro.
¿Por ejemplo?
Muchos. Siempre me acuerdo de Luciano Sádaba, un chico que estaba en Cuba y, a los quince días de casarse con Zoila Ambou, fue enviado por el partido a luchar en España. Una barbaridad, pero se respondía siempre con esa mística revolucionaria y, de hecho, él decía: "Estoy muy contento de haber sido el elegido". Lo detuvieron y lo mataron. Siempre llevaba consigo una piedrecita que le había dado su mujer al despedirse. Cuando lo llamaron para fusilarlo, me entregó su reloj y su pluma estilográfica. Le pregunté si me iba a dar también el amuleto y él respondió: "No, la piedra morirá conmigo".
Su amigo dejó un amor antes de entrar en prisión. Usted tuvo que dejarla para conocer el amor. Incluso a una mujer...
Cuando salí de la cárcel, virgen y mártir, lo más difícil fue el proceso de adaptación a la vida, pero también el proceso de adaptación a las mujeres. Veía a una y me iba detrás de ella, como un perrito, hasta que desaparecía en una boca de metro, pero no me atrevía a mirarle a la cara ni mucho menos a hablarle. Físicamente hablando, otro problema fueron los ojos: el nervio óptico se había acostumbrado, durante 23 años, a distancias cortas y verticales. Por eso, cuando salía al campo, que era lo que más deseaba, me mareaba hasta el vómito, porque el ojo no tenía facultades para enfrentarse a los espacios abiertos.
Al principio tenía miedo escénico, pero luego fue cogiendo práctica...
Estando en París, una organización de mujeres me invitó a una reunión, donde me preguntaron qué fue lo que más chocó cuando salí en libertad. Los automóviles y las mujeres, respondí, las dos especies que encontré con  las líneas más cambiadas. Entonces, me dice una mujer: "Atención, muchacho, que son las dos cosas que te pueden atropellar". Y se cumplió, claro, porque me hicieron padre en seguida (risas).
¿Sólo tuvo un hijo?
Sí. Cuando conocí a mi mujer, estaba separada y tenía dos chicos. Por mi mentalidad, no me preocupó y los traté como si fuesen hijos míos. Luego vino el nuestro, Marquitos, y además tuvo dos abortos. No era posible tener otro, teniendo en cuenta las dificultades, incluso económicas, por las que atravesamos viviendo en la clandestinidad. Me hubiera gustado también tener una hija, porque parece ser que ellas se preocupan más por los padres que los chicos, ¿no? Aunque haya hijos buenos, como el mío.
¿Cómo le hubiese llamado?
Violeta o qué se yo. No he pensado en eso.
¿Cree en dios?
No, creía.
¿Hasta cuándo?
Yo, en mi adolescencia, era muy católico y llegué a ser miembro de la organización de San Tarsicio e incluso dirigente de la Juventud Católica en Alcalá de Henares. Fue un proceso muy difícil, pero luego la vida me enseñó que no... Un día fui a un acto político y me quedé extasiado escuchando a Federico Melchor, pues aquel hombre hablaba de mi casa, de mis padres, del mundo del trabajo, del sudor... Empecé a militar a los 16 años, cuando ingresé en las Juventudes Socialistas días antes del 16 de febrero de 1936 [terceras y últimas elecciones generales de la Segunda República, que dieron el triunfo a la coalición de izquierdas Frente Popular].
Asistimos con indignación al uso de niños soldados en guerras que nos quedan lejos. Usted, con 16 años, ya estaba batallando en la sierra de Madrid...
Claro. Y no sólo eso: las Juventudes Socialistas Unificadas creamos dos divisiones de voluntarios, formadas por jóvenes que no tenían edad para ser movilizados. Luego Prieto, que era ministro de la Guerra, no permitió que combatiesen unos imberbes menores de edad. A veces, cuando estábamos acuartelados, llegaban algunos padres y se llevaban a sus hijos dándoles capones y tirándoles de las orejas (risas).
¿Manda más un padre o un oficial?
Son obediencias diferentes. Tú padre es tu padre, aunque a veces esté en contra de tus ideas o piense que tu sacrificio es inútil. No vas a maldecirle porque no entienda qué es la vida ni la lucha.
Cuando comenzó a militar, ¿sus padres entendieron...?
Es que eran prácticamente analfabetos. Mi padre fue un campesino sin tierra que no sabía nada. Al pobre sólo le preocupaba que su hijo llegase a casa con una pistola...
