José Andrés Fernández Cornejo Profesor Titular de Economía Aplicada, Universidad
Complutense de Madrid
Las personas sin hogar también saben movilizarse
Prefiero pensar
que algunos de estos sin techo tienen un futuro.
12/06/2019
ElHuffPost
Si todavía sigue allí, cuando pases frente al Ministerio de
Sanidad, Consumo y Bienestar Social, en el Paseo del Prado de Madrid, verás que
hay un grupo de personas acampadas. Es la ‘Acampada por derechos. Nadie sin
hogar’.
Según el IX recuento nocturno
de personas sin hogar, llevado a cabo la noche del miércoles 12 de
diciembre de 2018, había en ese momento en Madrid 2.998 personas sin hogar. De
ellas, 650 pernoctaban en la calle, 675 estaban alojadas en pisos, 1.250 en
centros de acogida, 189 en centros de acogida para inmigrantes, y 234
localizadas en asentamientos.
De entre las 650 personas que dormían en la calle (personas sin
techo), el 73% eran hombres, el 11,2% mujeres y el 15,8% no se pudo determinar.
El 61,1% tenían nacionalidad extranjera. La edad media era de 47,1 años.
Las personas sin hogar (desde el punto de vista del
paseante por el Paseo del Prado) son “los otros”. Son personas que se desvían
en sus actitudes y su conducta del cuerpo social “normal”. No es raro que
nuestra adaptación a su presencia en las calles tome la forma de
invisibilización. No existen. Como señala Joaquina, que vive desde hace un año
en la calle con su hijo de 21 años, con una discapacidad, y con Manuel Antonio,
su pareja, y que ocupa una de las primeras tiendas del campamento, “somos invisibles
para la gente que pasa; te miran así… y giran la cabeza”.
Y no solo se trata de la invisibilidad. También del sentimiento de
desasosiego que suscitan las personas que no se conforman a las normas sociales
habituales. Estás sentando en tu mesa del restaurante; un desconocido se acerca
y coge unas patatas fritas de tu plato... ¿Cómo te sientes? En ese instante el
mundo es algo inestable, turbador e inquietante… Pues un tipo de emoción
parecida a ésta suscitan, a veces, las conductas “imprevisibles” de los sin
techo…
Desde el punto de vista del paradigma de las teorías del conflicto
(en sociología), las personas sin hogar son también lo que Marx llamaba “lumpemproletariado” o “subproletariado”.
El lumpemproletariado estaría constituido por una serie de grupos sociales
desfavorecidos, situados por debajo del proletariado, pero que no están
organizados ni tienen conciencia de clase (ejemplos de estas personas serían
aquellas que viven de la delincuencia o las que se dedican a la prostitución).
Dentro del lumpemproletariado, las personas sin hogar ocuparían el escalafón
más bajo.
Según los datos del informe del IX recuento nocturno, que se recabaron a partir de un
cuestionario que rellenaron 193 de las 650 personas que pernoctaban en la
calle, la principal razón por la que están sin techo es “la falta de trabajo”
(56,1%), “la falta de dinero” (26,3%), “la inmigración” (22,2%), “la ruptura
afectiva” (17%), “el alcohol” (11,7%), “las drogas” (9,4%), o “por enfermedad”
(4,1%). Por la propia naturaleza de la pregunta formulada, es posible que esta
encuesta subestime el porcentaje de personas cuya principal razón de estar en
la calle sean los problemas del alcohol, las drogas o la enfermedad. En
cualquier caso, el hecho de estar en la calle no se puede atribuir a una sola
causa simple e individual. Cabe aventurar que, como poco, en el hecho de estar
en la calle convergen unas historias personales previas de gran vulnerabilidad,
una insuficiente red familiar y de amigos, una limitada solidaridad social (en
una sociedad y una economía muy individualistas), y una política social
claramente insuficiente.
Por otra parte, no todos los sin
techo son personas que tienen problemas con el alcohol y otras adicciones, y,
aunque así fuera para muchos de ellos, el sentido de la causalidad no siempre
está claro. ¿Es el alcohol lo que ha llevado a algunas de estas personas a la
calle, o es el hecho de estar en la calle lo que las ha llevado al alcohol? Por
ejemplo, Diego, un joven muy sensible, con problemas de depresión, y que antes
de estar sin hogar trabajaba de camarero, comenta, refiriéndose a cómo ve él a
la gente que está en la calle: “Es de todo… Es locura propia, es locura creada,
es miedo…”.
