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LOS GUARDIAS SUIZOS
Nathanael se encontró con dos
problemas en el Vaticano: las chicas y los homosexuales. La escasez de las
primeras y la omnipresencia de los segundos.
Conocí a este guardia
suizo por casualidad en el Vaticano. Yo estaba un poco perdido en el laberinto
de escaleras y me indicó el camino. No era huraño, y entablamos conversación.
Al principio pensé que Nathanael formaba
parte del personal contratado en el interior del Vaticano para hacer
reparaciones. El mono de trabajo que llevaba ese día le hacía pasar por un
obrero italiano. Por eso me llevé una sorpresa cuando días más tarde le vi con
el uniforme de gala rojo, amarillo y azul. ¡Era un guardia suizo! ¡Un guardia
suizo con una caja de herramientas!
Me
puse en contacto con Nathanael más adelante, durante otra estancia en Roma, y
entonces me topé con su negativa, educada pero firme, a volver a vernos.
Después me enteré de que era una de las reglas impuestas a los guardias suizos.
Por motivos que callaré, a pesar de todo aceptó mi propuesta y acostumbramos a
encontrarnos en el café Makasar, en el Borgo, un lugar que está a varios
minutos a pie del cuartel de la guardia suiza, pero cuya discreción, lejos de
los lugares frecuentados por los monsignori y los turistas, nos convenía
a ambos.
Alto,
de cara alargada, seductor, Nathanael era sin duda muy sociable. Desde nuestro
primer encuentro me dijo su nombre (aquí lo he cambiado) y me dio su número de
teléfono. Su apellido lo supe después, por un descuido, cuando metí sus datos
en mi smartphone y su número de móvil se «acopló» automáticamente con su
ficha Google+. Pero Nathanael no está en Instagram ni en Facebook, y tampoco
aparece ninguna foto suya en Google Imágenes, de acuerdo con otra regla
estricta, pues el Vaticano impone una discreción extrema a los guardias suizos.
—Ni
selfis, ni perfiles en las redes sociales —me confirma Nathanael.
De
modo que las chicas y los homosexuales son los dos problemas principales del
guardia suizo en la santa sede. Desde que se incorporó al servicio ha logrado
acostarse «con diez chicas», me dice, pero lleva mal la obligación de celibato.
Las reglas, además, son muy estrictas.
—Hay que volver al cuartel antes de
medianoche y no se puede dormir fuera. Nos prohíben vivir en pareja, el
matrimonio solo está autorizado para los oficiales superiores y está
terminantemente prohibido llevar chicas al cuartel. Nos disuaden de hablar con
ellas en la ciudad y a veces se fomenta la delación.
Estas
obsesiones pudibundas de los viejos cascarrabias del Vaticano enojan a
Nathanael, quien considera que los asuntos esenciales relacionados con las
misiones específicas de la guardia no se tienen en cuenta. Como la seguridad
del papa que, a su entender, deja mucho que desear. Le cuento que muchas veces
he entrado en el Vaticano por la puerta llamada Arco delle Campane —mágico
donde los haya, bajo el reloj, a la izquierda de San Pedro— sin tener que
identificarme y sin que me registren la mochila, porque un cardenal o un simple
sacerdote que vive dentro ha salido a buscarme. También le revelé otro secreto:
que yo disponía de una llave que me permitía entrar en el Vaticano sin control
alguno, al atardecer, cuando me alojaba en su interior. El guardia suizo está
consternado al oírlo.
Durante
las cerca de diez citas secretas en el café Makasar, Nathanael me revela lo que
realmente le tiene frito: el flirteo continuo y a veces agresivo de algunos
cardenales.
—Como
a alguno se le ocurra tocarme, le parto la cara y dimito —declara con
rotundidad.
Nathanael
no es gay, ni siquiera gay-friendly, y me confiesa que está harto
de que los cardenales y obispos le tiren los tejos (me da nombres). Está
traumatizado por lo que ha descubierto en el Vaticano en términos de doble
vida, de ligoteo y hasta de acoso.
—Estoy
asqueado por lo que he visto. No me lo puedo creer. ¡Y pensar que he jurado
«sacrificar mi vida», si hace falta, por el papa!
