Cuando
apostaste por Clinton, elegiste a Trump (o socialismo y barbarie)
Público
Y, claro, salió Trump.
No es que lo hubieran contado los posos del café
leídos al anochecer. Bastaba mirar con la cabeza fría el abandono que sufren
millones de norteamericanos a los que les prometen diariamente una dieta de
sueño americano y apenas llegan a meterse en la boca la sensación de ser uno
más de esos loser de las peores series. Una vez que sacaron a Sanders
del juego -con trampas y desde dentro de las filas demócratas-, todas las
papeletas apuntaban a Trump. Los trucos parlamentarios se están agotando en
muchos sitios. Los perdedores se cansan de que les vean todos los días
la cara de pendejos.
Entre una amiga de los banqueros y un rico, la gente
escogerá al rico. Porque saben que es el jefe. Aún más si es hombre. Porque la
estructura laboral, los anuncios, los cuidados, el ejército, los salarios y la
violencia recuerdan a cada paso que los que mandan son los hombre. Y los ricos.
Lo que pasa en nuestras sociedades es estructural. ¿O crees que si le das a la
gente de desayunar miedo y Gran Hermano, Sálvame y Hormiguero va a recitarte
por la noche a César Vallejo y a reflexionar como Aristóteles? Y si no emprendes
es que eres un perdedor de mierda.
No se puede seguir haciendo trampas, reforzando el
modelo neoliberal y esperar que la ciudadanía golpeada crea que los de siempre
les van a solventar algún problema. El negro Obama tenía el alma laboral
blanca. Y Hillary Clinton es, además de una mentirosa y una tramposa, una
burócrata de Washington y una lobista de Wall Street. Las mejoras con Obama,
han sido mínimas. Los ricos son infinitamente más ricos y los pobres son más y
más pobres. No es tan extraño entender que, al final, la gente golpeada tendrá
la tentación de preferir engañarse y apostarlo todo a una identidad convertida
en el único plato que te vas a comer ese día. Y si encima les ayudas a
identificar un enemigo al que le eches la culpa de lo mal que te va en la vida,
miel sobre hojuelas. Y los Trump felices porque mientras hablan de los excesos
del sistema para parecer tus amigos, tú nunca vas a echar la culpa al sistema
sino a tu vecino de infortunios. Como decía Rábago: ¡Los inmigrantes te quieren
quitar tu trabajo de esclavo!
Se puso a la
ciudadanía norteamericana, una sociedad saturada audiovisualmente, delante de
un dilema difícil de digerir: elegir a alguien que va a mandar todo a la mierda
(y ya saldrá el sol por donde quiera), o más de lo mismo. Y, como en los años
treinta, en una situación de desempleo, de precariedad laboral, de impunidad
política, de violencia estructural y guerra, de miedo y amenaza, los fantoches
de la extrema derecha emergen. La única posibilidad de frenarlos es con consciencia.
El 1º de mayo de 1933, la izquierda tenía 14 millones de votos y Hitler 11.
Pero los sindicatos decidieron marchar ese día del trabajo junto a los camisas
pardas, a ver si así los frenaban. Frenar la consciencia es lo más terrible que
sucede todos los días. Decía Hillary Clinton que el socialismo de Sanders
era un terrible peligro. Pues ahí tienes. Lo dijo la Luxemburgo y me lo
recuerda Jaume: socialismo o barbarie.
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