23-F. El rey
fue uno de los responsables
nuevatribuna.es | 23 Febrero 2015
El
23-F fue un episodio vergonzante, que se cerró con rapidez, sin investigar y
con desaparición de pruebas
El 23 de febrero de 1981, hace treinta y cuatro años,
las fuerzas antidemocráticas, altos mandos de las fuerzas armadas, fieles al
«testamento» de Franco, con la ayuda de otros afines al régimen, también
quienes querían reconducir la situación política del momento y fortalecer al
rey y la monarquía, se confabularon y dieron un golpe de Estado; que fracasó,
pero que tuvo consecuencias políticas, algunas de ellas siguen aquejándonos.
El golpe estaba previsto para marzo. La dimisión de Suárez y el pleno de investidura de Calvo-Sotelo lo aceleraron todo. Lo tengo grabado
en mi memoria. Vi entrar al teniente coronel Tejero,
que con tricornio y pistola en mano tomó el Congreso: «¡Quieto todo el mundo!»,
dio la orden de «¡todos al suelo!» y efectuó un disparo al aire, seguido por
ráfagas de ametralladora de los guardias asaltantes. Todos presentimos lo peor.
Todavía me estremezco. El gobierno y el parlamento quedaban secuestrados,
produciéndose el «Supuesto Anticonstitucional Máximo», que permitiría otra
acción antidemocrática, para volver a la normalidad democrática, que no hubiera
podido serlo nunca.
Desde el mes de diciembre,
distintos militares venían manteniendo reuniones, tiempo en el que suceden
distintos acontecimientos políticos y militares. El diario El Alcázar publicó una serie de artículos firmados por
el colectivo Almendros, bajo el que se ocultaban un grupo de civiles y
militares de extrema derecha. El primero de los artículos (17 de diciembre),
titulado «Análisis político del momento militar», hacía alusión a un «vino
español» que anualmente ofrecía el director de la Escuela de Estado Mayor, acto
que había permitido reunir a más de seiscientos generales, jefes y oficiales
«Los más de seiscientos asistentes habituales menguaron hasta menos del
centenar, y aun éstos, en su mayor parte, permanecieron poco tiempo. Tal vez el
imprescindible para advertir las razones auténticas de la excepcionalidad y
desangelada situación».
El día 22 de enero Almendros
publica su segundo artículo bajo el título «la hora de las otras
instituciones». El presidente Suárez,
días después, presentó al rey su dimisión. El último de la serie se publicó el
1 de febrero con el título «La decisión del mando supremo», en el que se
señalaba: «Estamos en el punto crítico, se inicia la cuenta atrás». Días más
tarde, el general De
Santiago, muy próximo a los golpistas, publicó en El Alcázar un
artículo claramente provocador: Situación límite. UCD celebraba su Congreso en
Mallorca. Durante todo este tiempo, el grupo de oficiales golpistas próximos a Milans del Bosch ultima los preparativos. La contraseña
establecida era «Duque de Ahumada» (fundador de la Guardia Civil), y el día
escogido el 23 de febrero; antes de que se eligiera un nuevo presidente del
gobierno.
Franco en su testamento político, dejaba todo «atado y bien
atado» en manos del rey, la banca, la alta burguesía, los altos mandos de la
administración, el ejército y la Iglesia. Pedía perseverancia en la unidad y en
«la paz», así como lealtad al futuro rey de España, que él mismo había elegido.
Seis años después de su desaparición, su espíritu seguía vivo y el aparato de
la dictadura intacto. Los fieles al «régimen» no podían consentir que se
otorgase la soberanía al pueblo, se legalizaran los partidos políticos,
especialmente el PCE, se desmontara el estado totalitario y se reconociese el
derecho al autogobierno de nacionalidades y regiones. Había otros intereses de
poder que pretendían reconducir la situación, ante la política de Suárez que llevaba al abismo.
Las elecciones generales de 1979, dieron la mayoría a
la UCD de Suárez.
Sus políticas, agravadas por la situación internacional, provocaron una
gravísima crisis social, económica y política; la inflación se disparó, se
elevaron los precios y el desempleo aumentó vertiginosamente. Junto a esto, el
terrorismo más cruento. Con cada atentado, la democracia se debilitaba, el
Sistema perdía credibilidad y cundió el «desencanto». La democracia tan
anhelada, había dejado de ser la panacea de toda solución política, económica y
social. Para el rey, Suárez había dejado de ser útil. Un mes antes de aquel
23-F, El Alcázar anunciaba que «los almendros florecen en primavera», clave de
alerta a las fuerzas golpistas que estaban en el conocimiento.
