Carta de un cura a Jesús Cintora sobre los
católicos racistas y clasistas
Te vi en el programa MVT de La Sexta
hablando del drama de los refugiados y criticabas a aquellos políticos que se
autoproclaman cristianos y que tienen una actitud de rechazo hacia ellos
No son cristianos, ni siquiera
católicos. Yo no creo en ese Dios de la muerte que proclaman. Compran muchas
voluntades clericales y episcopales
22-8-18
En primer lugar, mandarte un saludo cordial y
agradecerte muchas cosas, entre ellas tu libro La hora de la verdad que nos
ayuda a entender cómo hemos llegado a esta España de la desigualdad, a esa
España rota por la precariedad, los desahucios, los trabajos en condiciones
inhumanas, los salarios de miseria, los recortes sociales y de libertades.
En segundo lugar, te vi en el programa MVT de La
Sexta hablando del drama de los refugiados y criticabas a aquellos políticos
que se autoproclaman cristianos y que tienen una actitud de rechazo hacia
ellos. Hacías la pregunta de cómo era posible dejar que estas personas se
ahoguen en mar y después ir a misa a darse golpes de pecho, haciendo alusión a
algunas situaciones que se han dado esta Semana Santa. Yo ampliaría esta
interpelación a muchas personas que se declaran católicas -sacerdotes y
obispos- que también muestran un rechazo, unas veces abierto y, en otras
ocasiones, silencioso.
Antes de contestar, decirte que acabamos de llegar
un grupo de personas de la Asociación Amigos de Ritsona de los campos de refugiados en
Grecia. Llevamos varios años yendo a compartir un trozo de vida con ellos y
ellas. Nos hemos encontrados con mucha gente provenientes de Siria, Afganistán,
Iraq, Nigeria, Sudán, Camerún, Sierra Leona, Somalia y Yemen, entre otros. Y
siempre nos hemos encontrado gente que nos ha abierto su corazón. También su
tienda de campaña o isobox y que te reciben con una sonrisa y la palabra
welcome sin conocerte de nada. Y te invitan a un té, un café y si es próxima la
hora de comer, te piden que compartas la mesa con ellos, en este caso, el
suelo.
Esta gente te cuenta el motivo por el cual
decidieron salir de su tierra, una tierra que nunca desearon abandonar -te
dicen muchas veces con lágrimas que quieren morir en la tierra que les vio
nacer-. Esos motivos no son otros que una guerra y una violencia donde la
crueldad y lo despiadado no tiene límites: obligan a los padres a ver cómo
violan a sus hijas y después las degüellan, les obligan a matarse entre ellos,
los torturan sin piedad, los queman vivos, los fusilan con sus hijos pequeños
y, así, un sinfín de atrocidades.
No se trata de ser morboso: es parte de la realidad
de una guerra motivada por intereses económicos y por obtener sus recursos
naturales. Cuando alguien me discute que no tienen que venir, le digo que qué
haría él si supiera que viene gente que va a matarle y violar a las mujeres y
la respuesta, casi inmediata, es: “Salir corriendo”; de modo que le contesto:
“Eso es lo que hacen”. ¡Qué cínicos somos! Les despojamos de sus bienes, los
explotamos, los matamos y les decimos que se queden allí, que no se les ocurra
salir y que acepten la muerte y el dolor.
Perdona que te cuente estas experiencias, pero es
que para mí muchas familias refugiadas son amigos y compañeros de vida. Los
quiero y ellos nos quieren, tenemos el corazón roto y conmovido de ver gente
con mucha dignidad que buscan, como ellos mismo dicen, una vida normal
-"¿Es pedir mucho?”-. Son unos miserables los que provocan las guerras por
intereses económicos. Todas las guerras son por riquezas: los que venden armas,
entre ellos, España; los que niegan corredores humanitarios y los abocan a las
mafias, mafias cuyos mandamases son gente adinerada -el mafioso no es el que
lleva la lancha motora, o el camión o el autobús con la gente hacinada-.
Cuestionabas en el programa MVT la actitud de
partidos que dicen tener raíces cristianas. A raíz de la pregunta criticabas a
esos partidos, a esos cristianos, a esos católicos que no fueran solidarios con
el prójimo y cantaron el novio de la muerte ante el Cristo Crucificado.