Hay que recalcar también el círculo
vicioso en que se encuentran muchas de estas personas. Vienes de una historia
personal previa muy compleja y problemática, tienes un nivel de autoestima muy
bajo, pasas a vivir en la calle, provocas desasosiego, tocas fondo, y todo ello
hace que se desmorone aún más la frágil autoestima que te quedaba…
Pero estas
personas no solo nos provocan invisibilidad, desasosiego y conmiseración. Nos
suscitan también un sentimiento de respeto hacia quienes han experimentado unas
vidas muy dolorosas y difíciles en un contexto social que con demasiada
facilidad te coloca en la situación de outsider, y que también, con
cierta facilidad, cae en el problema de “culpabilizar a la víctima” (“¿Está en
la calle? Algo habrá hecho mal…”). Respeto ante su sufrimiento, ante la idea de
que nosotros también nos podríamos ver así en algún momento, y ante una
iniciativa, como ésta del Paseo del Prado, promovida por personas a las que se
les supone nula capacidad para la organización y la movilización.
Quizás
merezca la pena traer en este punto la investigación etnográfica realizada por
el sociólogo Mitchell Duneier y publicada en 2001 bajo el título Sidewalk.
Duneier hace un cuidadoso estudio de la vida cotidiana (en los años
noventa) de los vendedores callejeros empobrecidos del barrio neoyorquino de Greenwich
Village, un barrio acomodado de Manhattan integrado fundamentalmente
por profesionales, intelectuales y artistas progresistas. En un día cualquiera,
a lo largo de las aceras de la Sexta Avenida, a su paso por el barrio, se
agolpaban centenares de mesas en las que se vendían informalmente libros de
segunda mano, revistas recogidas en los contenedores y otros materiales de
lectura similares. La mayoría de los vendedores eran de color, varones, muchos
de ellos sin techo, alcohólicos o drogodependientes. Con frecuencia, estas
personas incurrían en comportamientos “inapropiados”, como orinar en la calle o
iniciar conversaciones extemporáneas con los transeúntes. Algunos vecinos
aceptaban a estos vendedores como parte de lo que es el barrio (recuérdese
que la mayoría de ellos son intelectuales progresistas), a otros les preocupaba
el deterioro de la seguridad o del valor de las propiedades inmobiliarias del
barrio.
El caso es
que Duneier, desarrollando durante años el método de “observación
participante”, intenta entender las motivaciones y el significado que estos
vendedores dan al tipo de acciones y actividades que ellos realizan. Y descubre
que no se trata de un mero trapicheo espontáneo de material impreso, sino de un
complejo mundo con sus propias normas y auto-regulación y con un sistema propio de actitudes, valores
y auto-imagen. Por ejemplo, muchos de estos
vendedores veían su actividad de venta informal, o incluso de
menesterosidad, como algo honorable que les permitía no caer en conductas
delictivas. Además, ese sistema de normas se extendía también a su interacción
con los vecinos, los dueños de los negocios, o la policía. Por ejemplo, este
sistema de normas puede explicar que no sientas un desasosiego tan grande
cuando uno de estos vendedores de tu barrio te espeta alguna parrafada, como
cuando el desconocido del restaurante te coge las patatas del plato.
Prefiero pensar que algunos de estos
sin techo tienen un futuro. Han pasado por historias personales muy difíciles,
ello les ha llevado a la calle, y éste puede ser el punto de inflexión...
Esa necesidad de
honorabilidad que se acaba de citar, la necesidad de sentir que los demás nos
ven como a personas que tenemos dignidad, la encontramos en los pobladores de
la acampada. Hablando de las asociaciones que intentan ayudar en Madrid a las
personas sin hogar, Diego menciona que “los de la Orden de Malta son de los
únicos de los que me fío, por cómo me tratan, porque me tratan con respeto.
Allí, cuando vas a comer, te tratan de usted. Te tratan como si estuvieras
pagando... Hay gente que les habla mal y ellos responden con una sonrisa…”. O,
como comenta Joaquina, “a veces hace más un abrazo de una persona que el que te
deje diez euros… Soy una persona, igual que ellos…”.
Hay
ejemplos en los que se puede ver cómo aparece la autoorganización dentro de un
determinado grupo humano. Por ejemplo, tras una catástrofe natural, no es tanto
el pillaje lo que surge (como a veces nos quieren hacer creer), sino la
organización espontánea de la ayuda a los afectados; cualquiera que se
encuentre por allí se pondrá a ayudar en algo, surgirá la cooperación, emergerá
un cierto orden, y no tanto la histeria. Otro ejemplo de autoorganización pudo
ser el movimiento del 15-M, en mayo de 2011, en Madrid. Nadie lo había
planificado de antemano. Como consecuencia de la crisis, la situación económica
y social era alarmante. En este inquietante contexto surgió este movimiento. De
repente, la Puerta del Sol de Madrid se encontraba llena de actividades, de
eventos, de debates, de idealismo, y todo dentro de un orden, de unas normas de
convivencia, con unos valores y unos códigos propios, que nadie había diseñado
de antemano.