¿Por eso mismo podía temer que le pasase algo?
En las elecciones del 16 de febrero del 36, mis padres estaban bajo la influencia de los dueños de la huerta en la que trabajaban, quienes les dieron unas papeletas de la CEDA. Yo, como es natural, les entregué otras y les dije: "Votad al Frente Popular, porque es lo que vuestro hijo está defendiendo". Cuando a mi padre lo mató la aviación nazi, mi madre me contó cómo habían resuelto el voto: "Como no estábamos seguros, después de una noche de insomnio pensando a quién apoyar, decidimos que uno votaría por las izquierdas y otro por las derechas". Lo hicieron así para curarse en salud (risas).
El régimen franquista le atribuyó el asesinato de tres personas, pero en sus memorias comenta que en los pueblos era habitual era "imputar a los dirigentes más conocidos la responsabilidad de todo lo ocurrido".
Al principio, en nuestro campo también se cometieron muchas atrocidades. Aunque no se pueda justificar pero sí entender, las pasiones desatadas por la indignación que produjo la sublevación contra la República provocaron que muchos tomaran la justicia por su mano. Eso duró muy poco, unos meses, hasta que el Gobierno lo frenó. No pueden compararse ambos bandos, porque en el nacional se estuvo matando durante cuarenta años.
¿Cree que si ganasen los republicanos habría habido la misma represión posterior?
No, porque somos diferentes y capaces de perder la vida por defender un ideal, pero matar fríamente y martirizar a la gente no cabe en nuestra formación, en nuestra ideología ni en nuestra forma de ser. Aunque siempre puede haber un desalmado que lo haga.
¿Fue el Gobierno quien de frenar ciertos desmanes antes del alzamiento? ¿Se le escapó a la República de las manos la propia República?
En gran medida, sí. Sobre todo, porque las pasiones estaban muy desatadas por la indignación que produjo la sublevación contra la República.
Me refiero al caldo de cultivo previo al alzamiento.
Yo militaba entonces en las Juventudes Socialistas, repartía periódicos y no éramos así. No queríamos eso.
 ¿No hay justificación posible...?
No. He leído muchas veces que todos fuimos culpables de la guerra. Eso no es verdad. A nosotros no nos interesaba sino que nos perjudicaba.
¿Cuando dice nosotros a quiénes se refiere?
A la izquierda en general. El Frente Popular había ganado las elecciones y no nos interesaba esa guerra. Fueron ellos quienes recurrieron a los cuarteles para cerrar a sangre y fuego el proceso democrático y social que se había abierto en España con el triunfo del Frente Popular.
¿Llegó a combatir entre los 16 y los 19 años, cuando ingresó en prisión?
Cómo no. Estuve en Peguerinos.
¿Mató a alguien?
Eso no se sabe. Eso no se puede saber porque... (risas). Estabas en un búnker con troneras y disparabas por ellas. Pues alguna vez podrías haber matado a alguien, no sé. Lo que no he matado nunca es fríamente. Eso de que maté es mentira. Lo que pasa es que en los pueblos siempre le achacaban los muertos a los dirigentes y yo era un chaval muy conocido en Alcalá de Henares. Me acusaron de muchas cosas que no había hecho. La prueba es que por lo que me acusaron a mí mataron a veintitantos.
¿Y perdieron la guerra porque...?
Hubo una capitulación. Gente que se entregó como Casado, Besteiro... Teníamos fuerza para haber resistido. Uno de los errores que históricamente se reconocen es que, si hubiésemos aguantado tres o cuatro meses más, el panorama habría cambiado por completo, puesto que la Segunda Guerra Mundial estaba al caer. España era un buen punto de aterrizaje y desembarco de los aliados, de los que formaríamos parte. Si lo analizas fríamente, la Guerra Civil no nos interesaba, pese a lo que digan los falsificadores de la historia. Como tampoco nos convenía que alguien se tomase la justicia por su mano en nuestra zona, porque eso desprestigiaba a la República internacionalmente. Y luchamos contra eso... Yo era miembro del Frente Popular en Alcalá y cuando nos avisaban de que había gente que quería quemar una iglesia, íbamos hasta allí para tratar de impedirlo.
Hubo otra espera: los aliados se proclaman vencedores, pero la democracia sigue sin llegar.
La socialdemocracia europea nos traicionó dos veces.
