Público
Juan Carlos Ecudier
23-2-2015
El estreñimiento de Rouco Varela
Una de las muchas revelaciones
contenidas en el espléndido retrato de Rouco Varela escrito por el periodista
José Manuel Vidal (Rouco: la biografía no autorizada. Ediciones B) lo
explica todo sobre el personaje: el arzobispo padece una suerte de
estreñimiento crónico que le impide visitar el trono con la asiduidad debida,
lo que para un príncipe, aunque sea de la Iglesia, es una tremenda
contrariedad.
El dato puede parecer anecdótico
pero un tránsito intestinal más atascado que la M-30 en hora punta avinagra a
cualquiera, y de ahí el rictus de faraón embalsamado del cardenal, para el que
no se encontraba explicación razonable hasta la fecha. Tal mortificación
gástrica y sus terribles consecuencias hemorroidales -que Rouco ha padecido en
silencio en medio de la indiferencia general- han forjado ese carácter hosco y,
posiblemente, su propia deriva política desde la progresía a la ultraderecha,
que es otra de las aportaciones del libro de Vidal.
En el estreñimiento se encuentra
también la razón última de ese encastillamiento de más de seis meses de Rouco
en el Palacio Arzobispal, lo que obligó a su sucesor Carlos Osoro a buscar
acomodo en una residencia de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados hasta
que ha sido posible convencer a Antonio María el okupa de que
depusiera su actitud. Los estreñidos tienen pánico a los desplazamientos y a
los cambios de hábitos y, aun a riesgo de caer en una contradictio in
terminis, abandonar la planta noble de la mansión de la calle de San Justo
y dejar de vivir como un cura con tres parroquias es un cambio que te cagas.
La Iglesia, siempre en auxilio de
los más desamparados, ha tenido que idear una solución para el drama intestinal
del hombre que ha regido los destinos de la Curia española con mano de hierro y
colon de acero: trasladarle a un ático de superlujo de 370 metros a escasa
distancia, una vez desalojados los cuatro religiosos que allí moraban y después
de someter la vivienda a una reforma que, al parecer, ha costado medio millón
de euros de nada. Los católicos que han alimentado los cepillos de los templos
de Madrid han de ser conscientes de que su dinero no ha podido emplearse en una
causa más noble.
Los servicios que el hoy arzobispo
emérito ha rendido a la cristiandad son impagables. Gracias a él y a su
autoritarismo, la Iglesia española ha regresado a toda leche a la Edad Media,
un viaje sin escalas que ha sido posible por esa labor pastoral suya a la que
sólo una frase haría justicia: todo lo que os gusta es pecado o engorda. Ciego
ante los casos de pederastia, fuerte con los débiles e insensible a los
padecimientos de sus fieles, su precipitada jubilación ha dejado huérfanos a
quienes anhelaban la resurrección de la Inquisición y sus espectáculos de
fallas humanas. En ello estaba.
De su traslado bajo palio al ático
episcopal sólo hay un detalle que empaña la austeridad que siempre ha guiado
sus pasos. El pisazo dispone de cuatro cuartos de baño alicatados hasta el
techo. ¿No es éste un lujo innecesario?
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