¿Caudillo
por la Gracia de Dios? Y por la Iglesia
24-9-18
Nuevatribuna.es
La
responsabilidad criminal de Franco, llamándolo Caudillo o Dictador, jamás
desaparecerá. Tendrá siempre la consideración de criminal de guerra y de gran
dictador
La diputada del PP de la Asamblea de
Madrid Begoña García se refirió en el pleno del Parlamento regional a Franco
como “el caudillo que ganó la guerra civil hace 82 años”.
Algunos comentaristas no entienden
por qué tanto revuelo por una frase que no dice más que la verdad:
“Franco fue Caudillo” y “Ganó la Guerra Civil”.
“¿Dónde está el problema? ¿Acaso no
fue así?”, añaden otros.
Las palabras califican a quien las
dice, no a quien las escucha, a no ser que, también, las haga suyas, como
parece ser el caso de los diputados del PP, dada la lluvia de aplausos con que
las recibieron. Unas palabras que podrían interpretarse como la evidencia de
que la derecha de este país no ha roto para nada el cordón umbilical con el
fascismo, travestido en franquismo.
¿Aplaudir y reírse a mandíbula
batiente tras oír la calificación de Franco como Caudillo revela una anomalía,
no solo institucional, sino individual? Seguro, pero no soy experto en
psiquiatría. Solo aseguraría que tal actitud revela un desprecio absoluto a las
víctimas de semejante genocida, llámese dictador o caudillo. Y, luego, hablan
de reconciliación nacional. Con esta gente no se puede ir ni a heredar.
En efecto. Franco fue nombrado
Caudillo tras dar un Golpe de Estado contra un sistema legalmente constituido y
elegido en unas elecciones democráticas, ganadas por el Frente Popular en la
primavera de 1936. En el reverso de las monedas acuñadas, desde diciembre de
1946, aparecería como “Caudillo de España por la gracia de Dios”. No podía ser
de otra manera. Por la Gracia de Dios -a pesar de ser un perjuro o, quizás, por
serlo-, y gracias al nihil obstat de la Iglesia Jerárquica, con una salvedad
bien notoria, la del cardenal Pedro Segura, que, habitualmente, se silencia.
Tiene puñetera gracia que fuese el
cardenal Pedro Segura, integrista como pocos, quien en abril de 1940, en uno
de sus tremolantes sermones asegurase que en la literatura clásica los
caudillos eran "jefes de una banda de forajidos" y que San Ignacio de
Loyola afirmaba que "caudillo" era sinónimo de "diablo"
transformado en jefe de bandidos. En efecto, en los Ejercicios Espirituales,
el fundador de los jesuitas, escribió refiriéndose al diablo que “asimismo se
[hace] como un caudillo, para vencer y robar lo que desea.”
A Franco esta explicación del
término le sentó como un pisotón en la endolinfa. Sería el gobernador de
Sevilla quien denunciase este sermón ante el Dictador. Este, dicen que
encolerizado, ordenaría la expulsión del purpurado de España, pero, aconsejado
por alguien más listo, dejó pasar el berrinche. De haberlo hecho, el cardenal
habría sido expulsado de España por la República y por la Dictadura. Todo un
récord.
Segura era un cavernícola, un
defensor del orden teocrático ante el que el poder político debía doblar la
cerviz. Exigía que Franco como cualquier otro vecino tenía que someterse al
poder religioso y no al revés. Por esta razón, se opuso a que Franco entrase bajo
palio en las iglesias y catedrales de su jurisdicción. No solo. Amenazaría
con excomulgar a quienes lo permitieran. La inquina contra Franco y sus modos
de actuar llevaría a Segura a prohibir que se colocaran placas en los muros de
la catedral y parroquias de su diócesis con los nombres de los Caídos por
Dios y por la Patria. Y ello aunque lo dictase Franco. Más tarde, el
cardenal Goma no permitiría que la Falange esculpiera el nombre de José Antonio
en los frontispicios de las iglesias.
El título de Caudillaje apareció por
primera vez el 28 de septiembre de 1937, tras su publicación en el Boletín
Oficial del Estado por la entonces llamada Junta Técnica del Estado, ubicada en
Burgos. En esa orden se establecía la fiesta nacional del Caudillo el 1º de
Octubre. Sería de obligada conmemoración durante el resto de la existencia del
régimen franquista.
La segunda, en la publicación del
decreto del 31 de julio de 1939, donde figuraban los «Estatutos de Falange
Española Tradicionalista de las JONS» (Boletín Oficial del Estado del 4 de
agosto de 1939). En el artículo 46, se definía el cargo de Franco como “Jefe
Nacional de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, Supremo Caudillo
del Movimiento” y se lo caracterizaba como “Autor de la Era Histórica donde
España adquiere las posibilidades de realizar su destino y con él los anhelos
del Movimiento donde el Jefe asume, en su entera plenitud, la más absoluta
autoridad, y solo responde ante Dios y ante la Historia”.
La tercera ocasión fue en la
proclamación de la «Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado» de 26 julio de
1947, aprobada por las Cortes franquistas y sometida a Referéndum Nacional,
aquel referéndum-pucherazo que fue apoyado por el “ochenta y dos por ciento del
Cuerpo electoral, que representa el noventa y tres por ciento de los votantes”.
El artículo primero convertía a
España en un “reino”, pero entregaba su “jefatura” vitalicia a un “caudillo”
que también era regente de facto y con derecho a elección de sucesor “a título
de Rey o de Regente”. He aquí su formulación:
“Artículo 1.º. España, como unidad
política, es un Estado católico, social y representativo que, de acuerdo con su
tradición, se declara constituido en Reino. Artículo 2.º. La Jefatura del
Estado corresponde al Caudillo de España y de la Cruzada, Generalísimo de los
Ejércitos, D. Francisco Franco Bahamonde”.
Y habría que decir que la última vez
que el nombre del caudillo utilizado como categoría jurídico-política tendría
lugar con motivo su muerte, en la madrugada del 20 de noviembre de 1975.
El Boletín Oficial del Estado
publicó un Decreto-ley 15/1975 que establecía tres días de luto oficial
en el país con la siguiente explicación: “Fallecido el Jefe del Estado, Caudillo
de España y Generalísimo de los Ejércitos, Excelentísimo Señor Don
Francisco Franco Bahamonde”.
Y ya pueden sus defensores dar el
significado que quieran a la palabra Caudillo, sean franquistas del pasado y
herederos más o menos camuflados en el presente. Pueden optar por lo que pretenden
significar sus decretos de forma autoritaria o lo que señalaba Ignacio de
Loyola y corroborara el cardenal Segura. Da lo mismo. En ambos casos, la
responsabilidad criminal de Franco, llamándolo Caudillo o Dictador, jamás
desaparecerá. Tendrá siempre la consideración de criminal de guerra y de gran
dictador en el tiempo que se llamó la Paz que él mismo se encargó de
establecer, la de los Cementerios.
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