Permíteme que conteste a esa pregunta y la respuesta
es que, en efecto, prefieren que desaparezcan, que acepten su destino de muerte
y sufrimiento, que no vengan a molestar o a incordiar, ya que cuando
necesitemos su mano de obra, ya la cogeremos.
Claro que quieren que no lleguen y, en ese no
llegar, está el morir en el camino. Ellos nos decían que mueren miles en los
desiertos, en la tierra, muchos más que en el Mediterráneo, que se ha
convertido en un mar de vida y muerte, de disfrute y de sufrimiento.
Esto no lo van a reconocer nunca y no dicen la
verdad cuando señalan que el Aquarius ha provocado el efecto llamada porque,
entre otras cosas, estos viajes duran como mínimo seis meses, y ellos lo saben.
Van a seguir viniendo porque la guerra por las riquezas va a continuar. China,
por ejemplo, está comprando producción agrícola africana por 25 años.
No son cristianos, ni siquiera católicos. Yo no creo
en ese Dios de la muerte que proclaman. Compran muchas voluntades clericales y
episcopales. Por cierto, están muy enfadados con el Papa Francisco y quieren a
Juan Pablo II quien, entre otras cosas, apoyó a los neoliberales y encubrió la
pederastia en la Iglesia.
No creen en Dios, creen en el dinero. Han creado su
becerro de oro. Los nuevos templos están en las bolsas, como Wall Street. Sólo
creen en el dinero y utilizan a los refugiados, a los inmigrantes, a los
empobrecidos para poner el foco de los problemas de Europa cuando las raíces de
los verdaderos problemas sociales son la corrupción económica, financiera y
política.
Cada vez estamos más cerca de que el 1% de la población
concentre el 99% de las riquezas. El problema es que mucha gente cae en este
discurso, lleno de falsedades, mentiras, manipulaciones y de odio. Ellos saben
que la política del miedo, unida a la mentira da resultados. Por eso dicen esas
falsedades de que nos invaden, de que hay millones preparados para venir, de
que no tenemos capacidad para acoger, cuando todo indica lo contrario de lo que
afirman.
Cantaban el novio de la muerte ante el Cristo
Crucificado, como muy bien dices, y comparto tu crítica y le añado indignación
porque, en efecto, son novios de la muerte: de la muerte de miles de personas
que huyen de la guerra, personas que huyen porque no quieren que las bombas los
maten, ni sufrir la violencia y la tortura, porque no quieren que tener que pedir
a alguien que asfixie a su hijo para evitar el dolor y los gritos por estar
herido sin atención médica y el único alivio es adelantar la muerte.
Son novios de la muerte porque participan en
complicidad con las multinacionales en desposeerles, insisto, de sus
recursos, entre ellos, sus alimentos. Son novios de la muerte porque venden
armas, porque apoyan la barbarie del Estado Islámico, que ha sido propiciado
por Arabia Saudí, Estados Unidos e Israel.
Son novios de la muerte porque no quieren una sociedad
justa y humana, sólo quieren ahogarse en riquezas. Son novios de la muerte
porque están creando el odio, el rechazo y la intolerancia. Son novios de la
muerte porque ha encerrado a miles de refugiados en campos -yo los llamo de
concentración- en condiciones inhumanas. Son novios de la muerte porque ya hay
niños en estos campos entre 4 y 6 años que han querido suicidarse. Son novios
de la muerte porque como decía un refugiado: “Nos tratan como animales”. Habría
que cambiar el ser novio de la muerte por el ser novio de la vida y de la
dignidad.
Bueno, me despido ya. Aunque te conozco a través de
los medios de comunicación, creo que compartimos “humanidad” con nuestras
incoherencias y contradicciones. Son tiempos difíciles para la gente, para los
Derechos Humanos, pero creo que hay que seguir por las sendas y los caminos de
un horizonte de todos y todas, para todos y todas, con todos y todas.
Y antes de despedirme, decirte que antes de
abandonar el campo de refugiados de Ritsona, dialogando con una familia musulmana,
nos dijimos que cada uno desde su fe pediría por el otro y repetimos: “Habibi,
my friend” (te quiero, mi amigo). Compartimos la fe y la vida. No es una guerra
de religiones. Es una guerra, como todas, por la avaricia y la codicia.
Nunca es tarde para amar, luchar y soñar.
Un abrazo, Jesús Cintora.
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