La erotización del suicidio
En España el
suicidio es la primera causa de muerte no natural.
Alejandro Zambudio 1990, Murcia. Derecho en la Universidad de Murcia. Menos de
cinco contradicciones en esta vida es pensamiento dogmático
20/06/2019
En Occidente siempre ha habido una cierta
fascinación por el suicidio, sobre todo en la literatura y la filosofía. Se
veía esta acción como una forma honrosa de evitar el oprobio y la injusticia en
la Grecia clásica. Sócrates se suicidó por inteligencia: el temor a perder sus
convicciones y a adoptar a sus enemigos, a esterilizar el pensamiento crítico,
lo llevaron a quitarse la vida. En Roma, por otra parte, el suicidio se
permitía siempre y cuando se hiciera una solicitud al Senado. Este, una
vez estudiadas las circunstancias personales del sujeto, le entregaba, o no, un
frasco con cicuta que le permitiera poner fin a su vida. En la literatura,
todos conocemos la historia de Romeo y Julieta, la historia de dos chicos que se suicidaban por
amor, por la incomprensión de sus padres. En Las desventuras del joven Werther, el protagonista se inmoló debido a que
no podía estar con Lotte, su amada. Goethe y su Werther nos mostraron una
perspectiva distinta: el suicida estaba unido al romanticismo, cuando la vida era
sufrimiento para el artista, y si en ese dolor era imposible encontrar salida,
había que descender a los infiernos para buscar la plenitud. Los románticos lo
reivindicaban como un acto de libertad, una forma de reaccionar ante los
cánones sociales y el cinismo y desapasionado tiempo que tuvieron que vivir.
Una reivindicación de la razón y de la originalidad. Ese ha sido el hilo
conductor sobre el suicidio durante muchos años: una experiencia liberadora,
una negación de la realidad. Lo que Balzac denominaba “una muerte del yo’’.
Pero, si dejamos consideraciones
artísticas a un lado, la realidad es que en España el suicidio es la primera
causa de muerte no natural. Podríamos buscar muchas explicaciones: la crisis
económica, la dificultad por parte de muchos sectores necesitados de especial
protección de incorporarse al mercado laboral, así como los demonios internos
de cada persona o sus trastornos psíquicos. El suicidio tiene su origen,
actualmente, en ese individualismo que ha recubierto nuestras vidas de una leve
pátina de indiferencia ante el sufrimiento ajeno. La indiferencia, después de
todo, es más peligrosa que la ira y el odio. La ira a veces puede ser creativa.
La indiferencia nunca es creativa. Incluso el odio a veces puede provocar una
respuesta; en cambio, “la indiferencia es el peso muerto de la Historia”,
parafraseando a Gramsci. No provoca una respuesta. No es un principio; es un
fin. Y, por lo tanto, está siempre a favor del enemigo, porque beneficia al
agresor y nunca a su víctima, cuyo dolor se magnifica cuando se siente
olvidado.
En España el suicidio es la primera
causa de muerte no natural.
Pocas personas piensan en las batallas diarias que
estas personas han de librar diariamente contra las trampas que la memoria
coloca en sus caminos. La sensación del suicida y la del depresivo coinciden en
muchos sentidos. El suicida siente un dolor incompatible con la vida. El alma
muere poco a poco. Es la náusea de los sentidos. Los suicidas, como los
depresivos, llegan a un momento en que son incapaces de diferenciar las
intenciones de los demás. Se sienten vulnerables y eso impide que puedan
relacionarse de igual a igual. Y cuando intentan hacerlo, solo lo pueden hacer
comunicando ciertos aspectos de su vida que desagradan a los demás, y que ellos
mismos han interiorizado como algo normal. Una persona de esas características
es autocompasiva; en ocasiones, se siente humillada cuando tiene que pagar
dinero para que la escuchen. Por eso me sorprende que en según qué círculos,
estar mal esté más que aceptado. Parece que la búsqueda de la felicidad o del
bienestar sea un camelo para idiotas, y que a uno lo hacen menos inteligente y
cautivador que las enfermedades mentales o los pensamientos suicidas. Y todo
por la obsesión que hay en la actualidad con distanciarnos de la masa.
Uno puede suicidarse si quiere, pero que no frivolice
sobre el tema.
Las enfermedades mentales o los
casos de suicidio intentados o consumados son lágrimas para las víctimas y sus
familiares. No crees merecer el cariño de alguien debido a la animadversión que
sientes hacia ti mismo. El dolor no equivale a algo bonito, pese a que nos
quieran hacer creer lo contrario. El dolor es dolor. La vida de Kurt Cobain fue
un infierno; la de Sylvia Plath, también. David Foster Wallace nos estremeció
hablando de la sensación del suicida en el capítulo referido a Kate Gompert en La
broma infinita, o sobre cómo se sentía una persona que asistía a terapia
por depresión en La persona deprimida. La vida es un derecho y no una
obligación. Pero aquí entran dos conceptos básicos: libertad y responsabilidad.
Uno puede suicidarse si quiere, pero que no frivolice sobre el tema. Enfatizo
en la libertad responsable porque hoy en día parece que todo el mundo quiere
liberarse de los efectos secundarios de sus acciones. Por eso, la
responsabilidad es el intento del hombre de equilibrar la balanza entre
nuestras acciones y sus consecuencias. Si no eres libre, no eres responsable;
si no eres responsable, no eres libre. Y enfatizo en la responsabilidad
solidaria porque un contrato social no solo obliga a la clase política para con
sus ciudadanos. También es obligatorio para las relaciones entre los propios
ciudadanos. Y en este país muchas veces nos olvidamos de esto último. Pedimos
mucha ayuda a las instituciones públicas cuando estas no pueden hacer todo el
trabajo.
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