Pero ¿acaso el gusano no estaba en la
fruta desde el principio? Fue Julio II quien fundó la guardia suiza en 1506, y
la bisexualidad de este papa está bien documentada. En cuanto al uniforme del
ejército más pequeño del mundo, una casaca renacimiento rainbow flag(«bandera arcoíris») y un casco de alabardero con dos
picos adornado con plumas de garza, se dice que lo ideó Miguel Ángel.
Un
teniente coronel de carabinieri me confirma en Roma que los guardias
suizos deben guardar un estricto secreto profesional:
—Hay
una omertà increíble. Les enseñan a mentir por el papa, por razón de
Estado. Los casos de acoso o abusos sexuales son frecuentes, pero se ocultan y
siempre le echan la culpa al guardia suizo. Les dan a entender que si hablan no
volverán a encontrar un empleo. En cambio, si se portan bien, les ayudan a
encontrar un trabajo cuando vuelven a la vida civil en Suiza. Su futuro depende
de sus silencios.
A
lo largo de mi investigación entrevisté a 11 guardias suizos. Además de
Nathanel, con quien me reuní regularmente en Roma, a casi todos los demás los
conocí durante la peregrinación militar a Lourdes o, en Suiza, durante más de
una treintena de viajes a Zúrich, Basilea, Saint Gall, Lucerna, Ginebra y
Lausana, donde me puse en contacto con antiguos guardias suizos. Han sido
fuentes fiables y de primera mano para este libro, pues me han informado sobre
las costumbres de la curia y la doble vida de muchos cardenales que, como la
cosa más natural, flirtearon con ellos.
Conocí
a Alexis en la cervecería Versailles. Todos los años, con motivo de una gran
peregrinación, miles de policías, gendarmes y miembros de fuerzas armadas de
todo el mundo, todos ellos católicos practicantes, se juntan en Lourdes, ciudad
francesa de los Pirineos. También acude tradicionalmente un grupo de guardias
suizos, entre los que se encontraba Alexis el año que fui para allá. (Su nombre
está cambiado.)
—Por
fin han llegado los guardias suizos —exclama en voz alta Thierry, el dueño del
Versailles, contentísimo con la llegada de esos soldados de colorines que
atraen a los clientes y llenan la caja.
La
peregrinación militar a Lourdes es un festival caqui y multicolor en el que
están representadas decenas de países. Se ven sombreros de plumas
fluorescentes, sables afilados y brillantes, pompones, hombres con kilt y toda
clase de fanfarrias. Se reza con fervor y se bebe fraternalmente, sobre todo en
el Pont Vieux. Allí veo a cientos de militares católicos borrachos cantando,
bailando y ligando. Hay pocas mujeres y los homosexuales están en el armario.
¡Es un verdadero botellón para bautizados!
En
esa inmensa cogorza los guardias suizos siguen siendo la atracción principal,
como me había anunciado el teniente coronel de los carabinieri que me
facilitó las gestiones para participar en la peregrinación a Lourdes.
—Ya
verá —me dijo el policía—, cuando están lejos de Roma los guardias suizos se
desmadran un poco. La presión no es tan fuerte como en el Vaticano, el control
de los oficiales se relaja y el alcohol rompe el hielo. ¡Se les suelta la
lengua!
Efectivamente,
Alexis ha bajado la guardia:
—En
Lourdes no llevamos siempre el uniforme de gala —me dice el joven, que acaba de
entrar en la cervecería Versailles—. Anoche vestíamos de calle, solo nos
pusimos corbata. ¡Es peligroso, para la imagen, si se lleva el uniforme rojo,
amarillo y azul estando un poco mamado!
Alexis
no es más gay-friendly que Nathanael. Desmiente con vehemencia el tópico
de que en la guardia pontificia suiza hay una alta proporción de homosexuales.
Sospecha que cuatro o cinco compañeros suyos son «probablemente gais» y por
supuesto conoce los rumores sobre la homosexualidad de uno de los responsables
de la guardia suiza del papa Pablo VI, que hoy vive con su pareja en las
afueras de Roma. También sabe, como todo el mundo, que varios cardenales y
obispos han sido la comidilla en el Vaticano por vivir en pareja con un guardia
suizo. Y, por supuesto, conoce la historia de las tres muertes violentas de
1998, en la muralla del Vaticano, donde un joven cabo de guardia, Cédric
Tornay, habría asesinado «en un arrebato de locura» al comandante de la guardia
suiza y a su mujer.