El 17 de marzo de 1981, el
Congreso de los Diputados celebró un pleno monográfico sobre el 23-F a puerta
cerrada —algo sin precedentes—, sin cámaras de televisión, fotógrafos ni
invitados. El ministro de Defensa, Alberto
Oliart, presentó la primera explicación oficial. El informe Oliart,
según la revista Tiempo, precisaba que el golpe, sufrió un adelanto
forzado, ante la inesperada dimisión de Adolfo
Suárez y cogió a los
golpistas con el pie cambiado. Como los autores del golpe primaron la
seguridad, la conjura «no fue detectada a tiempo por los servicios de
información». No obstante se percibieron indicios de una conspiración, «por los
artículos publicados en el diario ultraderechista El Alcázar bajo
el nombre en clave de Almendros». Blanco y en botella.
El ministro de Defensa hizo hincapié, según la
revista, en que los responsables de la sublevación «partieron de la convicción
gratuita» de que se produciría una «reacción en cadena» en las Fuerzas Armadas
y los Cuerpos de Seguridad del Estado. En la tesis del ministro estaba presente
la defensa del rey, cuando dice que los golpistas no contaron con la «enérgica
e inequívoca» actitud del rey, quien «destruyó» el efecto causado en un primer
momento por los golpistas por la utilización del nombre del monarca. Hay otras
tesis más actuales que implican al rey directamente, como conocedor de los
sucesos. Iñaqui
Anasagasti recuerda
una conversación con Sabino Fernández Campo —entonces secretario general de la
Casa del Rey—, sobre los primeros momentos transcurridos en la Zarzuela y lo
que el secretario escuchó decir al rey, en su conversación con el general Armada, después del
tiroteo en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo: «¡Qué coño es eso de
intimidación! ¡Eso no estaba previsto! ¡Quiero saber urgentemente lo que está
pasando ahora mismo allí».
Según Iñaqui
Anasagasti, Sabino
Fernández Campo le
contó: «Al quedarme sólo me di cuenta que mi cabeza era un volcán y cien preguntas
me surgieron como centellas. ¿Qué significaba lo de «no estaba previsto»? ¿Por
qué el Rey aparentaba estar tranquilo conmigo y
no con Armada?», se preguntaba Fernández Campo, Secretario General de la Casa
del Rey (Iñaki Anasagasti id.). «¿Era la acción individual del loco
Tejero? ¿Era un golpe de Estado? ¿Era la cabeza de puente de otra cosa mucho
más seria? ¡Y las dudas inundaron mi cabeza! Así que cogí el teléfono y llamé a
mi hombre de confianza destacado en el Congreso y me confirmó que Tejero había
dicho que aquello lo hacía ¡¡en nombre del Rey!! Eso me nubló hasta la vista y
hasta mi corazón empezó a latir peligrosamente. ¿En nombre del Rey? ¿Qué está
pasando aquí? Entonces llamé a mi amigo Lacaci,
el Capitán General de Madrid, y comprobé que estaba tan desorientado y
desconcertado como yo, intentando saber con exactitud lo que estaba pasando en
la Brunete, era fundamental saber lo que iba a hacer la Acorazada».
Sabino volvió al despacho del rey, que hablaba por teléfono
con el general Armada:
«Alfonso, si es verdad que ese loco
ha entrado en el Congreso en nombre del Rey hay que desmentirlo urgentemente y
quiero saber con urgencia por qué ha dicho Tejero
semejante cosa. Y sin más colgó el teléfono. Yo me acerqué y sin
sentarme, de pie (allí sentada seguía la Reina) le dije: Señor, veo que ya lo
sabe. Eso es muy grave.
—Sí, Sabino,
la cosa es grave. Creo que debemos autorizar a Armada a que venga a la Zarzuela y nos
explique detalladamente lo que está pasando, porque creo que aquí están pasando
cosas que no estaban previstas— ¿Cosas que no estaban previstas? ¿A qué se
refiere Su Majestad? —Bueno, es un decir (pero, por primera vez noté cierto
nerviosismo en el Rey, como si quisiera ocultarme algo)».
El rey apareció en televisión, después de conocer que
todos los capitanes generales cumplirían la orden de interrumpir la operación,
y anunció la continuidad democrática. Javier Cercas en Anatomía de un instante, dice que
todo implica al rey, en una operación para fortalecer a la monarquía, restaurar
el prestigio de España, consolidar la democracia y retirar a Suárez de la
presidencia del gobierno, con el apoyo de ciertos renombres de la política en
el gobierno y la oposición. La conducta del rey antes del golpe no fue en
absoluto ejemplar, cometió errores, frivolidades e irresponsabilidades.
El rey, dice la periodista Pilar Urbano, no nos
salvó del golpe; «el rey nos salvó in extremis de un golpe que él mismo había
puesto en marcha», que él había alentado.