Y el PCE también rechaza el intento de reconquistar España por parte de los maquis y los exiliados.
No tenía sentido, aquello era una aventura.
Usted, que ha escrito poesía de trinchera, ¿cree que todo verso debe tener una intención o carga ideológica?
No es obligatorio. ¿Por qué? Una persona enamorada puede escribir sobre los ojos o el cabello de su amada, pero hace falta también una poesía de combate, que coadyuve a la lucha por la libertad. Qué cosa más hermosa que la libertad, ¿no? Ya decía Celaya que la poesía es un arma cargada de futuro.
¿Qué hiere más: el corazón o la bala?
Hay que tener corazón para disparar y para todo. Pero aunque una bala acabe con la vida de un ser humano, no puede ganar conciencias, que es lo que importa.
¿Qué fue de la película que quería hacer Almodóvar sobre su vida?
La tiene en cartera y, además, posee los derechos. Como dijo en Cannes, es la historia de un hombre bueno (risas). Me comenta Lola, su secretaria, que tiene el libro lleno de acotaciones, pero lo que pasa es que trabaja muy lentamente...
¿A qué actor ve interpretándole?
Me gustaría que fuese Juan Diego Botto.
De joven, ¿pero de mayor?
No lo he pensado, porque a Almodóvar le interesa el primer amor de Marcos Ana y esas cosas.
La prostituta que le desvirgó...
Eso.
Tras conocer su historia de virgen y mártir, no le cobró.
(Risas) Fue una lección muy bonita. Vio que tartamudeaba y me dijo que no me preocupase, que yo no tenía que hacer nada. Le comenté que era un preso político que acababa de salir de la cárcel y que estaba con una mujer por primera vez. Entonces, cambió por completo y dejó de ser una prostituta para ser una mujer enternecida por mi vida. Cenamos juntos, lloraba cuando le contaba lo que había vivido, me cogía de la mano y la besaba... Luego nos acercamos a un hotel de la calle Echegaray e hice el amor por primera vez.
Todo Almodóvar es España, pero no toda España es Almodóvar, ¿no cree?
Por supuesto. No vi la última, pero algunas películas suyas me gustan y otras no.
¿Qué le faltó, además de las mujeres, durante su estancia en prisión?
Los espacios. Como digo en un poema: Mi vida os la puedo contar en dos palabras: un patio y un trocito de cielo por donde a veces pasan una nube perdida y algún pájaro huyendo de sus alas. La vida era eso: dos pájaros haciendo el amor desvergonzadamente en un torreón frente a nosotros.
Digamos que usted era un miope y necesitaba las gafas de la libertad, ¿no?
Sí, claro (risas). Y cuando salí, en vez de refugiarme en mi familia y desquitarme del tiempo perdido, inmediatamente me puse en marcha: hice una gira internacional y llamé a las puertas del mundo llevando el mensaje de los presos que habían quedado atrás. No podía sentirme libre mientras hubiese un hermano prisionero. Y sigo viajando al Sáhara, a Palestina... Soy un hijo de la solidaridad. Nadie puede sentirse seguro en su pequeña libertad si considera lejana la esclavitud de los demás.
En 1977, fue candidato al Congreso por el PCE, pero no salió elegido. Si hoy, con la edad de entonces, se sentase en un escaño, ¿cuál sería su causa?, ¿qué defendería?, ¿qué le diría al Gobierno del PP?
Defendería a los menesterosos y a los más humildes, no a los poderosos, que es lo que está haciendo este Gobierno.
¿Quién gobierna realmente España?
El capital, porque el PP es sólo su instrumento. Con la particularidad de que el capitalismo siempre deja entreabierta la puerta al fascismo. Cuando no puede gobernar a través de los partidos, utilizando una pseudodemocracia, recurre a la violencia.
Si sólo hubiese dos opciones, PP y UPyD, ¿a quién votaría? ¿Haría como sus padres en el 36?
Al PP no, por supuesto, porque es el más reaccionario.
Y el que eligiese UPyD, ¿a quién estaría votando?
Por lo menos no vota al PP... A ver, dada la situación actual, hay que calentar la calle y crear las condiciones para una revuelta popular.
¿Cree que ha sido insuficiente todo lo ocurrido desde la irrupción del 15-M?
Ha sido positivo, lo que pasa es que no se mantuvo el ritmo y la progresión que era de esperar. Es un ejemplo de las cosas que se pueden hacer.
