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miércoles, 12 de junio de 2019

SODOMA (Poder y Escándalo en el Vaticano) Capítulo 12


12

LOS GUARDIAS SUIZOS


Nathanael se encontró con dos problemas en el Vaticano: las chicas y los homosexuales. La escasez de las primeras y la omnipresencia de los segundos.

Conocí a este guardia suizo por casualidad en el Vaticano. Yo estaba un poco perdido en el laberinto de escaleras y me indicó el camino. No era huraño, y entablamos conversación.

Al principio pensé que Nathanael formaba parte del personal contratado en el interior del Vaticano para hacer reparaciones. El mono de trabajo que llevaba ese día le hacía pasar por un obrero italiano. Por eso me llevé una sorpresa cuando días más tarde le vi con el uniforme de gala rojo, amarillo y azul. ¡Era un guardia suizo! ¡Un guardia suizo con una caja de herramientas!

Me puse en contacto con Nathanael más adelante, durante otra estancia en Roma, y entonces me topé con su negativa, educada pero firme, a volver a vernos. Después me enteré de que era una de las reglas impuestas a los guardias suizos. Por motivos que callaré, a pesar de todo aceptó mi propuesta y acostumbramos a encontrarnos en el café Makasar, en el Borgo, un lugar que está a varios minutos a pie del cuartel de la guardia suiza, pero cuya discreción, lejos de los lugares frecuentados por los monsignori y los turistas, nos convenía a ambos.

Alto, de cara alargada, seductor, Nathanael era sin duda muy sociable. Desde nuestro primer encuentro me dijo su nombre (aquí lo he cambiado) y me dio su número de teléfono. Su apellido lo supe después, por un descuido, cuando metí sus datos en mi smartphone y su número de móvil se «acopló» automáticamente con su ficha Google+. Pero Nathanael no está en Instagram ni en Facebook, y tampoco aparece ninguna foto suya en Google Imágenes, de acuerdo con otra regla estricta, pues el Vaticano impone una discreción extrema a los guardias suizos.

—Ni selfis, ni perfiles en las redes sociales —me confirma Nathanael.

De modo que las chicas y los homosexuales son los dos problemas principales del guardia suizo en la santa sede. Desde que se incorporó al servicio ha logrado acostarse «con diez chicas», me dice, pero lleva mal la obligación de celibato. Las reglas, además, son muy estrictas.

—Hay que volver al cuartel antes de medianoche y no se puede dormir fuera. Nos prohíben vivir en pareja, el matrimonio solo está autorizado para los oficiales superiores y está terminantemente prohibido llevar chicas al cuartel. Nos disuaden de hablar con ellas en la ciudad y a veces se fomenta la delación.

Estas obsesiones pudibundas de los viejos cascarrabias del Vaticano enojan a Nathanael, quien considera que los asuntos esenciales relacionados con las misiones específicas de la guardia no se tienen en cuenta. Como la seguridad del papa que, a su entender, deja mucho que desear. Le cuento que muchas veces he entrado en el Vaticano por la puerta llamada Arco delle Campane —mágico donde los haya, bajo el reloj, a la izquierda de San Pedro— sin tener que identificarme y sin que me registren la mochila, porque un cardenal o un simple sacerdote que vive dentro ha salido a buscarme. También le revelé otro secreto: que yo disponía de una llave que me permitía entrar en el Vaticano sin control alguno, al atardecer, cuando me alojaba en su interior. El guardia suizo está consternado al oírlo.

Durante las cerca de diez citas secretas en el café Makasar, Nathanael me revela lo que realmente le tiene frito: el flirteo continuo y a veces agresivo de algunos cardenales.

—Como a alguno se le ocurra tocarme, le parto la cara y dimito —declara con rotundidad.

Nathanael no es gay, ni siquiera gay-friendly, y me confiesa que está harto de que los cardenales y obispos le tiren los tejos (me da nombres). Está traumatizado por lo que ha descubierto en el Vaticano en términos de doble vida, de ligoteo y hasta de acoso.

—Estoy asqueado por lo que he visto. No me lo puedo creer. ¡Y pensar que he jurado «sacrificar mi vida», si hace falta, por el papa!