Armada,
segundo jefe del Estado Mayor del Ejército, secretario general de la Casa
del Rey durante 17 años, estuvo en el Congreso, pero Tejero no le permitió dirigirse a los
diputados, para proponer un gobierno de salvación dirigido por él y con
representantes de todos los partidos políticos. Tejero, que quería una junta
militar presidida por Milans, se sintió traicionado e impidió que Armada
asumiera la presidencia del gobierno a las «órdenes del rey». El suyo era un
golpe duro, de involución, y desmanteló el golpe blando de Armada. «El Rey nos
ha engañado; nosotros hemos avanzado y él se ha echado atrás» clamaba Milans (Iñaki Anasagasti. Una monarquía
protegida).
Mientras los diputados y el gobierno legítimo
permanecían secuestrados por las armas, el «gobierno de salvación nacional» que
el general Armada presentó a Tejero, lo formaban: Presidente, general Alfonso Armada;
Vicepresidente Asuntos Políticos, Felipe González Márquez;
Vicepresidente Asuntos Económicos, J.
M. López de Letona (Banca).
Ministros UCD: Hacienda, Pío
Cabanillas; Obras Públicas, José
Luis Álvarez; Educación y Ciencia, Miguel
Herrero de Miñón; Industria, Agustín
Rodríguez Sahagún. Ministros PSOE: Justicia, Gregorio Peces-Barba;
Transportes y Comunicaciones, Javier
Solana; y Sanidad, Enrique
Múgica. Ministros PCE: Trabajo, Jordi Solé Tura; y
Economía, Ramón Tamames.
Otros partidos e instancias: Asuntos Exteriores, José María de Areilza (Coalición Democrática);
Defensa, Manuel Fraga (Alianza
Popular); Comercio, Carlos
Ferrer Salat (presidente
CEOE); Cultura, Antonio
Garrigues Walker (empresario);
Información, Luis María
Anson (presidente
agencia Efe). Militares: Interior, general Manuel
Saavedra; y Autonomías y Regiones, general José A. Sáenz de
Santamaría. ¿Eran conocedores de lo que se proponía?
Cuando Armada llega al hotel Palace, conoció el
contenido del mensaje del monarca y se pone irremediablemente del lado de los
golpistas: «el Rey se ha equivocado» y con su alocución
«ha comprometido a la Corona, divorciándose de las Fuerzas Armadas». En otras
palabras, venía a decir, que el rey había traicionado a sus compañeros de armas
y a la operación que conocía desde el principio y sobre la que estaba de
acuerdo. El ministro Oliart informó de la investigación que se
estaba siguiendo, veintiún días después del golpe: «114 personas aparecían
citadas en conversaciones grabadas por Francisco
Laína, a las que se sumaban 127 miembros de los Cuerpos y Fuerzas de
Seguridad y 23 civiles». En el posterior juicio de Campamento solo se enjuició
a 33 responsables. Fue una «verdadera farsa de la Transición», dice Anasagasti en su nuevo libro Una monarquía
nada ejemplar; «por lo pronto no se investigó la trama civil».
En otro momento de la
conversación de Anasagasti con Fernández
Campo, cuenta que después de hablar con el general Juste, que preguntaba
por Armada, al
que le respondió «ni está ni se le espera», con la intuición a flor de piel,
«con todas las moscas detrás de la oreja», se dirigió de nuevo al despacho del
rey: «Cuando entré me llevé la sorpresa de mi vida. Allí se estaba brindando. Y
eso me nubló la mente y me enfureció. Así que, ya sin protocolos, me dirigí a
su majestad y sin pensarlo le dije mirándole de frente: ¡señor! ¿Está usted
loco? Estamos al borde del precipicio y usted brindando con champán. Y casi
grité ¿no se da cuenta de que la monarquía está en peligro? ¿Qué puede ser el
final de su reinado? ¡Recuerde lo que le pasó a su abuelo! Entonces la cara del
rey cambió de color y vi como sus manos le empezaron a temblar y en voz casi
inaudible mandó salir a los allí presentes. Todos salieron menos la reina, que
tenía cara de póquer. Su majestad
se vino hacia mí y tembloroso, casi llorando, me tomó de las manos y en tono
suplicante me dijo: ¡Sabino, por favor sálvame! ¡Salva a la
monarquía, ahora mismo no sé lo que hago ni qué decir!». Se había dado cuenta
de las consecuencias de su borboneo.
La atmósfera en los meses anteriores al golpe era de
desestabilización: atentados, crisis económica, agitación social, intoxicación
desde los medios de la ultra derecha, división interna en la UCD y dura
confrontación política. El ex director de Seguridad del Estado, Francisco Laina, jefe
de la Comisión Permanente de secretarios de Estado y de subsecretarios —un
gobierno de facto que asumió las funciones del ejecutivo secuestrado en las
Cortes—, guarda en su memoria dos escenas relevantes. La primera transcurre en
el funeral por una de las víctimas de ETA, en el que también estaba el teniente
coronel Antonio
Tejero —que ya había
sido condenado a siete meses de cárcel por la Operación Galaxia—, sin mando y
en situación de disponible, «Me quedé pensando que aunque no tuviera mando,
disponía de 24 horas al día para conspirar. Dejarle en Madrid libre de
vigilancia fue un error de los servicios de información».
