“Franco no era
fascista. Era algo peor”
04 Noviembre 2015
Letras Libres
Paul
Preston (Liverpool, 1946) es uno de los grandes conocedores del siglo XX español,
y en especial de la Guerra Civil y sus consecuencias. Entre sus obras se
encuentran La destrucción de la
democracia española, Las tres
Españas del 36, Palomas de guerra, La Guerra Civil española, Idealistas bajo las balas o El holocausto español. Es autor de
tres grandes biografías: Franco.
Caudillo de España, Juan Carlos:
el rey de un pueblo y El
zorro rojo, sobre Santiago Carrillo. Una edición actualizada de la primera
de ellas se publica en Debate este mes, cuando se cumplen cuarenta años de la muerte
del dictador.
¿Qué se ha descubierto nuevo y cómo ha cambiado su valoración de Franco
desde que publicó la biografía?
No
ha cambiado mi visión de Franco como persona, militar y dictador. Pero hay
aspectos que no tocaba en el libro. Sabía que el franquismo era un régimen
corrupto, basado en el pillaje, y contaba algunas de las cosas que sabía de la
corrupción: la empleaba para manipular a sus colaboradores, a militares que
utilizaban a soldados como mano de obra. Pero decía poco en cuanto a la
corrupción del propio Franco porque mi idea era que consideraba que todo era
suyo y no tenía necesidad de robar. Utilizaba el patrimonio nacional como algo
propio. Había cosas que salen en el libro, como la rapacidad de su esposa, las
colecciones, las casas, el modo en que consiguió el Pazo de Meirás. Ahora acaba
de salir La otra cara del caudillo (Crítica),
un libro sensacional de Ángel Viñas. Me envió el manuscrito y vi que me había
quedado corto. Resumo en la nueva edición las líneas básicas del trabajo de
Viñas y de otros investigadores, como Javier Otero.
Santos Juliá ha definido el franquismo de los primeros años como “un
fascismo bajo palio en uniforme militar”. ¿Qué le parece?
Es
genial la frase. Lo que pasa es que nos mete en un debate complicado sobre lo
que es el fascismo. Para hablar del fascismo hay que hablar solo del régimen de
Mussolini. Fue Mussolini quien lo inventó y las definiciones tienen que
remontarse a él. Claro, luego se dice: el régimen de Hitler es un fascismo.
Pero el nazismo y el fascismo son muy distintos. Si se acepta que el fascismo
es lo que pasó en Italia, hacemos un tipo de comparación entre el franquismo y
el fascismo italiano. Si, como muchos libros, incluimos el nazismo, hacemos
otro tipo de comparación. Dije alguna vez que Franco no era fascista, era algo
mucho peor. Con eso decía que era peor que Mussolini. No era peor que Hitler,
aunque tampoco tuvo sus oportunidades. El porcentaje de españoles que mató
Franco es superior al porcentaje de alemanes que mató Hitler. La guerra mundial
y la conquista alemana de mayor parte del continente europeo representan un
contexto diferente, y las víctimas del Holocausto no son en su mayoría
alemanas. Es muy acertado lo de “bajo palio” y “en uniforme militar”. Pero
¿entonces es fascismo? Mussolini no gozaba de tanto apoyo de la Iglesia
católica. Igual es ignorancia mía, pero creo que Mussolini no entraba en
iglesias bajo palio. Y los militares no eran tan importantes en su régimen como
en el de Franco. Creo que el franquismo es único. Gente como Stanley G. Payne y
Juan José Linz dan definiciones como “régimen militar autoritario”. Eso lo
limpia de alguna manera, porque significa: “no tan malo como el fascismo”. Si
dices que es fascista parece que es malo, aunque no tanto como el nazismo. Si
dices que era militar autoritario, no lo conviertes en bueno, pero hay quien
piensa que algunos países necesitan mano dura. Aun así, era diferente, incluso
si lo comparamos con otros regímenes militares autoritarios, como el de
Pinochet. Su régimen mató a unos 3,500 chilenos: es terrible. El franquismo
mató a doscientos mil, aunque es difícil dar una cifra exacta. El expediente de
Franco justifica lo que digo: no era fascista, era algo peor.
