16/06/2019
La
adicción al sexo, el trastorno hipersexual y la controversia en el diagnóstico
A
veces se convierte en un mecanismo de evitación o compensación de malestar
psicológico...
ElHuffPost
El término adicción al sexo ha cobrado especial
relevancia en el año en el que Kevin Spacey y Harvey Weinstein han sido destronados
e internados en la famosa clínica de Arizona (EEUU) llamada The Meadows. La
clínica ofrece un programa terapéutico para adictos al sexo, conocido como
‘Gentle Path’ (‘el camino amable’-, en el que sus pacientes hacen terapia a
través de actividades muy caras y muy artísticas.
Han surgido muchas voces escépticas y corremos el
riesgo de asociar acoso a adicción, de patologizar un asunto puramente ético o
moral. Al fin y al cabo, la existencia o no de la adicción al sexo depende en
gran medida de que consideremos adicción, y no existe un consenso unánime en
cuanto a su definición.
En la actualidad, la Organización Mundial de la
Salud (OMS) y la Asociación Americana de Psiquiatras (APA) difieren en otorgar
entidad clínica al comportamiento sexual compulsivo.
En la tradición psicoanalítica el peso del sexo ha
sido sobredimensionado, y ya el hipersexual Freud hablaba de la masturbación
como la “adicción primordial” desde la cual se derivaban todos los trastornos
adictivos. Ya con una perspectiva más contemporánea y con los términos
satiriasis y ninfomanía en desuso, el término “adicción sexual” fue incluido
por la APA en el Manual Diagnóstico DSM-III en 1980. Sin embargo, fue eliminado
en la siguiente versión de 1994. Desde entonces y en las sucesivas revisiones
del DSM se ha valorado su inclusión sin éxito. El principal argumento para
rechazar la entidad diagnóstica del comportamiento sexual compulsivo se
relacionaba con la ausencia de síndrome de privación. Es decir, mientras que en
las adicciones a sustancias existe una dependencia fisiológica, en el caso del
sexo, su ausencia no produce el famoso “mono”.
En la última versión, el DSM-V, se incluye una nueva
categoría dentro del área de comportamientos adictivos bajo el nombre
“Trastornos no relacionados a sustancias”. Dentro de ésta se contempla la
ludopatía como única patología aprobada bajo un nuevo epígrafe: “Trastorno por
juego de apuestas”. Fuera del Manual han quedado la adicción a los videojuegos
o a internet, y el llamado “Trastorno hipersexual” (THS).
Los argumentos esgrimidos en esta ocasión refieren
la falta de investigación, las consideraciones éticas y legales, y el peligro
de la excesiva patologización de conductas a priori “normales”. Se trata de un
asunto peliagudo. Cuantificar o categorizar las relaciones sexuales en
parámetros patológicos o saludables podría implicar un juicio moral ajeno a lo
necesariamente clínico. Al fin y al cabo, ¿cuántas relaciones sexuales debemos
tener para ser considerados adictos al sexo? O, ¿qué tipo de prácticas pueden
ser incluidas en un patrón de conducta adictivo? A pesar de que el DSM-V ha
desestimado la entidad diagnóstica del THS, los pacientes siguen acudiendo a
terapia por el malestar y deterioro social provocado por un comportamiento
sexual exacerbado y compulsivo.
A menudo se vincula el comportamiento sexual
exacerbado con el trauma sexual en infancia o adolescencia.
Recientemente, en junio de 2018, la OMS agrega el
comportamiento sexual compulsivo -comúnmente llamado adicción sexual- a su
Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11). La CIE-11 define el
desorden comportamiento sexual compulsivo como “un patrón persistente de falla
para controlar los deseos sexuales o impulsos sexuales intensos y repetitivos
que resultan en un comportamiento sexual repetitivo”.
Las principales investigaciones señalan una
prevalencia de cerca del 6% de la población, afectando principalmente a
hombres. Son estimaciones que resultan cuanto menos alarmantes. Algunos autores
defienden que existen algunos rasgos de personalidad que hacen a la persona más
vulnerable a la adicción, como es el caso de la impulsividad, la búsqueda de
sensaciones o los rasgos obsesivos. Asimismo, otros autores proponen que el THS
pudiera ser bien una variante del TOC, o bien una respuesta a la sensación de
vacío propia de un trastorno de personalidad o de tipo afectivo.