La segunda escena que recuerda, fue cuando entregó al
presidente Adolfo
Suárez un informe
confidencial elaborado por los servicios de información policiales, que
indicaba que el rey no se recataba en criticar duramente al presidente Suárez
en conversaciones con personas y ambientes muy diversos. Se añadía que el
monarca expresaba abiertamente su disconformidad con decisiones adoptadas por
Suárez y planteaba la conveniencia de un posible relevo del presidente. También
se informaba de una comida que el general Alfonso
Armada —entonces
gobernador militar de Lleida—, había mantenido con el responsable de asuntos de
defensa del PSOE Enrique Múgica, en la casa del alcalde Antoni Siurana.
Suárez, después de leer el citado informe, «guardó un momento de silencio y
luego me dijo: No me cuentas nada nuevo».
Los golpistas querían establecer un gobierno «militar
por supuesto», recuperar los principios del «movimiento nacional» y el espíritu
del 18 de julio. Si nos atenemos a las palabras que el rey dedicó al embajador
alemán Lothar Lahn en marzo de1981, los sublevados sólo «habían querido lo
mejor para España». Para el rey «los cabecillas sólo pretendían lo que todos
deseábamos: el restablecimiento de la disciplina, el orden, la seguridad y la
tranquilidad»; la defensa de la unidad de España, la bandera y la corona. El
monarca entendía que el responsable último del pronunciamiento era Adolfo
Suárez, por no tener «en cuenta las peticiones de los militares». El
rey estaba al corriente de la trama golpista y conforme, antes, durante y
después del golpe que traicionó.
Fue un golpe de estado en toda regla: perpetrado por
mandos militares, guardias civiles y una trama ideológica de la derecha
reaccionaria sin identificar y que no fue investigada. Fue un golpe de estado
promovido desde las instancias del poder para reconducir la «situación política
a la deriva». Al menos dos conspiraciones coincidieron en el tiempo. La
violenta de Tejero,
que con sus disparos, asustó al rey y el de Armada, en el que estaba el CESID
que recondujo acciones e indujo otras para llevarle a la presidencia del
gobierno, con la connivencia de algunos políticos y partidos en la oposición
que jugaron un papel determinante. El general Armada, no fue el mayor traidor,
sino el traicionado. Había sido el hombre leal y disciplinado, muy valorado por
todas las fuerzas políticas, que estuvo en todo momento a las órdenes del rey,
quien «ayudó a crear un ambiente golpista previo al 23-F» e hizo todo lo
posible para que Suárez dimitiera.
La irrupción de Tejero estropea el plan a Armada, «y el rey, con quien había
conspirado, se hizo el loco». Armada era el «elefante blanco» que se iba a
hacer con el poder en nombre del rey» (Anasagasti).
Se hizo todo en nombre del rey, aunque insistió «¡A mi
dádmelo hecho!» (El Rey y su secreto, Jesús
Palacios). Estaba previsto que a la llegada de Armada, varios
diputados lo avalaran, entre ellos Fraga,
Sánchez Terán, Herrero de Miñón, Enrique Múgica, Peces Barba y José Luis
Álvarez. En la historia de España, la monarquía siempre se ha
restaurado o instaurado mediante golpe de Estado; la actual, por el de Franco. Ahora
sin triunfar, se consiguió lo que pretendía: el rey y la monarquía se
consolidaron; la democracia se fortaleció, aun sometida al miedo de la
involución; el desarrollo del estado autonómico se paralizó y ahí sigue; y la
grave situación política e institucional, achacada a la política de Suárez, se
recondujo hasta hoy. Cayo
Lara ha exigido
que se desclasifiquen todos los documentos del 23-F y a la Casa Real «que
desmienta, si se puede, con explicaciones claras y concretas», el papel del rey
en el golpe. Quedan pendientes algunas respuestas de otras tantas preguntas
posibles.. El tiempo las responderá o no.
El 23-F fue un episodio vergonzante, que se cerró con rapidez, sin
investigar y con desaparición de pruebas. Quienes participaron, ocultaron y
desvirtuaron la realidad; quienes algo conocían lo taparon por su seguridad y
lealtades mal entendidas. Demasiadas instituciones y representantes públicos
estuvieron implicados de espaldas al pueblo. Unos se han llevado su secreto a
la tumba, otros todavía viven de sus réditos. Termino con León Felipe en Sé todos los cuentos: «Yo no sé
muchas cosas, es verdad. Digo tan sólo lo que he visto...», lo que he oído, lo
que he vivido y lo que pienso.
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