¿Cuáles son las razones de la pervivencia del franquismo?
Tiene
mucho que ver con la Guerra Fría, con la idea de que Franco era el centinela de
Occidente. Se remontaba a la importancia geoestratégica de España, un gran
portaaviones con acceso al Mediterráneo y al Atlántico y protegido tras los
Pirineos como último bastión en caso de invasión soviética. Eso era importante
para los estrategas occidentales y especialmente para los estadounidenses. Luego
estaba el apoyo de la Iglesia católica y por tanto del mundo católico. Y,
cuando Franco está más o menos jubilado, a partir de los años sesenta, hay un
cambio en el régimen, un cambio sociológico y económico inmenso. Pero los
cuarenta años de lavado de cerebro sobreviven después de su muerte. Cuando
llega la democracia –que por razones obvias es una democracia muy limitada–, no
puede hacer un contralavado. Había libertad de expresión, por lo que los
propagandistas del franquismo continuaban publicando sus libros y artículos y
hablando a favor de Franco en las tertulias. Uno de los grandes problemas, que
ha contribuido a la sensación de un franquismo eterno, es que, como el dictador
murió en la cama y su régimen no fue desmantelado por una invasión exterior
como ocurrió en Italia o Japón o Alemania, muchos elementos del régimen seguían
en pie.
¿Cómo valora la transición?
Fue
la mejor posible en el contexto en el que se tuvo que hacer. Cuando estaba
muriendo Franco, las posibilidades de un baño de sangre eran muy altas. La
transición fue una negociación, una transacción, un compromiso entre los
elementos más progresistas del franquismo y los elementos más moderados de la
izquierda, con lo cual los extremistas franquistas y la extrema izquierda
quedaban fuera. Se alcanzó un compromiso y hubo muchas cosas que no cambiaron.
Se produjo lo que se ha llamado el pacto del olvido. En los primeros años de la
transición, hasta el intento de golpe de Estado de 1981, había unas fuerzas
armadas entrenadas en la idea de que su función no era defender España de
hipotéticos enemigos exteriores sino de confirmados enemigos interiores: los
liberales, los demócratas, los socialistas, los comunistas. Y, además de las
fuerzas armadas, la guardia civil, la policía armada... La gente tenía miedo.
Había, se dice, doscientos mil falangistas con licencia de armas. Todos ellos
estaban en contra del cambio. Lo que se logró era más de lo que se podía haber
esperado en las circunstancias, en parte porque la gran mayoría de la población
aceptaba que no se podría esperar demasiado. La izquierda admitía que no era el
momento para buscar justicia o un reconocimiento de lo que había pasado. Las
grandes esperanzas eran democracia y una garantía de que no hubiera otra guerra
civil. Ese era el premio y para hacerlo había que aceptar ciertos sacrificios.
Hay quienes ahora critican que la transición fuera insuficientemente
revolucionaria: eso es una chuminada. No reconocen la fuerza del franquismo en
esa época.
¿Cuáles
han sido los errores más importantes?
La
Ley de Memoria Histórica se debía haber hecho mucho antes. En los
primeros años había mucho miedo. El gran tema que pocos preveían era la
corrupción. El franquismo había sido un régimen corrupto, y quienes lo habían
vivido y habían sacado provecho seguían con la misma mentalidad. Pero algunos
sectores de la izquierda tenían una mentalidad de: “ya nos toca a nosotros”. No
prever el problema de la corrupción ha sido uno de los grandes errores. Mi
próximo libro es una historia de España a lo largo del siglo XX,
con un énfasis en la corrupción y la incompetencia de la clase política, cuyas
consecuencias sufría el pueblo raso. Se titulará Un
pueblo traicionado. Empieza con la corrupción electoral a finales del
siglo XIX hasta
la fiesta actual. ~
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