Pero ¿acaso el gusano no estaba en la fruta desde el principio? Fue Julio II quien fundó la guardia suiza en 1506, y la bisexualidad de este papa está bien documentada. En cuanto al uniforme del ejército más pequeño del mundo, una casaca renacimiento rainbow flag(«bandera arcoíris») y un casco de alabardero con dos picos adornado con plumas de garza, se dice que lo ideó Miguel Ángel.

Un teniente coronel de carabinieri me confirma en Roma que los guardias suizos deben guardar un estricto secreto profesional:

—Hay una omertà increíble. Les enseñan a mentir por el papa, por razón de Estado. Los casos de acoso o abusos sexuales son frecuentes, pero se ocultan y siempre le echan la culpa al guardia suizo. Les dan a entender que si hablan no volverán a encontrar un empleo. En cambio, si se portan bien, les ayudan a encontrar un trabajo cuando vuelven a la vida civil en Suiza. Su futuro depende de sus silencios.

A lo largo de mi investigación entrevisté a 11 guardias suizos. Además de Nathanel, con quien me reuní regularmente en Roma, a casi todos los demás los conocí durante la peregrinación militar a Lourdes o, en Suiza, durante más de una treintena de viajes a Zúrich, Basilea, Saint Gall, Lucerna, Ginebra y Lausana, donde me puse en contacto con antiguos guardias suizos. Han sido fuentes fiables y de primera mano para este libro, pues me han informado sobre las costumbres de la curia y la doble vida de muchos cardenales que, como la cosa más natural, flirtearon con ellos.

Conocí a Alexis en la cervecería Versailles. Todos los años, con motivo de una gran peregrinación, miles de policías, gendarmes y miembros de fuerzas armadas de todo el mundo, todos ellos católicos practicantes, se juntan en Lourdes, ciudad francesa de los Pirineos. También acude tradicionalmente un grupo de guardias suizos, entre los que se encontraba Alexis el año que fui para allá. (Su nombre está cambiado.)

—Por fin han llegado los guardias suizos —exclama en voz alta Thierry, el dueño del Versailles, contentísimo con la llegada de esos soldados de colorines que atraen a los clientes y llenan la caja.

La peregrinación militar a Lourdes es un festival caqui y multicolor en el que están representadas decenas de países. Se ven sombreros de plumas fluorescentes, sables afilados y brillantes, pompones, hombres con kilt y toda clase de fanfarrias. Se reza con fervor y se bebe fraternalmente, sobre todo en el Pont Vieux. Allí veo a cientos de militares católicos borrachos cantando, bailando y ligando. Hay pocas mujeres y los homosexuales están en el armario. ¡Es un verdadero botellón para bautizados!

En esa inmensa cogorza los guardias suizos siguen siendo la atracción principal, como me había anunciado el teniente coronel de los carabinieri que me facilitó las gestiones para participar en la peregrinación a Lourdes.

—Ya verá —me dijo el policía—, cuando están lejos de Roma los guardias suizos se desmadran un poco. La presión no es tan fuerte como en el Vaticano, el control de los oficiales se relaja y el alcohol rompe el hielo. ¡Se les suelta la lengua!

Efectivamente, Alexis ha bajado la guardia:

—En Lourdes no llevamos siempre el uniforme de gala —me dice el joven, que acaba de entrar en la cervecería Versailles—. Anoche vestíamos de calle, solo nos pusimos corbata. ¡Es peligroso, para la imagen, si se lleva el uniforme rojo, amarillo y azul estando un poco mamado!

Alexis no es más gay-friendly que Nathanael. Desmiente con vehemencia el tópico de que en la guardia pontificia suiza hay una alta proporción de homosexuales. Sospecha que cuatro o cinco compañeros suyos son «probablemente gais» y por supuesto conoce los rumores sobre la homosexualidad de uno de los responsables de la guardia suiza del papa Pablo VI, que hoy vive con su pareja en las afueras de Roma. También sabe, como todo el mundo, que varios cardenales y obispos han sido la comidilla en el Vaticano por vivir en pareja con un guardia suizo. Y, por supuesto, conoce la historia de las tres muertes violentas de 1998, en la muralla del Vaticano, donde un joven cabo de guardia, Cédric Tornay, habría asesinado «en un arrebato de locura» al comandante de la guardia suiza y a su mujer.