En el campamento del Paseo del Prado, aun con toda la
improvisación y la compleja idiosincrasia de las aproximadamente 100 personas
que lo pueblan, tienes la sensación de que hay unas ciertas normas (de hecho,
en la entrada del campamento hay un cartel en donde figuran las normas de
convivencia que deben regir en él), códigos, sistema de valores y una autoorganización. Hay un objetivo común –la exigencia
de protección efectiva y de alojamiento para las personas sin hogar– y un
sentimiento de formar parte de una movilización, de estar actuando y luchando
en pos de un cambio. La mayoría de estas personas han tocado fondo
recientemente, tienen unos niveles de autoestima muy bajos y una gran
fragilidad emocional. Por ello, la sensación de estar participando en esta
movilización puede hacer que algunas de ellas experimenten, en algún momento,
un sentimiento de empoderamiento, de estar actuando…
Prefiero
pensar que algunos de estos sin techo tienen un futuro. Han pasado por
historias personales previas muy difíciles, ello les ha llevado a la calle, y
éste puede ser el punto de inflexión, de ruptura, a partir del cual iniciarán
un proceso de recuperación psicológica y personal (al que debería coadyuvar la
solidaridad social). Y ese futuro se percibe en algún momento, en alguna de las
observaciones que escuchas en el campamento. Joaquina y Manuel Antonio no son
muy optimistas respecto del futuro ni con la iniciativa del campamento; sin
embargo, hacen observaciones como “nosotros estamos luchando para que nos den
una vivienda, aunque sea una habitación”, “yo, antes de las elecciones pedía a
los políticos, por favor, no me importa quién sea, solamente que vengan un día,
pasad un día o una noche aquí y sabréis lo que pasamos…”. Por su parte, Diego,
comenta cosas como “quiero escribir un libro [a partir de su experiencia en la
calle] que se va a titular Así conocí a…, que va a ser sobre la gente que he ido
conociendo, capítulo por capítulo, así como me salga”. Estos comentarios ponen
de manifiesto que Joaquina, Manuel Antonio y Diego tienen una imagen, o una
percepción subjetiva, de estar siendo participes de un movimiento que puede
llevar a algo mejor, y este tipo de sentimiento quizás no sea suficiente para
facilitarles su proceso de recuperación personal, pero sí puede ayudar.
¿Y qué decir
respecto de lo que reivindican estas personas?
No
nos podemos resignar a considerar la existencia de los sin techo como un
fenómeno irresoluble, estructural, que tan solo se puede mitigar (como tampoco
podemos asumir, como algo inevitable, que cada año mueran unas cincuenta
mujeres víctimas de la violencia de género de sus parejas). A 1 de enero de
2019 la población de la Comunidad de Madrid era de 6.661.949 personas (Estadística del Padrón Continuo, INE) mientras que la
cantidad de personas sin hogar que había en la Comunidad de Madrid rondaba las
3.000 (en el municipio de Madrid están concentradas casi todas las personas sin
hogar que hay en la Comunidad de Madrid). Una población tan numerosa y que vive
en una región rica, como la Comunidad de Madrid, debería ser capaz de asumir
una ayuda y una protección plena a las 3.000 personas sin hogar, y sin embargo
parece que esto no es así. Hacen falta más medios, una mejor organización y
coordinación de los medios existentes (quizás con más implicación directa del
sector público y menos subcontratación con asociaciones privadas; y dejando sin
finalidad a asociaciones fascistas o pro-nazis que supuestamente ayudan a los
sin techo “españoles”, como Hogar Social Madrid); y más apoyo psicológico,
acompañamiento y orientación por parte de los profesionales de la psicología y
del trabajo social.
Probablemente lo desconocen, pero las personas
acampadas en el Paseo del Prado están reivindicando un tipo de política muy
similar a la que actualmente se está llevando a cabo en Helsinki, y que está siendo un referente para otras
muchas ciudades del mundo. Se trata del programa Vivienda primero, que consiste en dar pisos a
personas sin hogar de manera permanente y con contrato de alquiler. Se trata de
invertir el procedimiento habitual. En lugar de que la concesión de una
vivienda sea la meta final de un largo proceso de reinserción (que muchas veces
no culmina con éxito), se trata de empezar justo por esto último: facilitar en
primer lugar una vivienda a la persona sin hogar, como forma de impulsar su reinserción en la sociedad (además, esos inmuebles
dedicados al alquiler social cuentan con los servicios de varios trabajadores
sociales que asisten, acompañan y asesoran a quienes pasan a vivir en estos
pisos). Con esta política (fundamentada en el amplio sector de vivienda pública
de alquiler ya existente en Finlandia), en Helsinki la cantidad de personas sin
hogar en el largo plazo se ha reducido en más del 35%. Prácticamente ya no hay
nadie durmiendo a la intemperie y solo queda un refugio nocturno con 50 camas
para casos de emergencia en invierno.
Como
te decía al comienzo, no sé si cuando estés leyendo este artículo seguirá
activa la acampada de las personas sin hogar del Paseo del Prado, pero ojalá
esta movilización les sirva para hacerse un poco más visibles (y más
respetados) y para que tomemos en consideración políticas exitosas como la
aplicada en Helsinki. Estoy seguro de que personas como Joaquina, Manuel
Antonio o Diego harían un buen uso de esas oportunidades.
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