A menudo se vincula el comportamiento sexual
exacerbado con el trauma sexual en infancia o adolescencia. Se trata de un
asunto complejo, es cierto que encontramos muchos casos en los que el paciente
relata experiencias de abuso o un inicio precoz en su vida sexual. Lo cual no
debe hacernos caer en una explicación reduccionista en la que magnifiquemos el
peso de la vivencia sexual traumática. Al igual que en otros trastornos, la
casuística estaría entreverada en factores de tipo biológicos y otros
ambientales o vivenciales, que llevarían a configurar una serie de rasgos de
personalidad, una tendencia al pensamiento obsesivo o la propia conducta
compulsiva manifestada en el sexo.
En la práctica clínica encontramos muchas
similitudes entre el TOC y el THS. Las obsesiones y compulsiones de índole
sexual presentan un patrón claro de reducción del estado ansioso relativo al
impulso sexual. En estos casos el sexo constituye obsesiones y rituales
semejantes a los que encontramos en otros tipos de TOC. El paciente experimenta
la práctica sexual como algo obligatorio o como un mecanismo reductor del
malestar psicológico. La obsesión sexual se relacionaría con la presencia de
pensamientos o fantasías sexuales de tipo intrusivo que serían compensados con
un comportamiento sexual compulsivo.
El sexo se convierte en un objeto de consumo, la
frecuencia es diaria, las relaciones son rápidas y a menudo poco
satisfactorias, generalmente con personas desconocidas y con escasa interacción
social o afectiva. Lo sexual se disocia de lo afectivo, lo cual no es
necesariamente negativo, salvo en el caso de que la persona acabe sintiéndose
inhabilitada para interactuar con el otro más allá de la práctica sexual. La
percepción de riesgo disminuye y son habituales las relaciones sin protección.
El comportamiento sexual se empobrece, adquiriendo un patrón estereotipado.
Dependiendo del caso y la orientación sexual, es común que se reduzca bien al
sexo oral, a la masturbación o bien a la penetración.
Al igual que en otras conductas compulsivas, como el
juego o las compras, el papel de internet y las aplicaciones móviles es
especialmente relevante en el patrón de consumo. Las formas más comunes de
búsqueda de sexo serían los clubs o locales de sexo, zonas de cruising o la
prostitución. En muchos casos y en términos funcionales, es el gran tiempo
dedicado a la búsqueda de sexo lo que produce un mayor impacto en el individuo.
En otros es de tipo económico, ya que la persona acaba destinando gran parte de
sus recursos al pago de profesionales del sexo.
El sexo, independientemente del género u
orientación, se convierte en un mecanismo de evitación o compensación de
malestar psicológico.
El THS puede generar un alto grado de sufrimiento y
autodestrucción. Para las personas con THS, el sexo generalmente es un asunto
privado o incluso vergonzante, que lleva a dificultar las relaciones afectivas
e incidir negativamente en la vida familiar, profesional y social del paciente.
En los casos más severos, la adicción conlleva una doble vida con intensos
sentimientos de soledad y culpa.
El sexo compone una forma rápida de compensación de
ansiedad o sensación de vacío. Además del placer intenso e inmediato obtenido,
se obtiene la aprobación, validación o simplemente atención del otro. El sexo,
independientemente del género u orientación, se convierte en un mecanismo de
evitación o compensación de malestar psicológico. Funciona en el corto plazo ya
que, durante la búsqueda o la propia práctica sexual, la persona se olvida de
si misma. Sin embargo, en el medio plazo produce más vacío, culpa o
aislamiento, y consiguientemente un mayor malestar, que será compensado con más
sexo. En este ciclo se basa adicción.
Es un hecho que el comportamiento sexual puede tener
un perfil adictivo, sin embargo, éste puede ser un elemento secundario de otro
problema subyacente, ya sea un trastorno afectivo, de personalidad o un
trastorno obsesivo. Con o sin entidad clínica, las personas con un
comportamiento sexual compulsivo precisan atención psicológica especializada e
integral.
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