¿Está siendo el pueblo español demasiado educado, comedido, civilizado...?
Hay gente que está muy desesperada. El índice de suicidios es temeroso; el paro, tremendo y la situación, desoladora.
¿No cree que IU debería haber roto el techo electoral de Anguita en las últimas elecciones?
No basta con tener un carné, ser comunista y acudir a las reuniones. Hay que trabajar a diario en tu barrio, en tu trabajo o en tu universidad. Las asambleas son el principio, no el fin. Luego hay que llevar las ideas a la calle. Yo vivo en un barrio de derechas, pero todo el mundo me conoce y me quiere. Cuando le digo a la gente que soy comunista, me dicen: "Si todos fueran como usted". Pues son como yo o mejores, les respondo, pero tienen la imagen prefabricada que les pintó el franquismo. No hay que encerrarse sino que debemos salir a la calle a pecho descubierto y explicar nuestras ideas.
¿Y cómo terminó en esta calle y en este barrio?
Esta casa es de Teodulfo Lagunero, quien se metió en la política por mí. Nos conocimos en una manifestación del primero de mayo en París, donde me dijo que era de izquierdas, que su padre había estado en la cárcel y que nos podía dar mucho dinero. Yo había fundado el Centro de Información y Solidaridad con España, que estaba en un cuarto del Socorro Popular Francés. Pero él afirmó que debíamos tener un local propio y nos compró una casa inmensa cerca de la Sorbona, donde estuve hasta que regresé en 1976.
¿Y le dejó ésta también?
No, ésta la pago como la pagan los demás vecinos. Cuando vine a España, me tenía preparado un apartamento. Primero en el tercer piso de este edificio y luego, al quedarse éste vacío, Lagunero me dijo que me bajara. Mandó tirarlo todo y lo remodeló según mis necesidades: un salón grande, las alcobas y esas cosas.
Fue una pena que La Voz de la Calle no saliese adelante...
Sí, porque hacía falta y hubiese sido interesante. Él quedó tocado del ala con eso del periódico... Ayer me escribió porque había visto la entrevista que me hizo Cayetana Guillén Cuervo en Versión Española con motivo de la emisión de El verdugo. Criticaba que se quisiese humanizar la figura de un asesino que no tenía problemas de conciencia ni vacilaba a la hora de matar... Cuando yo estaba en la cárcel, los guardianes eran tremendos. La batalla de Stalingrado fue un punto de inflexión, pues se dieron cuenta de que los alemanes iban a perder la guerra. Entonces empezaron a acercarse a nosotros para justificarse y decirnos que eran unos mandados.
¿Cómo habría evolucionado el franquismo si Alemania e Italia hubiesen ganado la Segunda Guerra Mundial?
Se hubiera afianzado más, aunque aquí se estuvo matando hasta 1975... Pensábamos que todo sería distinto tras el triunfo de los aliados, pero Churchill, que era muy vivo, decía que hacía falta un vigía en Occidente... Y ese vigía fue Franco.
Chaves Nogales escribió que los españoles, en la Guerra Civil, fueron cobayas de los totalitarismos.
Había gente que pensaba que la participación de Rusia iba a significar la sovietización de la vida en España, pero creo que la actitud de los soviéticos fue correcta y no pasaron de ahí.
Tampoco se sabe qué hubiese ocurrido si...
El oro de Moscú y todo ese lío. Que si se lo habían quedado ellos y yo qué sé...
¿Dónde está el oro?
No sé (risas). En la Unión Soviética, en Rusia, se han cambiado muchas cosas últimamente, pero yo creo que tiraron al niño con el agua sucia de la bañera. Es decir, con Gorbachov quisieron limpiar la maleza incrustada en los engranajes del partido y del Estado, pero en el proceso también arrojaron al niño. O  sea, a la revolución...
Zapatero: memoria histórica, crucifijos...
La Transición no cambió nada y dejó las cosas como estaban. Siguieron los mismos policías que me torturaron, en el Tribunal Supremo estaba el pasado... La memoria de los vencedores está incluso hoy más viva que la de los vencidos. Aquí no hubo una Revolución de los Claveles ni nada.
Usted no ha olvidado, ¿pero ha perdonado?