—Esa
es la versión oficial, pero ningún guardia se la cree —me dice Alexis—. ¡A
Cédric lo suicidaron! Lo asesinaron como a su comandante y a su mujer, y luego
se hizo un montaje macabro para colar la teoría del suicidio después del doble
asesinato.
(No
me extenderé sobre este suceso dramático que ha hecho correr mucha tinta y
sobre el que circulan las teorías más esotéricas. Entre ellas, bastará para
nuestro asunto recordar que se ha hablado de un enredo entre el joven cabo y su
comandante, sin que esta hipótesis resulte muy convincente a menos que su
relación, real o supuesta, se utilizara para ocultar otro móvil del crimen. Sea
como fuere, el misterio permanece. Por lograr que se haga justicia, el papa
Francisco podría dar orden de que volviera a investigar este caso tan
siniestro.)
Lo
mismo que a Nathanael, a Alexis también le han cortejado decenas de cardenales
y obispos, al extremo de que pensó en dimitir de la guardia:
—El
acoso es tan insistente que estaba dispuesto a volver inmediatamente a mi casa.
Muchos de nosotros estamos exasperados por las insinuaciones, por lo general
poco discretas, de los cardenales y obispos.
Alexis
me cuenta que un cardenal llamaba siempre en mitad de la noche a uno de sus
colegas diciendo que necesitaba su presencia en su dormitorio. La prensa ha
revelado otros incidentes del mismo tenor, desde el simple regalo sin
consecuencias depositado en la cama de un guardia suizo, acompañado de una
tarjeta de visita, hasta actitudes más insistentes que se pueden considerar
acoso o agresiones sexuales.
—Tardé
mucho en darme cuenta de que en el Vaticano estábamos rodeados de grandes
frustrados y que a los guardias suizos nos veían como carne fresca. Nos imponen
el celibato y nos niegan el derecho a casarnos porque quieren reservarnos para
ellos, es así de sencillo. Son una panda de misóginos, de pervertidos. ¡Les
gustaría que fuésemos como ellos, unos homosexuales agazapados!
Según
Alexis, Nathanael y al menos otros tres antiguos guardias con quienes hablé en
Suiza, hay normas internas muy precisas en lo concerniente a la homosexualidad,
aunque casi no se la menciona como tal durante su formación. Se invita a los
guardias suizos a ser «sumamente amables» con los cardenales, los obispos «y
todos los monsignori». A quienes están considerados como reclutas se les
ruega que sean serviciales y de una amabilidad extrema. Nunca deben criticar a
una eminencia o excelencia ni negarles nada, ¡al fin y al cabo un cardenal es
el apóstol de Cristo en la tierra!
Sin
embargo, esta cortesía debe ser de fachada, según una regla no escrita de la guardia.
Si un cardenal da su número de teléfono a un joven militar o le invita a tomar
un café, el guardia suizo debe darle las gracias educadamente y hacerle ver que
no está disponible. Por mucho que el otro insista, debe recibir siempre la
misma respuesta, y la cita, si se había aceptado por pusilanimidad, debe
anularse con cualquier pretexto relacionado con las obligaciones del servicio.
En los casos de acoso más evidentes, se invita a los guardias suizos a
contárselo a sus superiores, pero deben abstenerse de responder, criticar o
denunciar a un prelado. Casi siempre se echa tierra sobre el asunto.
Lo
mismo que los demás guardias suizos, Alexis me confirma la gran cantidad de
homosexuales que hay en el Vaticano. Pronuncia palabras fuertes: «predominio»,
«omnipresencia», «supremacía». Esta fuerte gaitud disgusta profundamente a la
mayoría de los guardias con quienes he hablado. Nathanael, cuando se haya
licenciado y tenga en mano su «liberación», no piensa volver a poner los pies
en el Vaticano «salvo de vacaciones con mi mujer». Otro guardia suizo
entrevistado en Basilea me confirma que la homosexualidad de los cardenales y
prelados es uno de los temas estrella de las charlas cuarteleras, y las
historias que cuentan sus compañeros no hacen más que amplificar las que
conocen por experiencia propia.
Con
Alexis, como ya había hecho con Nathanael y otros guardias suizos, repasamos
unos cuantos nombres, y la lista de cardenales y arzobispos que les hicieron
proposiciones se confirma, tan larga como la capa magna de Burke. Creía estar
bien informado al respecto, pero qué va: el número de elegidos es aún mayor de
lo que suponía.
