Pasó en el ejército: "Me puso la pistola
en la sien y me violó"
ElPlural.com ofrece en exclusiva
uno de los duros fragmentos que aparece en la obra 'En la guardia de la
bestia', de Luis Gonzalo Segura
Luis
Gonzalo Segura
Sábado, 8 de junio de 2019
ElPlural
La discriminación de
la mujer en el ejército. Ese gran tema tabú que el exteniente de las Fuerzas
Armadas españolas intenta sacar a la luz en En la guardia de la bestia (editorial FOCA). Se trata de la única obra que se conoce hasta el momento que
denuncia esta situación.
Dividido en dos
partes, en la primera, se presentan denuncias de acoso en cuatro periodos de tiempo, y, en la segunda, se analizan
con la intención de extraer conclusiones en forma de patrones y estadísticas. Y
los datos resultan muy reveladores: un número de denuncias y de condenas muy
bajo, una clara
tendencia a proteger a los denunciados y expulsar a las denunciantes, una ausencia de control
político y una falta de interés mediático. El libró se publicó este lunes 3 de junio, y en menos de 24 horas se agotó la primera edición. Actualmente, a expensas de que llegue a Amazon, se puede adquirir la obra en las principales librerías.
ElPlural.com ofrece en exclusiva un pequeño
adelanto de En la guardia de la bestia.
"Me puso la pistola en la sien y me violó"
El 11 de mayo de
2000, el teniente Iván Moriano llamó a Dolores Quiñoa, aspirante a la Guardia
Real en el campamento de El Piornal (Cáceres). Lo hizo a solas, sin público, y
tras un muro le espetó a bocajarro: «Desnúdate». Aquello dejó en estado de
shock a la aspirante, lo que obligó al teniente a justificar su orden: se
trataba de una prueba especial, la «prueba del frío», imprescindible para
superar el «trato de prisioneros».
Lo debía de tener
todo pensado el teniente Moriano cuando apeló a lo más peliculero para
justificar lo que en el fondo no era otra cosa que satisfacer sus deseos
sexuales, someter a su víctima y acosarla. Tras la orden llegó lo peor: «Una
vez desnuda, me puso la pistola en la sien y me violó».
Al día siguiente,
al salir de la ducha, entre las lágrimas, la vejación y el temor, Dolores se
topó de bruces con el teniente, que le advirtió sobre lo importante que sería
para su vida, para su integridad física, para su supervivencia más básica,
guardar silencio al respecto de lo sucedido. «Como cuentes algo más... Mira que
mañana hay prácticas de tiro, e igual se pierde alguna bala o se te dispara la
pistola sin querer.»
El sueño de
Dolores, como el de muchas otras mujeres, terminó convertido en un infierno,
primero, y un laberinto jurídico, después. «Antes de que todo esto ocurriese,
ingresar en el Ejército era el sueño de mi vida, y, por culpa de un loco, ese
sueño ha muerto para mí.»
En el caso de
Dolores Quiñoa, como en la mayoría de los que relataremos a continuación, se
cumplieron una serie de elementos comunes. Y es muy importante que los tengamos
en cuenta porque fue el primer caso que tuvo repercusión mediática —se publicó
en El País y El Mundo3—, y ello debería haber sido suficiente para que algo así
no volviera a pasar.
1.
Ella fue expulsada: en el año 2002, Dolores ya estaba retirada del
Ejército a causa de las secuelas psicológicas sufridas tras aquel traumático
episodio (pérdida de aptitud psicofísica), que para los demás tan sólo quedó en
un desnudo por exigencias de la milicia. Como es habitual, Defensa concluyó que
la pérdida de aptitudes psicofísicas no guardaban «relación causa-efecto con
las vicisitudes del servicio». La soldado Quiñoa alegó que «no estaba de
acuerdo con que no hubiera ninguna relación entre aquello y la depresión en que
caí».2. Él continuó, aun siendo condenado por desnudar a la soldado, que no por la violación después relatada. La condena del teniente Iván Moriano a cinco meses de prisión en mayo de 2001 comprobaremos que constituye una excepcionaldad, no así que, una vez cumplida, el militar continúe su carrera con ascensos incluidos. Esto segundo es la norma.
3. La denuncia tuvo que pasar por el propio acosador/violador, el cual, como es lógico, se negaba a tramitarla: tal fue la situación, que los compañeros de Dolores comenzaron a pedir la baja hasta que la información llegó al capitán y comenzó el proceso legal.
4. Los altos mandos militares conocieron del caso y no hicieron absolutamente nada. El coronel Rafael Dávila Alvarez, entonces el jefe de la Guardia Real y después general, le dijo a Dolores Quiñoa que lo sentía y que «no es normal en el Ejército». Por compensarla, en un acto cuando menos surrealista, le regaló un ramo de flores una vez finalizado el campamento.
5. El condenado fue protegido por la institución: la situación fue tan normal, tan exageradamente normal, que, cuando el teniente Iván Moriano ingresó en prisión, tuvo que regresar de Bosnia, donde se encontraba de misión internacional. No sólo no fue repudiado por sus compañeros ni por sus mandos ni por la milicia, sino que lo enviaron a una misión internacional en la que aumentar el salario para compensarle los cinco meses que estuviera en prisión.
6. La mayoría de los militares, muchos compañeros, cumplieron con la ley del silencio: «Nadie de mis compañeros que aún siguen dentro va a decir nada, porque saben lo que les espera. Sólo los que están licenciados podrán ayudarme». Los que hemos tratado con militares o exmilitares somos conocedores del miedo, casi pavor, que tienen a declarar en juzgados contra mandos o a hablar en los medios de comunicación.
7. La encargada de juzgar el caso fue la Justicia militar, aun cuando el delito de naturaleza sexual ni siquiera estaba en el Código Penal Militar (CPM). Que sucediera lo primero es tan aberrante como que hace dos años se incluyeran los delitos de naturaleza sexual en el CPM. Los delitos sexuales, como cualesquiera otros que no tengan naturaleza militar, deben ser juzgados en la jurisdicción ordinaria, tal como ocurre en la mayoría de Europa; por ejemplo, en Alemania, país en el que no existe la jurisdicción militar.
Es clave que
recordemos estos siete aspectos, porque se repetirán en los casos que
plantearemos. Advierto, nuevamente, que este caso tiene una particularidad con
respecto a la estadística, aunque no con respecto a lo que vamos a tratar: el
acosador fue condenado. Lo cierto es que son pocos los casos que se denuncian,
y escasos los que se condenan, pero, cuando esto sucede, los condenados, si
son oficiales, siguen siempre en sus puestos; si son suboficiales, siempre
salvo un caso particular, y si son tropa, depende de su relación contractual.
En el caso del
teniente Iván Moriano, el 25 de noviembre de 2002 se supo que tenía otra
denuncia por abuso sexual5. Aquello, claro está, era demasiado para el
Ministerio de Defensa e hicieron lo que suele ser habitual: intentar jubilar a
la soldado Quiñoa.
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