—Esa es la versión oficial, pero ningún guardia se la cree —me dice Alexis—. ¡A Cédric lo suicidaron! Lo asesinaron como a su comandante y a su mujer, y luego se hizo un montaje macabro para colar la teoría del suicidio después del doble asesinato.

(No me extenderé sobre este suceso dramático que ha hecho correr mucha tinta y sobre el que circulan las teorías más esotéricas. Entre ellas, bastará para nuestro asunto recordar que se ha hablado de un enredo entre el joven cabo y su comandante, sin que esta hipótesis resulte muy convincente a menos que su relación, real o supuesta, se utilizara para ocultar otro móvil del crimen. Sea como fuere, el misterio permanece. Por lograr que se haga justicia, el papa Francisco podría dar orden de que volviera a investigar este caso tan siniestro.)

Lo mismo que a Nathanael, a Alexis también le han cortejado decenas de cardenales y obispos, al extremo de que pensó en dimitir de la guardia:

—El acoso es tan insistente que estaba dispuesto a volver inmediatamente a mi casa. Muchos de nosotros estamos exasperados por las insinuaciones, por lo general poco discretas, de los cardenales y obispos.

Alexis me cuenta que un cardenal llamaba siempre en mitad de la noche a uno de sus colegas diciendo que necesitaba su presencia en su dormitorio. La prensa ha revelado otros incidentes del mismo tenor, desde el simple regalo sin consecuencias depositado en la cama de un guardia suizo, acompañado de una tarjeta de visita, hasta actitudes más insistentes que se pueden considerar acoso o agresiones sexuales.

—Tardé mucho en darme cuenta de que en el Vaticano estábamos rodeados de grandes frustrados y que a los guardias suizos nos veían como carne fresca. Nos imponen el celibato y nos niegan el derecho a casarnos porque quieren reservarnos para ellos, es así de sencillo. Son una panda de misóginos, de pervertidos. ¡Les gustaría que fuésemos como ellos, unos homosexuales agazapados!

Según Alexis, Nathanael y al menos otros tres antiguos guardias con quienes hablé en Suiza, hay normas internas muy precisas en lo concerniente a la homosexualidad, aunque casi no se la menciona como tal durante su formación. Se invita a los guardias suizos a ser «sumamente amables» con los cardenales, los obispos «y todos los monsignori». A quienes están considerados como reclutas se les ruega que sean serviciales y de una amabilidad extrema. Nunca deben criticar a una eminencia o excelencia ni negarles nada, ¡al fin y al cabo un cardenal es el apóstol de Cristo en la tierra!

Sin embargo, esta cortesía debe ser de fachada, según una regla no escrita de la guardia. Si un cardenal da su número de teléfono a un joven militar o le invita a tomar un café, el guardia suizo debe darle las gracias educadamente y hacerle ver que no está disponible. Por mucho que el otro insista, debe recibir siempre la misma respuesta, y la cita, si se había aceptado por pusilanimidad, debe anularse con cualquier pretexto relacionado con las obligaciones del servicio. En los casos de acoso más evidentes, se invita a los guardias suizos a contárselo a sus superiores, pero deben abstenerse de responder, criticar o denunciar a un prelado. Casi siempre se echa tierra sobre el asunto.

Lo mismo que los demás guardias suizos, Alexis me confirma la gran cantidad de homosexuales que hay en el Vaticano. Pronuncia palabras fuertes: «predominio», «omnipresencia», «supremacía». Esta fuerte gaitud disgusta profundamente a la mayoría de los guardias con quienes he hablado. Nathanael, cuando se haya licenciado y tenga en mano su «liberación», no piensa volver a poner los pies en el Vaticano «salvo de vacaciones con mi mujer». Otro guardia suizo entrevistado en Basilea me confirma que la homosexualidad de los cardenales y prelados es uno de los temas estrella de las charlas cuarteleras, y las historias que cuentan sus compañeros no hacen más que amplificar las que conocen por experiencia propia.