No se pueden perdonar los crímenes cometidos, pero tampoco hay que caer en un rencor que no conduce a ninguna parte. La salida tampoco es la venganza. Yo no he luchado para vengarme de nadie. La única venganza a la que aspiro es la de ver un día triunfantes los ideales por los que he luchado y por los que tantos hombres y mujeres de este país perdieron su vida o su libertad.
A usted la guadaña le rozó el costado, pues fue condenado dos veces a muerte, a la que abrazó cada vez que se despedía de un compañero...
Le di el último abrazo a cientos de camaradas que iban a enfrentarse a la última madrugada de su vida.
¿Cuál ha sido su dolor más grande?
A mi padre me lo mataron. Un día iba para casa tras un bombardeo de los Junckers y, en el jardincillo de Atilano de Alcalá, vi que había gente arremolinada entorno a unos muertos. Pensé que podía ser uno de mis hermanos, con el que había estado previamente en el cine, pero cuando enfoqué las botas con la linterna reconocí que eran las de mi padre. Unas botas de campesino. Seguí mirando hacia arriba y ya le vi toda la cabeza partida. Mi madre siempre se sintió culpable de esa muerte, porque le había mandado a comprar carbón. "Estoy cansado, ya iré mañana", le respondió. Pero como ella insistía, él cogió un capacho, se marchó y ya no volvió más. Mi madre nunca se pudo arrancar ese dolor del pecho.
Le decía antes si creía en dios...
Ah, sí. De joven, yo era un socialista convencido, pero por las noches seguía rezando mis oraciones. Un vecino dominico quería pagarme los estudios y que entrase en la orden. Mi hermana Margarita, una mujer muy comprometida políticamente, lo evitó. Poco a poco me fui dando cuenta de que era absurdo sangrar por las rodillas haciendo penitencias en las iglesias. Lo que había que hacer era cambiar este mundo.
Se lo decía porque es como si, en compensación por el tiempo perdido en la cárcel, le estuviesen concediendo muchos años más, todo este presente, una larga vida...
Como dijo Primo Levi al salir del campo de concentración: "Existe Auschwitz, por lo tanto no puede existir Dios".
Usted se convirtió en un eurocomunista porque el comunismo real...
Cometieron muchos errores y era, hasta cierto punto, una dictadura. Es necesario un socialismo con un rostro nuevo, más humano. Antes parecía que todos los comunistas estaban estreñidos. Isaac Rosa, en Decidme cómo es un comunista, me describe como una persona abierta que respeta las ideas de los demás, porque yo no soy un comunista de cuartel. Independientemente de que siga siendo una utopía, ¿usted me puede ofrecer algo mejor? El comunismo es un ideal hermoso.
¿Cuál es el legado de Hugo Chávez?
Ha sido un buen gobernante y el pueblo lo está demostrando.
¿Fidel Castro?
No sé. Es distinto, no tiene la aureola de Chávez. Sobre todo porque la Revolución Cubana ha sido muy machacada durante años. Yo he estado bastantes veces allí y en el Pabellón de los Pueblos hay una frase mía: "Es más fácil morir por Cuba que vivir sin ella". Ellos tienen sus defectos, como todo ser humano. Aunque quieras ser justo, nunca lo eres del todo.
¿Llegó a pensar que viviría una Tercera República?
Ojalá fuese así, ¿no? Pero no debería ser una República sin contenido, sino una República que heredase las esencias de la anterior. Para aquellos tiempos, era un sistema avanzado en su Constitución, en sus leyes y en todo. Sería hermosísimo retomar aquello y darle continuidad.
¿La verá su hijo?
No lo sé. La verá mi hijo o los hijos de mi hijo... Las corrientes históricas son incontenibles, pero un cambio de fondo revolucionario no se produce en un pispás, sino que necesita madurez. Continuar adelante es una eterna lucha. Resulta difícil, sin embargo no existe otro camino: este mundo no es justo y hay que cambiarlo.
Después de todo esto, ¿qué?
Lo más importante en la vida es estar conforme con uno mismo. Yo, a pesar de lo que he tenido que pasar, estoy conforme con mi vida.
Ha sido feliz.
Sí, claro que soy feliz. Además, he aprendido a ser feliz en la felicidad de los demás. Es fundamental tener un espíritu fraternal y no pensar que tu pellejo es el perímetro del mundo. Mi lema: "Vivir para los demás es la mejor manera de vivir para uno mismo". Si sólo piensas en ti, no puede haber una felicidad completa. Basta salir a la calle y ver la desgracia de los otros.







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