¿Por
qué estuvieron dispuestos a hablar con tanta libertad, llegando incluso a
sorprenderse de su propia audacia? No por envidia o vanidad, como muchos
cardenales u obispos; no por favorecer una causa, como la mayoría de mis
contactos gais dentro del Vaticano. Sino por decepción, como hombres que han
perdido sus ilusiones.
Y
en esto Alexis me revela otro secreto. Mientras que los oficiales, como hemos
visto, pueden casarse y no suelen ser homosexuales, muy distinto es el caso de
los confesores, capellanes, limosneros y sacerdotes que rodean a los guardias
suizos.
—Nos
piden que vayamos a la capilla que tenemos reservada y nos confesemos por lo
menos una vez a la semana. Pues bien, nunca he visto tantos homosexuales como
entre los capellanes de la guardia suiza —me revela Alexis.
El
joven me dice el nombre de dos capellanes y confesores de la guardia que, según
él, son homosexuales (información confirmada por otro guardia suizo alemánico y
un sacerdote de la curia). También me nombra a otro capellán que murió de sida
(el periodista suizo Michael Meier también mencionó el caso en un artículo del Tages-Anzeiger,
revelando su nombre).
Durante
varias estancias en Suiza, adonde viajo todos los meses desde hace varios años,
he conocido a abogados especializados y a responsables de varias organizaciones
de defensa de los derechos humanos (como SOS Rassismus und Diskriminierung
Schweiz). Me señalaron ciertas discriminaciones que afectan a la guardia suiza,
desde el proceso de reclutamiento hasta el código de buena conducta que se
aplica en el Vaticano.
Según
un abogado suizo, los estatutos de la asociación que alista a los futuros
guardias suizos en la confederación es ambiguo. ¿Se rige por el derecho suizo,
por el derecho italiano o por el derecho canónico de la santa sede? El Vaticano
mantiene esta ambigüedad para poder tocar los tres teclados. Pero como el
reclutamiento de estos ciudadanos helvéticos tiene lugar en Suiza, debería
ajustarse al derecho laboral suizo, pues la ley se aplica también a las
empresas extranjeras que operan en el país. Pero las normas de reclutamiento de
los guardias son discriminatorias, ya que se excluye a las mujeres (que pueden
alistarse en el ejército suizo); un joven casado o en pareja no puede aspirar
al puesto, solo se aceptan solteros; su reputación debe ser «irreprochable» y
debe tener «buenas costumbres» (formulaciones dirigidas implícitamente a
excluir a los gais, pero también a las personas transexuales); los migrantes,
tan queridos por el papa Francisco, también deben quedar fuera; por último,
entre los guardias casi no hay discapacitados ni personas de color, negros o
asiáticos, lo que daría a entender que sus candidaturas fueron descartadas.
Según
los abogados que he consultado, la mera prohibición de estar casado sería
discriminatoria en Suiza, sin olvidar que también contradice los principios de
una Iglesia que pretende alentar el matrimonio y prohibir cualquier relación
sexual fuera de él.
Con
este abogado de intérprete, pregunté en alemán a los responsables de la guardia
suiza acerca de estas anomalías jurídicas y sus respuestas fueron
significativas. Negaron que hubiera discriminación, porque las obligaciones
militares imponen ciertas reglas (contrarias, sin embargo, a las ordenanzas del
ejército suizo, que tiene en cuenta las peculiaridades militares referentes a
la edad o las condiciones físicas del recluta). Sobre la homosexualidad, nos
comunicaron por escrito que «ser gay no es un problema para el alistamiento a
condición de no ser demasiado openly gay, demasiado visible ni demasiado
afeminado». Por último, las normas orales impartidas durante la instrucción de
los guardias suizos y su código de conducta (el Regolamento della Guardia
Svizzera Pontificia que obra en mi poder, cuya última edición, con prólogo
del cardenal Sodano, es de 2006) contienen irregularidades en materia de
discriminación, derecho laboral y acoso.
Unas anomalías no solo jurídicas, con respecto al derecho
suizo, italiano o europeo, sino también morales, que revelan los privilegios
que se permite a sí mismo este Estado francamente insólito.
Próximo Capítulo 13
La cruzada contra los gais
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