Con Alexis, como ya había hecho con Nathanael y otros guardias suizos, repasamos unos cuantos nombres, y la lista de cardenales y arzobispos que les hicieron proposiciones se confirma, tan larga como la capa magna de Burke. Creía estar bien informado al respecto, pero qué va: el número de elegidos es aún mayor de lo que suponía.

¿Por qué estuvieron dispuestos a hablar con tanta libertad, llegando incluso a sorprenderse de su propia audacia? No por envidia o vanidad, como muchos cardenales u obispos; no por favorecer una causa, como la mayoría de mis contactos gais dentro del Vaticano. Sino por decepción, como hombres que han perdido sus ilusiones.

Y en esto Alexis me revela otro secreto. Mientras que los oficiales, como hemos visto, pueden casarse y no suelen ser homosexuales, muy distinto es el caso de los confesores, capellanes, limosneros y sacerdotes que rodean a los guardias suizos.

—Nos piden que vayamos a la capilla que tenemos reservada y nos confesemos por lo menos una vez a la semana. Pues bien, nunca he visto tantos homosexuales como entre los capellanes de la guardia suiza —me revela Alexis.

El joven me dice el nombre de dos capellanes y confesores de la guardia que, según él, son homosexuales (información confirmada por otro guardia suizo alemánico y un sacerdote de la curia). También me nombra a otro capellán que murió de sida (el periodista suizo Michael Meier también mencionó el caso en un artículo del Tages-Anzeiger, revelando su nombre).

Durante varias estancias en Suiza, adonde viajo todos los meses desde hace varios años, he conocido a abogados especializados y a responsables de varias organizaciones de defensa de los derechos humanos (como SOS Rassismus und Diskriminierung Schweiz). Me señalaron ciertas discriminaciones que afectan a la guardia suiza, desde el proceso de reclutamiento hasta el código de buena conducta que se aplica en el Vaticano.

Según un abogado suizo, los estatutos de la asociación que alista a los futuros guardias suizos en la confederación es ambiguo. ¿Se rige por el derecho suizo, por el derecho italiano o por el derecho canónico de la santa sede? El Vaticano mantiene esta ambigüedad para poder tocar los tres teclados. Pero como el reclutamiento de estos ciudadanos helvéticos tiene lugar en Suiza, debería ajustarse al derecho laboral suizo, pues la ley se aplica también a las empresas extranjeras que operan en el país. Pero las normas de reclutamiento de los guardias son discriminatorias, ya que se excluye a las mujeres (que pueden alistarse en el ejército suizo); un joven casado o en pareja no puede aspirar al puesto, solo se aceptan solteros; su reputación debe ser «irreprochable» y debe tener «buenas costumbres» (formulaciones dirigidas implícitamente a excluir a los gais, pero también a las personas transexuales); los migrantes, tan queridos por el papa Francisco, también deben quedar fuera; por último, entre los guardias casi no hay discapacitados ni personas de color, negros o asiáticos, lo que daría a entender que sus candidaturas fueron descartadas.

Según los abogados que he consultado, la mera prohibición de estar casado sería discriminatoria en Suiza, sin olvidar que también contradice los principios de una Iglesia que pretende alentar el matrimonio y prohibir cualquier relación sexual fuera de él.

Con este abogado de intérprete, pregunté en alemán a los responsables de la guardia suiza acerca de estas anomalías jurídicas y sus respuestas fueron significativas. Negaron que hubiera discriminación, porque las obligaciones militares imponen ciertas reglas (contrarias, sin embargo, a las ordenanzas del ejército suizo, que tiene en cuenta las peculiaridades militares referentes a la edad o las condiciones físicas del recluta). Sobre la homosexualidad, nos comunicaron por escrito que «ser gay no es un problema para el alistamiento a condición de no ser demasiado openly gay, demasiado visible ni demasiado afeminado». Por último, las normas orales impartidas durante la instrucción de los guardias suizos y su código de conducta (el Regolamento della Guardia Svizzera Pontificia que obra en mi poder, cuya última edición, con prólogo del cardenal Sodano, es de 2006) contienen irregularidades en materia de discriminación, derecho laboral y acoso.

Unas anomalías no solo jurídicas, con respecto al derecho suizo, italiano o europeo, sino también morales, que revelan los privilegios que se permite a sí mismo este Estado francamente insólito.





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La cruzada contra los gais

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